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La Guerra Santa – John Bunyan

Texto íntegro de La Guerra Santa

 «Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.» Epístola de San Pablo a los Efesios 6:12

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JOHN BUNYAN

LA GUERRA SANTA

EMPRENDIDA

POR SHADDAI CONTRA

DIÁBOLO PARA LA

RECUPERACIÓN DE LA METRÓPOLIS

DEL MUNDO — O LA PÉRDIDA
Y RECONQUISTA DE LA CIUDAD

DE ALMA HUMANA

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Traducción del inglés: Santiago Escuain

UN RELATO DE

LA GUERRA SANTA

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PROLOGO

EN el curso de mis viajes, visitando yo muchas regiones y países, llegué en cierta ocasión al famoso continente del Universo. Es éste un país muy grande y espacioso: se encuentra entre los dos polos, y justo en medio de los cuatro confines del cielo. Es un lugar bien irrigado, y ricamente adornado de montes y valles, con una espléndida situación, y mayormente de gran feracidad, al menos donde yo me encontraba, y también muy poblado, y con unos aires muy saludables.

     Las gentes no son todas de la misma raza, ni tampoco de una misma lengua, manera de vivir o religión, sino que difieren tanto entre sí, se dice, como los mismos planetas; unos tienen razón y otros yerran, así como sucede en regiones menores.

     Como ya he dicho, me tocó viajar por este país, y así lo hice, y esto por tanto tiempo que hasta llegué a aprender mucho de la lengua nativa, junto con las costumbres y forma de vivir de aquellos entre los que me encontraba. Y, para decir la verdad, me sentí muy complacido[1] de ver y oír muchas de las cosas que vi y oí entre ellos; sí, y lo cierto es que incluso hubiera llegado a vivir y a morir como un nativo más entre ellos (de tal manera me sentí atraído hacia ellos y a sus formas de hacer) si mi amo[2] no me hubiera mandado acudir a su casa para dedicarme allí a sus negocios y de supervisarlos.

     Ahora bien, hay en este noble país del Universo una ciudad hermosa y gentil, una corporación llamada Alma Humana:[3] una ciudad tan curiosa por su arquitectura, tan cómoda por su situación, tan ventajosa por sus privilegios (con esto me refiero a su origen) que puedo decir de ella lo que he dicho antes del continente donde se encuentra: No tiene su igual bajo el cielo entero.

     Con respecto a la situación de esta ciudad, se encuentra justo entre los dos mundos; y su primer arquitecto y constructor, por los mejores y más auténticos registros que he podido encontrar,[4] fue uno llamado Shaddai,[5] el cual la edificó para su propio deleite. La formó como espejo y gloria de todo lo que había hecho, la cumbre, superior a cualquier cosa que hiciera en aquel país. Y tan hermosa era la ciudad de Alma Humana, cuando fue edificada al principio, que algunos dicen que los dioses[6] descendieron para verla, cuando era creada, y cantaron de gozo. Y así como la hizo de aspecto hermoso, también la hizo poderosa para que ejerciera su dominio en todo el país a su alrededor. A todos se mandó que reconocieran a Alma Humana como la capital, y todos debían rendirle homenaje. Más aún, la misma ciudad tenía órdenes y autoridad de parte de su Rey para demandar el servicio de todos, y también para someter a cualquiera que de alguna manera se negara a ello.

     Había en medio de esta ciudad un palacio muy célebre y majestuoso.[7] Por su capacidad de resistencia, podía ser llamado una ciudadela; por lo placentero que era, un paraíso; por sus dimensiones, un lugar tan grande que podía contener todo el mundo.[8] Este lugar el Rey Shaddai lo dispuso sólo para sí y para nadie más que para sí; en parte por lo placentero que era el lugar mismo y en parte porque no quería que el terror de los extraños cayera sobre la ciudad. De este lugar hizo también Shaddai el cuartel de una guarnición, pero encomendó su cuidado sólo a los hombres de la ciudad.

     Las murallas de la ciudad eran de excelente construcción,[9] tan fuertes y resistentes eran que, excepto por parte de los mismos ciudadanos, no hubieran podido ser nunca sacudidas ni derruidas. Porque aquí se manifestaba la maravillosa sabiduría de quien había edificado Alma Humana, que las murallas nunca podrían ser derruidas ni dañadas por el más grande enemigo, excepto si los ciudadanos prestaban su consentimiento.

     Esta célebre ciudad de Alma Humana tenía cinco puertas de entrada y salida y en resistencia se correspondían con las murallas: eran inexpugnables, de un tipo que nunca se podrían abrir ni forzar excepto con la voluntad y el consentimiento de los que estuvieran adentro. Los nombres de las puertas eran: Puerta del Oído, Puerta del Ojo, Puerta de la Boca, Puerta de la Nariz y Puerta de la Sensibilidad.[10]

     Había también otras cosas que pertenecían a la ciudad de Alma Humana, que si se unen a estas, expondrán adicionalmente ante todos la gloria y fortaleza del lugar. Siempre tenía una provisión suficiente en el interior de sus murallas; tenía la mejor ley, la más sana y excelente de todas las existentes entonces en el mundo. No había dentro de sus murallas ningún granuja, canalla ni traidor; todos eran personas veraces y muy unidas; y esto, como ya sabréis, es cosa de gran valor. Además de todo esto tenía siempre (en tanto que mantuviera su fidelidad al Rey Shaddai) la consideración y protección del Rey, que tenía en ella su deleite.

     Bien, pues sucedió en cierta ocasión que un tal Diábolo,[11] un gigante poderoso, emprendió un asalto contra esta famosa ciudad de Alma Humana, para tomarla como su morada. Este gigante era rey de los negros,[12] y era un príncipe de lo más enloquecido. Trataremos primero, si os parece, del origen de este Diábolo, y luego de cómo tomó esta famosa ciudad de Alma Humana.

     Este Diábolo es ciertamente un príncipe grande y poderoso, y sin embargo pobre y mísero. Acerca de su origen,[13] fue primero uno de los siervos del Rey Shaddai, hecho y nombrado por él para un puesto muy sublime y de gran poder, puesto por él en los mejores principados de entre  sus territorios y dominios. Este Diábolo fue hecho «hijo del Alba»[14]; éste era un puesto muy exaltado: le daba mucha gloria y esplendor, cosas estas que pudieran haber contentado su corazón luciferino si no hubiera sido insaciable y se hubiera agrandado como el mismo infierno.

     Bien, viéndose así exaltado en grandeza y honra, y con una voraz codicia en su fuero interno de alcanzar un estado y grado más elevados, qué hace más que pensar cómo podía llegar a ser señor de todo, y obtener todo el poder bajo Shaddai.[15] (Esto el Rey lo reservaba para su Hijo, y ya se lo había otorgado.) Por ello, primero meditó acerca de cuál era la mejor acción a emprender, compartiendo entonces sus pensamientos con otros de sus compañeros, a lo que también ellos accedieron. Así que finalmente llegaron a esta resolución: que debían hacer un intento contra el Hijo del Rey para destruirlo, a fin de que la heredad pasara a manos de ellos. Llegaron de esta manera a tramar su traición, a señalar el momento adecuado, a dar la consigna, y por fin a intentar su asalto. Pero siendo conscientes de todas las cosas el Rey y su Hijo, no podían dejar de ver lo que sucedía en todos sus dominios; y teniendo el Rey un amor para su Hijo como para sí mismo, no pudo por más que sentirse profundamente ofendido ante todo aquello. ¿Qué hizo entonces? Que en el momento en que hicieron su primer gesto para cumplir sus designios, los manifestó convictos de traición, por la horrenda rebelión y conspiración que habían tramado y que ahora intentaban llevar a la práctica, y los arrojó a las horribles simas, como férreamente encadenados, sin poder nunca más esperar el mínimo favor de manos de él, sino para permanecer bajo la sentencia que él había señalado, y ello para siempre.

1

     Habiendo sido así arrojados Diábolo y los suyos de todo puesto de confianza, provecho y honra, y sabiendo también que habían perdido para siempre el favor de su príncipe (expulsados de su corte, y arrojados a las terribles simas), ya podéis tener por cierto que ahora iban a añadir a su anterior soberbia toda la malignidad e ira que pudieran contra Shaddai y contra su Hijo. Por ello, se lanzaron de lugar en lugar vagabundos, errantes y llenos de furia,[16] buscando si podrían encontrar algo que perteneciera al Rey y destruirlo, para poder vengarse de él. Al final llegaron a este espacioso lugar del Universo, y se dirigieron rumbo a la ciudad de Alma Humana; al considerar que esta ciudad era una de las principales obras y deleites de Shaddai, en qué otra cosa pensaron sino que, después de celebrar consejo, decidieron asaltarla. Ellos ya sabían que Alma Humana pertenecía a Shaddai, porque ellos habían estado presentes cuando él la edificó y adornó para sí. Por esto, cuando encontraron el lugar, chillaron horriblemente de gozo, y rugieron como un león sobre su presa, diciendo: «Ahora hemos hallado la recompensa, ¡y cómo nos vengaremos del Rey Shaddai por lo que él nos ha hecho!». Se sentaron entonces, convocando a un consejo de guerra, y meditaron sobre qué modos y maneras debían usar para lograr conquistar esta famosa ciudad de Alma Humana; y decidieron considerar los siguientes puntos:

     Primero. Si debían mostrarse todos ellos abiertamente con este designio ante la ciudad de Alma Humana.

     Segundo. Si sería mejor acudir y ponerse contra Alma Humana con sus actuales ropajes, ahora harapientos y míseros.

     Tercero. Si sería mejor mostrar a Alma Humana sus intenciones y el designio con el que acudían, o si debían asaltarla con palabras y maneras engañosas.

     Cuarto. Si no sería más conveniente que algunos de sus compañeros dieran órdenes privadas para aprovechar la sorpresa, si veían a alguno o más de los moradores principales de la ciudad, de disparar contra ellos, si con ello consideraban que su causa y su designio serían mejor servidos.

     1. La primera de estas propuestas recibió una respuesta negativa; llegaron a la conclusión de que no serviría a su causa mostrarse todos ellos ante la ciudad, porque la presencia de muchos de ellos podría alarmar y atemorizar a la ciudad, mientras que no sería tan probable que la de uno o unos pocos de ellos tuviera un efecto tan negativo. Y, para dar más peso a este consejo, se adujo además que si atemorizaban a Alma Humana, o si se alarmaba, «es imposible», dijo Diábolo (porque era él quien ahora hablaba) «que tomemos la ciudad: porque nadie puede entrar en ella sin su propio consentimiento. Así que, para emprender el asalto de Alma Humana, deben ser pocos, o bien uno solo; y, en mi opinión», añadió Diábolo, «dejad que me ocupe yo de esta misión». Y a esto todos accedieron.

     2. Y entonces pasaron a la segunda propuesta, si sería mejor ir y sentarse ante la ciudad de Alma Humana con sus vestimentas ahora míseras y harapientas. A lo que contestaron también en sentido negativo: ¡Ni hablar de esto! La razón de ello era que aunque a la ciudad de Alma Humana le habían sido dadas a conocer ya antes de ahora cosas invisibles, y tener que ver con ellas, nunca hasta ahora habían visto a ningunas de sus cocriaturas en una condición tan mísera y pervertida como la de ellos; y éste fue el consejo del fiero Alecto. Luego dijo Apolión: «Este es un buen consejo; porque aunque sólo uno de los nuestros se presente ante ellos tal y como estamos ahora, ello suscitará y multiplicará tales pensamientos en ellos que los llevarán a la consternación, y necesariamente los llevará a ponerse en guardia. Y si así sucede», añadió, «entonces, como milord Diábolo lo acaba de decir, será en vano intentar tomar la ciudad». Entonces habló el poderoso gigante Beelzebú: «Este consejo que acabamos de oír es bueno; porque aunque los hombres de Alma Humana han visto cosas como lo que nosotros éramos antes, nunca hasta ahora han visto cosas como lo que hemos llegado a ser ahora; y será mejor, en mi opinión, que nos presentemos entre ellos en una forma que sea común y de lo más familiar entre ellos». Habiéndose mostrado todos de acuerdo en cuanto a esto, pasaron a considerar en qué forma, con qué apariencia o bajo qué disfraz debía Diábolo presentarse cuando fuese para hacer suya Alma Humana. Entonces unos decían una cosa, y otros otra distinta. Al final, Lucifer respondió que en su opinión era mejor que su señoría adoptara el cuerpo de aquellas criaturas sobre las que los de la ciudad tenían dominio. «La razón de esto», dijo él, «es que los de la ciudad no sólo están familiarizados con ellas, sino que, al estar bajo su potestad, nunca imaginarán que se pueda hacer un intento contra la ciudad por parte de ellas; y, para mejor confundirlos, que adopte el cuerpo de una de aquellas bestias que Alma Humana considera como más sabias que el resto».[17] Este consejo fue aplaudido por todos; finalmente, decidieron que el gigante Diábolo adoptara la forma de un dragón, porque en aquellos días era tan familiar en la ciudad de Alma Humana como ahora lo son los pájaros para los niños; porque nada que estuviera en su estado primitivo les era para nada asombroso. Entonces pasaron a tratar el tercer punto, que era:

     3. Si sería mejor desvelar sus intenciones a Alma Humana, el designio de su venida, o no. A esto la respuesta fue negativa, por el peso de las razones anteriores, o sea, que Alma Humana era un pueblo fuerte, un pueblo fuerte en una ciudad fuerte, con unas murallas y puertas inexpugnables (por no decir nada de la ciudadela), y que no podían ser invadidos sin su consentimiento. «Además», dijo Legión (porque a esto respondió él) «el descubrimiento de nuestras intenciones puede llevarles a que envíen a su rey una petición de ayuda; y si hacen esto, sé muy bien qué nos sucederá. Por ello, asaltemos la ciudad con toda pretensión de transparencia, cubriendo nuestras intenciones con todo tipo de mentiras, adulaciones, palabras engañosas; finjamos cosas que nunca serán, y prometámosles lo que nunca van a obtener. Ésta es la manera de ganar Alma Humana y de hacer que ellos mismos nos abran las puertas; más aún, que deseen hacerlo. Y la razón por la que que pienso que este proyecto tendrá éxito es que ahora la población de Alma Humana son, todos ellos, sencillos e inocentes, todos honrados y veraces; y no saben todavía lo que es ser asaltados con fraude, engaño e hipocresía. Son extraños a los labios mentirosos y aduladores; por ello no podrán detectarnos si así nos disfrazamos; nuestras mentiras pasarán por dichos veraces, y nuestra simulación como tratos rectos. Nos creerán lo que les prometamos, especialmente si en todas nuestras mentiras y palabras fingidas pretendemos tenerles un gran amor, y que nuestro deseo es sólo su prosperidad y honor». Ante esto nadie replicó; a todos les pareció totalmente adecuado. Por ello, pasaron a considerar la última propuesta, que era:

     4. Si debían dar órdenes a algunos de su grupo que disparasen contra quiénes fuera de los principales pobladores de la ciudad, si consideraban que su causa pudiera ser con ello favorecida. A esto se contestó afirmativamente, y el hombre señalado para ser destruido mediante esta estratagema era un Sr. Resistencia, también llamado Capitán Resistencia. Este Capitán Resistencia era un gran hombre en Alma Humana, a quien el gigante Diábolo y su banda temían más que a todo el resto de la ciudad de Alma Humana. Ahora bien, ¿quién debería llevar a cabo el asesinato? Esto lo trataron a continuación, y para ello designaron a una tal Tisífona, una furia del lago.

     Habiendo con ello terminado el consejo de guerra, se levantaron, y se lanzaron a llevar a cabo lo decidido; se pusieron en marcha hacia Alma Humana, pero todos de forma invisible, excepto uno, sólo uno; y éste no se acercó a la ciudad con su propia apariencia, sino bajo la apariencia y en el cuerpo del dragón.

2


     Se acercaron entonces, y se sentaron delante de la Puerta del Oído, porque éste era el lugar para las audiencias por parte de todos los de fuera de la ciudad, así como la Puerta del Ojo era el lugar de observación. Así, como digo, llegó a la puerta con su cortejo, y dispuso su emboscada para el Capitán Resistencia a tiro de arco de la ciudad. Hecho esto, el gigante subió cerca de la puerta, y llamó a la ciudad de Alma Humana para ser oído. A nadie tomó consigo sino a uno llamado Mala-Pausa, que era su orador en cuestiones espinosas. Como he dicho, se acercó a la puerta y (como era costumbre en aquellos tiempos) tocó su trompeta para pedir audiencia. A este toque acudieron a la muralla los principales de la ciudad de Alma Humana, como milord Inocente, milord Recia-Voluntad, el Sr. Archivero y el Capitán Resistencia, para ver quién estaba allí y de qué se trataba. Y milord Recia-Voluntad, al mirar y ver quién estaba a la puerta, le preguntó quién era, para qué había venido, y por qué había llamado la atención de Alma Humana con tal toque.

     Diábolo entonces, manso como un cordero, comenzó su discurso, diciendo: «Caballeros de la famosa ciudad de Alma Humana, soy, como veis, no alguien que vive lejos de vosotros, sino cerca, y estoy designado por el rey para rendiros homenaje y prestaros aquel servicio que pueda; por ello, para ser fiel a mí mismo y a vosotros, tengo algo importante que comunicaros. Por ello, concededme audiencia, y escuchadme con paciencia. Y ante todo, dejad que os asegure que no es para mí mismo, sino para vosotros, no mi provecho, sino el vuestro, que busco comunicarme con vosotros, como quedará bien patente. Porque caballeros, he venido, por decir la verdad, a mostraros cómo podéis obtener una gran y abundante liberación de una esclavitud bajo la que estáis cautivados y esclavizados». Ante esto, la ciudad de Alma Humana comenzó a poner gran atención. Y pensaban: «¿Y qué será esto? ¿Qué podrá ser?» Y él les dijo: «Tengo algo que deciros acerca de vuestro Rey, acerca de su ley, y también acerca de vosotros. Con respecto a vuestro Rey, sé que es grande y poderoso; pero no todo lo que os ha dicho es cierto ni para vuestra prosperidad. 1. No es cierto, porque aquello con lo que hasta ahora os ha tenido atemorizados no pasará, ni se cumplirá, aunque hagáis aquello que os ha prohibido. Pero si hubiera peligro, ¡qué esclavitud es vivir siempre en temor del más grande de los castigos por hacer algo tan pequeño y trivial como comerse una pequeña fruta.[18] 2. Acerca de sus leyes, digo además que son irrazonables, complicadas e intolerables. Irrazonables, como ya acabo de sugerir; porque el castigo no está en proporción a la ofensa; hay una gran diferencia y desproporción entre la vida y una manzana. Y sin embargo una cosa va por la otra según la ley de vuestro Shaddai. Pero es también complicada, en que primero dijo: Podéis comer de todos los frutos; y después os prohíbe comer de uno. Y después, en último lugar, es necesariamente intolerable, por cuanto este fruto que se os prohíbe comer (si es que tenéis alguno de prohibido) es precisamente aquel, el único, que, si lo comierais, os daría un bien que hasta ahora desconocéis. Y esto se manifiesta en el mismo nombre del árbol; se llama «árbol del conocimiento del bien y del mal», y, ¿tenéis este conocimiento? No, no, no podéis ni concebir cuán bueno es, cuán placentero, y cuán deseable para darle sabiduría a uno, mientras os mantengáis obedientes a los mandamientos de vuestro Rey. ¿Por qué debéis ser mantenidos en ignorancia y ceguera? ¿Por qué no deberíais ser ensanchados en conocimiento y entendimiento? Y ahora, vosotros, moradores de la célebre ciudad de Alma Humana, para hablar más en particular a vosotros mismos: ¡No sois una gente libre! Sois mantenidos en esclavitud y servidumbre, y esto bajo una grave amenaza, sin otra razón que: «Así lo quiero, y así será». ¿Y no es penoso pensar que aquella misma cosa que se os prohíbe os daría sabiduría y honra, si la hicierais? Porque entonces se abrirán vuestros ojos, y seréis como dioses. Y por cuanto esto es así,» prosiguió él, «podría acaso príncipe alguno manteneros en una peor esclavitud y mayor servidumbre que la que vosotros sufrís hasta hoy? Se hace de vosotros unos lacayos, y os veis envueltos en incomodidades, como he dejado en evidencia. Porque, ¿hay mayor esclavitud que ser mantenido en ceguera? ¿No os lo dirá la misma razón, que es mejor tener ojos que carecer de ellos? Y por ello mismo es mejor tener libertad para ser mejores que estar encerrados en una cueva oscura y hedionda».

     Y precisamente mientras Diábolo hablaba así a Alma Humana, Tisífona disparó contra el Capitán Resistencia donde se encontraba sobre la puerta, hiriéndole mortalmente en la cabeza, con lo que, para asombro de los moradores de la ciudad y para aliento de Diábolo, cayó muerto por encima de la muralla. Ahora, estando muerto el Capitán Resistencia (y éste era el único hombre de guerra en la ciudad), la pobre Alma Humana quedó totalmente destituida de valor, y no tenía ánimo alguno para resistir. Pero así era como lo quería el diablo. Entonces se levantó el Sr. Mala-Pausa, que había acompañado a Diábolo como su orador, y se dirigió a la ciudad de Alma Humana con un discurso, el tenor del cual sigue a continuación:

     «Caballeros», dijo, «es del agrado de mi amo que tiene este día unos oyentes callados y deseosos de aprender; y nosotros esperamos que no vayáis a rechazar un buen consejo. Mi amo os tiene un gran amor; y aunque sabe muy bien que corre el peligro de la ira del Rey Shaddai, sin embargo su amor por vosotros le llevará a hacer más que esto. No se necesita más que otra palabra para confirmar la veracidad de lo que ha dicho; una sola palabra da toda la evidencia en sí misma; el mismo nombre del árbol puede poner fin a toda la controversia en esta cuestión. Por ello, en este momento sólo os voy a dar este consejo, bajo la autoridad de mi señor» (y con esto hizo a Diábolo una profunda reverencia): «Considerad sus palabras, mirad el árbol y su prometedor fruto; recordad que sabéis poco, y que ésta es la manera de llegar a conocer más: y su no quedáis convencidos a aceptar un consejo tan bueno, no sois los hombres que yo pensaba que erais».

     Pero cuando los moradores de la ciudad vieron que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar sabiduría, hicieron como les había aconsejado el viejo Mala-Pausa: tomaron de él y comieron. Debiera haberos dicho antes, sin embargo, que mientras este Mala-Pausa estaba dirigiendo su discurso a los ciudadanos, milord Inocencia (quizá por un disparo desde el campamento del gigante, o por algún desmayo que de repente se apoderara de él, o quizá, más bien me parece a mí, por el pestilente aliento de aquel pérfido villano, el viejo Mala-Pausa) se derrumbó allí donde estaba, y no pudo ser reanimado otra vez. Así murieron estos dos valientes; y los llamo valientes, porque eran la belleza y gloria de Alma Humana en tanto que vivieron en ella; y ahora ya no quedaba ningún espíritu noble en Alma Humana; todos se postraron y ofrecieron vasallaje a Diábolo, y vinieron a ser sus esclavos y vasallos, como veremos.

     Estando muertos estos dos, qué otra cosa hicieron el resto de los habitantes de la ciudad sino que, como hombres que han encontrado el paraíso de sus sueños, deciden probar la veracidad de las palabras del gigante. Y primero hicieron como Mala-Pausa les enseñó: miraron, consideraron, y quedaron fascinados con el fruto prohibido: tomaron de él, y comieron; y habiendo comido, de inmediato quedaron embriagados con él. Y de esta manera abrieron la puerta, tanto la Puerta del Oído como la Puerta del Ojo, dejando entrar a Diábolo con sus bandas, olvidando por completo a su buen Shaddai, su ley, y el juicio anexo, con solemne advertencia contra su quebrantamiento.

     Diábolo, habiendo logrado entrar por las puertas de la ciudad, se dirige hacia el centro de la misma, para consolidar su conquista de la manera más plena posible; y viendo para este momento los afectos de la gente se inclinaban calurosamente hacia él, y pensando que era mejor golpear mientras el hierro estaba caliente, les hizo este otro discurso engañoso, diciéndoles: «¡Ay, mi pobre Alma Humana! En verdad que te he hecho este servicio, promoviendo tu honra y ensanchando tu libertad; pero ¡ay, ay!, ahora, pobre Alma Humana, necesitas ahora a uno que te defienda; porque ten por cierto que cuando Shaddai oiga lo que ha sucedido, vendrá; porque sentirá que hayas roto tus cadenas y echado de ti sus coyundas. ¿Y qué harás tú? ¿Podrás tu sufrir, después de tu ensanchamiento, que te sean arrebatados y expoliados tus privilegios? ¿O qué resolución vas a adoptar?».

     Entonces todos unánimes le dijeron al dragón: «Reina tú sobre nosotros». Así, él aceptó la propuesta, y vino a ser el rey de la ciudad de Alma Humana. Hecho esto, el siguiente paso era darle posesión de la ciudadela, y con ella de todo el poder de la ciudad. Y a la ciudadela se dirigió; era la que Shaddai había construido en Alma Humana para su propio deleite y placer; ahora se transformó en madriguera y fortaleza para el gigante Diábolo.

3

     Habiendo logrado ahora la posesión de este majestuoso palacio fortificado, hace de él un acuartelamiento para sí, y lo fortifica y abastece con todo tipo de provisiones contra el rey Shaddai, o contra los que quisieran tratar de recuperarlo de nuevo para él y para su obediencia.

     Hecho esto, pero no pensando aún que estaba suficientemente seguro, se dedica a continuación a remodelar el gobierno de la ciudad, y lo hace así designando a unos y deponiendo a otros a placer. De esta manera, depuso de sus cargos y poderes al Lord Alcalde, cuyo nombre era milord Entendimiento, y al Sr. Archivero, cuyo nombre era Sr. Conciencia.

     Por lo que respecta al milord Alcalde, aunque era un hombre de entendimiento, y a pesar de que había accedido junto con el resto de la ciudad de Alma Humana a admitir al gigante en la ciudad, Diábolo, sin embargo, no creyó prudente dejarle en su anterior brillo y gloria, porque era un hombre clarividente.[19] Por ello, lo dejó a oscuras, no sólo quitándole su cargo y poder, sino edificando una torre alta y fuerte, justo entre los reflejos del sol y las ventanas del palacio del lord; por medio de esto toda su casa, todas sus estancias, quedó totalmente a oscuras. Así, quedando alejado de la luz,[20] quedó como uno que ha nacido ciego. Y en esta casa quedó el lord confinado como en una cárcel. No podía salir, ni bajo su palabra, fuera de sus límites. Y en esta condición, aunque hubiera tenido en su corazón hacer algo por Alma Humana, ¿qué podría hacer por ella, o en qué le podría ser de provecho? Así que, en tanto que Alma Humana estuviera bajo el poder y gobierno de Diábolo (y por mucho tiempo lo estuvo, siéndole obediente, lo que duró hasta que por una guerra fue rescatada de sus manos), el milord Alcalde era más bien un estorbo que una ventaja en la célebre ciudad de Alma Humana.

     En cuanto al Sr. Archivero, antes que la ciudad fuera tomada, era un hombre buen conocedor de las leyes de su rey, y también hombre valeroso y fiel para decir la verdad en toda ocasión; y tenía una lengua bien colocada, y una cabeza llena de sentido común. Pero esto no podía soportarlo Diábolo, porque, aunque había dado su consentimiento a su entrada en la ciudad, sin embargo no pudo hacérselo totalmente suyo, a pesar de todas las estratagemas, astucias y añagazas que intentó. Cierto, se había apartado mucho de su primer rey, y también estaba muy complacido con muchas de las leyes y de los servicios del gigante; pero todo esto no servía, por cuanto no era totalmente suyo. Una y otra vez pensaba en Shaddai, y le sobrevenía el terror de su ley, y entonces hablaba contra Diábolo con una voz tan fuerte como el rugido de un león. Y de vez en vez, cuando le sobrevenían ataques (porque debéis saber que a veces tenía terribles ataques), que hacía que toda la ciudad de Alma Humana temblara con su voz; y por ello el nuevo rey de Alma Humana no podía aguantarlo.

     Por todo esto, Diábolo temía más al Archivero que a ningún otro de los que habían quedado vivos en la ciudad de Alma Humana, porque, como he dicho, sus palabras hacían temblar a la ciudad entera; eran como un trueno que iba ascendiendo en intensidad, y que a veces se desencadenaba con estrépito. Y debido a que el gigante no podía hacérselo del todo suyo, finalmente ideó todo lo que pudo para corromper al viejo caballero, y mediante la corrupción pervertir su mente y endurecer su corazón en los caminos de la vanidad. Y el intento le salió bien; corrompió al hombre, y poco a poco lo llevó de tal manera hacia el pecado y a la maldad que al final no sólo quedó corrompido, como al principio, y por ello mismo contaminado, sino que casi quedó (por lo menos) más allá de toda conciencia de pecado. Y ya más allá de esto Diábolo no pudo ir. Entonces ideó otra treta, y fue la de persuadir a los hombres de la ciudad que el Sr. Archivero estaba loco, y que no le tenían que hacer caso. Y para ello apeló a sus ataques, y dijo: «Si está en sus cabales, ¿por qué no actúa siempre de esta manera? Pero como todos los locos tienen sus ataques,» prosiguió, «y en ellos su lenguaje delirante, así le sucede a este viejo chocho».

     Así, de una u otra manera, pronto llevó a Alma Humana a menospreciar, descuidar y tener en nada lo que pudiera decir el Sr. Archivero. Porque, además de lo que ya habéis oído, Diábolo tenía su manera de hacer que el viejo caballero, cuando estaba feliz, se desdijera y negara lo que había afirmado en sus ataques. Y, desde luego, esta era otra manera de ponerse en ridículo, y de hacer que nadie le considerara.[21] Ahora tampoco nunca hablaba libremente en nombre del Rey Shaddai, sino sólo por fuerza y compulsión. Además, en ocasiones se enardecía contra aquello acerca de lo que en otras ocasiones se callaba; así era de inconsecuente en todas sus acciones. A veces parecía como si estuviera profundamente dormido, y a veces como muerto, precisamente cuando toda la ciudad de Alma Humana estaba lanzada en la carrera de la vanidad y en su baile al son de la gaita del gigante. De esta manera, en ocasiones en que Alma Humana se asustaba con la voz atronadora del Archivero, y cuando iban a hablarle a Diábolo acerca de esto, él respondía que lo que el viejo caballero les decía no era ni por amor a él ni por lástima de ellos, sino por un necio gusto de parlotear, y de esta manera acallaba, silenciaba y tranquilizaba a todos. Y para no dejarse ningún argumento que pudiera llevarlos a sentirse seguros, decía, y lo decía a menudo: «¡Oh Alma Humana!, considera que a pesar de todo el furor del viejo caballero, y del estruendo de sus palabras fuertes y atronadoras, nada oís de parte del mismo Shaddai», ocultando mentirosamente, como engañador que era, que cada clamor del Sr. Archivero contra el pecado de Alma Humana era la voz de Dios en él para ellos. Pero Diábolo proseguía diciendo: «Ya veis que no valora ni la pérdida ni la rebelión de la ciudad de Alma Humana, y que no va a preocuparse por llamar a esta ciudad a dar cuentas por entregarse a mí. Él sabe que aunque erais de él ahora sois legítimamente míos; así que dejándonos el uno al otro, nos ha dejado de la mano».

     «Además, oh Alma Humana», proseguía, «considera cómo te he servido, hasta lo máximo de mi capacidad, y ello con lo mejor que tengo, pude conseguir o lograr para vosotros en todo el mundo; además, me atreveré a decir que las leyes y costumbres bajo las que ahora estáis, y por las que me rendís homenaje, os dan más solaz y contentamiento que el paraíso que al principio poseíais. Y vuestra libertad, como vosotros mismos sabéis, ha sido grandemente ensanchada y agrandada por mí; en cambio, cuando os encontré erais un pueblo encerrado. No os he impuesto ningún freno; no tenéis de mi parte ninguna ley, ningún estatuto ni ningún juicio para atemorizaros; a nadie llamo a que me dé cuenta de sus actos, excepto al loco —ya sabéis a quien me refiero;[22] os he concedido vivir a cada uno como un príncipe por su cuenta, con tan poco control de mi parte como yo de parte vuestra.

     Y así Diábolo aquietaba y tranquilizaba la ciudad de Alma Humana, cuando el Archivador en ocasiones los alarmaba;[23] sí, con discursos malditos como éste levantaba la cólera y el furor de toda la ciudad contra el viejo caballero. Por cierto que a veces el populacho trataba de acabar con él. Muchas veces deseaban tenerlo bien lejos de ellos: su compañía, sus palabras, su misma presencia, y especialmente cuando recordaban cómo en los viejos tiempos solía amenazarlos y condenarlos (ahora ya estaba demasiado corrompido para esto), los aterrorizaba y afligía en gran manera.

     Pero todos los deseos eran en vano, porque, no sé cómo, excepto por el poder y sabiduría de Shaddai, era preservado y seguía en medio de ellos. Además, su casa era tan fuerte como un castillo, y se encontraba bien situada en un punto fuerte de la ciudad; además, si en alguna ocasión alguno del populacho o de la canalla[24] intentaba acabar con él, podía abrir compuertas y echar tales inundaciones[25] que ahogaban a todos los que le rodeaban.

     Pero podemos dejar aquí al Sr. Archivero y pasar a milord Recia-Voluntad, otro de la nobleza de la célebre ciudad de Alma Humana. Este Recia-Voluntad era de muy elevada cuna en Alma Humana, y era un más grande terrateniente que cualquiera de los demás; además, si recuerdo bien, tenía algunos privilegios peculiarmente suyos en la célebre ciudad de Alma Humana. Y junto con todo esto, era un hombre de gran fuerza, resolución y valor, y en ningún momento nadie podía rechazarle. Pero, como digo, fuera porque estaba orgulloso de su finca, privilegios, fuerza o por lo que fuera (pero es seguro que era por orgullo de algo), no podía soportar ser un esclavo en Alma Humana; y por ello decidió tener un cargo bajo Diábolo, para poder ser (siendo él quien era) un rey vasallo y gobernador en Alma Humana. ¡Y era bien duro de cabeza! Así comenzó ya bien pronto; porque este hombre fue uno de los primeros, cuando Diábolo hizo su discurso ante la Puerta del Oído, en asentir a sus palabras, y en favor de aceptar su consejo como bueno, y que estuvo en favor de abrir la puerta, y de dejarlo entrar en la ciudad; por ello Diábolo le tenía predilección, y lo designó para un cargo. Y dándose cuenta del valor y de la terquedad de este hombre, quiso tenerlo como uno de sus grandes, para que tomara parte y acción en cuestiones de la mayor importancia.

     Así que envió a llamarlo, y habló con él de aquella cuestión que tenía en mente, pero no precisó de mucha persuasión en este caso.[26] Porque así como al principio estaba dispuesto a que Diábolo entrara en la ciudad, así ahora estaba igualmente dispuesto a servirle en ella. Así que cuando el tirano observó la buena disposición del milord para servirle, y que su mente se inclinaba a ello, le hizo en el acto capitán de la ciudadela, gobernador de la muralla y guarda de las puertas de Alma Humana;[27] había una cláusula en su nombramiento según la que nada se podría hacer sin él en toda la ciudad de Alma Humana. Así que ahora, ¡quién estaba sobre toda la ciudad de Alma Humana, segundo sólo tras el mismo Diábolo, sino el milord Recia-Voluntad! Y no se podía hacer nada a partir de ahora más que por su voluntad y agrado en toda la ciudad de Alma Humana.[28] También tenía como secretario suyo a un tal Sr. Mente, un hombre que hablaba en todos los respectos como su jefe; porque él y su jefe eran en principio uno, y en práctica no muy separados. Y ahora fue Alma Humana sometida, y llevada a cumplir los deseos de la voluntad y de la mente.[29]

4

     Pero no me sale de la mente el carácter desesperado de este Recia-Voluntad, y cuánto poder le fue puesto en sus manos. Primero negó llanamente que le debiera ninguna fidelidad o servicio a su anterior Amo y Señor. Hecho esto, hizo a continuación juramento de fidelidad a su gran amo Diábolo, y luego, habiendo sido designado y puesto en sus cargos, oficios, beneficios y sinecuras, ¡oh!, uno no puede imaginar, si no la ha visto, qué obra más peregrina hizo este hombre en la ciudad de Alma Humana.

     Primero, calumnió a muerte al Sr. Archivero; no podía soportar ni verlo ni oír las palabras de su boca;[30] cerraba los ojos cuando lo veía, y se tapaba los oídos cuando le oía hablar. Tampoco podía soportar que se viera en la ciudad ni un fragmento de la ley de Shaddai. Por ejemplo, su secretario, el Sr. Mente, tenía algunos pergaminos viejos, rotos y desgarrados de la ley de Shaddai en su casa, pero cuando Recia-Voluntad los vio, se los echó detrás de la espalda.[31] Cierto es que el Sr. Archivero tenía algunas de las leyes en su estudio, pero dicho milord no podía en absoluto echar mano a estos. También pensó y dijo para sus adentros que las ventanas del viejo Lord Alcalde tenían siempre demasiada luz para que le fuera bien a la ciudad de Alma Humana.[32] No podía soportar que tuviera la luz de una vela. Ahora nada le agradaba a Recia-Voluntad sino lo que le agradaba a su amo Diábolo.

     No había nadie como él para proclamar por las calles la naturaleza valiente, la conducta sabia y la gran gloria del rey Diábolo. Iba arriba y abajo por todas las calles de Alma Humana proclamando a su ilustre señor, y se rebajaba ante la gente del populacho,[33] para proclamar a su valiente príncipe. Y añado que siempre y adonde encontraba a estos vasallos, se hacía él como uno de ellos. Y en toda mala acción actuaba sin invitación, y hacía lo malo sin que se le mandara.

     El Lord Recia-Voluntad tenía también un lugarteniente subordinado a él, y su nombre era Sr. Afecto, que también se había corrompido mucho en sus principios, y ello se observaba en su vida. Estaba totalmente entregado a la carne, [34] y por ello le llamaban Vil-Afecto. Ahora bien, él y una tal Concupiscencia Carnal, hija del Sr. Mente (tal para cual) se enamoraron, se prometieron y se casaron;[35] y por lo que me dijeron tuvieron varios hijos, Impudicia, Boca-Sucia, y Odia-Reprensión. Estos tres eran negros. Además tuvieron tres hijas, Escarnece-Verdad y Olvido-de-Dios, y el nombre de la más joven era Venganza. Todas ellas se casaron en la ciudad, y también concibieron y tuvieron muchos hijos de muy mala calaña, y demasiados para poderlos mencionar aquí. Pero sigamos con el relato.

     Cuando el gigante se hubo así hecho fuerte en la ciudad de Alma Humana, y hubo depuesto y designado a quienes le pareció bien, se lanzó a la destrucción. Había en la plaza del mercado en Alma Humana, y también sobre las puertas de la ciudadela, una imagen del bendito Rey Shaddai. Esta imagen estaba grabada de una manera tan precisa (y estaba grabada en oro) que se parecía más al mismo Shaddai que ninguna otra cosa entonces existente en el mundo. Entonces pronunció la vil orden de que fuera destruida, lo que malvadamente hizo el Sr. No-Verdad. Conviene saber que cuando Diábolo mandó que la imagen de Shaddai fuera destruida por mano del Sr. No-Verdad, también mandó que él también pusiera en su lugar la horrenda y formidable imagen de Diábolo, para desprecio del anterior Rey y para envilecimiento de su ciudad de Alma Humana. Además, Diábolo destruyó todos los restos de las leyes y de los estatutos de Shaddai que se pudieron encontrar en la ciudad de Alma Humana, las que contenían las doctrinas morales, con todos los documentos civiles y naturales. También trató de extinguir la sobriedad. En resumen, no quedó nada de los restos de bien en Alma Humana que él y Recia-Voluntad no trataran de destruir, porque su designio era transformar Alma Humana en un ser bruto, y hacer de ella como la puerca sensual, por mano del Sr. No-Verdad.

     Cuando hubo destruido todas aquellas leyes y todas las buenas instrucciones que pudo, entonces dio orden, a fin de mejor llevar a cabo sus designios de enajenar a Alma Humana de su Rey Shaddai, de que establecieran sus propios vanos edictos, estatutos y mandamientos, en todos los lugares de encuentro o reunión en Alma Humana, mandamientos que daban libertad a la concupiscencia de la carne, a la concupiscencia de los ojos y a la soberbia de la vida, cosas que no son de Shaddai, sino del mundo.[36] Él alentó, propició e impulsó la lascivia y todo tipo de impiedad. Sí, y mucho más hizo Diábolo para alentar a la maldad en la ciudad de Alma Humana; les prometió paz, contentamiento, gozo, y gloria en el cumplimiento de sus mandamientos, y que nunca serían llamados a rendir cuentas por no hacer lo contrario. Y que esto sirva para dar un paladeo a aquellos que les encanta oír contar lo que se hace más allá de su conocimiento en países lejanos.

     Estando ahora Alma Humana totalmente a su disposición, enteramente sometida a su yugo, no se oía ni veía nada allí sino lo que tendía a glorificarle.

     Ahora, sin embargo, habiendo inutilizado al Lord Alcalde y al Sr. Archivero, deponiéndolos de sus cargos en Alma Humana, y viendo que aquella ciudad, antes que llegara a ella, era la más antigua corporación del mundo, y temiendo que si no mantenía su grandeza que llegarían ellos a objetar algún día que les había causado un perjuicio, por ello (para que pudieran ver que él no tenía la intención de aminorar la grandeza de ellos, ni quitarles ninguna ventaja) escogió para ellos un Lord Alcalde y un Archivero, unos que satisfacían su corazón, y que le complacían de una manera maravillosa.

     El nombre del Alcalde designado por Diábolo era Lord Concupiscencia, un hombre que no tenía ni ojos ni oídos. Todo lo que hacía, fuera como hombre o como funcionario, lo hacía de manera natural, como una bestia. Y aquello que le hacía aún más innoble, no para Alma Humana pero sí para los que observaban y se dolían por su ruina, era que nunca podía favorecer lo bueno, sino lo malo.

     El Archivero era uno cuyo nombre era Olvida-lo-Bueno, y era un tipo de lo más penoso. No podía recordar nada sino lo malo, y ello para hacerlo con deleite. Tenía una propensión natural a hacer cosas dañinas, incluso para la ciudad de Alma Humana y para sus moradores. Estos dos, por tanto, con su poder y práctica, ejemplos y sonrisas ante lo que era malo, hicieron mucho por enseñar y asentar al común de la gente en malos caminos. Porque ¿quién no se da cuenta de que cuando los que están en autoridad son viles y se corrompen, corrompen asimismo toda la región y el país en que se encuentran?

     Además de éstos, Diábolo estableció varios diputados y concejales en Alma Humana, de entre los que la ciudad, si era necesario, podía escogerse funcionarios, gobernadores y magistrados. Y estos son los nombres de los principales entre ellos: el Sr. Incredulidad, el Sr. Arrogancia, el Sr. Imprecaciones, el Sr. Fornicación, el Sr. Duro-Corazón, el Sr. Implacable, el Sr. Furia, el Sr. No-Verdad, el Sr. Mentira-Descarada, el Sr. Falsa-Paz, el Sr. Embriaguez, el Sr. Trampas, el Sr. Ateísmo —trece en total. El Sr. Incredulidad era el más anciano de la compañía, y el Sr. Ateísmo era el más joven.

     Hubo también una elección de consejeros municipales ordinarios y de otros como comisarios, alguaciles, policías y otros. Pero todos ellos eran como los anteriores, siendo bien padres, hermanos, primos o sobrinos de los mismos, y cuyos nombres omito para abreviar.

     Cuando el gigante hubo así progresado en su obra, emprendió la tarea de edificar algunos baluartes en la ciudad, y edificó tres que parecían inexpugnables. Al primero la llamó Fuerte Desafío, porque estaba hecho para dominar toda la ciudad, y para preservarla del conocimiento de su antiguo Rey. Al segundo lo llamó Fuerte Medianoche, porque estaba edificado con el propósito de impedir a Alma Humana el verdadero conocimiento de sí misma. Al tercero lo llamó Fuerte Dulce Pecado, porque con él fortificaba a Alma Humana contra los deseos de bien. El primero de estos baluartes se encontraba cerca de la Puerta del Ojo, para que por mucha luz que hubiere, quedase allí oscurecida; el segundo lo levantó muy cerca de la vieja ciudadela, a fin de poderla cegar más, si ello fuera posible; y el tercero estaba en la plaza del mercado.

     El que fue designado por Diábolo como comandante del primero de estos fuertes era un tal Odio-a-Dios, un miserable muy blasfemo: había llegado con toda la chusma de los que al principio acudieron contra Alma Humana, y él formaba parte de ellos. El que fue nombrado comandante del Fuerte Medianoche era un tal No-Amante-de-la-Luz; también era de los que acudieron al principio contra la ciudad. Y el que fue nombrado comandante del fuerte llamado Dulce Pecado era uno que se llamaba Ama-la-Carne: era un tipo muy lujurioso, pero no de aquel país adonde se dirigen los otros. Este tipo podía encontrar más placer cuando se dedicaba a las concupiscencias que en todo el paraíso de Dios.

     Y ahora Diábolo se consideró seguro. Había tomado Alma Humana y se había hecho fuerte en ella; había depuesto a los antiguos funcionarios, y había designado otros; había destruido la imagen de Shaddai, y había levantado la suya; había destrozado los antiguos libros de la ley y en su lugar había promovido sus vanas mentiras; había constituido nuevos magistrados y establecido nuevos concejales; había levantado nuevos baluartes y había puesto guarniciones en los mismos; y todo esto lo hizo para protegerse, en caso que el buen Shaddai, o su Hijo, hicieran una incursión contra él.

5

     Estaréis en lo cierto si pensáis que ya de manera muy rápida habría llegado al conocimiento del buen Rey Shaddai, de una u otra manera, cómo se había perdido su Alma Humana en el continente del Universo; y que el rebelde gigante Diábolo, que antes había sido uno de los siervos de su Majestad, se había apoderado de ella en rebelión contra el Rey. Sí, llegaron las nuevas de lo sucedido y fueron presentadas al Rey, y esto de una manera muy detallada:

     Al principio, cómo Diábolo cayó sobre Alma Humana (siendo como eran ellos gentes simples e inocentes) con astucia, sutileza, mentiras y engaño. Además, que había dado muerte a traición al muy noble y valiente capitán, su Capitán Resistencia, mientras se encontraba sobre la puerta con el resto de los ciudadanos. Además, acerca de cómo el valiente Lord Inocente había caído muerto (de dolor, dicen algunos, o envenenado por el pestilente aliento de un tal Mala-Pausa, como dicen otros) al oír cómo se hablaba mal de su justo Señor y príncipe natural, Shaddai, de boca de un diaboliano tan sucio como lo era aquel lacayo Mala-Pausa. El mensajero informó además que después que este Mala-Pausa hubo pronunciado un breve discurso a los ciudadanos en nombre de Diábolo su amo, la simple ciudad, creyendo que lo dicho era verdad, abrió unánime la Puerta del Oído, la principal puerta de la corporación, dándole paso, junto con su banda, para que tomara posesión de la célebre ciudad de Alma Humana. Explicó también cómo Diábolo había tratado al Lord Alcalde y al Sr. Archivero, echándolos de todo puesto de poder y confianza. Explicó también cómo Lord Recia-Voluntad se había vuelto un rebelde y renegado, y que así había sucedido con un tal Sr. Mente, su secretario, y cómo los dos iban calle arriba y abajo por toda la ciudad, enseñando sus maneras a los malvados. Dijo además que este Recia-Voluntad había sido puesto en gran autoridad, y en particular que Diábolo había puesto en manos de Recia-Voluntad todos los lugares fuertes de Alma Humana; y que el Sr. Afecto había sido nombrado lugarteniente de Lord Recia-Voluntad en sus asuntos más rebeldes. «Además», dijo el mensajero, «ese monstruo, Lord Recia-Voluntad, ha renegado abiertamente de su Rey Shaddai, y ha comprometido su fe y lealtad de la manera más horrible con Diábolo».

     «Añadido a todo esto», dijo el mensajero, «el nuevo rey, o más bien el rebelde tirano sobre la antes célebre pero ahora moribunda ciudad de Alma Humana, ha establecido un Lord Alcalde y un Archivero suyos. Como Alcalde ha nombrado a un tal Sr. Concupiscencia; y como Archivero, al Sr. Olvida-lo-Bueno: dos de los más viles moradores de la ciudad de Alma Humana». Este fiel mensajero prosiguió luego contando la clase de diputados que Diábolo había establecido; y también cómo había construido varios fuertes baluartes, torres y fortalezas en Alma Humana. Dijo también, que casi se me olvidaba, cómo Diábolo había puesto la ciudad de Alma Humana sobre las armas, para mejor capacitarlos en su favor, para que se resistieran contra Shaddai su Rey, por si venía a reducirlos a su anterior obediencia.

     Ahora bien, este mensajero no hizo su relato de los sucesos en privado, sino ante toda la corte, estando presentes el Rey y su Hijo, los grandes, principales capitanes y nobles. Pero cuando hubo terminado de contar toda la historia, uno se habría asombrado de ver qué tristeza y dolor y compunción de espíritu se daba entre todas las clases, al pensar en la toma de la célebre Alma Humana: sólo que el Rey y su Hijo habían previsto esto mucho antes, sí, y habían hecho provisión suficiente para la liberación de Alma Humana, aunque no se lo habían dicho a todos. Pero por cuanto querían tener su parte en el duelo por aquella gran desgracia, también ellos lloraron la pérdida de Alma Humana. El Rey dijo claramente que le dolía en el corazón,[37] y podemos estar seguros de que su Hijo no le iba en nada a la zaga. Así mostraron a todos la realidad de su amor y compasión por la famosa ciudad de Alma Humana. Bien, pues cuando el Rey y su Hijo se retiraron a la cámara privada, allí volvieron a consultar acerca de lo que habían dispuesto antes, esto es, que como se permitiría que a su tiempo Alma Humana se perdiera, así de ciertamente que debería ser otra vez recuperada;[38] y recuperada, digo, de tal manera que tanto el Rey como su Hijo lograrían fama y gloria eterna con ello. Por esto, después de esta consulta, el Hijo de Shaddai[39] (una Persona gentil y atrayente, y que siempre mostraba gran afecto hacia los que estaban afligidos, pero con una enemistad mortal en su corazón contra Diábolo, porque para ello había sido designado, y porque había buscado usurpar su corona y dignidad)[40]—este Hijo de Shaddai, decía yo, habiéndole dado la mano a su Padre comprometiéndose a ser su siervo para recuperar de nuevo su Alma Humana, se mantuvo en su resolución, sin arrepentirse de ella. El tenor de este acuerdo era que en un cierto tiempo, que ellos habían prefijado, el Hijo del Rey emprendería un viaje al país del Universo, y allí, de una manera justa y equitativa, dando satisfacción por las insensateces de Alma Humana, establecería un fundamento de liberación perfecta de Diábolo y de su tiranía.

     Además, Emanuel resolvió emprender, en un momento conveniente, una guerra contra el gigante Diábolo, incluso mientras estaba en posesión de la ciudad de Alma Humana, y que con la fuerza de su mano[41] lo expulsaría de su reducto, de su nido, y la tomaría para que fuera su morada.

     Habiendo tomado esta resolución, se dieron instrucciones al Lord Principal Secretario para que tomara registro[42] de lo que estaba determinado, y que lo hiciera publicar en todos los rincones del reino del Universo. De lo que se puede dar aquí un breve resumen, como sigue:

     «Sepan todos los interesados que el Hijo de Shaddai, el gran Rey, está dedicado por pacto a su Padre a devolver a su Alma Humana de nuevo a sí mismo; sí, y a poner a Alma Humana, también, por medio del poder de su incomparable amor, en una condición mucho mejor y más dichosa que la que tenía antes de ser tomada por Diábolo».

     Así, estos papeles fueron publicados en varios lugares, para no poca molestia del tirano Diábolo: «Porque ahora», pensó él, «seré turbado, y me será quitada mi morada».

     Pero cuando este asunto, me refiero a este propósito del Rey y de su Hijo, fue aireado por primera vez en la corte, ¡quién puede contar lo que sintieron ante esto los grandes, los principales capitanes y los nobles príncipes![43] Primero lo susurraron unos a otros, y después comenzó a resonar por todo el palacio del Rey, maravillados todos ante el glorioso designio que se había formado entre el Rey y su Hijo en favor de la mísera ciudad de Alma Humana. Sí, y los cortesanos, por poco que pudieran hacer algo por el Rey o el reino, mezclaban, con los actos llevados a cabo, un son del amor que el Rey y su Hijo tenían por la ciudad de Alma Humana. Y no podían estos grandes, principales capitanes y príncipes contentarse con limitar estas nuevas al interior de la corte; sí, antes que hubieran finalizado de escribirse los registros, ellos mismos descendieron y lo proclamaron en el Universo.

6

     Como ya he dicho, todo estas cosas llegaron finalmente a oídos de Diábolo, con no poco disgusto de su parte; porque tenéis que pensar que tendría que dejarle aturdido oír de tal designio en su contra. Bien, pues después de darle unas cuantas vueltas en la cabeza, llegó a las siguientes cuatro conclusiones:

     Primero: Que estas nuevas, estas buenas nuevas, sean (si es posible) mantenidas lejos de los oídos de la ciudad de Alma Humana; «porque», dijo él, «si se llegan a enterar de que Shaddai, su anterior Rey, y Emanuel su Hijo, están buscando el bien de la ciudad de Alma Humana, ¿qué puedo esperar sino que Alma Humana haga una revuelta contra mi poder y gobierno, y vuelva a someterse a él?»

     Ahora bien, para llevar a cabo este designio, comienza a renovar su adulación de milord Recia-Voluntad, y también le da una estricta consigna y orden de que mantenga la vigilancia de día y de noche sobre todas las puertas de la ciudad, en particular sobre la Puerta del Oído y la Puerta del Ojo: «Porque he oído de un designio», dijo, «un designio para hacer traidores de todos nosotros, y que Alma Humana sea reducida a su primera servidumbre. Espero que sean sólo rumores sin fundamento», prosiguió, «pero que no entren nuevas de ninguna manera dentro de Alma Humana, no sea que la gente se descorazone al oírlas. Creo, milord, que no pueden ser buenas noticias para vos;[44] y desde luego no lo son para mí; y creo que en este momento seremos prudentes y cuidadosos cortando de raíz tales rumores que tiendan a agitar a nuestro pueblo. Por ello deseo, milord, que haga en cuanto a esto como le digo. Que se pongan guardias reforzadas a diario en cada puerta de la ciudad. Que se detenga e interrogue a todos los que vengan que percibáis que vienen de lejos a comerciar, y que no sean en absoluto admitidos en Alma Humana, excepto si se constata con claridad que son favorecedores de nuestro excelente gobierno. Mando además», continuó Diábolo, «que haya espías continuamente recorriendo las calles de la ciudad de Alma Humana, y que tengan poder para suprimir y destruir a todos aquellos[45] que perciban como tramando en contra de nosotros, o que difundan lo que han decidido Shaddai y Emanuel».

     Y así se hizo; Lord Recia-Voluntad atendió a su señor y amo, y salió decidido a poner en vigor la orden, y con toda la diligencia que pudo impidió que nadie saliese de la ciudad, o que entraran en ella los que querían traer estas nuevas a Alma Humana.

     En segundo lugar, una vez esto hubo quedado establecido, Diábolo, con la intención de hacer Alma Humana tan segura como pudiera, redactó e impuso un nuevo juramento y terrible pacto a los ciudadanos: Que jamás deberían desertar de él ni de su gobierno, ni traicionarle, ni tratar de alterar sus leyes, sino que admitirían, confesarían, se mantendrían y le reconocerían como su rey de derecho, en desafío a cualquiera que reclamare o pudiere reclamar, con cualquier pretensión, ley o derecho que fuere, la ciudad de Alma Humana; quizá pensando que Shaddai no tendría poder para absolverlos de este pacto con la muerte y convenio con el infierno.[46] Y la insensata Alma Humana no sintió escrúpulo alguno ni vacilación ante este compromiso tan monstruoso, sino que, como si hubiera sido una sardina en la boca de una ballena, se lo tragaron todo sin siquiera masticar. ¿Sentían acaso ninguna inquietud? No, sino que más bien se jactaban y enorgullecían de su valiente fidelidad al tirano, su pretendido rey, jurando que nunca cambiarían, ni abandonarían a su viejo señor por uno nuevo. Así Diábolo amarró firmemente a Alma Humana.

     Tercero: Pero los celos, que nunca consideran nada suficiente, lo condujeron a continuación a otra empresa, la de llevar a esta ciudad de Alma Humana a una corrupción aún mayor. Por ello hizo que un tal Sr. Suciedad pusiera por escrito una odiosa, maliciosa y lasciva obra, que debía ser puesta sobre las puertas de la ciudadela,[47] por la que daba y concedía licencia a todos sus verdaderos y fieles hijos en Alma Humana para hacer todo aquello a que fuesen impulsados por sus concupiscencias y apetitos carnales; y que nadie debía estorbarles, impedirles o controlarles, bajo pena de incurrir en el desagrado de su príncipe.

     Ahora bien, esto lo hizo por dos razones:

     1. Para que la ciudad de Alma Humana fuera debilitada más y más, y por ello más incapaz, si le llegaran nuevas de que estaba dispuesta su redención, de poder creer, esperar o asentir a la verdad de ello; porque la razón dice: Cuanto más grande el pecador, tantas menos esperanzas hay de misericordia.

     2. La segunda razón era que quizá Emanuel, el Hijo de Shaddai su Rey, al ver las horribles y profanas acciones de la ciudad de Alma Humana, pudiera cambiar de parecer, aunque había hecho un pacto de redimirlos, y no llevarlo a cabo. Porque sabía que Shaddai era santo, y que su Hijo Emanuel era santo; sí, lo sabía por terrible experiencia, porque había sido por su iniquidad que había sido expulsado de los más sublimes orbes. Entonces, ¿qué cosa más racional sería para él que concluir que de así mismo le sucedería a Alma Humana debido al pecado? Pero temiendo que también este eslabón se partiera, planeó además otra cosa:

     Cuarto. Tratar de atemorizar a todos los corazones de la ciudad de Alma Humana, haciéndoles creer que Shaddai estaba reuniendo un ejército para venir a derribar y destruir totalmente esta ciudad de Alma Humana. Y esto lo hizo para neutralizar cualquier noticia que pudiera llegar a sus oídos acerca de su liberación. «Porque si primero divulgo esto», pensó él, «las nuevas que vengan después quedarán tragadas por esto; porque, ¿qué dirá Alma Humana, cuando oigan que tienen que ser libertados, pero que el verdadero significado es que Shaddai tiene la intención de destruirlos? Por ello convoca a toda la ciudad en la plaza del mercado,[48] y allí, con una engañosa lengua, se dirige de esta manera a ellos:

     «Caballeros, y mis muy buenos amigos, todos vosotros sois, como sabéis, mis súbditos legítimos, y hombres de la célebre ciudad de Alma Humana. Sabéis como me he comportado con vosotros, desde el primer día que he estado aquí entre vosotros, y cuánta libertad y grandes privilegios habéis gozado bajo mi gobierno, espero que para vuestro honor y el mío, y también para vuestro contento y deleite. Ahora bien, mi célebre Alma Humana: se oye acercarse un son de turbación, de turbación para la ciudad de Alma Humana; y me siento dolorido por vuestra causa: porque he recibido ahora un correo de milord Lucifer (y él suele dar una buena inteligencia) diciendo que vuestro antiguo Rey Shaddai está reuniendo un ejército contra vosotros, para destruiros raíz y rama; y ésta es, oh Alma Humana, la causa de que os haya convocado ahora, para aconsejaros lo que es mejor hacer en este caso. Por mi parte, yo soy solamente uno, y puedo fácilmente cuidarme a mí mismo, si sólo quisiera buscar mi propia comodidad, dejando a mi Alma Humana sola ante el peligro; pero mi corazón está tan firmemente unido a vosotros, y tan poco dispuesto estoy a dejaros, que estoy dispuesto a mantenerme o a caer con vosotros, arrostrando todo el peligro que pueda presentarse. ¿Qué dices tú, oh mi Alma Humana? ¿Abandonarás ahora a tu viejo amigo, o piensas mantenerte fiel a mí?»

     Entonces, como un hombre, con una sola voz, clamaron unánimes: ««Muera el que no quiera!» Entonces dijo Diábolo otra vez: «Será en vano esperar cuartel, porque este Rey no sabe cómo darlo.[49] Cierto, quizá la primera vez que se presente delante de nosotros hablará pretendiendo mostrar misericordia, para poder volver a apoderarse de Alma Humana con tanta mayor facilidad y menos problemas. Así que, diga lo que diga, no creáis ni una sílaba ni una tilde, porque este lenguaje es sólo para vencernos, y para hacer de nosotros, mientras nos revolcamos en nuestra sangre, los trofeos de su implacable victoria. Pienso yo que debemos resolver resistir hasta el último hombre, y no creerle bajo ninguna condición, porque por la puerta entrará nuestro peligro. Pero, ¿aceptaremos la adulación a costa de nuestras vidas? Espero que sepáis más de los rudimentos de la política que dejar que se os trate de una manera tan miserable.

     «Pero supongamos que él perdone las vidas de algunos de nosotros, si consigue que nos rindamos, o las vidas de algunos de los que son la gente pobre en Alma Humana, ¿de qué os servirá a los que sois jefes de la ciudad, especialmente vosotros a los que yo os he designado, y cuya grandeza os ha venido por vuestra fidelidad a mí? Y volvamos a suponer, y digamos que os diera cuartel a cada uno de vosotros: lo cierto es que os llevará a aquella servidumbre bajo la que estabais antes esclavizados,[50] o a otra peor, y entonces, ¿para qué querréis vivir? ¿Viviréis con él en placeres como ahora? No, no, sino que estaréis atados por leyes que os estrecharán, y se os hará hacer lo que ahora os es aborrecible. Yo estoy por vosotros, si vosotros estáis por mí; y es mejor morir como valientes que vivir como míseros esclavos.[51] Pero, digo yo, la vida de un esclavo será contada como una vida demasiado buena para Alma Humana ahora. Nada sino sangre, sangre, sangre se oye en cada toque de la trompeta de Shaddai ahora contra la pobre Alma Humana. Os advierto, prestad atención, porque oigo que viene. ¡Arriba, y a las armas!, para que ahora, mientras tenéis algo de tiempo, aprendáis algunas tácticas de guerra. Tengo armaduras para vosotros, y son de fabricación mía; y son suficientes para Alma Humana de la cabeza a los pies; y no podéis recibir daño de parte de su poder si os las mantenéis bien ceñidas y atadas. Venid pues a mi ciudadela, y seréis bien acogidos, y recibiréis equipo para la guerra. Hay yelmo, y coraza, espada y escudo, y otras muchas cosas que os ayudarán a luchar como hombres.

     «1. Mi yelmo, también llamado casco, es la esperanza de que al final todo irá bien, viváis como viváis. Esto es lo que dijeron aquellos, que tendrían paz, aunque caminaran en la maldad de sus corazones, añadiendo embriaguez a la sed.[52] Es ésta una pieza de armadura homologada, y todo el que la lleve y pueda mantenerla en su sitio, no será herido por ninguna flecha, dardo, espada o escudo. Así, mantén esto bien puesto, y podrás ahorrarte muchos golpes, mi Alma Humana.

     «2. Mi coraza es una coraza de hierro.[53] La forjé en mi propio país, y todos mis soldados van cubiertos por ella. Hablando claro, se trata de un corazón duro, un corazón tan duro como el hierro, y tan poco susceptible a los sentimientos como una piedra; así que si la tenéis y la mantenéis firme, ni la misericordia os ganará ni el juicio os atemorizará. Ésta es por tanto la pieza de la armadura más necesaria que debéis poneros todos los que aborrecéis a Shaddai y que queréis luchar contra él bajo mi bandera.

     «3. Mi espada es una lengua puesta en el fuego del infierno,[54] y que puede prestarse a hablar mal de Shaddai, de su Hijo, de sus caminos y de su gente. Usadla; ha sido probada mil y una veces. El que la tenga, la guarda y la emplea tal como yo quisiera, nunca podrá ser vencido por mi enemigo.

     «4. Mi escudo es la incredulidad, o poner en duda la veracidad de la palabra, o todos los dichos que hablan del juicio que Shaddai ha señalado para los malvados. Emplea este escudo; son muchos los intentos que se han hecho contra él, y a veces, es cierto, ha sido quebrado; pero los que han escrito acerca de las guerras de Emanuel contra mis siervos han testificado que no pudo hacer muchas grandes obras allí a causa de su incredulidad. Ahora bien, el manejo diestro de esta arma mía es no creer cosas porque sean ciertas, sean de la clase que sean o las diga quien las diga. Si habla de juicio, no te preocupes; si habla de misericordia, no te cuides de ella; si promete, si jura que no le hará daño alguno a Alma Humana si se vuelve, sino el bien, no te cuides de lo que se diga, pon en duda la verdad de todo, porque esto es manejar bien el escudo de la incredulidad, y tal como mis siervos debieran hacerlo y hacen; y el que así no lo hace no me ama, y no lo considero más que como enemigo mío.

     «5. Otra parte o pieza», continuó diciendo Diábolo, «de mi excelente armadura, es un espíritu embotado y carente de oración, un espíritu que menosprecia clamar pidiendo misericordia. Así que, mi Alma Humana, asegúrate de que la empleas. ¡Qué! ¿Pedir cuartel? Nunca lo hagas si quieres ser mía. Sé que sois hombres valerosos, y estoy seguro de que os he revestido de lo que es una armadura a toda prueba. Por ello, que esté lejos de vosotros clamar a Shaddai pidiendo misericordia. Además de todo esto, tengo mazas, dardos encendidos, flechas y muerte, todas ellas buenas armas de mano, plenamente eficaces». Después de haber así dotado a sus hombres de armaduras y armas, se dirigió a ellos con estas palabras: «Recordad que yo soy vuestro legítimo rey, y que habéis hecho juramento y concertado pacto de ser fieles a mi persona y a mi causa: Recordad esto, pues, y mostraos firmes y valientes hombres de Alma Humana. Recordad también la bondad que siempre os he mostrado, y que sin vosotros pedírmelo os he concedido cosas externas; por lo cual, los privilegios, concesiones, inmunidades, beneficios y honores que os he conferido demandan de vuestra parte una correspondencia en lealtad, mis leones valientes de Alma Humana: ¿Y qué mejor momento para mostrarla que cuando otro busque arrebatarme el dominio que tengo sobre vosotros? Una palabra más, y habré terminado. Si podemos resistir y vencer el primer choque o embate, no tengo dudas de que en poco tiempo todo el mundo será nuestro; y cuando ello así sea, mis fieles corazones, haré de vosotros reyes, príncipes y capitanes: ¡y qué días más maravillosos tendréis entonces!»

     Habiendo así Diábolo armado y prevenido a sus siervos y vasallos en Alma Humana contra su buen y legítimo Rey Shaddai, a continuación procedió a reforzar sus guardias en las puertas de la ciudad, y se instaló en la ciudadela, que era su fortaleza. Sus vasallos también, para mostrar su disposición, y su supuesto (pero innoble) valor, se ejercitan en sus armas cada día, y se enseñan unos a otros las técnicas guerreras; también retaban a sus enemigos, y cantaban las alabanzas de su tirano; también amenazaban jactándose de cómo se iban a portar como hombres, si alguna vez llegaban las cosas a terminar en una guerra entre Shaddai y el rey de ellos.

7

     Durante todo este tiempo, el buen Rey, el Rey Shaddai, estaba preparando en envío de un ejército para recuperar la ciudad de Alma Humana, rescatándola de la tiranía de su pretendido rey Diábolo; pero consideró bueno al principio no enviarlo bajo el mando del valiente Emanuel, su Hijo, sino al mando de algunos de sus siervos, para probar primero por ellos cuál era la disposición de Alma Humana, y si por medio de ellos podrían ser devueltos a la obediencia de su Rey. El ejército consistía en más de cuarenta mil, todos hombres fieles, porque procedían de la misma corte del rey, y eran escogidos por él mismo.[55]

     Estos llegaron a Alma Humana conducidos por cuatro vigorosos generales, cada uno de ellos al mando de diez mil hombres. Estos son sus nombres y sus estandartes. El nombre del primero era Boanerges, el nombre del segundo era Capitán Convicción, el nombre del tercero era Capitán Juicio, y el nombre del cuarto era Capitán Ejecución. Estos eran los capitanes que Shaddai envió para reconquistar Alma Humana.

     Estos cuatro capitanes, como queda dicho, son los que el Rey decidió enviar a Alma Humana en primer lugar, para emprender un asalto sobre ella; porque lo cierto era que en general en todas sus guerras solía enviar a estos cuatro capitanes como vanguardia, porque eran hombres muy fornidos y rudos, buenos para romper el hielo y para abrirse paso a golpes de espada, y sus hombres eran también como ellos.[56]

     A cada uno de estos capitanes dio el Rey una bandera para exhibir, por la bondad de su causa, y por el derecho que tenía sobre Alma Humana.

     Primero, se le dieron al Capitán Boanerges, porque él era el principal, diez mil hombres. Su abanderado era el Sr. Trueno; portaba los colores negros, y su blasón era tres rayos ardientes.[57]

     El segundo capitán era el Capitán Convicción. También a él se le confiaron diez mil hombres. El nombre de su abanderado era el Sr. Tristeza; portaba los colores pálidos, y su blasón era el libro de la ley abierto de par en par de donde salía una llama de fuego.[58]

     El tercer capitán era el Capitán Juicio; se le confiaron diez mil hombres. El nombre de su abanderado era el Sr. Terror; portaba los colores rojos, y su blasón era un horno de fuego ardiendo.[59] El cuarto capitán era el Capitán Ejecución; a él se le confiaron diez mil hombres. Su abanderado era el Sr. Justicia; también llevaba los colores rojos, y su blasón era un árbol sin fruto con un hacha puesta en su raíz.[60]

     Estos cuatro capitanes, como he dicho, tenían cada uno de ellos bajo su mando a diez mil hombres, todos ellos de fidelidad probada al Rey, y de gran fuerza en sus acciones militares.

     Entonces los capitanes y sus fuerzas, sus hombres y oficiales, fueron convocados un día por Shaddai en el campo, y allí se les pasó lista a todos, uno por uno, entregándoseles el equipo que correspondía con su grado y con el servicio que iban ahora a desempeñar para su Rey.

     Una vez el Rey hubo pasado revista a sus fuerzas (porque es él quien pasa revista a las fuerzas que van a la batalla), dio a los capitanes sus comisiones, con cargo y mando delante de todos los soldados, para que tuvieran atención en desempeñarlas y ejecutarlas con exactitud. Sus comisiones eran en sustancia las mismas en forma, aunque podía haber, en cuanto al nombre, título, lugar y grado de los capitanes, una variación muy pequeña. Y aquí se me permitirá dar una relación de las cuestiones y materia contenida en su comisión.

Una Comisión del gran Shaddai, Rey de Alma Humana, a su fiel y noble Capitán, el Capitán Boanerges, para hacer Guerra contra la ciudad de Alma Humana.

     «Oh Boanerges, uno de mis fuertes y atronadores capitanes sobre diez mil de mis valientes y fieles siervos, ve tú en mi nombre,[61] con esta tu fuerza, a la mísera ciudad de Alma Humana; y cuando llegues allí, ofréceles primero condiciones de paz; y mándales que se vuelvan a mí, su legítimo Príncipe y Señor, echando de sí el yugo y la tiranía del malvado Diábolo. Mándales también que se limpien de todo lo que es de él en la ciudad de Alma Humana, y sé diligente en obtener plena satisfacción de la verdad de su obediencia. Así, cuando se lo hayas mandado (si en verdad se someten a ello), entonces haz todo lo que esté en tu mano para poner una guarnición mía en la célebre ciudad de Alma Humana; y no hagas daño a ninguno de los nativos que se mueve o respira allí, si se someten a mí, sino trátalos como si de tu amigo o hermano se tratara; porque a los tales amo, y me serán queridos, y les dirás que me tomaré un tiempo en acudir a ellos y a hacerles saber que soy misericordioso.[62]

     »Pero, si a pesar de tus llamamientos y de la exhibición de tus poderes, se resisten, se enfrentan a ti, y se rebelan, entonces te mando que emplees toda tu inteligencia, poder, energía y medios para someterlos por la fuerza. Pásalo bien.»

     Así vemos la suma de sus comisiones; porque, como ya he dicho antes, por lo que respecta a su tenor, las del resto de nobles capitanes eran las mismas.

     Así, habiendo recibido cada comandante su autoridad de parte de su Rey, señalado el día, y prefijado el lugar de reunión, cada comandante apareció con toda la gallardía que convenía a su causa y llamamiento. Y así, después de un nuevo encuentro con Shaddai, procedieron a marchar hacia la célebre ciudad de Alma Humana con todos sus estandartes flotando al viento. El Capitán Boanerges marchaba a la vanguardia, el Capitán Convicción y el Capitán Juicio formaban el cuerpo principal del ejército, y el Capitán Ejecución cerraba la retaguardia. Siendo que tenían mucho camino que andar (porque la ciudad de Alma Humana se hallaba muy lejos de la corte de Shaddai),[63] marcharon por las regiones y países de muchos pueblos, no dañando ni abusando a nadie, sino bendiciendo allí donde iban. También vivieron a cargo del Rey allí donde iban.

8

     Habiendo así viajado durante muchos días, al final llegaron a la vista de Alma Humana, y, al verla, los capitanes no pudieron por menos que lamentar durante un tiempo la condición de la ciudad; porque enseguida pudieron darse cuenta de cómo estaba postrada a la voluntad de Diábolo, y a sus caminos y designios.

     Bien, para abreviar, los capitanes subieron ante la ciudad, se dirigieron a la Puerta del Oído, y se asientan ante ella (porque éste era el lugar de audiencia). Y cuando hubieron plantado sus tiendas y se hubieron atrincherado, se dedicaron a emprender su asalto.

     La gente de la ciudad, al principio, al ver una compañía tan bizarra, tan estupendamente ataviada y tan excelentemente disciplinada,[64] con sus resplandecientes armaduras y exhibiendo sus estandartes al viento, no pudieron por más que salir de sus casas para contemplar el espectáculo. Pero el astuto zorro de Diábolo, temiendo que la gente, al ver esto, se lanzara a abrir las puertas a los capitanes al ser llamados de repente a hacerlo, descendió a toda prisa de la ciudadela e hizo que se retiraran al interior de la ciudad, y cuando los tuvo allí, les pronunció este engañoso y mentiroso discurso:

     «Caballeros,» dijo él: «aunque sois mis fieles y amados amigos,[65] no puedo dejar de reprenderos por vuestra reciente e indiscreta acción, al salir a contemplar aquella gran y poderosa fuerza que justo ayer se asentó delante, y que ahora se ha atrincherado a fin de imponer un asedio contra la célebre ciudad de Alma Humana. ¿Sabéis quiénes son, de dónde vienen, y cuál es su propósito al asentarse en torno a la ciudad de Alma Humana? Son aquellos de los que hace tiempo os he contado, que vendrían a destruir esta ciudad,[66] y en contra de los cuales yo me he esforzado en armaros con una armadura completa para vuestro cuerpo, además de grandes fortificaciones para vuestra mente. ¿Por qué, pues, al verlos, ya en el primer momento, no disteis la voz de alarma a toda la ciudad acerca de ellos, para que todos hubiéramos podido adoptar una actitud defensiva y estar listos para recibirlos con los mayores actos de desafío? Entonces os habríais mostrado como hombres de mi agrado, mientras que, de la manera en que habéis actuado, me habéis hecho medio temer—y digo, medio temer—[67] que cuando ellos y nosotros entablemos combate, resultará que carecéis de valor para resistir. ¿Para qué he mandado una guardia, y que dobléis la vigilancia ante las puertas? ¿Para qué he tratado de haceros tan duros como el hierro, y hacer de vuestros corazones como la piedra base de un molino? ¿Acaso pensáis que fue para que os mostraseis como mujeres y salierais como unos inocentones a contemplar a vuestros mortales enemigos?[68] ¡Qué desgracia! ¡Adoptad una actitud defensiva, tocad el tambor, reuníos en son de guerra, para que nuestros enemigos se enteren, antes de emprender el asalto a esta ciudad, que hay hombres valientes en Alma Humana!

     »Dejaré ahora los regaños, y no os reprenderé más; pero os mando que de ahora en adelante no vea yo tales acciones. Que desde ahora ninguno de vosotros ni tan solo muestre la cabeza por encima de la muralla de la ciudad de Alma Humana, sin que haya recibido primero permiso para ello de mi parte. Ya me habéis oído; haced lo que os he mandado, y así lograréis que yo pueda habitar con vosotros con seguridad, y que yo también me encargue, como si de mí mismo se tratara, de vuestra seguridad y honor. Pasadlo bien».

     Ahora los ciudadanos quedaron extrañamente alterados; eran como hombres azotados por un terror incontrolable; se lanzaron arriba y abajo por las calles de Alma Humana, clamando: «¡Socorro, socorro!, los que trastornan el mundo entero también han llegado aquí».[69] Y nadie pudo después quedarse en paz, sino que, como hombres enajenados, clamaban: «Han llegado los destructores de nuestra paz y de nuestro pueblo». Esto le cayó bien a Diábolo: «Ah,» se dijo para sus adentros, «eso me gusta; ahora van las cosas como quiero; ahora mostráis obediencia a vuestro príncipe. Manteneos así, y ya veremos si pueden tomar la ciudad».

     Bien, pues antes que las fuerzas del Rey hubieran estado frente a Alma Humana tres días, el Capitán Boanerges ordenó a su corneta que se dirigiera a la Puerta del Oído, y que allí, en nombre del gran Shaddai, emplazara a Alma Humana a oír el mensaje que él, en nombre de su Señor, estaba encargado de transmitir. Entonces, el corneta, que se llamaba Prestad-atención-a-lo-que-oís, se dirigió como le había sido ordenado a la Puerta del Oído; pero nadie apareció para dar respuesta ni prestar atención,[70] porque así lo había mandado Diábolo. Así que el corneta volvió a su capitán, diciéndole lo que había hecho, y también el resultado de su misión, a lo que el capitán se dolió, pero mandó al corneta que volviera a su tienda.

     Otra vez el Capitán Boanerges envía su corneta a la Puerta del Oído, para llamar como antes a que se le oiga; pero otra vez se mantuvieron cerrados, sin salir, ni le querían dar respuesta; así de obedientes se mostraban al mandamiento de su rey Diábolo.

     Luego los capitanes y otros oficiales de campo convocaron un consejo de guerra, para considerar qué más se debía hacer para ganar la ciudad de Alma Humana; y después de un detallado y prolijo debate acerca del contenido de sus comisiones, llegaron a la conclusión de, por medio del mencionado corneta, emplazar de nuevo a la ciudad a que oyera; pero si vuelven a rehusar, dijeron, y la ciudad se mantiene rebelde, entonces, decidieron ellos y así le ordenaron al corneta que lo anunciara a los moradores de la ciudad, emprenderían, por todos los medios a su alcance,[71] a obligarlos por la fuerza a prestar obediencia a su Rey.

     Así, el Capitán Boanerges mandó a su corneta que se dirigiera de nuevo a la Puerta del Oído, y que en nombre del gran Rey Shaddai hiciera un sonoro llamamiento, emplazando a que se acudiera sin tardanza a la Puerta del Oído, para allí dar audiencia a los muy nobles capitanes del Rey. Así marchó el corneta e hizo como se le había ordenado. Se acercó a la Puerta del Oído, y tocó su corneta, e hizo un tercer llamamiento a Alma Humana. Dijo, además, que si seguían rehusando oír,[72] los capitanes de su príncipe vendrían contra ellos con todas sus fuerzas, y emprenderían reducirlos a la obediencia por la fuerza. Entonces se levantó Lord Recia-Voluntad, que era el gobernador de la ciudad  y guarda de las puertas de Alma Humana (este Recia-Voluntad era aquel apóstata de quien ya se ha hecho mención con anterioridad). Luego, con palabras ampulosas y llenas de irritación, exigió del corneta saber quién era, de dónde venía, y cuál era la causa de que hiciera un ruido tan espantoso ante la puerta, diciendo cosas tan insufribles contra la ciudad de Alma Humana.

     El corneta respondió: «Soy siervo del muy noble capitán, el Capitán Boanerges, general de las fuerzas del gran Rey Shaddai, contra quien tanto tú como toda la ciudad de Alma Humana os habéis rebelado y habéis levantado vuestro talón; y mi señor, el capitán, tiene un mensaje especial para esta ciudad, y para ti como miembro de ella, mensaje que si los de Alma Humana queréis escuchar pacíficamente, sea; y si no, tendréis que pechar con lo que venga».

     Entonces dijo Lord Recia-Voluntad: «Transmitiré tus palabras a mi señor, y sabré qué decirte de su parte».

     Pero el corneta replicó con viveza, diciendo: «Nuestro mensaje no se dirige al gigante Diábolo, sino a la miserable ciudad de Alma Humana; y no nos cuidaremos de cuál sea la respuesta que él dé, ni la que nadie dé de su parte. Somos enviados a esta ciudad para rescatarla de su cruel tiranía, y para persuadirla a que se someta, como lo hacía en otros tiempos, al excelentísimo Rey Shaddai».

     Luego dijo Lord Recia-Voluntad: «Pasaré vuestro recado a la ciudad».

     El corneta contestó entonces: «Señor, no nos engañéis, no sea que al así hacerlo os engañéis mucho más a vos mismo». Y prosiguió: «Porque estamos resueltos, si no os sometéis de una manera pacífica, a haceros la guerra y a someteros por la fuerza. Y de la verdad de lo que os digo, esto os será por señal: veréis la bandera negra, con sus rayos calientes y ardientes, izada mañana sobre el monte, como prenda de desafío contra vuestro príncipe, y de nuestra resolución de reduciros a la obediencia a vuestro Señor y legítimo Rey».

     Entonces el mencionado Lord Recia-Voluntad descendió de la muralla, y el corneta se volvió al campamento. Cuando hubo llegado, los capitanes y oficiales del poderoso Rey Shaddai se reunieron con él para saber si había conseguido ser oído, y cuál era el resultado de su misión. Y así habló el corneta, diciendo: «Cuando hice sonar mi corneta y hube llamado fuerte a la ciudad para ser oído, milord Recia-Voluntad, gobernador de la ciudad y encargado de las puertas, subió a las murallas al oír el toque, y, mirando desde allí, me preguntó quién era, de dónde venía, y cuál era la razón de que hiciera aquel estrépito. De modo que le di mi mensaje, manifestándole de qué autoridad procedía. “Entonces”, dijo él, “lo transmitiré al gobernador y a Alma Humana”, y yo me volví a mis señores».

     Entonces dijo el valiente Boanerges: «Sigamos por un tiempo quietos en nuestras trincheras, y esperemos a ver qué harán estos rebeldes».[73]

9

     Cuando se acercó el momento en que Alma Humana debía dar audiencia al valiente Boanerges y a sus compañeros, se dio orden de que todos los hombres de guerra de todo el campamento de Shaddai estuvieran como un hombre sobre las armas, y que estuvieran dispuestos, si la ciudad de Alma Humana oía, a recibirla de inmediato a la misericordia; pero si no, a someterla por la fuerza. Habiendo llegado el día, los cornetas tocaron por todo el campamento la orden de que los guerreros debían disponerse a la orden del día que se diera. Pero cuando los que estaban en Alma Humana oyeron el son de las cornetas por el campamento de Shaddai, y solo pensando que debía ser con el fin de asaltar la ciudad, al principio se sintieron consternados, pero después de serenarse un poco, hicieron también los preparativos que pudieron para una guerra, si se les asaltaba; en todo caso, prestos para defenderse.

     Bien, al llegar el momento señalado, Boanerges se adelantó decidido a oír que respuesta recibía; por ello, envió de nuevo a su corneta a emplazar a Alma Humana a oír el mensaje que ellos habían traído de parte de Shaddai.[74] De modo que se acercó e hizo sonar la corneta, y los ciudadanos vinieron, pero aseguraron la Puerta del Oído tanto como pudieron. Cuando estuvieron arriba en la muralla, el Capitán Boanerges pidió hablar con el Lord Alcalde; pero entonces era milord Incredulidad el Lord Alcalde, porque lo habían puesto en lugar de milord Concupiscencia. Así que Incredulidad subió y compareció en la muralla, pero cuando el Capitán Boanerges puso los ojos sobre él, clamó en voz alta: «Éste no es él: ¿dónde esta milord Entendimiento, el antiguo Lord Alcalde de Alma Humana? Porque es a él a quien quiero entregar mi mensaje».

     Entonces le dijo el gigante al capitán (porque Diábolo también había acudido): «Sr. Capitán, vos habéis con vuestra temeridad emplazado al menos cuatro veces a Alma Humana a que se sujete a vuestro Rey, no sé por qué autoridad, ni pasaré ahora a discutir tal cosa. Por ello os pregunto: ¿Cuál es la razón de todo este estrépito, o qué queréis hacer, si es que vos mismo lo sabéis?»

     Entonces el Capitán Boanerges, a quien pertenecían los colores negros, y cuyo blasón eran los tres rayos ardientes, sin parar mientes en el gigante ni en su discurso,[75] se dirigió así a la ciudad de Alma Humana: «Sepas, ¡oh infeliz y rebelde Alma Humana!, que el Rey de gran gracia, el gran Rey Shaddai, mi Amo, me ha enviado a ti con una comisión» (y con ello mostró a la ciudad su ancho sello) «para reducirte a la obediencia; y me ha ordenado que en caso de que accedas a mi llamamiento, a llevarlo a cabo como si fuerais mis amigos o hermanos; pero también me ha ordenado que si después de llamaros a someteros proseguís en vuestra resistencia y rebelión, que emprendamos el reduciros por la fuerza».

     Luego salió el Capitán Convicción, y dijo (sus colores eran los pálidos, y como blasón tenía el libro de la ley abierto de par en par, con una llama de fuego que salía de él): «¡Escucha, oh Alma Humana! Tú, ¡oh Alma Humana!, fuiste una vez célebre por tu inocencia, pero ahora estás degenerada en mentiras y engaño.[76] Tú has oído lo que mi hermano, el Capitán Boanerges, te ha dicho; y es tu sabiduría, y será tu dicha, que te inclines y aceptes las condiciones de paz y misericordia cuando te son ofrecidas, especialmente cuando te las ofrece aquel contra quien tú te has rebelado, y que tiene poder para desgarrarte en pedazos, porque así es Shaddai, nuestro Rey; y nadie, cuando él se aira, se le puede resistir.[77] Si dices que no has pecado ni rebelado contra nuestro Rey, todas tus acciones desde el día en que te sacudiste de su servicio (y éste fue el principio de tu pecado) darán suficiente testimonio contra ti. ¿Y qué otra cosa significa que des oído al tirano, y que le recibas como tu rey? ¿Y qué otra cosa significa que hayas rechazado las leyes de Shaddai, y que obedezcas a Diábolo? Sí, ¿qué significa que te armes contra nosotros, y que nos cierres tus puertas, a nosotros, los fieles siervos de tu Rey?[78] Obedécenos, pues, y acepta la invitación de mi hermano, y no rebases el tiempo de misericordia, sino ponte pronto de acuerdo con tu adversario. ¡Ah, Alma Humana!, no te dejes ser apartada de la misericordia y ser llevada a sufrir mil males por las aduladoras añagazas de Diábolo. Quizá este mentiroso quiera haceros creer que buscamos nuestro propio provecho en este servicio nuestro; pero sabed que es en obediencia a nuestro Rey y por amor a vuestra dicha, que hemos emprendido esta tarea.

     «Otra vez te digo, oh Alma Humana, considera si no es una asombrosa gracia que Shaddai se comporte tan humildemente como lo hace: Ahora él, por medio de nosotros, razona con vosotros, por vía de ruego y de gentil persuasión, para que os sujetéis a él.[79] ¿Tiene él acaso aquella necesidad de vosotros que nosotros estamos seguros que tenéis de él? No, no, pero él es misericordioso, y no quiere que Alma Humana muera, sino que se convierta a él, y viva».

     Entonces se levantó el Capitán Juicio, de quien eran los colores rojos, y que por blasón tenía el horno ardiente, y dijo: «Oh, vosotros habitantes de la ciudad de Alma Humana, que por tanto tiempo habéis vivido en rebelión y actos de traición contra el Rey Shaddai, sabed que no venimos hoy a este lugar, y de esta manera, con un mensaje surgido de nuestras propias mentes, ni para solventar nuestras propias querellas; es el Rey, mi Amo, quien nos ha enviado para reduciros a la obediencia a él, por lo cual si rehusáis rendiros de una manera pacífica, tenemos órdenes de obligaros a ello. Y no penséis en vuestro fuero interno, ni permitáis que el tirano Diábolo os haga pensar, que nuestro Rey no puede con su poder derribaros y poneros bajo sus pies; porque él es el Creador de todas las cosas, y si él toca los montes, humean. Y tampoco estará siempre abierta la puerta de la clemencia del Rey, porque el día que arderá como un horno está delante de él; sí, el día se apresura, y no duerme.[80]

     «Oh, Alma Humana, ¿te es poca cosa a tus ojos que nuestro Rey te ofrezca misericordia, y ello después de tantas provocaciones? Sí, y sigue extendiéndote su cetro de oro, y no permitirá aún que su puerta se cierre contra ti: ¿le provocarás a hacerlo? Si es así, considera lo que te digo: A ti no te es abierta más para siempre. Si tú dices que no le verás, sin embargo el juicio está delante de él; por esto, confía tú en él.[81] Sí, por cuanto hay ira, guárdate no sea que te arrebate con su golpe; entonces no te podrá liberar un gran rescate. ¿Acaso estimará él en algo tus riquezas? No, ni el oro, ni todas las fuerzas de tu poder. Él ha preparado su trono para el juicio, porque él vendrá con fuego, y con sus carros como torbellino, para aplicar su ira con furia, y sus reprensiones con llama de fuego. Por ello, oh Alma Humana, para mientes, no sea que, después que has caído en la suerte de los malvados, se apoderen de ti la justicia y el juicio».

     Y mientras que el Capitán Juicio estaba pronunciando este discurso ante la ciudad de Alma Humana, algunos pudieron observar cómo temblaba Diábolo; pero él prosiguió con su parábola, y dijo: «¡Oh tú arruinada ciudad de Alma Humana!, ¿no abrirás tú la puerta para recibirnos a nosotros, los representantes de tu Rey, y que nos gozaríamos de verte vivir?[82] ¿Podrá soportarlo tu corazón, o ser fuertes tus manos, el día que él trate en juicio contigo? Digo yo, ¿puedes soportar verte obligado a beber, como uno bebería vino dulce, el mar de ira que nuestro Rey ha preparado para Diábolo y sus ángeles? Considera, y considéralo pronto».

     Luego se levantó el cuarto capitán, el noble Capitán Ejecución, y dijo: «Oh ciudad de Alma Humana, antes célebre, pero ahora como el pámpano sin fruto, antes el deleite de los altos, pero ahora madriguera de Diábolo, escúchame también a mí, y a las palabras que te hablaré en el nombre del gran Shaddai. Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no produce buen fruto es cortado y arrojado al fuego.[83]

     «Tú, oh ciudad de Alma Humana, has sido hasta ahora este árbol sin fruto; nada produces sino abrojos y espinos. El mal fruto proclama que no eres un buen árbol; tus uvas son de hiel, tus racimos son amargos. Tú te has rebelado contra tu Rey, ¡y he aquí que nosotros, el poder y la fuerza de Shaddai, somos el hacha puesta a tu raíz! ¿Qué dirás tú? ¿Te volverás? Insisto, dímelo, antes que llegue a darse el primer golpe, ¿te volverás? Nuestra hacha debe ser primero puesta a la raíz antes que sea puesta en tu raíz; tiene que ser primero puesta a tu raíz por vía de amenaza, antes que sea puesta en tu raíz por vía de ejecución; y entre estas dos acciones se te demanda tu arrepentimiento, y éste es todo el tiempo de que dispones. ¿Que vas a hacer? ¿Te volverás, o golpearé? Si doy el golpe, Alma Humana, te abatirás; porque tengo mandamiento de poner mi hacha en tu raíz así como a tu raíz, y nada sino tu sometimiento a nuestro Rey impedirá llevar a cabo la ejecución. ¿Para qué vales, oh Alma Humana, si la misericordia no lo impide, sino para ser cortada y echada al fuego para ser quemada?

     «Oh Alma Humana, la paciencia y la longanimidad no son para siempre: un año, o dos, o tres, quizá, pero si provocas con una rebelión de tres años (y tú ya has hecho más que esto), entonces ¿qué más queda, sino la orden de «córtala»? Más aún, «y si no, la cortarás después».[84] ¿Y crees tú que estas no son nada más que vanas amenazas, o que nuestro Rey no tiene poder para ejecutar lo que ha dicho? Oh, Alma Humana, tú hallarás que en las palabras de nuestro Rey, cuando los pecadores las menosprecian, hay no sólo amenazas, sino ardientes ascuas de fuego.

     «Tú ya has inutilizado la tierra durante mucho tiempo, ¿y seguirás haciéndolo? Tu pecado ha traído este ejército ante tus murallas, ¿y deberá llevar en juicio a hacer ejecución en tu ciudad? Ya has oído lo que han dicho los capitanes, pero a pesar de ello sigues manteniendo cerradas las puertas. ¡Habla, oh Alma Humana!: ¿Persistirás, o aceptarás las condiciones de paz?»

10

     La ciudad de Alma Humana rehusó oír estos valientes discursos de estos cuatro nobles capitanes; pero el fragor de los mismos batió contra la Puerta del Oído, aunque su fuerza no lograse forzar su apertura. Al final, la ciudad pidió un tiempo para preparar su respuesta a estas demandas. Los capitanes les dijeron entonces que si les entregaban a un tal Mala-Pausa que estaba en la ciudad, para que le pudieran pagar según sus obras, entonces les darían tiempo para considerar; pero que si no se lo entregaban por encima de la muralla de Alma Humana, entonces no les darían tiempo alguno: «Porque sabemos», dijeron ellos, «que mientras Mala-Pausa aliente en Alma Humana, todas las buenas consideraciones serán confundidas, y que nada sino mal vendrá de ello».

     Entonces Diábolo, que estaba presente, no queriendo perder a su Mala-Pausa, porque era su orador (y desde luego que lo hubiera perdido, si los capitanes le hubieran podido echar la mano encima), resolvió responderles él mismo, pero luego, cambiando de parecer, mandó al entonces Lord Alcalde, que era Lord Incredulidad, que lo hiciera él, diciendo: «Milord, dad respuesta a estos vagabundos, y hablad en voz alta, para que Alma Humana pueda oíros y comprenderos».

     Así que Incredulidad, bajo las órdenes de Diábolo, comenzó y dijo: «Caballeros, habéis, como vemos, y para perturbación de nuestro príncipe y para molestia de la ciudad de Alma Humana, plantado campamento en contra de ella; pero no sabemos de dónde venís, y lo que seáis no lo creeremos. Más aún, nos decís en vuestro terrible discurso que tenéis esta autoridad de parte de Shaddai; pero por qué derecho él os mande hacer esto, seguiremos desconociéndolo.

     «Vosotros también habéis emplazado a la ciudad, por la autoridad mencionada, a que abandone a su señor, y que busque su protección en el gran Shaddai, vuestro Rey; la habéis adulado diciendo que si lo hace, pasará por alto sus ofensas pasadas y no presentará acusación por ellas.

     »Además, también habéis amenazado, para terror de la ciudad de Alma Humana, castigar esta ciudad con grandes y amargas destrucciones si no consiente en hacer como vosotros querríais que hiciera.

     »Ahora, capitanes, vengáis de donde vengáis, y aunque vuestros deseos sean totalmente rectos, sabed con todo[85] que ni milord Diábolo ni yo, su siervo, Incredulidad, ni nuestra valiente Alma Humana, se cuidan ni de vuestras personas, ni de vuestro mensaje, ni del Rey que vosotros decís os ha enviado. Su poder, su grandeza, su venganza, no las tememos; ni cederemos ante vuestro ultimátum.

     »En cuanto a la guerra con que nos amenazáis, deberemos defendernos lo mejor que podamos; y sabed, vosotros, que no carecemos de armas con qué desafiaros; y para resumir (porque no quiero aburriros), os diré que os consideramos una banda de vagabundos, que habiendo negado la obediencia a vuestro Rey, os habéis reunido de una manera tumultuosa, y estáis yendo de lugar en lugar para ver si por medio de las adulaciones que por una parte sois tan diestros en hacer, o por las amenazas con que creéis que podéis aterrorizar, podéis hacer que alguna necia ciudad, población o país abandone su lugar y os lo deje a vosotros; pero Alma Humana no es de esta especie.

     »Para acabar: no os tememos, no nos aterrorizáis, ni obedeceremos vuestro ultimátum. Nuestras puertas se mantendrán cerradas para vosotros, y os mantendremos fuera de nuestro lugar. Ni consentiremos que estéis plantados delante de nosotros; nuestra gente debe vivir en quietud, y vuestra presencia los perturba.[86] Por ello, levantaos con vuestro equipo y víveres, y marchad, o haremos una salida contra vosotros».[87]

     Este discurso, hecho por el viejo Incredulidad, fue apoyado por el proscrito Recia-Voluntad con palabras de este tenor: «Caballeros, hemos oído vuestras exigencias, y el ruido de vuestras amenazas, y hemos oído el son de vuestro ultimátum; pero no tememos vuestra fuerza, no consideramos vuestras amenazas, sino que nos mantendremos tal como nos encontrasteis. Y os ordenamos que en el plazo de tres días dejéis de aparecer por estas partes, o sabréis lo que es osar despertar al león Diábolo cuando duerme en su ciudad de Alma Humana».

     El Archivero, que se llamaba Olvida-lo-Bueno, añadió también lo que sigue: «Caballeros, milores, como veis, hemos respondido con palabras gentiles y suaves a vuestros discursos coléricos y desconsiderados: además, y como he oído por mí mismo, os han pedido tranquilamente que os vayáis como vinisteis; por ello, tened la bondad de iros. Podríamos haber salido violentamente contra vosotros y haberos hecho sentir el filo de nuestras espadas; pero como a nosotros nos gusta la comodidad y la quietud, también preferimos no dañar ni molestar a otros».

     Entonces clamó la ciudad de Alma Humana de gozo, como si Diábolo y su banda hubieran logrado una gran victoria sobre los capitanes. También tañeron las campanas, y se alegraron, y danzaron sobre las murallas.

     Diábolo volvió también a la ciudadela, y el Lord Alcalde y el Archivero a su lugar; pero Lord Recia-Voluntad tomó un especial cuidado en asegurar las puertas con una guardia doble, con trancas dobles, y cierres y barras dobles, y de que se tomara más especial cuidado de la Puerta del Oído, porque ésta era la puerta por la que las fuerzas del Rey trataban más de entrar. Lord Recia-Voluntad hizo capitán de la guardia en aquella puerta a un tal Sr. Prejuicio, un tipo colérico y de mal talante, y puso a sus órdenes a sesenta hombres, llamados sordos; hombres buenos para este servicio, por cuanto a ellos no les importaban las palabras de los capitanes ni de los soldados.

     Cuando los capitanes vieron la respuesta de los grandes, y que no podían conseguir ser oídos por los viejos nativos de la ciudad, y que Alma Humana estaba resuelta a presentar batalla al ejército del Rey, se prepararon para enfrentarse a ellos, y para probar la fuerza de su brazo contra ellos. Y ante todo reforzaron de una manera formidable su fuerza contra la Puerta del Oído; porque sabían que a no ser que pudieran penetrar por aquel punto, no se podría hacer ningún bien a la ciudad. Hecho esto, pusieron al resto de los hombres en sus puestos; después de esto, clamaron la consigna, que era: «TENÉIS QUE RENACER». Luego tocaron la corneta; entonces los de la ciudad les respondieron, con grito contra grito, carga contra carga, y así comenzó la batalla.

“El primer ataque sobre la Puerta del Oído.”

11

     Los de la ciudad habían instalado dos grandes cañones sobre la torre que defendía a la Puerta del Oído; uno se llamaba Arrogancia, el otro Terquedad. Mucho confiaban en estos cañones: habían sido fundidos en la ciudadela por el fundidor de Diábolo, cuyo nombre era Sr. Hinchazón, y eran unas piezas malignas. Pero tanta vigilancia pusieron los capitanes al verlas que, aunque a veces su tiro pasaba junto a sus oídos con un silbido, sin embargo no les hacía daño alguno. Con estos dos cañones los pobladores de la ciudad no consiguieron nada más que enojar el campamento de Shaddai y asegurar mejor la puerta; pero no tenían muchas razones para jactarse de las acciones emprendidas, como se verá por lo que sigue.

     La célebre Alma Humana tenía también otras piezas menores en su interior, que empleó contra el campamento de Shaddai.

     Los del campamento se comportaron también gallardamente, y de una forma realmente valerosa cargaron contra la ciudad y la Puerta del Oído, porque vieron que si no podían abrir la Puerta del Oído, sería en vano intentar derruir la muralla. Los capitanes del Rey habían traído consigo varias catapultas y dos o tres arietes.[88] Con las catapultas dañaban las casas y herían a la gente de la ciudad, y con los arietes intentaban abrir la Puerta del Oído.

     Entre el campamento y la ciudad se dieron varias escaramuzas y fuertes encuentros, mientras que los capitanes, con sus ingenios de guerra, habían intentado forzar o destruir la torre sobre la Puerta del Oído, para lograr entrar por ella; pero Alma Humana se resistió con tanto brío, por la furia de Diábolo, el valor de Lord Recia-Voluntad y la conducta del viejo Incredulidad, el Alcalde, y del Archivero, el Sr. Olvida-lo-Bueno, que las cargas y gastos de las guerras de aquel verano parecían haber sido en vano de parte del Rey, y que la ventaja volvía a Alma Humana. Pero cuando los capitanes vieron la situación, emprendieron una retirada ordenada, y se atrincheraron en sus posiciones de invierno. Ahora bien, en esta guerra es preciso observar que se dieron grandes pérdidas por ambos lados, y de ello damos el breve relato que sigue a continuación.

     Los capitanes del Rey, mientras marchaban desde la corte dirigiéndose a Alma Humana, se encontraron, pasando por el país, con tres jóvenes que tenían la intención de alistarse como soldados: eran en apariencia hombres vigorosos, de valor y capacidad. Sus nombres eran Sr. Tradición, Sr. Humana-Sabiduría, y Sr. Humana-Invención. Así que fueron a encontrar a los capitanes, ofreciendo sus servicios a Shaddai. Los capitanes les hablaron de sus intenciones, y les invitaron a que no se precipitaran en su ofrecimiento; pero los jóvenes le dieron que ya habían reflexionado acerca de ello antes, y que el oír que estaban dirigiéndose a un designio como aquel acudieron a propósito para encontrarse con ellos, para poder alistarse bajo sus excelencias. Entonces el Capitán Boanerges, por verlos hombres valerosos, los alistó en su compañía, y a la guerra fueron.

     Cuando la guerra hubo comenzado, en una de las más fuertes escaramuzas sucedió que una compañía de hombres de Recia-Voluntad hicieron una salida por una poterna de la ciudad, cayendo sobre la retaguardia de los hombres del Capitán Boanerges, en la que se encontraban estos tres individuos; fueron tomados prisioneros, y llevados a la ciudad, donde no habían estado mucho tiempo encerrados cuando comenzó a publicarse por las calles de la ciudad que los hombres de Lord Recia-Voluntad habían hecho unos notables prisioneros, y que los habían traído cautivos del campamento de Shaddai. Al final las nuevas acerca de lo que los hombres de Lord Recia-Voluntad habían hecho y a quiénes habían tomado prisioneros llegaron a Diábolo, que se encontraba en la ciudadela.

     Entonces Diábolo llamó a Recia-Voluntad, para conocer de cierto el asunto, y habiéndole preguntado, se enteró por él. Entonces el gigante mandó llamar a los prisioneros, y cuando llegaron les preguntó quiénes eran, de dónde venían, y qué hacían en el campamento de Shaddai; y se lo dijeron. Entonces volvió a mandarlos al calabozo. No muchos días después volvió a llamarlos, y luego les preguntó si estarían dispuestos a servirle contra sus anteriores capitanes. Ellos le dijeron entonces que no vivían tanto por la religión como por los giros de la suerte; y que ya que su señoría estaba dispuesto a acogerles, que ellos estarían dispuestos a servirle. Había entonces un tal Capitán Todo-Vale, muy importante, en la ciudad de Alma Humana; y a este Capitán Todo-Vale le envió Diábolo estos hombres, con una nota en su mano, para que los recibiera en su compañía. La carta decía así:

     «Mi querido Todo-Vale: los tres hombres portadores de esta carta tienen el deseo de servirme en la guerra, y no conozco a nadie mejor que a ti para que se encargue de ellos. Recíbelos, por ello, en mi nombre, y empléalos contra Shaddai y sus hombres según sea necesario. Pásalo bien.»

     Se presentaron, pues, a él, y los recibió; a dos de ellos los hizo sargentos, pero al Sr. Humana-Invención lo designó su portaestandarte. Dejemos ahora esto, y volvamos al campamento.

     Los del campamento también ejecutaron acciones contra la ciudad, porque derribaron el tejado de la casa del Lord Alcalde, y lo dejaron más a descubierto de lo que estaba antes.[89] Casi dieron muerte en el acto a milord Recia-Voluntad con un disparo de catapulta, pero se recobró rápidamente. Hicieron, sin embargo, una gran matanza entre los concejales, porque de un solo golpe dieron muerte a seis de ellos: al Sr. Imprecaciones, al Sr. Fornicación, al Sr. Furia, al Sr. Mentira-Descarada, al Sr. Embriaguez, y al Sr. Trampas.

     También destrozaron los dos cañones sobre la torre encima de la Puerta del Oído, y los dejaron caídos en el barro. Ya he dicho antes que los nobles capitanes del Rey habían retrocedido a sus cuarteles de invierno, atrincherándose en ellos con sus equipos, por lo que, para mayor ventaja para su Rey y gran enfado del enemigo, podían lanzar oportunos e intensos ataques sobre la ciudad de Alma Humana. Y este designio funcionó tan bien que puedo decir que hacían casi lo que querían para turbación de la ciudad. Porque ahora Alma Humana no podía dormir tranquila como antes, ni podían dedicarse a sus corrupciones con la tranquilidad del pasado; porque desde el campamento de Shaddai sufrían unas alarmas tan frecuentes, intensas y aterrorizadoras, sí, alarma sobre alarma,[90] primero en una puerta, luego en otra, y luego en todas las puertas a la vez, que perdieron su antigua paz. Sí, y sufrían estas alarmas con tanta frecuencia, y ello cuando las noches eran más largas, el tiempo más frío, y por consiguiente en los momentos más intempestivos, que aquel invierno fue para la ciudad de Alma Humana un invierno excepcional. A veces sonaban las cornetas, y a veces las catapultas arrojaban piedras a la ciudad. A veces diez mil de los soldados del Rey se lanzaban a correr alrededor de las murallas de Alma Humana, gritando y lanzando gritos de guerra. A veces, algunos de los de la ciudad resultaban heridos, y se oían sus clamores y lamentos, para gran molestia de la ahora decaída ciudad de Alma Humana. Sí, tan angustiados estaban por los que les asediaban que me atreveré a decir que su rey Diábolo no pudo reposar mucho aquellos días.

     En aquellos días, por lo que me dijeron, comenzaron a suscitarse pensamientos nuevos, y pensamientos que se levantaban unos contra otros, y estos pensamientos comenzaron a tomar posesión de la ciudad de Alma Humana. Algunos decían: «Así no se puede vivir». Otros replicaban: «Esto pronto terminará». Y otro se levantaba y decía: «volvamos al Rey Shaddai y pongamos fin a estas angustias». Y un cuarto venía con temores, diciendo: «Dudo que quiera recibirnos». También el viejo caballero, el que era Archivero antes que Diábolo tomara Alma Humana, comenzó a hablar en voz fuerte, y sus palabras eran ahora para la ciudad de Alma Humana como fuertes tronadas.[91] No había ahora en Alma Humana un son tan terrible como el suyo, con el fragor de los soldados y los gritos de los capitanes.

     También comenzó a sentirse la escasez en Alma Humana.[92] Ahora se apartaban de ella las cosas que su alma ansiaba. Cayó la sequía ardiente sobre todas sus cosas placenteras, en lugar de verdor. Sobre los moradores de Alma Humana había ahora arrugas y algunas muestras de la sombra de la muerte. Y ahora, ¡con qué dicha habría gozado Alma Humana de la quietud y satisfacción de la mente, aunque fuera con la más humilde condición en el mundo!

     También los capitanes, en lo más crudo de este invierno, emplazaron a Alma Humana por medio del corneta de Boanerges a que se rindiera al Rey, el gran Rey Shaddai. Lo hicieron una, dos y tres veces, sabiendo que para entonces habría en Alma Humana alguna buena disposición a rendirse a ellos, si tan sólo recibiera invitación a ello. Pero, por lo que pude saber, la ciudad se habría ya rendido a ellos mucho antes, si no hubiera sido por la oposición del viejo Incredulidad, y por lo veleidoso que era milord Recia-Voluntad en sus pensamientos. Diábolo comenzó también a desvariar; por ello Alma Humana no estaba unánime acerca de rendirse, y seguía angustiada bajo estos temores que la llenaban de perplejidad.

12

     Acabo de decir que desde el campamento del ejército del Rey habían emplazado tres veces a Alma Humana, durante este invierno, a que se rindiera.

     La primera vez que el corneta fue, fue con palabras de paz, diciéndole que los capitanes, los nobles capitanes de Shaddai, se dolían y lamentaban por la miseria de la ahora moribunda ciudad de Alma Humana, y que se sentían angustiados de verlos resistirse a su propia liberación. Añadió también que los capitanes le habían mandado decir que si la ahora pobre Alma Humana se humillaba y se volvía, les serían perdonadas por su misericordioso Rey sus antiguas rebeliones y sus tan notorias traiciones, y no sólo perdonadas, sino también olvidadas. Y habiéndoles advertido que no siguieran impidiendo su propia liberación, que no se opusieran a sí mismos ni se convirtieran en sus propios enemigos, regresó al campamento.

     La segunda vez que el corneta acudió, los trató con cierta mayor brusquedad, porque después de tocar la corneta les dijo que su persistencia en su rebelión enardecía y enojaba el espíritu de los capitanes, y que estaban decididos a conquistar Alma Humana o a dejar sus huesos delante de las murallas de la ciudad.

     Volvió la tercera vez, y los trató con mayor rudeza aún, diciéndoles que ahora, por cuanto habían sido tan terriblemente profanos, no sabía con certeza si los capitanes estaban inclinados hacia la misericordia o al juicio. «Sólo os puedo decir», dijo él, «que me han ordenado que les abráis las puertas». Y con esto se volvió y regresó al campamento.

     Estos tres llamamientos, y especialmente los últimos dos, angustiaron tanto a la ciudad que convocaron a unas consultas, el resultado de lo cual fue esto: que milord Recia-Voluntad acudiese a la Puerta del Oído, y que allí, con toque de corneta, llamara a los capitanes del campamento para parlamentar. Bien, Lord Recia-Voluntad hizo sonar la corneta encima de la muralla, y los capitanes acudieron con sus arreos, y con miles siguiéndoles. Los ciudadanos les dijeron entonces que habían oído y considerado sus llamamientos, y que querían llegar a un acuerdo con ellos y con el Rey Shaddai sobre la base de ciertas condiciones, artículos y proposiciones que, con y por orden de su príncipe, habían sido designados para proponer: Que bajo estas condiciones estarían de acuerdo en ser un pueblo con ellos.

     1. Si los de su propia compañía, como el nuevo Lord Alcalde y su Sr. Olvida-lo-Bueno, con su valiente Lord Recia-Voluntad, podían, bajo Shaddai, seguir siendo las autoridades de la ciudad, de la ciudadela y de las puertas de Alma Humana.

     2. Con la estipulación de que nadie que ahora servía bajo su gran gigante Diábolo fuera echado por Shaddai de su casa, refugio, o privado de la libertad de que hasta ahora hubiera gozado en la célebre ciudad de Alma Humana.

     3. Que se les concediera que a los de la ciudad de Alma Humana gozaran de ciertos de sus derechos y privilegios, como los que les habían sido anteriormente concedidos, y que durante largo tiempo habían disfrutado, bajo el reinado de su rey Diábolo, que ahora es, y durante mucho tiempo ha sido, su único señor y gran defensor.

     4. Que ninguna nueva ley, ni funcionario ni ejecutor de ley o cargo tenga poder alguno sobre ellos, sin su propia elección y consentimiento.

     «Éstas son nuestras proposiciones o condiciones de paz; y bajo estas condiciones», dijeron ellos, «nos someteremos a vuestro Rey».

     Pero cuando los capitanes oyeron esta débil y pusilánime oferta de la ciudad de Alma Humana, y sus arrogantes y atrevidas exigencias, pronunciaron, por medio de su noble capitán, el Capitán Boanerges, este discurso que sigue:

     «Oh habitantes de la ciudad de Alma Humana, cuando oí vuestro toque de corneta para parlamentar con nosotros, os puedo decir que en verdad me alegré; y cuando habéis dicho que estabais dispuestos a someteros a nuestro Rey y Señor, me alegré aún más; pero cuando, con vuestras insensatas estipulaciones y necias cavilaciones habéis puesto piedra de tropiezo delante de vosotros mismos, entonces mi alegría se ha tornado en dolor, y el comienzo de mi esperanza ante vuestra respuesta en temores que llevan al desmayo.

     »Tengo por cierto que el viejo Mala-Pausa, el antiguo enemigo de Alma Humana, redactó estas propuestas que ahora nos presentáis como condiciones para un acuerdo; pero no merecen ser admitidas ni oídas por hombre alguno que pretenda servir a Shaddai.[93] Por ello, unánimes y con el mayor desdén, rehusamos y rechazamos tales cosas como las mayores iniquidades.

     »Pero, ¡oh Alma Humana!, si te entregas en nuestras manos, o más bien en manos de nuestro Rey, y te confías a que él proponga los términos que para contigo le parezcan bien (y me atrevo a decir que serán tales que descubrirás que son de lo más provechoso para ti), entonces te recibiremos, y estaremos en paz contigo; pero si no quieres confiarte en los brazos de nuestro Rey Shaddai, entonces las cosas quedan como estaban hasta ahora, y sabemos también qué es lo que deberemos hacer.»

     Entonces levantó la voz el viejo Incredulidad, el Lord Alcalde, diciendo: «¿Y quién, estando fuera de las manos de sus enemigos, como veis que estamos ahora, será tan insensato como para sacar el bastón de su propia mano para ponerlo en manos de no sabe quién? Yo, por mi parte, nunca cederé ante una proposición tan incondicional. ¿Conocemos acaso la manera de actuar y el talante de su Rey? Dicen algunos que se encolerizará con sus súbditos si se apartan del camino por el grosor de un cabello; y otros cuentan que exige de ellos mucho más que lo que pueden hacer.[94] Por ello, parece, ¡oh Alma Humana!, que será sabio de tu parte que prestes atención a lo que vas a hacer en esta cuestión; porque si cedéis, os entregáis a otros, y de esta manera dejáis de ser vuestros. Por ello, daros a un poder sin límites es la mayor insensatez del mundo, porque ahora uno puede desde luego arrepentirse, pero nunca podrá uno quejarse con justicia. ¿Pero sabéis con certeza, cuando seáis suyos, a cuál de vosotros matará, y a cuál de vosotros dejará con vida, o si no nos cortará a todos nosotros, enviando de su propio país a gente nueva para darles esta ciudad como morada?»

     Este discurso del Lord Alcalde lo deshizo todo, y echó por tierra sus esperanzas de un acuerdo. Por ello, los capitanes se volvieron a sus trincheras, a sus tiendas y a sus hombres, como antes; y el Alcalde a la ciudadela y a su rey.

     Diábolo estaba esperando su regreso, porque había oído que habían mantenido sus condiciones. Así, cuando entró en la cámara de estado, Diábolo lo saludó: «Bienvenido, milord. ¿Cómo fueron las cosas hoy entre vosotros?» Y Lord Incredulidad, con una profunda reverencia, le relató todo lo sucedido, diciendo: «Así y así dijeron los capitanes de Shaddai, y así y así respondí yo». Cuando Diábolo oyó esto, se sintió muy satisfecho, y dijo: «Milord Alcalde, mi fiel Incredulidad, he probado tu fidelidad ya por diez veces, y nunca me has fallado. Yo te prometo que si salimos de ésta, te daré un puesto de honor, un puesto mucho mejor que el de Lord Alcalde de Alma Humana. Te haré mi representante universal, y tú tendrás, bajo mí, a todas las naciones bajo tu mano; sí, y pondrás tus manos sobre ellas de manera que no te podrán resistir; y ninguno de nuestros vasallos podrán caminar en libertad excepto los que estén contentos en caminar en tus cadenas».

     Ahora salió el Lord Alcalde de delante de Diábolo como si en verdad hubiera obtenido un gran favor. De modo que llegó a su casa con el ánimo exaltado, pensando alimentarse con estas grandes esperanzas, hasta que llegase el momento del ascenso de su grandeza.

13

     Pero ahora, aunque el Lord Alcalde y Diábolo habían hecho este acuerdo, sin embargo este rechazo hecho a los valientes capitanes puso a Alma Humana en estado de motín. Porque mientras el viejo Incredulidad iba a la ciudadela a felicitar a su señor por cómo habían ido las cosas, el antiguo Lord Alcalde anterior a la llegada de Diábolo a la ciudad, que era Lord Entendimiento, y el antiguo Archivero, el Sr. Conciencia, tras saber lo sucedido en la Puerta del Oído[95] (porque tenéis que saber que no les permitieron presentarse a este debate, para que no suscitasen un motín en favor de los capitanes; pero, como digo, llegaron a enterarse de lo allí sucedido, y se inquietaron mucho por ello), entonces, reuniendo a algunos de los de la ciudad, comenzaron a mostrarles lo razonables que eran las demandas de los nobles capitanes, y las malas consecuencias que sobrevendrían por causa del discurso del viejo Incredulidad, el Lord Alcalde, con el poco respeto que había mostrado tanto hacia los capitanes como hacia su Rey; y también cómo implícitamente los había acusado de infidelidad y de traición. «¿Porque, qué menos podría desprenderse de sus palabras», dijeron ellos, «cuando dijo que no iba a plegarse a su proposición; y añadió además la suposición de que él iba a destruirnos, cuando antes nos había enviado un mensaje diciendo que nos mostraría misericordia?» La multitud, ahora bajo la convicción del mal que había hecho el viejo Incredulidad,[96] comenzó a correr en grupos por todos lugares y rincones de las calles de Alma Humana; y al principio comenzaron a murmurar, luego a hablar abiertamente, y después se pusieron a correr calle arriba y abajo, gritando mientras corrían: «¡Oh los valientes capitanes de Shaddai! ¡Ojalá estuviéramos bajo el gobierno de los capitanes, y de Shaddai su Rey!» Cuando el Lord Alcalde supo que Alma Humana estaba amotinada, descendió a calmar a la gente, y pensó que aplastaría su ardor con la grandeza y presencia de su continente; pero cuando le vieron, fueron corriendo hacia él, y sin duda alguna le hubieran hecho daño si no se hubiera refugiado en una casa. Sin embargo, la multitud se lanzó al asalto de la casa en que se encontraba, con la intención de hacerla caer sobre él; pero era una casa fuerte, y no pudieron. Entonces él, cobrando valor, se dirigió así al pueblo, desde una ventana:

     «Caballeros, ¿cuál es la razón de todo este desorden?»

     Respondió entonces Lord Entendimiento: «Se debe a que tú y tu amo no os habéis comportado tal como debierais con los capitanes de Shaddai: porque en tres cosas habéis errado. Primero, por cuanto no quisisteis permitir que el Sr. Conciencia estuviera presente para oír vuestro discurso. Segundo, por cuanto habéis propuesto unas condiciones de paz que no podían ser en absoluto aceptadas, a no ser que ellos hubieran aceptado que su Shaddai fuera sólo el príncipe titular, y que Alma Humana siguiera teniendo por ley la capacidad de vivir en toda corrupción y vanidad delante de él, y que en consecuencia Diábolo siguiera siendo el rey efectivo, y el otro, rey sólo de nombre. Tercero, porque tú, después que los capitanes nos mostraron en qué condiciones iban a recibirnos a misericordia, lo deshiciste todo con un discurso desabrido, inoportuno e impío».

     Cuando el viejo Incredulidad oyó este discurso, gritó: «¡Traición! ¡Traición! ¡A las armas! ¡A las armas, fieles amigos de Diábolo en Alma Humana!»[97]

     Entendimiento: «Señor, podéis darle a mis palabras el sentido que queráis, pero estoy seguro de que los capitanes de un señor tan grande como lo es el de ellos merecían mejor trato de parte vuestra».

     Entonces dijo el viejo Incredulidad: «Esto está sólo un poco mejor. Pero lo que dije yo, señor,» prosiguió él, «lo dije en favor de mi príncipe, por su gobierno, y para apaciguar a la multitud, a la que por vuestras acciones ilegítimas habéis amotinado hoy contra nos».

     Entonces tomó la palabra el antiguo Archivero, que se llamaba Sr. Conciencia, y dijo: «Señor, no debierais replicar así a lo que ha dicho Lord Entendimiento. Es bien evidente que ha dicho la verdad, y que vos sois un enemigo de Alma Humana. Convenceos, pues, de lo maligno de vuestro lenguaje agrio e insolente, y del dolor que habéis causado a los capitanes; sí, del daño que habéis con ello hecho a Alma Humana. Si hubierais aceptado las condiciones, el toque de la corneta y la alarma de guerra habría ya cesado en la ciudad de Alma Humana; pero permanece este terrible son, y la falta de sabiduría en vuestro discurso es la causa de ello».

     Entonces dijo el viejo Incredulidad: «Señor, si vivo, pasaré vuestro recado a Diábolo, y entonces tendréis respuesta a vuestras palabras. Mientras tanto buscaremos el bien de la ciudad y no pediremos vuestro consejo».

     Entendimiento: «Señor, vuestro príncipe y vos sois ambos ajenos a Alma Humana y no nativos de ella; y quién puede dejar de pensar que tras habernos puesto en tan grandes angustias (cuando vosotros veáis que no os podéis salvar por otro medio que la huida) no nos dejaréis para poneros a salvo, o si no incendiaréis la ciudad para iros en medio del humo, dejándonos así en medio de nuestras ruinas?»

     Incredulidad: «Señor, olvidáis que estáis bajo un gobernador, y que deberíais comportaros como un súbdito; y sabed que cuando mi señor el rey sepa de vuestras actividades, no será agradecimiento lo que os muestre por vuestros esfuerzos».

     Mientras así estaban contendiendo estos caballeros, descendieron de las murallas y puertas de la ciudad Lord Recia-Voluntad, el Sr. Prejuicio, el viejo Mala-Pausa y varios de los nuevos concejales y diputados, y preguntaron cuál era la razón de todo aquel desorden y tumulto; y con esto cada uno comenzó a contar su propia historia, por lo que no se podía oír nada con claridad. Entonces se pidió silencio, y el viejo zorro Incredulidad comenzó a hablar: «Milord», dijo, «aquí tenemos un par de impertinentes caballeros que, como resultado de su mala actitud y, me temo, por consejo de un tal Sr. Descontento, han reunido tumultuosamente a esta multitud contra mí en el día de hoy, y también han tratado de inducir a la ciudad a actos de rebelión contra nuestro príncipe».

     Entonces se levantaron todos los diabolianos que estaban presentes, y afirmaron que así era.

     Pero cuando los que habían tomado el partido de Lord Entendimiento y del Sr. Conciencia se dieron cuenta de que les podía sobrevenir algún mal, porque la fuerza y el poder estaban del otro lado, acudieron en su ayuda, con lo que se reunió un gran grupo de cada lado. Los que estaban del lado de Incredulidad hubieran echado en el acto a la cárcel a los dos viejos caballeros; pero los del otro lado se negaban rotundamente. Entonces volvieron a vocear en favor de sus partidos: los diabolianos voceaban aclamando al viejo Incredulidad, a Olvida-lo-Bueno, a los nuevos concejales y a su gran Diábolo. El otro partido voceaba aclamando a Shaddai, a los capitanes, a sus leyes, su misericordia, y aplaudía sus condiciones y caminos. Así el altercado fue yendo a más; al final pasaron de las palabras a los hechos, y se enzarzaron en una pelea. El buen caballero Sr. Conciencia fue derribado a golpes dos veces por uno de los diabolianos, que se llamaba Sr. Entorpecimiento; y Lord Entendimiento pudo haber recibido un disparo mortal de un arcabuz, pero el tirador no apuntó bien. El otro lado tampoco salió bien parado, porque había un tal Sr. Irreflexivo, un diaboliano, al que el Sr. Mente, el siervo de Lord Recia Voluntad, le levantó la tapa de los sesos; y me hizo reír ver cómo el viejo Sr. Prejuicio era pateado y revolcado por el fango; porque aunque hacía tiempo que había sido hecho capitán de una compañía de diabolianos, para daño y perjuicio de la ciudad, ahora sin embargo lo habían hecho caer bajo sus pies, y os puedo asegurar que algunos del grupo de Lord Entendimiento le partieron la cabeza. El Sr. Todo-Vale también estuvo muy activo en la pelea, pero ambos lados estaban en contra suya, porque no era fiel a nadie. Pero por su insolencia tuvo una fractura de pierna, y el que se la causó deseaba realmente haberle partido el cuello. Y mucho más hicieron ambos lados, pero no se debe olvidar esto: era una maravilla ver ahora a Lord Recia-Voluntad tan indiferente: no parecía ponerse a favor de un lado ni de otro, aunque se vio cómo sonreía al ver al viejo Prejuicio revolcándose por el fango. Y también cuando el capitán Todo-Vale vino delante de él cojeando, pareció no fijarse mucho en él.

     Cuando terminó la pelea, Diábolo mandó que le trajeran a Lord Entendimiento y al Sr. Conciencia, y los hizo encerrar en el acto como cabecillas de aquel terrible y desenfrenado motín en Alma Humana. Así que la ciudad comenzó a apaciguarse de nuevo; los presos fueron maltratados, y se pensaba en acabar con ellos, pero la situación no se prestaba a tal cosa, porque había lucha ante todas las puertas.

14

     Pero volvamos a nuestra historia. Cuando los capitanes hubieron vuelto de la puerta y regresado al campamento, convocaron un consejo de guerra para consultar lo que debían hacer ahora. Algunos aconsejaron: «Subamos ahora, y caigamos sobre la ciudad»; pero la mayoría opinaban que lo mejor sería darles otro ultimátum para rendirse; la razón para pensar que ésta era la mejor opción era que, por lo que parecía, la ciudad de Alma Humana se inclinaba más a tal cosa que antes. Decían: «Y si ahora que algunos de ellos muestran esta disposición», dijeron, «actuamos con imprudencia si los angustiamos más, quizá los alejaremos más de lo que quisiéramos de aceptar nuestro ultimátum».

     Por ello aceptaron este consejo, y llamaron a un corneta, le dieron instrucciones, y lo enviaron a la ciudad deseándole éxito. Llegado el corneta ante la muralla de la ciudad, se dirigió a la Puerta del Oído, y allí dio su toque como se le había mandado. Entonces, los del interior salieron a ver qué sucedía, y el corneta les hizo este discurso:

     «Oh lamentable y endurecida ciudad de Alma Humana, ¿hasta cuándo amarás tu pecaminosa, pecaminosa simplicidad? ¿Y vosotros, insensatos, os deleitaréis en vuestro escarnio? ¿Seguiréis menospreciando los ofrecimientos de paz y de liberación? ¿Persistiréis como hasta ahora en rechazar las espléndidas ofertas de Shaddai, y confiando en las mentiras y falsedades de Diábolo? ¿Pensáis acaso que cuando Shaddai os haya conquistado, que el recuerdo de vuestra conducta para con él os dará paz y consolación, o que con lenguaje arrogante lo podéis atemorizar como a un saltamontes? ¿Acaso os ruega porque os teme? ¿Pensáis que sois más fuertes que él? Mirad a los cielos, contemplad y considerad las estrellas: ¿cuán altas están? ¿Podéis acaso detener el sol en su curso, o estorbar a la luna para que no dé su luz? ¿Podéis contar el número de las estrellas, o detener la lluvia de los cielos? ¿Podéis llamar a las aguas de la mar y hacer que cubran la faz de la tierra? ¿Podéis contemplar a cada uno que es soberbio, y humillarlo, y envolver sus rostros en las tinieblas? Pues éstas son algunas de las obras de nuestro Rey, en nombre de quien subimos hoy a vosotros, para que seáis devueltos a su autoridad. En su nombre, por tanto, os conmino otra vez a que os rindáis a sus capitanes».

     Ante este llamamiento los almahumanenses parecieron titubear, sin saber qué respuesta dar. En este momento se presentó Diábolo y tomó la iniciativa de responder; y así habló, pero dirigiendo su discurso a los de Alma Humana.

     «Caballeros, y mis fieles súbditos», dijo él, «si es cierto lo que ha dicho este corneta acerca de la grandeza de su Rey, con su terror os mantendrá siempre en esclavitud y rebajados. ¿Y cómo podéis ahora, aunque esté lejos, soportar el pensar en uno tan poderoso? Y más allá de pensar en él cuando está a distancia, ¿cómo podréis soportar estar en su presencia? Yo, vuestro príncipe, soy familiar con vosotros, y vosotros podéis juguetear conmigo como con un saltamontes. Considerad, pues, lo que es para vuestro bien, y recordad las inmunidades que os he concedido.

     »Además, si es cierto lo que este hombre ha dicho, ¿cómo es que los súbditos de Shaddai están tan esclavizados en todos los lugares de los que vienen? Nadie en el universo es tan infeliz como ellos, nadie tan pisoteado como ellos.

    »Considera esto, mi Alma Humana: Ojalá que estuvieras tú tan poco deseoso de dejarme a mí como lo estoy yo de dejarte a ti. Pero considera, digo yo, que tienes aún la decisión en tu mano; tienes libertad, si sabes cómo emplearla; sí, y también un rey, si sabes cómo amarle y obedecerle».

     Con este discurso, la ciudad de Alma Humana volvió a endurecer sus corazones aún más contra los capitanes de Shaddai. Los pensamientos de su grandeza los abrumaban sobremanera, y los pensamientos de su santidad los hundían en la desesperación. Por ello, después de una breve consulta, los del partido diaboliano enviaron esta respuesta al corneta: Que por parte de ellos estaban dispuestos a mantenerse adheridos a su rey, y a nunca a rendirse a Shaddai; así que era en vano que les hiciera ningún otro llamamiento, porque preferían antes morir en sus puestos que rendirse. Ahora las cosas parecían haber retrocedido mucho, y Alma Humana parecía estar más allá de todo alcance o llamamiento. Pero los capitanes, que sabían lo que su Señor podía hacer, no estaban dispuestos a desalentarse, y enviaron otro llamamiento, más brusco y duro que el último; pero cuanto más a menudo se les enviaban llamamientos a que se reconciliaran con Shaddai, tanto más ellos  se alejaban. «Cuanto más los llamaban, tanto más se alejaban de ellos, aunque los llamaban a la presencia del Altísimo».[98]

     Por ello, dejaron ya de tratar de convencerlos, y decidieron pensar en otra manera de actuar. Se reunieron entonces los capitanes para conferenciar libremente entre sí, para saber qué debía aún hacerse para conseguir la ciudad y liberarla de la tiranía de Diábolo; y uno decía esto y otro decía lo otro. Entonces se levantó el muy noble Capitán Convicción y dijo: «Hermanos míos, este es mi parecer:

     »Primero, que disparemos constantemente nuestras catapultas contra la ciudad, y que la mantengamos en alarma continua, hostigándolos de día y de noche. Con esto podremos reprimir el aumento de su espíritu de rebelión; porque un león puede ser domado con una molestia continua.

     »Segundo: Hecho esto, aconsejo que, a continuación, redactemos colectivamente una petición a nuestro Señor Shaddai, mediante la cual, exponiendo a nuestro Rey la condición de Alma Humana y de los asuntos aquí, y pidiéndole perdón por no haber obtenido un mayor éxito, imploremos fervientemente la ayuda de su Majestad, y que él nos envíe más fuerza y poder, y un valiente y elocuente comandante que los encabece, para que su Majestad no pierda el beneficio de estos buenos comienzos suyos, sino que pueda llevar a buen fin la conquista de la ciudad de Alma Humana.»

     A este discurso del noble Capitán Convicción todos asintieron unánimes, y accedieron a redactar  una petición, enviándola urgentemente por medio de un hombre fiel a Shaddai. Este era el contenido de la petición:

     «Muy glorioso Rey de gran gracia, el Señor del mejor mundo y constructor de la ciudad de Alma Humana, nosotros, oh temido Soberano, hemos a tus órdenes arriesgado nuestras vidas, y por indicación tuya hemos hecho guerra contra la célebre ciudad de Alma Humana. Cuando fuimos contra ella le ofrecimos primero condiciones de paz, conforme a nuestras instrucciones. Pero ellos, oh gran Rey, se tomaron a la ligera nuestros consejos y no aceptaron ninguna de nuestras reprensiones.[99] Estaban por cerrar sus puertas y por mantenernos fuera de la ciudad. También instalaron sus cañones, hicieron salidas contra nosotros, y han hecho todo el daño que han podido; pero les hemos acosado con alarma tras alarma, lanzándoles los castigos apropiados, y hemos causado daños a la ciudad.

     »Diábolo, Incredulidad y Recia-Voluntad son los enemigos principales; ahora estamos en nuestros cuarteles de invierno, pero de manera que seguimos hostigando y atribulando activamente a la ciudad.

     »En una ocasión, nos parece, si hubiéramos tenido tan sólo un amigo importante en la ciudad que hubiera apoyado el tenor de nuestro llamamiento como se debiera, la gente se podría haber sometido; pero no había allí nadie sino enemigos, nadie que hablara en favor de nuestro Señor a la ciudad. Por lo cual, aunque hemos hecho lo que hemos podido, Alma Humana persiste en estado de rebelión contra ti.

     »Ahora, Rey de reyes, rogamos quieras perdonar el poco éxito de tus siervos, que no han logrado más avances en una obra tan deseable como es la conquista de Alma Humana. Envía, Señor, como te pedimos, más fuerzas a Alma Humana, para que pueda ser sometida; y un hombre que las dirija, para que la ciudad pueda a la vez amar y temer.

     »No decimos esto porque deseemos abandonar las luchas (porque estamos decididos a dejar la piel en este lugar), sino para que la ciudad de Alma Humana pueda ser ganada para tu Majestad. También rogamos a tu Majestad actuar con premura, para que después de la conquista quedemos libres para ser enviados a otros de tus propósitos llenos de gracia. Amén.» La petición así redactada fue enviada al Rey por medio de un buen hombre, el Sr. Amor-al-Alma Humana.

     Cuando esta petición llegó al palacio del Rey, ¿a quién iba a ser entregada sino al Hijo del Rey? Así que él la tomó y la leyó, y por cuanto su contenido le pareció bien, la enmendó y también en algunas cosas añadió a la misma petición. Así, después de haber hecho de su propio puño y letra aquellas enmiendas y añadiduras que consideró convenientes, la llevó al Rey, a quien, una vez se la hubo entregado con una inclinación, puso al corriente, y le habló de su pleno acuerdo con la misma.

     Ahora bien, el Rey se alegró al leer la petición, pero ¡cuánto más al verla apoyada por su Hijo! También se sintió complacido al oír que sus siervos que acampaban contra Alma Humana estaban tan dedicados a la obra y eran tan firmes en su resolución, y que ya habían conseguido hacer flaquear a la célebre ciudad de Alma Humana.

     Por ello, el Rey llamó a su Hijo Emanuel, que le respondió: «Heme aquí, Padre mío». Entonces el Rey dijo: «Tú sabes, igual que yo, en qué condición se encuentra la ciudad de Alma Humana, y lo que nos hemos propuesto, y lo que tú has hecho para redimirla. Ven pues ahora, mi Hijo, y prepárate para la guerra, porque saldrás a mi campamento en Alma Humana. También prosperarás y prevalecerás, y tomarás la ciudad de Alma Humana».

     Entonces dijo el Hijo del Rey: «Tu ley está dentro de mi corazón: el hacer tu voluntad me ha agradado.[100] Éste es el día que he anhelado, y la obra por la que he esperado todo este tiempo. Concédeme, pues, las fuerzas que en tu sabiduría consideres apropiadas; y yo iré y liberaré de Diábolo y de su poder a tu perdida ciudad de Alma Humana. Mi corazón ha estado muchas veces apenado por la desgraciada ciudad de Alma Humana; pero ahora se regocija; ahora está feliz». Y con esto saltó de gozo sobre los montes, diciendo: «No he pensado en mi corazón que nada sea demasiado para Alma Humana: el día de la venganza está en mi corazón por ti, mi Alma Humana; y feliz estoy que ti, Padre mío: me has hecho el Capitán de su salvación.[101] Y yo ahora comenzaré a lanzar plagas contra los que han sido plaga para mi ciudad de Alma Humana, y la liberaré de sus manos».

     Cuando el Hijo del Rey hubo dicho esto a su Padre, la noticia se difundió como un rayo por toda la corte; sí, lo que Emanuel iba a hacer por la célebre ciudad de Alma Humana llegó a ser el único tema de conversación. Pero es inimaginable hasta qué punto los miembros de la corte se sentían interesados en este designio del Príncipe; hasta tal punto estaban ellos interesados en esta misión, y en la justicia de esta guerra, que los mayores lores y los más grandes pares del reino anhelaban obtener comisiones a las órdenes de Emanuel para ayudar a recuperar para Shaddai la infortunada ciudad de Alma Humana.

     Entonces se decidió que fuesen algunos y llevaran nuevas al campamento de que Emanuel iba a acudir a recuperar Alma Humana, y que traería consigo una fuerza tan poderosa e invulnerable que nadie la podría resistir. Pero, ¡oh!, qué bien dispuestos estaban los más eminentes nobles de la corte a apresurarse como correos para llevar estas nuevas al campamento en Alma Humana. Ahora, cuando los capitanes vieron que el Rey iba a enviar a Emanuel su Hijo, y que también era del agrado del Hijo ser enviado en esta misión por el gran Shaddai su Padre, ellos también, para mostrar cuánto se alegraban al pensar en su venida, levantaron un clamor que hizo vibrar la tierra. Sí, y los montes respondieron con su eco, y el mismo Diábolo se tambaleó y se estremeció de miedo.

15

     Diábolo se tambaleaba y se estremecía de miedo, porque tenéis que saber que aunque la ciudad de Alma Humana no estaba muy preocupada, si acaso lo estaba en algo, por este proyecto (porque, ¡ay de ellos!, estaban terriblemente embrutecidos, porque se dedicaban principalmente a sus placeres y concupiscencias), sin embargo sí que lo estaba su gobernador Diábolo; porque tenía espías de continuo alrededor, que le traían informaciones de todo tipo, y le contaron lo que se estaba preparando contra él en la corte, y que Emanuel iba a llegar pronto con poder para invadirle. Y no había nadie en la corte, ni par en el reino, que Diábolo tanto temiera como temía a este príncipe. Porque ya recordaréis que, como he dicho antes, Diábolo había ya sentido el peso de su mano; y que fuese él quien venía lo atemorizó tanto más.

     Bien, ya os he contado cómo el Hijo del Rey se había comprometido a dejar la corte para salvar Alma Humana, y que su Padre lo había nombrado Capitán de las fuerzas. Habiendo llegado el tiempo para su partida, se preparó para la marcha, y tomó consigo, para el ataque, a cinco nobles capitanes con sus fuerzas.

     1. El primero era un célebre capitán, el noble Capitán Creencia.[102] Suyos eran los colores rojos, y el Sr. Promesa era el portaestandarte; y como blasón tenía el santo cordero y el escudo de oro; y a sus órdenes tenía diez mil hombres.

     2. El segundo era el célebre Capitán Buena-Esperanza.[103] Sus colores eran los azules; su portaestandarte era el Sr. Expectación, y como blasón tenía las tres anclas de oro; y a sus órdenes tenía diez mil hombres.

     3. El tercero era el valiente Capitán Caridad.[104] Su portaestandarte era el Sr. Compasivo; suyos eran los colores verdes, y como blasón tenía tres huérfanos desnudos abrazados en el seno, y a sus órdenes tenía diez mil hombres.

     4. El cuarto era el gallardo comandante, el Capitán Inocente.[105] Su portaestandarte era el Sr. Candoroso; los suyos eran los colores blancos, y como blasón tenía las tres palomas de oro; y a sus órdenes tenía diez mil hombres.

     5. El quinto era el fidelísimo y bienamado Capitán Paciencia. Su portaestandarte era el Sr. Longanimidad; los suyos eran los colores negros, y como blasón tenía tres flechas atravesando el corazón de oro; y a sus órdenes tenía diez mil hombres.

     Estos eran los capitanes de Emanuel; estos sus portaestandartes; y estos los hombres bajo su mando. Así, como ha quedado dicho, el valiente Príncipe emprendió la marcha a la ciudad de Alma Humana. El Capitán Creencia iba a la vanguardia, y el Capitán Paciencia cerraba la retaguardia;[106] de forma que los otros tres, con sus hombres, formaban el principal cuerpo del ejército, y el mismo Príncipe iba montado en su carro de guerra a la cabeza de ellos.

     Pero cuando emprendieron la marcha, ¡cómo sonaban las trompetas, cómo refulgían las armaduras, y cómo flotaban los colores al viento! La armadura del príncipe era de oro toda ella, y brillaba como el sol en el firmamento; la armadura de los capitanes era de guerra, y lucían como las estrellas. También había los de la corte que acudieron como oficiales, por el amor que sentían por el Rey Shaddai, y por ver la feliz liberación de la ciudad de Alma Humana.

     Emanuel, al emprender la marcha para recuperar la ciudad de Alma Humana, tomó también consigo, según las instrucciones de su padre, cincuenta y cuatro arietes y doce catapultas con las que lanzar piedras.[107] Cada una de estas máquinas de guerra estaba hecha de oro puro, y las llevó consigo, en el corazón y cuerpo de su ejército, en su expedición a Alma Humana.

     Así estuvieron marchando hasta llegar a menos de una legua de la ciudad, y allí se quedaron hasta que los primeros cuatro capitanes se llegaron para darles las novedades. Luego emprendieron la marcha a la ciudad de Alma Humana, y a Alma Humana llegaron. Cuando los soldados que estaban en el campamento vieron aquellos refuerzos que se les unían, volvieron a gritar de manera tal que hicieron estremecer a Diábolo. Entonces se situaron delante de la ciudad, pero no como habían hecho los otros cuatro capitanes, sólo contra las puertas de Alma Humana, sino que rodearon la ciudad entera de lado a lado, cercándola completamente. Así, ahora la ciudad, mirase adonde mirase, veía unas poderosas fuerzas que la asediaban. Además, ahora levantaron terraplenes contra ella. El Terraplén Gracia se levantaba a un lado, y el Terraplén Justicia al otro. Además, levantaron varias rampas y trincheras de ataque, como Rampa de la Clara Verdad y Plataformas Sin-Pecado, donde se instalaron varias de las catapultas contra la ciudad. Sobre el Terraplén Gracia se instalaron cuatro, y otras tantas sobre el Terraplén Justicia, y el resto en lugares adecuados alrededor de la ciudad. Cinco de los mejores arietes, esto es, los mayores, fueron emplazados sobre el Terraplén Escucha, un terraplén levantado cerca de la Puerta del Oído, con la intención de forzar su apertura.

     Ahora, cuando los hombres de la ciudad vieron la multitud de soldados que habían venido contra la ciudad, y los arietes y las catapultas, y los terraplenes sobre los que se habían instalado, junto con el brillo de las armaduras y el ondear de sus colores, se vieron obligados a dar vueltas una y otra vez a sus pensamientos; pero difícilmente pasaban a pensamientos más firmes, sino cada vez más pusilánimes; porque aunque antes habían pensado que tenían suficiente protección, ahora comenzaron a pensar que nadie podría predecir cuál sería su suerte.

     Cuando el buen Príncipe Emanuel dejó así asediada Alma Humana, procedió primero a izar la bandera blanca, y la hizo poner entre las catapultas de oro situadas sobre el Terraplén Gracia. Y esto lo hizo por dos razones: 1. Para dar aviso a Alma Humana de que podía mostrar y mostraría gracia si se volvían a él. 2. Para dejarlos sin ninguna excusa si los destruía por persistir en su rebelión.

     Así que ondeó la bandera blanca, con las tres palomas de oro en la misma, por espacio de dos días, para darles tiempo y espacio para reflexionar; pero, como ya se ha dicho, y como si no les importara, elllos no dieron contestación a la señal favorable del Príncipe.

     Luego mandó, e izaron la bandera roja sobre el Terraplén Justicia. Era la bandera roja del Capitán Juicio, cuyo blasón era el horno de fuego ardiente; y ésta estuvo también ondeando ante ellos en el viento durante varios días. Pero tal como se habían comportado ante la bandera blanca, así se comportaron respecto a la bandera roja; con todo, no inició acción contra ellos.

     Luego mandó de nuevo que sus siervos izaran la bandera negra de desafío contra ellos, con el blasón de tres rayos ardientes; pero Alma Humana se mostró tan indiferente ante esta como ante las banderas precedentes. Cuando el Príncipe vio que ni la misericordia, ni el juicio, ni la ejecución del juicio, afectaban al corazón de Alma Humana, se sintió dolido; y dijo: «De cierto que esta extraña conducta de la ciudad de Alma Humana proviene más de la ignorancia de los modos y actos de guerra que de un secreto desafío contra nosotros y odio contra sus propias vidas; o, si conocen la forma de guerra suya,[108] no conocen sin embargo los ritos y ceremonias de las guerras en las que nos ocupamos, cuando hago guerra contra mi enemigo Diábolo».

     Ante esto, envió un mensaje a la ciudad de Alma Humana, para darles a conocer cuál era el significado de estas señales y ceremonias de las banderas, y también para saber de ellos qué era lo que iban a escoger, si gracia o misericordia, o juicio y la ejecución del juicio. Todo esto mientras mantenían ellos las puertas cerradas con llave, barras y trancas, tan aseguradas como podían. Además, habían doblado las guardias y reforzado la guarnición tanto como habían podido. Diábolo también se armó de todo el valor que pudo, para alentar a la ciudad a presentar resistencia.

16

     Los ciudadanos dieron respuesta al mensajero del Príncipe, con palabras de este tenor:

     «Gran Señor: En cuanto a lo que nos habéis comunicado por medio de vuestro mensajero, preguntando si aceptaremos vuestra misericordia, o si caeremos bajo vuestra justicia: estamos ligados por las leyes y usos de este lugar, y no os podemos dar una respuesta específica; porque es contrario a la ley, gobierno y regia prerrogativa de nuestro rey que hagamos paz o guerra sin su consentimiento. Pero esto haremos: pediremos a nuestro príncipe que acuda a la muralla y que trate con vos tal como él considere bueno y provechoso para nosotros».

     Cuando el buen Príncipe Emanuel oyó esta respuesta, y vio la esclavitud y servidumbre de este pueblo, y cuán satisfechos estaban en las cadenas del tirano Diábolo, le dolió en el corazón; y lo cierto es que cada vez que percibía que algunos estaban satisfechos bajo la esclavitud del gigante, se afligía.

     Pero, para volver a nuestro relato: Después que la ciudad hubiera comunicado esta noticia a Diábolo, y le hubo dicho además que el Príncipe se encontraba en el campamento junto a la muralla y esperaba una respuesta, rehusó, y se enfadó engreídamente tan bien como pudo, aunque en su fuero interno estaba atemorizado.

     Luego les dijo: «Iré yo mismo a la puertas, y le daré la respuesta que estime oportuna». Se dirigió entonces a la Puerta de la Boca, y desde allí se dispuso a dirigirse a Emanuel (pero en una lengua que la ciudad no comprendía), diciéndole lo que transcribo:

     «¡Oh tú, gran Emanuel, Señor de todo el mundo, te conozco, que eres el Hijo del gran Shaddai! ¿Por qué has venido a atormentarme y a echarme de mi posesión? Esta ciudad de Alma Humana, como tú muy bien sabes, es mía, y mía por doble derecho: 1. Es mía por derecho de conquista; la gané en campo abierto: ¿Y va a ser arrebatada la presa del poderoso, o será libertado el legítimo cautivo? 2. Esta ciudad de Alma Humana es también mía por su sometimiento. Ellos me abrieron las puertas de su ciudad; me juraron fidelidad, y de manera abierta me escogieron como su rey; también pusieron su ciudadela en mis manos.[109] Sí, me entregaron todo el poder de Alma Humana.

     »Además, esta ciudad de Alma Humana te rechazó, incluso echando tu ley, tu nombre, tu imagen y todo lo tuyo tras sus espaldas, y en su lugar aceptaron mi ley, mi nombre, mi imagen y todo lo que es mío. O pregunta si no a tus capitanes, y te dirán que Alma Humana, en respuesta a todos sus llamamientos, me ha mostrado amor y lealtad, pero siempre desdén, menosprecio y escarnio a ti y a los tuyos. Ahora bien, tú eres el Justo y Santo, por lo que te ruego que te apartes de mí, y me dejes en paz en mi justa heredad».

     Este discurso fue pronunciado en el lenguaje propio de Diábolo, porque aunque puede hablarle a cada hombre en su propia lengua (o no podría tentar a todos como hace), sin embargo tiene su propia y peculiar lengua, que es la lengua de la caverna infernal, o del negro abismo.

     Por ello la ciudad de Alma Humana (¡pobres gentes!) no le entendieron, ni pudieron darse cuenta de cómo se rebajaba y encogía cobardemente delante de Emanuel.

     Sí, en medio de todo esto seguían pensando que era alguien cuyo poder y fuerza no podían ser en absoluto resistidos. Por ello, mientras él estaba así rogando poder seguir residiendo allí, y que Emanuel no le echara fuera por la fuerza, los habitantes se jactaban de su valor, diciendo: «¿Quién puede hacer la guerra contra él?»

     En fin, cuando este pretendido rey hubo acabado de hablar, Emanuel, el Príncipe Dorado, se levantó y habló, y éste fue el tenor de sus palabras:

     «¡Tú, engañador!», dijo él: «En nombre de mi Padre, en mi propio nombre, y en favor y para bien de esta desgraciada ciudad de Alma Humana, tengo algo que decirte. Tú pretendes un derecho, un legítimo derecho, a la triste ciudad de Alma Humana, cuando es bien evidente para todos en la corte de mi Padre que la entrada que obtuviste a las puertas de Alma Humana fue por tu mentira y falsedad; mentiste acerca de mi Padre, acerca de su ley, y así engañaste a la gente de Alma Humana. Pretendes tú que la gente te aceptó como rey, capitán y legítimo soberano; pero esto fue también con engaño y mentira. Ahora bien, si la mentira, la malicia, la astucia pecaminosa y todo tipo de horrible hipocresía tuvieran entrada en la corte de mi Padre (corte ante la que tienes que ser juzgado) como si fueran equidad y derecho, entonces confesaré que hiciste una legítima conquista. ¡Pero, ay!, ¿qué ladrón, qué tirano, qué diablo hay que no pueda conquistar de esta manera? Pero puedo demostrarte, ¡oh Diábolo!, que nada dices con verdad con todas tus pretensiones de haber conquistado Alma Humana. ¿Crees acaso correcto haber hecho mentiroso a mi Padre, y que lo presentases ante Alma Humana como el más grande engañador del mundo? Y ¿qué dices de cómo tergiversaste a sabiendas el recto propósito y la intención de la ley? ¿Estuvo bien acaso que tomases ventaja de la inocencia y sencillez de la ahora desdichada ciudad de Alma Humana? Sí, tú venciste a Alma Humana prometiéndoles felicidad en sus transgresiones contra la ley de mi Padre, cuando tú sabías y no podías ignorar, tan sólo consultando a tu propia experiencia, que ésta era la manera de destruirlos. También has sido tú mismo por tu odio, ¡oh maestro de la enemistad!, que has destruido la imagen de mi Padre en Alma Humana, erigiendo la tuya en su lugar, para gran menosprecio de mi Padre, para agravamiento de tu pecado, y para intolerable perjuicio de la perdida ciudad de Alma Humana.

     »Además, como si todo esto fuese cosa ligera, no sólo has engañado y destruido esta ciudad, sino que con tus mentiras y conducta fraudulenta la has estado induciendo contra su propia liberación. ¡Cómo los has levantado contra los capitanes de mi Padre, y los has hecho luchar contra los que le eran enviados para librarlos de su esclavitud! Todas estas cosas, y muchas más, has hecho tú en contra de tu luz, y con menosprecio de mi Padre y de su ley; sí, con el deseo de provocar su desagrado para siempre contra esta infortunada ciudad de Alma Humana. Por esto he venido a vengar el mal que le has hecho a mi Padre, y a enfrentarme contigo por las blasfemias con que has hecho que la desgraciada Alma Humana blasfemara su nombre. Sí, de tu cabeza, tú, príncipe de la caverna infernal, demandaré yo esto.

     »En cuanto a mí mismo, oh Diábolo, he venido contra ti con poder legítimo, y a arrebatar esta ciudad de Alma Humana de tus ardientes dedos con la fuerza de mis manos; porque esta ciudad de Alma Humana es mía, ¡oh Diábolo! Y lo es por derecho indiscutible, como lo verán los que escudriñen con cuidado los más antiguos y auténticos registros; y yo afirmaré mi derecho a ella, para confusión de tu rostro.

     »Primero, tocante a la ciudad de Alma Humana, la edificó mi Padre y le dio forma con su mano. También el palacio edificado en medio de la ciudad, lo construyó él para su propio deleite. Por ello, esta ciudad de Alma Humana pertenece a mi Padre, y ello por el mejor de los derechos, y quien discuta la verdad de esto miente contra su alma.

     »Segundo, ¡oh tú maestro de la mentira!, esta ciudad de Alma Humana me pertenece:

     »1. Por cuanto soy heredero de mi Padre, su primogénito[110] y el único deleite de su corazón. Por ello he venido contra ti por mi propio derecho, para recobrar mi herencia de tu mano.

     «2. Pero además, así como tengo derecho y título a Alma Humana como heredero de mi Padre, también lo tengo por donación de mi Padre. Suya era, y me la dio a mí; y nunca he ofendido a mi Padre de modo que me la quitara para dártela a ti. Tampoco me he visto obligado,[111] como por bancarrota, a vender mi amada ciudad de Alma Humana. Alma Humana es mi deseo, mi deleite, y el gozo de mi corazón. Aun más:

     «3. Alma Humana me pertenece por derecho de compra. La he comprado, ¡oh Diábolo!, la he adquirido para mí mismo. Ahora bien, por cuanto era posesión de mi Padre, y mía como su heredero, y por cuanto también la he hecho mía en virtud de una gran adquisición, de ello sigue que por todo legítimo derecho la ciudad de Alma Humana me pertenece, y que tú eres un usurpador, un tirano y un traidor al retener la posesión de la misma. Y la causa de que yo la comprara fue ésta: Alma Humana había transgredido contra mi Padre; y mi Padre había anunciado que el día en que quebrantaran su ley, morirían. Y es más posible que los cielos y la tierra pasen que no que mi Padre quebrante su palabra.[112] Por ello, cuando Alma Humana hubo pecado en verdad al dar oído a tu mentira, yo intervine y pasé a ser garantía ante mi Padre, cuerpo por cuerpo, alma por alma, de que yo compensaría las transgresiones de Alma Humana, y mi Padre lo aceptó. Así, cuando llegó el tiempo señalado, di cuerpo por cuerpo, alma por alma, vida por vida, sangre por sangre,[113] y así redimí a mi amada Alma Humana.

     «4. Y no lo hice a medias: la ley y justicia de mi Padre, que estaban ambas implicadas en su amenaza contra la transgresión, quedaron totalmente satisfechas, y totalmente contentadas ante la liberación de Alma Humana.

     «5. Tampoco he venido hoy contra ti por mi cuenta, sino por mandamiento de mi Padre; fue él quien me dijo: “Ve, y libera a Alma Humana”.

     «Sabe por tanto, ¡oh fuente de engaño!, y sepa también la insensata ciudad de Alma Humana, que no he venido hoy contigo sin mi Padre.

     «Y ahora», prosiguió el Príncipe Dorado, «tengo algo que decir a la ciudad de Alma Humana». Pero tan pronto como mencionó que tenía una palabra que dar a la embrutecida ciudad de Alma Humana, se doblaron las guardias en las puertas y se prohibió a todos que le prestasen oído. Pero él prosiguió y dijo: «¡Oh infeliz ciudad de Alma Humana!: no puedo por más que sentir lástima y compasión por ti. Tú aceptaste a Diábolo como tu rey y te convertiste en cuidadora y servidora de los diabolianos contra tu Señor soberano. A él le abriste tus puertas, pero las has cerrado a cal y canto contra mí; le diste oído a él, pero has cerrado los oídos a mi clamor. Él ha traído tu destrucción, y tú los recibiste a él y a ella; yo he venido a traerte salvación, pero tú no me consideras. Además, tú te tomaste a ti misma con todo lo que en ti era mío, y con manos sacrílegas lo diste todo a mi enemigo, al más grande enemigo que tiene mi Padre. Os inclinasteis y sometisteis a él, os entregasteis y jurasteis fidelidad a él. ¡Pobre Alma Humana! ¿Qué haré contigo? ¿Te salvaré? ¿Te destruiré? ¿Qué haré contigo? ¿Caeré sobre ti moliéndote hasta el polvo, o haré de ti un monumento de la más rica gracia? ¿Qué haré contigo? Escucha pues, tú, ciudad de Alma Humana, presta oído a mis palabras, y vivirás.[114] Yo soy misericordioso, Alma Humana, y así me encontrarás; ¡no cierres contra mi tus puertas!

     »Oh Alma Humana, ni es mi comisión ni mi inclinación en absoluto hacerte daño.[115] ¿Porque huyes tú tan veloz de tu amigo y te aferras tan fuerte a tu enemigo? Ciertamente quisiera verte apenada por tu pecado, por cuanto es lo justo y apropiado; pero no desesperes de la vida; esta gran fuerza no ha acudido para dañarte, sino para liberarte de tu esclavitud y reducirte a la obediencia.

     »Mi comisión es ciertamente hacer guerra a Diábolo tu rey y a todos los diabolianos con él; porque él es el hombre fuerte armado que guarda la casa, y yo lo echaré; yo dividiré sus despojos, lo despojaré de su armadura, lo echaré de su fortaleza, y haré de ella mi propia morada. Y esto, oh Alma Humana, lo sabrá Diábolo cuando se vea obligado a seguirme encadenado, y cuando Alma Humana se alegrará de verlo así.

     »Yo podría, si quisiera ahora aplicar mi poder, hacer que te dejara inmediatamente y se fuera; pero tengo en mi corazón tratar con él de tal manera que la justicia de la guerra que le haré sea vista y admitida por todos. Él se ha apoderado de Alma Humana con engaño y la retiene con violencia y engaño; yo lo dejaré en evidencia y desnudo delante de todos.

     »Todas mis palabras son verdad. Yo soy fuerte para salvar, yo liberaré a Alma Humana de su mano».

     Este discurso lo dirigió principalmente a Alma Humana, pero Alma Humana no quería oírlo. Cerraron la Puerta del Oído, levantaron una barricada detrás de ella, y la guardaron cerrada y atrancada, y pusieron una guardia, ordenando que ningún almahumanés saliera a donde él estaba, y que no se diera entrada en la ciudad a nadie del campamento. Todo esto lo hicieron porque Diábolo los había fascinado de manera horrible en contra de su legítimo Señor y Príncipe. Por ello, no querían permitir entrar en la ciudad a ningún hombre, ni a ninguna voz ni son de hombre del ejército glorioso.

17

     Así, cuando Emanuel vio que Alma Humana estaba de tal manera hundida en pecado, reunió a todo su ejército (porque ahora también se despreciaban sus palabras) y ordenó a todo el ejército que estuviera listo para el momento señalado. Como no había ninguna manera de tomar legítimamente la ciudad de Alma Humana excepto por las puertas, mandó a sus capitanes y comandantes que trajeran sus arietes y catapultas y a sus hombres, emplazándolos delante de la Puerta del Ojo y de la Puerta del Oído, con el fin de tomar la ciudad.

     Cuando Emanuel lo tuvo todo dispuesto para presentar batalla a Diábolo, volvió a enviar para saber de la ciudad de Alma Humana, si estaban dispuestos a rendirse pacíficamente, o si estaban resueltos a provocarle a las acciones más extremadas. Ellos, entonces, con Diábolo su rey, convocaron un consejo de guerra, y acordaron unas ciertas propuestas que debían presentarse a Emanuel, si estaba dispuesto a aceptarlas, y a esto accedieron; entonces la siguiente cuestión era: ¿quién iba a ser enviado en esta misión? Había entonces en la ciudad de Alma Humana un viejo, un diaboliano, y su nombre era Reacio-a-inclinarse, un hombre envarado e intransigente en su forma de ser, y muy activo en la causa de Diábolo; a él enviaron, pues, dándole instrucciones para lo que tenía que decir. Él fue entonces, y se presentó en el campamento de Emanuel, y cuando llegó se le dio hora para su audiencia. Al llegar la hora, y después de una o dos cortesías diabolianas, comenzó hablando así: «Gran señor, para que todos los hombres sepan de la buena naturaleza del príncipe mi señor,[116] me envía a decir a vuestra señoría que está muy dispuesto, antes que a luchar, a entregar en vuestras manos la mitad de la ciudad de Alma Humana.[117] Por ello deseo saber si vuestra Poderosa Persona aceptará esta proposición».

     Entonces dijo Emanuel: «Toda ella es mía por don y por compra, por lo que jamás perderé una mitad».

     Entonces dijo Reacio-a-inclinarse: «Señor, mi amo ha dicho que se sentirá satisfecho en que vos seáis el Señor nominal y titular de todo,[118] si él puede poseer tan sólo una parte».

     Entonces respondió Emanuel: «Toda ella es mía, enteramente, no sólo en nombre y palabra; por ello, yo seré el único Señor y poseedor de todo, o de nada, en Alma Humana».

     Luego tomó otra vez la palabra Reacio-a-inclinarse: «Señor, ¡he aquí la aquiescencia de mi amo! Dice que se contentará si se le asigna tan sólo algún lugar en Alma Humana donde vivir privadamente, y vos seréis Señor de todo el resto».[119]

     Entonces dijo el Príncipe Dorado: «Todo lo que el Padre me ha dado vendrá a mí; y de todo lo que él me da no perderé nada—no, ni una pezuña ni un cabello. Por ello, no le concederé ni el más mínimo rincón de Alma Humana donde morar; la tendré enteramente para mí mismo».

     Entonces Reacio-a-inclinarse le contestó: «Pero, señor, supongamos que mi Señor os entregue toda la ciudad a voz, pero sólo con esta condición: que en ocasiones, cuando venga a este país, pueda, por ver a viejos conocidos, ser acogido como visitante durante dos días, o diez días, o un mes, o así.[120] ¿No se puede conceder esta minucia?»

     Entonces dijo Emanuel: «No. Él llegó como viajero a David,[121] y no se quedó mucho tiempo con él, pero le hubiera podido costar a David su alma. No consentiré que vuelva a encontrar aquí refugio alguno».

     Entonces dijo el Sr. Reacio-a-inclinarse: «Señor, parece que sois muy duro. Supongamos que mi amo acceda a todo lo que su Señoría ha dicho, siempre y cuando sus amigos y parientes[122] en Alma Humana tengan libertad para comerciar con la ciudad, y de disfrutar sus actuales moradas. ¿No podréis conceder esto, señor?»

     Entonces dijo Emanuel: «No, esto va en contra de la voluntad de mi Padre; porque todos y todo tipo de diabolianos que ahora estén allí, o que se puedan hallar allí en cualquier momento en Alma Humana, perderán[123] no sólo sus tierras y libertades, sino también sus vidas».

     Entonces dijo otra vez el Sr. Reacio-a-inclinarse: «Pero, señor, ¿no puede mi amo y gran señor, mediante cartas, pasajeros, oportunidades accidentales y cosas semejantes, mantener, si te lo entrega todo a ti, alguna especie de vieja amistad con Alma Humana?»[124]

     Emanuel respondió: «No, en absoluto; porque tal tipo de compañerismo, amistad, intimidad o relación, de esta manera, forma o modo cualquiera en que se mantenga, tenderá a corromper la ciudad de Alma Humana, a enajenar sus afectos de mí, y a hacer peligrar su paz con mi Padre».

     El Sr. Reacio-a-inclinarse insistió todavía, diciendo: «Pero, gran señor, por cuanto mi amo tiene muchos amigos queridos en Alma Humana, ¿no podrá, si se separa de ellos, a causa de su generosidad y buena naturaleza, darles, según él vea oportuno,[125] algunas prendas del afecto y bondad que ha tenido para con ellos, a fin de que Alma Humana, cuando él ya no esté, pueda ver estas prendas de bondad recibidas de su viejo amigo, y recordar a aquel que fue una vez su rey y los tiempos dichosos que a veces gozaron juntos, mientras convivían en paz?»

     Y Emanuel respondió: «No, porque si Alma Humana pasa a ser mía, no admitiré ni consentiré que quede el menor rastro, indicio o huella de Diábolo, como prendas de dones dados a nadie en Alma Humana, que pueda traer al recuerdo la terrible comunión que había entre ellos y él».

     «Bien, señor», dijo Reacio-a-inclinarse: «tengo aún otra cosa que proponer, y con esto llego al final de mi comisión. Supongamos que, cuando mi amo se haya ido de Alma Humana, alguno que viva aún en la ciudad tenga tal negocio de gran importancia que hacer, que si se descuida, la parte quede arruinada; y supongamos, señor, que nadie puede ayudar en este caso tan bien como mi amo y señor; no se le puede enviar recado a mi amo para una ocasión tan urgente como ésta? O, si no se le puede admitir en la ciudad, ¿no pueden él y la parte interesada reunirse en algunas de las ciudades cerca de Alma Humana, y allí conferenciar y consultar acerca de estos asuntos?»

     Ésta era la última de aquellas pérfidas propuestas que el Sr. Reacio-a-inclinarse tenía que presentar a Emanuel en nombre de su amo Diábolo;[126] pero Emanuel no quiso concedérsela, porque, como dijo: «No habrá caso alguno, ni asunto ni cuestión que acontezca en Alma Humana, cuando tu amo se haya ido, que no pueda ser resuelta por mi Padre. Además, sería gran menosprecio a la sabiduría y capacidad de mi Padre admitir que nadie en Alma Humana fuera a buscar consejo a Diábolo,[127] cuando están ya invitados para que en todo, mediante oración y ruego, den a conocer sus peticiones a mi Padre. Además, si se concediera tal cosa, sería lo mismo que conceder una puerta abierta a Diábolo y a los diabolianos en Alma Humana, para que tramaran, conspiraran y ejecutaran designios traicioneros, para pena de mi Padre y mía, y para la total destrucción de Alma Humana».

     Tras oír esta respuesta, el Sr. Reacio-a-inclinarse se despidió de Emanuel y se fue, diciendo que llevaría la respuesta a su amo respecto de todo lo dicho. Y yéndose, llegó a Diábolo en Alma Humana y le refirió todo lo sucedido, y que Emanuel no estaba dispuesto a admitir, en modo alguno, que cuando se hubiera ido pudiera tener ya más que hacer ni en el interior ni con nadie perteneciente a la ciudad de Alma Humana. Cuando Alma Humana y Diábolo oyeron este informe, acordaron unánimes usar todas sus fuerzas para mantener a Emanuel fuera de Alma Humana, y enviaron al viejo Mala-Pausa, de quién ya habéis oído antes, a decirle esto al Príncipe y a sus capitanes. Con ello el viejo caballero subió arriba del todo de la Puerta del Oído, y llamó a los del campamento para que le prestaran atención, y les dijo: «Tengo órdenes de mi alto señor que os diga que comuniquéis a vuestro Príncipe Emanuel que Alma Humana y su rey están resueltos a estar de pie o caer juntos, y que es en vano que vuestro Príncipe piense en tener en sus manos a Alma Humana, a no ser que pueda tomarla por la fuerza». Algunos fueron, pues, y refirieron a Emanuel lo que había dicho el viejo Mala-Pausa, un diaboliano en Alma Humana. Entonces dijo el Príncipe: «Tengo que probar el poder de mi espada,[128] porque no levantaré el sitio ni me iré (después de todas las rebeliones y rechazos de Alma Humana contra mí), sino que ciertamente tomaré Alma Humana, y la liberaré de manos de su enemigo». Y con esto dio órdenes para que el Capitán Boanerges, el Capitán Convicción, el Capitán Juicio y el Capitán Ejecución se dirigieran a la Puerta del Oído con las trompetas sonando, los colores ondeando al viento, y con gritos de guerra. También mandó que el Capitán Creencia se uniera a ellos. Además, Emanuel dio órdenes que el Capitán Buena-Esperanza y el Capitán Caridad se apostaran ante la Puerta del Ojo. Mandó también al resto de capitanes y a sus hombres que se situaran todo alrededor de la ciudad para lograr la mayor ventaja sobre el enemigo; y todo se hizo conforme lo había mandado.

     A continuación mandó que se diera la consigna, y la consigna fue entonces «EMANUEL». Entonces sonó una alarma, y se actuó con los arietes; y las catapultas lanzaron a discreción piedras contra la ciudad, y así comenzó la batalla. Ahora era el mismo Diábolo quien dirigía a los ciudadanos en la guerra, que tenía lugar en cada puerta; por ello la resistencia que presentaron fue más encarnizada, infernal y ofensiva para Emanuel. Así estuvo el buen Príncipe enzarzado y refrenado por Diábolo y Alma Humana durante varios días; y era un espectáculo digno de ver, cómo se comportaban los capitanes de Shaddai en esta guerra.

18

     La lucha estaba entablada. Mencionando primero al Capitán Boanerges (sin minusvalorar a los demás), éste lanzó tres briosos asaltos, uno tras otro, sobre la Puerta del Oído, haciendo sacudir sus postes. El Capitán Convicción también apoyó a Boanerges tanto como pudo, y viendo los dos que la puerta comenzaba a ceder, mandaron que siguieran actuando los arietes contra la misma. En este momento, el Capitán Convicción, acercándose mucho a la puerta, fue repelido con gran fuerza y recibió tres heridas en la boca. Y los oficiales[129] acudieron a dar ánimo a los capitanes.

     Por el valor que habían exhibido los dos mencionados capitanes, el Príncipe envió a llamarlos a su pabellón y les ordenó que se tomasen un descanso y que tomaran algún refrigerio. También se tuvo cuidado de sanar de sus heridas al Capitán Convicción. El Príncipe también le dio a cada uno una cadena de oro, y los exhortó a tener buen ánimo.

     No quedaron atrás el Capitán Buena Esperanza ni el Capitán Caridad en esta enconada lucha, porque se comportaron con tanto valor ante la Puerta del Ojo que casi la abrieron de par en par. Estos recibieron también una recompensa de su Príncipe, como también la habían recibido el resto de los capitanes, porque habían actuado valerosamente alrededor de la ciudad.

     En este encuentro hallaron la muerte varios de los oficiales de Diábolo, y fueron heridos varios de los ciudadanos. De los oficiales, murió un tal Capitán Jactancia. Este Jactancia pensaba que nadie podría sacudir los postes de la Puerta del Oído, ni sacudiría el corazón de Diábolo. Junto a él fue muerto un tan Capitán Seguro; este Seguro solía decir que los ciegos y los cojos[130] en Alma Humana podrían defender las puertas de la ciudad contra el ejército de Emanuel. A este Capitán Seguro, el Capitán Convicción le partió la cabeza en dos de un solo golpe con una espada de dos filos, cuando él mismo recibió tres heridas en la boca.

     Además de éste, había también un tal Capitán Fanfarronada, un tipo muy temerario, que era capitán de una compañía de los que arrojaban dardos encendidos, flechas y muerte; también él recibió, en la Puerta del Ojo, una herida mortal en el pecho de mano del Capitán Buena-Esperanza.

     Había además un tal Sr. Sentimientos; pero no era capitán, aunque sí un gran agitador para alentar a Alma Humana a la rebelión. Uno de los soldados de Boanerges le asestó una herida en el ojo, y hubiera sido muerto por el capitán mismo si no se hubiera retirado precipitadamente.

     Pero nunca vi a Recia-Voluntad tan amedrentado en toda mi vida. No respondió como se esperaba de él, y dicen algunos que también había sido herido en una pierna, y que algunos hombres del ejército del Príncipe le vieron después realmente cojeando mientras caminaba por la muralla.

     No daré una lista completa de los nombres de los soldados que murieron en la ciudad, porque fueron muchos los mutilados, heridos y muertos; porque cuando vieron que se sacudían los postes de la Puerta del Oído y que la Puerta del Ojo estaba casi rota, y también que sus capitanes habían sido muertos, esto desalentó los corazones de muchos diabolianos; también muchos cayeron por los impactos de los proyectiles que lanzaban las catapultas de oro al centro de la ciudad de Alma Humana.

     De los ciudadanos, había un tal No-Amante-de-lo-Bueno, que era ciudadano, pero diaboliano; también él recibió una herida mortal en Alma Humana, pero tardó en morir.

     El Sr. Mala-Pausa, que era quien había venido con Diábolo cuando al principio emprendió la toma de Alma Humana, recibió también una herida grave en la cabeza; algunos dicen que se le fracturó el cráneo. Esto he podido observar: que después de esto ya nunca pudo hacer tanto daño a Alma Humana como en el pasado. También el viejo Prejuicio y el Sr. Todo-Vale se dieron a la fuga.

19

     Concluida la batalla, el Príncipe ordenó izar otra vez la bandera blanca sobre el Terraplén Gracia a la vista de la ciudad de Alma Humana, para mostrar que todavía Emanuel proclamaba gracia hacia la infortunada ciudad de Alma Humana.

     Cuando Diábolo vio izada la bandera blanca, y sabiendo que no era para él, sino para Alma Humana, decidió intentar otra añagaza, tratando que Emanuel levantara el sitio con una promesa de reforma. Así que un atardecer bajó a la puerta, un buen rato después que hubiera descendido el sol, y llamó para hablar con Emanuel, quien acudió a la puerta; Diábolo le dijo:

     «Por cuanto haces ver por tu bandera blanca que estás totalmente dado a la paz y a la serenidad, pensé en encontrarme contigo para hacerte saber que estamos dispuestos a aceptarla en unas condiciones que podrás admitir.

     »Sé que estás dado a la devoción y que te complace la santidad; sí, que tu gran fin en tu guerra contra Alma Humana es que venga a ser una morada santa. Bien, retira tus fuerzas de la ciudad y yo inclinaré Alma Humana a tu yugo.

     »Primero, pondré fin a todos los actos de hostilidad contra ti y estaré dispuesto a ser tu virrey, y así como antes te he sido adversario, ahora te serviré en la ciudad de Alma Humana. Y de manera más particular:

     »1. Persuadiré a Alma Humana para que te reciba como Señor; y sé que ellos lo harán tanto más bien dispuestos cuando vean que yo soy tu virrey.

     »2. Les mostraré en qué han errado, y que la transgresión les cierra el camino a la vida.

     »3. Les expondré la santa ley a la que tienen que conformarse, la misma que han quebrantado.

     »4. Los instaré a la necesidad de reformarse conforme a tu ley.

     »5. Y además, para que no falle ninguna de estas cosas, yo mismo, a mis propias expensas, promoveré y mantendré un ministerio suficiente, además de conferencias, en Alma Humana.

     »6. Como prenda de nuestro sometimiento a ti, tú recibirás cada año lo que consideres justo imponer como exacción en prueba de nuestro sometimiento a ti».

     Entonces le dijo Emanuel: «¡Oh, tú lleno de engaño, cuán mudables son tus caminos! ¡Cuántas veces has cambiado y cambiaras, con el fin de seguir manteniéndote en posesión de mi Alma Humana, aunque, como ya te ha sido dicho con toda claridad, yo soy el verdadero heredero de ella! Son muchas las propuestas que has hecho, y ésta no es mejor que las otras. Y, no habiendo podido engañar cuando te has mostrado en tus ropajes negros, ahora te transformas en ángel de luz,[131] y querrías, para engañar, mostrarte ahora como un ministro de la justicia. Pero sabe ahora, oh Diábolo, que nada que tú propongas será considerado, porque nada haces sino para engañar. Tú no tienes ni conciencia para con Dios, ni amor para con la ciudad de Alma Humana. ¿De dónde pueden salir, pues, todas estas tus palabras sino de una astucia y un engaño llenos de pecado? Aquel que puede de su arbitrio y voluntad proponer lo que mejor le plazca, y ello con el fin de destruir a los que creen en él, debe ser desechado, con todo lo que quiera decir. Pero, si la justicia es ahora una cosa tan hermosa para ti, ¿cómo es que antes estabas tan apegado a la maldad? Esto, sin embargo, sólo a modo de digresión.

     »Tú me hablas ahora de una reforma en Alma Humana, y que tú mismo, si yo lo acepto, estarás a la cabeza de esta reforma, aunque sabes que lo mejor que el hombre pueda hacer bajo la ley, y según la justicia que es según ella, no será mejor que nada en absoluto para librar de la maldición al Alma Humana; porque habiendo una ley quebrantada por Alma Humana, que comporta una maldición de parte de Dios por su quebrantamiento, Alma Humana no puede jamás liberarse a sí misma de esta maldición mediante su obediencia de la ley (por no decir nada de qué tipo de reforma podrá establecerse en Alma Humana si es el diablo quien viene a ser el corrector del vicio). Tú sabes que todo lo que has dicho acerca de esta cuestión no es nada más que fraude y engaño; y que el engaño es la última carta que te queda por jugar, como también fue la primera. Muchos son los que te disciernen cuando les muestras la pezuña; pero cuando te muestras de blanco, en luz y transformado, son pocos los que te disciernen. Pero no lo conseguirás con mi Alma Humana, ¡oh Diábolo!; porque sigo amando a mi Alma Humana.

     »Además, no he venido a imponer a Alma Humana obras mediante las que viva; si así lo hubiera hecho, sería como tú; sino que he venido para que por medio de mí, y por lo que he hecho y haré por Alma Humana, puedan ser reconciliados a mi Padre, aunque por su pecado lo han provocado a ira y aunque por la ley no puedan alcanzar misericordia.

     »Tú hablas de someter esta ciudad al bien, siendo que nadie lo desea de tu parte. Mi Padre me ha enviado para poseerla yo mismo, y para guiarla con la destreza de mis manos a tal conformidad a él que será grata a sus ojos. Por tanto, la poseeré yo mismo; te desposeeré y te echaré fuera; pondré mi propia bandera en medio de ellos; también los gobernaré mediante nuevas leyes, nuevos oficiales, nuevos motivos y nuevos caminos; sí, derribaré esta ciudad y la construiré de nuevo; y será como si no hubiera sido, y será luego la gloria de todo el universo».

     Cuando Diábolo oyó esto, y se dio cuenta de que todos sus engaños habían quedado expuestos, quedó confundido y totalmente anonadado; pero poseyendo en sí mismo la fuente de iniquidad, y de cólera y malicia contra Shaddai y contra su Hijo, así como contra la amada ciudad de Alma Humana, lo que hace es fortalecerse lo que puede para presentar renovada batalla contra el noble Príncipe Emanuel. Así que vamos a ser testigos de otra batalla antes que sea tomada la ciudad de Alma Humana. Subamos, pues, a los montes, vosotros a los que os gusta contemplar acciones militares, y contemplad como se administran golpes mortales por ambos lados, mientras uno intenta defender y el otro adueñarse de la célebre ciudad de Alma Humana.

     Así que, tras retirarse Diábolo de la muralla y regresar a su fortaleza en el corazón de la ciudad de Alma Humana, Emanuel volvió también al campamento; y los dos, según sus diferentes estilos, se dispusieron a presentar batalla al otro.

     Diábolo, completamente desalentado acerca de poder retener en sus manos la célebre ciudad de Alma Humana, resolvió hacer todo el daño que pudiera (si es que podía) al ejército del Príncipe y a la célebre ciudad de Alma Humana; porque, ¡ay! no era la dicha de la insensata ciudad de Alma Humana lo que tenía Diábolo en mente, sino su total ruina y destrucción, como podemos ahora ver claramente. Por ello, da la orden a sus oficiales de que cuando vean que no pueden ya mantener la ciudad, le hagan todo el mal que puedan, desgarrando y destrozando a hombres, mujeres y niños.[132] «Porque mejor será destruir este lugar,» dijo él, «y convertirlo un montón de ruinas, que dejarlo para que sea morada de Emanuel».

     Emanuel, sabiendo por su parte que la siguiente batalla tendría como resultado ser hecho dueño del lugar, proclamó una real orden a todos sus oficiales, altos capitanes, y hombres de guerra, para exhortarlos a portarse como valientes guerreros contra Diábolo y todos los diabolianos, pero que mostraran favor, misericordia y clemencia para con los viejos moradores de Alma Humana. «Lanzad la mayor fuerza de la batalla», dijo el noble príncipe, «contra Diábolo y sus hombres».

20

     Llegado el día, se dio la orden, y los hombres del Príncipe se mantuvieron valerosos sobre sus armas, y, como ya antes, emplearon sus mayores fuerzas contra la Puerta del Oído y la Puerta del Ojo. La consigna era entonces «¡Ganada es Alma Humana!», y así emprendieron el asalto de la ciudad. También Diábolo, con el grueso de sus fuerzas, opuso fuerte resistencia desde el interior, y sus grandes y principales capitanes contrapusieron durante un tiempo una feroz resistencia al ejército del Príncipe.

     Pero después de tres o cuatro fuertes arremetidas por parte del Príncipe y de sus nobles capitanes, la Puerta del Oído cedió, y las trancas y los cierres con que había sido firmemente cerrada contra el Príncipe saltaron en mil pedazos. Entonces sonaron las trompetas del Príncipe, clamaron los capitanes, tembló la ciudad, y Diábolo se retiró a su fortaleza. Una vez las fuerzas del Príncipe hubieron forzado la puerta, él mismo acudió y estableció su trono en ella; y cerca de allí izó su estandarte, sobre el terraplén que sus hombres habían levantado sobre el que situar sus poderosas catapultas. Aquel terraplén se llamaba Terraplén Atiende. Allí, pues, permaneció el Príncipe, cerca de la entrada de la puerta. También mandó que las catapultas de oro siguieran batiendo la ciudad, especialmente la ciudadela, porque allí se había refugiado Diábolo. Pero desde la Puerta del Oído la calle era recta hasta la casa del Sr. Archivero que había antes que Diábolo tomara la ciudad; y cerca de su casa se levantaba la ciudadela, que por mucho tiempo había sido la irritante guarida de Diábolo. Por esta razón, los capitanes se apresuraron a limpiar la calle con sus catapultas, y se abrieron paso hasta el corazón de la ciudad. El Príncipe ordenó luego que el Capitán Boanerges, el Capitán Convicción y el Capitán Juicio marcharan ciudad arriba a la puerta del viejo caballero.[133] Entonces los capitanes entraron gallardos en la ciudad de Alma Humana, y, con sus colores ondeando al viento, llegaron a la casa del Archivero, que era casi tan fuerte como la ciudadela. También habían tomado consigo unos arietes para usarlos contra las puertas de la ciudadela. Cuando llegaron a la casa del Sr. Conciencia, llamaron y pidieron que se les diera entrada. Ahora bien, el viejo caballero, que no sabía aún del todo cuál era su designio, había mantenido las puertas cerradas durante todo el tiempo de la lucha. Por ello, Boanerges pidió entrada por sus puertas, y, viendo que nadie respondía, le dio un golpe con la cabeza de un ariete, y esto hizo que el viejo caballero se estremeciese, y que su casa temblara y vacilara. Entonces bajó el Sr. Archivero a las puertas, y como pudo, con labios temblorosos, pregunto, «¿¡Quién va!?» Boanerges respondió: «¡Somos los capitanes y comandantes del gran Shaddai y del bendito Emanuel su Hijo, y exigimos entrada a vuestra casa para posesión y uso de nuestro noble Príncipe!» Y con esto, golpearon fuerte la puerta con el ariete. Esto hizo que el viejo caballero se estremeciese aún más, pero no se atrevió a desobedecer, y abrió la puerta; entonces entraron las fuerzas del Rey, los tres valientes capitanes ya mencionados. Ahora bien, la casa del Archivero era un lugar muy bien situado para Emanuel, no sólo porque estaba cerca de la ciudadela y era una casa fuerte, sino también porque era grande, y estaba delante mismo de la ciudadela, la guarida ahora de Diábolo, que tenía ahora miedo de salir de su refugio. En cuanto al Sr. Archivero, los capitanes se comportaron con él de manera muy reservada; y él nada sabía aún de los grandes designios de Emanuel, por lo que no sabía qué pensar, ni cuál sería el fin de aquellos comienzos tan tronantes. También se esparció por la ciudad la noticia de que la casa del Archivero había sido tomada, sus estancias ocupadas, y que su palacio era ahora la base de la batalla; y tan pronto que unos supieron esto, fueron pasando las nuevas a otros amigos, y, como se sabe, una bola de nieve no pierde nada al ir rodando, así que pronto se difundía la especie por toda la ciudad de que nada podían esperar del Príncipe sino la destrucción, y la base para este rumor era que el Archivero tenía miedo, que el Archivero se estremecía, y que los capitanes se comportaban de manera extraña con el Archivero. Así que muchos vinieron para observar, pero cuando vieron con sus propios ojos a los capitanes en el palacio, y sus arietes batiendo una y otra vez contra las puertas de la ciudadela para hundirlas, quedaron sobrecogidos de temor y espanto. Y, como digo, el dueño de la casa intensificaba esta sensación, porque a cualquiera que fuera a hablar con él o que con él conversara, no hablaba de otra cosa, ni les decía u oía, sino que la suerte que esperaba a Alma Humana eran la muerte y la destrucción.[134]

     «Porque todos sabéis bien que todos hemos sido traidores contra el antes menospreciado, pero ahora célebremente victorioso y glorioso príncipe Emanuel; porque ahora, como veis, no sólo nos asedia, sino que ha forzado nuestras puertas, entrando en la ciudad. Además, Diábolo huye delante de él; y, como veis, ha convertido mi casa en cuartel contra la ciudadela donde se encuentra Diábolo. Yo, por mi parte, he transgredido en gran manera al callarme cuando debiera haber hablado, y al pervertir la justicia cuando debiera haberla ejecutado. Cierto, algo he sufrido de manos de Diábolo por tomar partido por las leyes del Rey Shaddai, pero ¡ay! ¿de qué me va a servir esto? ¿Acasó podrá compensar las rebeliones y traiciones que he cometido, y que he admitido que se cometieran sin hablar contra ellas en la ciudad de Alma Humana? ¡Ah, tiemblo al pensar cuál vaya a ser el fin de este comienzo tan terrible y lleno de ira!»

     Y ahora, mientras estos valientes capitanes estaban ocupados en la casa del viejo Archivero, el Capitán Ejecución estaba igual de atareado en otras partes de la ciudad, asegurando las calles traseras y las murallas. También persiguió encarnizadamente a Lord Recia-Voluntad, sin permitirle reposar en rincón alguno; tan despiadadamente le persiguió que dispersó a los hombres que estaban con él, y fue con alivio que pudo ocultarse donde pudo. También este fuerte guerrero hizo morder el polvo a tres de los oficiales de Lord Recia-Voluntad: uno era el viejo Sr. Prejuicio, que había sufrido una fractura de cráneo durante el motín. Éste hombre había sido hecho guarda de la Puerta del Oído por Lord Recia-Voluntad, y cayó a manos del Capitán Ejecución. Había también un tal Sr. Firme-contra-todo-menos-contra-el-mal, que era también uno de los oficiales de Lord Recia-Voluntad, y que era capitán de los dos cañones que habían sido emplazados sobre la Puerta del Oído; también cayó a manos del Capitán Ejecución. Además de estos dos había un tercero que se llamaba Capitán Pérfido. Era un muy vil personaje, pero gozaba de gran confianza de Recia-Voluntad; también a éste le hizo morder el polvo el Capitán Ejecución junto con los demás.

     Hizo también una gran matanza entre los soldados de Lord Recia-Voluntad, dando muerte a muchos fuertes y valerosos, e hiriendo a muchos diligentes y activos partidarios de Diábolo. Pero todos estos eran diabolianos; ninguno de los nativos de Alma Humana resultó herido.

     Otros de los capitanes realizaron también hazañas guerreras, como en la Puerta del Ojo, donde el Capitán Buena-Esperanza y el Capitán Caridad lanzaron una carga, y donde hubo gran mortandad; allí el Capitán Buena-Esperanza mató con sus propias manos a un tal Capitán Ceguera, el guarda de la puerta. Este Capitán Ceguera estaba al mando de mil hombres, de los que luchaban con mazas; también persiguió el Capitán Buena-Esperanza a sus hombres, dando muerte a muchos, hiriendo a más, y haciendo que el resto se escondieran donde pudiesen.

     Había también en la puerta un tal Sr. Mala-Pausa, de quién ya hemos oído antes. Era un hombre viejo, y la barba le llegaba a la cintura; era el orador de Diábolo, y había hecho muchos males en la ciudad de Alma Humana; éste cayó a manos del Capitán Buena-Esperanza.

     ¿Y qué diré? En estos días había diabolianos muertos por todas las esquinas, aunque demasiados de ellos quedaban aún vivos en Alma Humana.

21

     Fue en estas circunstancias que el viejo Archivero y Lord Entendimiento, junto con algunos otros de los principales de la ciudad, o sea, los que sabían que con Alma Humana permanecerían o caerían, se reunieron un día, y tras haber consultado unos con otros, acordaron redactar una petición y enviarla a Emanuel mientras que Él se encontraba en la puerta de Alma Humana. Así fue que redactaron esta petición, cuyo contenido era el como sigue: Que ellos, los viejos moradores de Alma Humana, confesaban su pecado, y se sentían dolidos por haber ofendido a Su principesca Majestad, y rogaban que perdonara sus vidas.

     A esta petición no recibieron respuesta alguna, y eso los angustió más aún. Ahora bien, durante este intervalo los capitanes en casa del Archivero estaban atareados con los arietes, batiendo las puertas de la ciudadela para echarlas abajo. Así que, tras algo de tiempo, sudor y trabajo, la puerta de la ciudadela llamada Inexpugnable se vino abajo, partida en pedazos, y así se abrió el camino para penetrar en el refugio de Diábolo. Entonces se enviaron las nuevas a la Puerta del Oído, porque Emanuel seguía habitando allí, para hacerle saber que se había abierto una brecha en las puertas de la ciudadela de Alma Humana. Pero, ¡oh, cómo sonaron las trompetas ante las nuevas por todo el campamento del Príncipe!, porque ahora la guerra se acercaba a su fin, y se aproximaba la liberación de Alma Humana.

     Entonces el Príncipe se levantó del lugar en el que estaba, tomando consigo a los hombres de guerra más a propósito para aquella expedición, y se dirigió por la calle de Alma Humana hasta la casa del viejo Archivero.

     El Príncipe mismo iba cubierto de una armadura de oro, y se lanzó calle arriba con su estandarte portado delante de él; pero mantenía su rostro inescrutable mientras avanzaba, de manera que la gente no podía dilucidar por su apariencia si sentía amor u odio. Ahora, mientras avanzaba calle arriba, los ciudadanos salieron a cada puerta para mirar, y no podían por más que sentirse atraídos por su persona y por la gloria que irradiaba, pero se maravillaban ante lo reservado de su expresión; por el momento les decía mucho más por sus acciones y obras que con palabras o sonrisas. Pero también la pobre Alma Humana (como en tales casos les sucede a todos) interpretó la conducta de Emanuel para con ellos como los hermanos de José habían interpretado su conducta para con ellos, de una manera totalmente errónea. «Porque si Emanuel nos amara», pensaron ellos, «nos lo mostraría con sus palabras y conducta, pero al no hacerlo así, por ello mismo Emanuel nos odia. Y si Emanuel nos odia, entonces Alma Humana será arrasada: ¡Alma Humana será convertida en un muladar!» Ellos sabían que habían transgredido la ley de su Padre, y que habían concertado alianza contra él  con su enemigo Diábolo. Sabían también que Emanuel lo sabía todo, porque estaban convencidos de que era un ángel de Dios, conocedor de todas las cosas que se hacían en la tierra; y esto los llevó a pensar que su condición era desesperada, y que el buen Príncipe los asolaría.

     «Y», pensaron ellos «¿qué mejor momento para hacerlo que ahora, que tiene en sus manos las riendas de Alma Humana?» Pero de esto me di cuenta en especial, que a pesar de todo, los habitantes, al verlo avanzar a través de la ciudad, no podían por menos que humillarse, inclinarse, postrarse, y estaban dispuestos a lamer el polvo de sus pies. También deseaban mil veces que él llegara a ser su Príncipe y Capitán, y que se convirtiera en su Protector. También hablaban entre sí de la hermosura de su persona, y de cómo rebasaba en gloria y valor a los grandes del mundo. Pero, pobres gentes, por lo que a ellos se refería, sus pensamientos eran cambiantes, oscilando por todo tipo de extremos. Sí, al ir oscilando de uno a otro lado, Alma Humana vino a ser como una pelota lanzada de lado a lado, y como una pluma arrastrada por un torbellino.

     Al llegar a las puertas de la ciudadela, ordenó a Diábolo que compareciera y se le entregara. Pero, ¡qué pocas ganas tenía la bestia de aparecer! ¡Cómo se negaba! ¡Qué reacio se mostraba! ¡Cómo se encogía! Pero al final compareció ante el Príncipe. Entonces Emanuel dio órdenes, y tomaron a Diábolo, y lo ataron fuertemente con cadenas para reservarlo para el juicio que había sido dictado para él. Pero Diábolo se levantó suplicando a Emanuel que no lo mandara al abismo, sino que le dejara abandonar Alma Humana en paz.

     Cuando Emanuel lo hubo aprehendido y encadenado, lo condujo a la plaza del mercado, y allí, delante de Alma Humana, le quitó la armadura de que tanto se había ufanado antes. Éste fue ahora uno de los actos de triunfo de Emanuel sobre su enemigo; y mientras se despojaba al gigante sonaban las trompetas del Príncipe Dorado; también clamaban los capitanes, y los soldados cantaban de gozo.

     Entonces se convocó a Alma Humana para que contemplara el comienzo del triunfo de Emanuel sobre aquel en quien tanto habían confiado, y de quien tanto se habían jactado en los días en que los adulaba.

     Habiendo así dejado desnudo a Diábolo delante de Alma Humana y delante de los comandantes del Príncipe, ordenó luego que Diábolo fuese atado con grilletes a las ruedas de su carro.[135] Entonces, dejando algunas de sus fuerzas al mando del Capitán Boanerges y del Capitán Convicción como guardianes de las puertas de la ciudadela, para que la guardaran para él (por si alguno de los hasta ahora seguidores de Diábolo intentaba poseerla), desfiló triunfante por toda la ciudad de Alma Humana, y saliendo por la Puerta del Ojo, llegó a la llanura en la que se encontraba su campamento.

     ¡Pero no es posible imaginar, a no ser que se haya estado allí, como yo estuve, el clamor que ascendió en el campamento de Emanuel cuando vieron al tirano encadenado por mano de su noble Príncipe, y atado a las ruedas de su carro!

     Y ellos dijeron: «Ha llevado cautiva la cautividad, y ha despojado a los principados y a las potestades. Diábolo está sujeto al poder de su espada, y ha sido hecho objeto de escarnio».

     También los oficiales[136] y los que habían acudido a ver la batalla alzaron fuerte la voz, y cantaron con voces tan melódicas que hicieron que los que moraban en los más altos orbes[137] abrieran las ventanas y miraran hacia abajo para ver cuál era la causa de tanta gloria.

     También los ciudadanos, todos los que contemplaban este espectáculo, se encontraron, mientras miraban, como entre la tierra y el cielo.[138] Cierto, no podían saber cuál sería el resultado de todo aquello en lo que a ellos se refería, pero todo se hacía de manera tan excelente, y no podría decir en qué sentido, pero todas las cosas que se desarrollaban parecían arrojar una sonrisa hacia la ciudad, que sus ojos, cabezas, corazones y mentes, y todo su ser, quedaba embargado y en suspenso mientras observaban el orden de Emanuel.

     Así, cuando el valiente Príncipe hubo concluido esta parte de su triunfo sobre su enemigo Diábolo, se dirigió a él en medio de su humillación y vergüenza, ordenándole que abandonase la posesión de Alma Humana. Luego salió de delante de Emanuel, y de en medio del campamento, a heredar los lugares resecos de una tierra salada, en busca de reposo, pero sin hallarlo.[139]

22

     El Capitán Boanerges y el Capitán Convicción eran ambos hombres de gran majestad: sus rostros eran como de leones, y sus palabras como el bramido de la mar; y seguían acuartelados en casa del Sr. Conciencia, de quien ya hemos hecho mención antes. Cuando el alto y poderoso Príncipe hubo concluido su triunfo sobre Diábolo, los ciudadanos dispusieron de más tiempo para ver y observar las acciones de estos nobles capitanes. Pero los capitanes se comportaban de una manera tan amedrentadora e inquietante en todo lo que hacían (y podemos estar bien seguros de que tenían instrucciones privadas para hacerlo así) que mantenían a la ciudad en vilo; y conseguían (mediante estas aprensiones) arrojar dudas en los corazones de los ciudadanos acerca del futuro bienestar de Alma Humana, por lo que durante un tiempo considerable no supieron lo que era el reposo, la paz ni la esperanza.

     Por lo que respecta al Príncipe, no fue todavía a habitar a la ciudad de Alma Humana, sino que estaba en su pabellón real en el campamento, y en medio de las fuerzas de su Padre. Finalmente, en un momento oportuno envió unas órdenes especiales al Capitán Boanerges para hacer comparecer a Alma Humana, a todos sus habitantes, al patio de la ciudadela, y que estando en ello, y delante de ellos, tomaran a Lord Entendimiento, al Sr. Conciencia, y a aquel tan principal Lord Recia-Voluntad, y que los encarcelaran, y que dispusieran una fuerte guardia para vigilarlos hasta que él diera a conocer su voluntad acerca de ellos. Estas órdenes las cumplieron los capitanes, lo que aumentó no poco los temores de la ciudad de Alma Humana; porque ahora se les confirmaban, a su modo de pensar, sus primeros temores acerca del mísero destino que esperaba a Alma Humana. Ahora lo que más ocupaba sus corazones y mentes era de qué muerte morirían, y cuánto tardarían en morir; sí, tenían miedo de que Emanuel los lanzara a todos al abismo, aquel lugar que atemorizaba al príncipe Diábolo, porque sabían que se habían hecho merecedores de ello. También el hecho de morir a espada delante de la ciudad, y en desgracia, a manos de un príncipe tan bueno y santo, los angustiaba sobremanera. La ciudad se sentía asimismo muy angustiada por los encarcelados, porque ellos habían sido su soporte y guía, y porque creían que si aquellos hombres eran ejecutados, el fin de ellos sería el comienzo de la ruina de la ciudad de Alma Humana. Ante esta situación, ellos, junto con los encarcelados, redactaron una petición dirigida al Príncipe, y la enviaron a Emanuel por mano del Sr. Quisiera-vivir. Éste fue y se llegó a los cuarteles del Príncipe, y presentó esta petición, cuyas palabras siguen a continuación:

     «Gran y maravilloso Potentado, vencedor de Diábolo y conquistador de la ciudad de Alma Humana: Nosotros, los infortunados habitantes de esta tan arruinada ciudad, te rogamos humildemente hallar favor delante de tus ojos, y que no recuerdes contra nosotros nuestras pasadas transgresiones, ni los pecados de los principales de nuestra ciudad; sino perdónanos conforme a la grandeza de tu misericordia, y que no muramos, sino que vivamos delante de ti. Así estaremos dispuestos a ser tus siervos, y, si bien te parece, a recoger nuestra comida de debajo de tu mesa. Amén».

     Así entró el peticionario, como ha quedado dicho, con su petición al Príncipe; y el Príncipe la aceptó de su mano, pero lo despidió sin darle respuesta. Esto volvió a afligir a la ciudad de Alma Humana; pero considerando que ahora tenían o bien que pedir, o morir, porque ahora no podían hacer otra cosa, consultaron y volvieron a hacer otra petición, y esta petición era muy semejante en forma y método a la anterior.

     Pero cuando la hubieron escrito, se suscitó la pregunta de por quién la iban a enviar. Porque no querían enviarla por medio de la misma persona que la había llevado al principio, pensando que el Príncipe se había ofendido ante su manera de conducirse ante él; por ello, intentaron que fuera el Capitán Convicción su mensajero; pero él dijo que no osaba presentar una petición a Emanuel en favor de traidores, ni ser abogado de rebeldes ante el Príncipe. «Sin embargo», añadió, «nuestro Príncipe es bueno, y podéis aventuraros a mandarla por mano de alguien de vuestra ciudad, siempre que vaya con una soga al cuello, y que no pida más que por misericordia».

     Sucedió que sus temores les hicieron postergar esta petición tanto tiempo como pudieron, y más tiempo de lo que era conveniente; pero dándose cuenta por fin de lo peligroso del retraso, pensaron, aunque con gran desmayo, enviar su petición por medio del Sr. Deseos-despiertos. Y enviaron a buscarle. Ahora bien, Deseos-despiertos vivía en una humilde casa en Alma Humana, y acudió a la petición de sus vecinos. Ellos le dijeron lo que habían hecho, y lo que iban a hacer, acerca de enviar la petición, y que deseaban que él la transmitiera al Príncipe.

     Entonces dijo el Sr. Deseos-despiertos: «¿Por qué no debería hacer todo lo que esté en mi mano para salvar una ciudad tan célebre como Alma Humana de una merecida destrucción?» Entonces le entregaron la petición, y le dijeron cómo debía dirigirse al Príncipe, y le desearon el mejor éxito en su misión. Así, llegó él al pabellón del Príncipe, como el primero, y pidió hablar con su Majestad. Le pasaron el recado a Emanuel, y el Príncipe salió a recibirle. Cuando el Sr. Deseos-despiertos vio al Príncipe, cayó sobre su rostro en tierra, y clamó: «¡Oh que Alma Humana viva delante de ti!» Y con esto presentó su petición, la cual, mientras el Príncipe la leía, se volvió durante un momento y lloró; pero, refrenándose, se volvió de nuevo al hombre, que durante todo este tiempo había estado llorando a sus pies, como al comienzo, y le dijo: «Vuélvete a tu lugar, y yo consideraré tus peticiones».

     Ya podéis pensar que los de Alma Humana, los que le habían enviado, con qué culpa y con qué temor, no fuera que su petición fuese rechazada, cómo esperarían anhelantes, también con extraños presagios en sus corazones, para saber lo que iba a suceder con la petición. Al final vieron al mensajero que regresaba. Cuando llegó, le preguntaron cómo le había ido, qué había contestado Emanuel, y qué había sucedido con la petición. Pero les dijo que no iba a decir nada hasta que llegara a la cárcel del Lord Alcalde, del Lord Recia-Voluntad y del Sr. Archivero. Se dirigió entonces hacia la cárcel, donde yacían encadenados los hombres de Alma Humana. Pero, ¡oh, cuánta multitud le siguió, para escuchar lo que el mensajero tenía que decir! Una vez allí, y habiéndose mostrado ante la puerta de la cárcel, el Lord Alcalde apareció blanco como la cera; el Archivero también apareció temblando. Pero preguntaron: «Dinos, buen hombre, ¿qué te ha dicho el gran Príncipe?» Entonces dijo el Sr. Deseos-despiertos: «Cuando llegué al pabellón de mi Señor, llamé, y salió él. Caí entonces postrado a sus pies, y le entregué mi petición; porque la grandeza de su persona y la gloria de su rostro no me permitían estar de pie. Cuando él recibió mi petición, exclamé: “¡Oh que Alma Humana viva delante de ti!” Luego, después que él hubo leído la petición durante un tiempo, se volvió y dijo a éste su siervo: “Vuélvete a tu lugar, y yo consideraré tus peticiones”». El mensajero añadió a continuación: «El Príncipe a quien me enviasteis tiene tal hermosura y gloria que aquel cuyos ojos le ven tiene a la vez que amarle y temerle. Yo, por mi parte, no puedo hacer otra cosa; pero no sé cuál será el fin de estas cosas».

     Ante estas respuestas se quedaron todos en suspenso, tanto los que estaban en la cárcel como los que habían seguido al mensajero; no sabían qué conclusión extraer de lo que el Príncipe había dicho. Ahora, cuando la multitud se retiró de delante de la cárcel, los presos comenzaron a comentar entre si las palabras de Emanuel. El Lord Alcalde dijo que la respuesta no mostraba una intención hostil, pero Recia-Voluntad dijo que era un mal presagio para ellos, y el Archivero, que era un heraldo de muerte. Ahora bien, los que todavía no se habían retirado, pero que no estaban lo suficientemente cerca como para poder oír bien lo que los presos decían, algunos de ellos oyeron un fragmento de la frase, otros un poco de otra; algunos oyeron lo que decía el mensajero, y otros la opinión de los presos acerca de lo dicho, y nadie tenía una verdadera comprensión de la situación. Pero no os podéis imaginar la confusión en que estaba ahora sumida Alma Humana.

     Porque ahora los que habían oído lo que se decía fueron por la ciudad, unos diciendo una cosa, y otros la contraria; y todos estaban convencidos de que estaban diciendo la verdad; porque, decían, habían oído con sus mismos oídos lo que se había dicho, y que por ello no se llamaban a engaño. Uno decía: «Todos vamos a morir»; otro decía: «vamos a ser perdonados todos»; y un tercero decía que el Príncipe se desentendería de Alma Humana; y un cuarto que los presos debían ser ajusticiados en breve. Y, como he dicho, cada uno mantenía que contaba su historia de manera veraz, y que los otros estaban todos equivocados. Con ello Alma Humana se sentía con angustia sobre angustia, y nadie sabía a qué carta quedarse; porque se podía ver a uno ahora que si oía a su vecino decir la historia que sabía, él decía lo contrario, y los dos insistían que decían la verdad. Algunos de ellos sostenían que el Príncipe tenía desde luego la intención de pasar Alma Humana a filo de espada. Ahora comenzó a oscurecer, y por ello la pobre Alma Humana estuvo hundida en su triste perplejidad toda aquella noche hasta que amaneció.

23

     Pero, por lo que pude deducir a partir de la mejor información que conseguí reunir, todo este alboroto provenía de las palabras del Archivero, cuando les dijo a los demás que en su opinión la respuesta del Príncipe era un heraldo de muerte. Esto era lo que había abocado a la ciudad a esta angustia,[140] lo que despertó el terror en Alma Humana; porque Alma Humana consideraba en tiempos pasados que el Archivero era vidente, y que su sentencia era igual a la de los mejores oradores, y por esto Alma Humana vino a ser terror para sí misma.

     Y ahora comenzaron ellos a sentir los efectos de la obstinada rebelión e ilegítima resistencia contra su príncipe. Digo que ahora comenzaron a sentir sus efectos mediante la culpa y el temor que ahora les invadía y embargaba el ánimo; ¿y quiénes más hundidos en estos sentimientos sino los más se habían implicado en el delito, los jefes de la ciudad de Alma Humana?

     A modo de resumen: cuando la noticia del terror se esparció por toda la ciudad, y los presos se hubieron recuperado un poco, volvieron a cobrar algo de ánimo, y pensaron en volver a mandar una petición de gracia al Príncipe. Por ello, redactaron una tercera petición, con este contenido:

     «Príncipe Emanuel el Grande, Señor de todos los mundos, y Señor de misericordia: Nosotros, tu pobre, desgraciada, miserable y agonizante ciudad de Alma Humana, confesamos a tu grande y gloriosa Majestad que hemos pecado contra el Padre y contra ti, y que no somos ya dignos de ser llamados tu Alma Humana, sino de ser echados al abismo. Si quieres darnos muerte, lo hemos merecido. Si nos condenas al abismo, no podemos por más que decir que eres justo. No podemos quejarnos por nada de lo que hagas, ni por cómo te comportes con nosotros. Pero, ¡oh, que reine la misericordia, y que se extienda a nosotros! ¡Oh, que la misericordia se apodere de nosotros y nos libere de nuestras transgresiones, y cantaremos tu misericordia y tu juicio. ¡Amén!»

     Esta petición, una vez redactada, fue preparada para ser enviada al Príncipe, como al principio, pero, ¿quién la iba a llevar?[141]—ésta era la cuestión. Algunos dijeron: «Que vaya quien fue con la primera»; pero otros pensaron que no estaría bien, en vista que no había dado mejor resultado. Ahora bien, había en la ciudad un hombre viejo, y su nombre era Sr. Buena-Acción. Un hombre que sólo tenía el nombre, pero nada de su naturaleza. Algunos estaban en favor de enviarlo, pero el Archivero no estaba en absoluto en favor de ello. «Porque tenemos ahora necesidad de misericordia, y misericordia es lo que pedimos», dijo él. «Por ello, enviar nuestra petición por medio de alguien con un nombre así parecerá invalidar la petición misma. ¿Deberíamos hacer del Sr. Buena-Acción nuestro mensajero, cuando nuestra petición es en ruego de misericordia?

     «Además», prosiguió el anciano caballero, «si el Príncipe, cuando reciba la petición, le pregunta, diciéndole, “¿Cuál es tu nombre?”, y él dice, “El viejo Buena-Acción”, ¿qué pensáis que dirá Emanuel a esto?: “¡Ah!, ¿vive todavía Buena Acción en Alma Humana? ¡Entonces que Buena Acción os salve de todas vuestras angustias!” Y si dice esto, de cierto que estamos perdidos, porque ni mil buenas acciones pueden salvar a Alma Humana».

     Después que el Archivero hubo dado sus razones por las que no se podía confiar esta petición a Emanuel al viejo Buena-Acción, el resto de los presos y jefes de Alma Humana se opusieron también, y así el viejo Buena-Acción fue descartado, y acordaron volver a enviar al Sr. Deseos-despiertos. Enviaron a por él y le pidieron que fuera por segunda vez con su petición al Príncipe, y les dijo bien dispuesto que lo haría. Pero le indicaron que tuviera gran cuidado en no ofender al Príncipe de palabra ni en conducta: «Porque si tal haces, puedes acarrear una total destrucción a Alma Humana», le dijeron.

     Cuando Deseos-despiertos vio que debía ir ahora con este encargo, pidió que le concedieran que le acompañase el Sr. Ojos-Húmedos. Este Sr. Ojos-Húmedos era vecino del Sr. Deseos, un pobre hombre, un hombre de espíritu contrito, pero que podía presentar bien una petición; así que aceptaron que fuese con él. Por ello, se dirigieron a cumplir su misión: El Sr. Deseos se puso una soga alrededor del cuello, y el Sr. Ojos-Húmedos iba retorciéndose las manos. Y así llegaron al pabellón del Príncipe.

     Ahora bien, al ir a pedir por tercera vez, no dejaban de pensar que con sus insistentes ruegos podían estar fatigando al Príncipe. Por ello, al llegar a la puerta de su pabellón se excusaron primero por sí mismos, por venir tantas veces a incomodar al Príncipe; y dijeron que no venían hoy porque les gustase incomodar, ni porque les encantase oírse a sí mismos, sino por la necesidad que sentían de acudir a su Majestad. No podían reposar de día ni de noche, dijeron, debido a sus transgresiones contra Shaddai y contra su Hijo Emanuel. También pensaban que quizá alguna falta de conducta del Sr. Deseos-despiertos el otro día pudiera haber disgustado a su Alteza, y haber sido la causa de que volviera de vacío y sin respuesta de delante de un Príncipe tan misericordioso. Así, habiendo presentado estas excusas, el Sr. Deseos-despiertos se echó postrado al suelo, como la primera vez, a los pies del poderoso Príncipe, diciendo: «¡Oh que Alma Humana viva delante de ti!», y así entregó su petición. El Príncipe, tras habiendo leído la petición, se volvió apartó por un rato como la primera vez, y volviendo de nuevo al lugar donde estaba postrado el peticionario sobre el suelo, le preguntó cuál era su nombre y qué reputación tenía en Alma Humana, para que fuera enviado en tal misión por encima de todo el resto de la multitud. Entonces dijo el hombre al Príncipe: «No se enoje mi Señor; y, ¿por qué preguntas por el nombre de un perro muerto como yo? Deja esto de lado, te lo ruego, y no prestes atención a quién yo sea, porque hay, como tú bien sabes, una desproporción enorme entre yo y tú. La razón por la que los ciudadanos decidieron escogerme a mí para esta misión ante mi Señor la saben mejor ellos que yo, pero no podría ser que pensaran que yo tenía favor ante mi Señor. Por mi parte, yo mismo me aborrezco a mí mismo; ¿quién, pues, debería amarme a mí? Pero quisiera vivir, y también que vivan mis conciudadanos; y por cuanto tanto ellos como yo somos culpables de grandes transgresiones, es por ello que me han enviado, y que he venido en nombre de ellos para rogar a mi Señor que tenga misericordia. Complácete, pues, en inclinarte a misericordia; pero no preguntes lo que sean tus siervos».

     Entonces dijo el Príncipe: «¿Y quién es este que ha venido a ser tu compañero en esta cuestión de tanta importancia?» Entonces el Sr. Deseos le contó a Emanuel que se trataba de un vecino pobre, uno de sus amigos más entrañables. «Y su nombre,» dijo él, «sea para complacencia de vuestra más excelente Majestad: es Ojos-Húmedos, de la ciudad de Alma Humana. Sé que hay muchos de este nombre que son falsos; pero espero que no será para ofensa de mi Señor que haya traído conmigo a mi pobre vecino».

     Entonces el Sr. Ojos-Húmedos se postró sobre su rostro, y expresó las siguientes disculpas por venir a su Señor junto con su vecino:

     «¡Oh, mi Señor!», dijo él: «lo que yo sea, yo mismo no lo sé, ni si mi nombre es fingido o verdadero, especialmente cuando comienzo a pensar lo que me han dicho algunos, esto es, que tengo este nombre porque el Sr. Arrepentimiento fue mi padre. Los hombres buenos tienen hijos malos, y los sinceros a menudo engendran hipócritas. Mi madre también me dio este nombre desde mi cuna, pero que se deba a lo húmedo de mi cerebro, o a la blandura de mi corazón, no puedo decirlo. Veo suciedad en mis propias lágrimas e inmundicia en el fondo de mis oraciones. Pero te ruego (y durante todo esto el caballero estaba llorando) que no recuerdes contra nosotros nuestras transgresiones, ni te ofendas ante la mísera condición de tus siervos, sino que en misericordia pases por alto el pecado de Alma Humana, y que no te detengas ya más de glorificar tu gracia.»

     A un gesto de él se levantaron ambos, y estuvieron temblorosos delante de él; y él les habló así:

     «La ciudad de Alma Humana se ha rebelado gravemente contra mi Padre, al rechazarlo como Rey, y al escogerse como capitán a un embustero, homicida y esclavo fugitivo. Porque este Diábolo, vuestro pretendido príncipe, aunque antes le tuvierais en tanto, se rebeló contra mi Padre y contra mí, en nuestro mismo palacio, la sublime corte en las alturas, anhelando llegar a ser príncipe y rey. Pero siendo descubierto a tiempo y aprehendido, y por su maldad encadenado y separado para el abismo junto con sus secuaces, se ofreció a vosotros, y vosotros le recibisteis.

     »Esto, durante largo tiempo, ha sido una terrible afrenta para mi Padre; por ello mi Padre os envió un poderoso ejército para reduciros a la obediencia. Pero vosotros sabéis cómo os comportasteis contra estos hombres, sus capitanes y sus consejos, y lo que ellos sufrieron de vuestra parte. Os rebelasteis contra ellos, les cerrasteis las puertas, les hicisteis la guerra, luchasteis contra ellos y por Diábolo. Por ello, mandaron recado a mi Padre pidiendo refuerzos, y yo he venido, con mis hombres, a someteros. Pero tal como tratasteis a los siervos habéis tratado a su Señor. Os levantasteis hostiles contra mí, me cerrasteis las puertas, endurecisteis vuestros oídos para no oírme, y os resististeis todo lo que pudisteis; pero ahora os he vencido. ¿Acaso clamasteis pidiendo misericordia mientras teníais esperanzas de prevalecer contra mí? Pero ahora que he tomado la ciudad, clamáis. ¿Por qué no clamabais antes, cuando para llamaros icé la bandera blanca de mi misericordia, la bandera reja de la justicia, y la bandera negra que amenazaba ejecución? Ahora que he vencido a vuestro Diábolo venís a buscar mi favor; ¿por qué no me ayudasteis contra el poderoso? Sin embargo, consideraré vuestra petición, y la responderé de modo que sea para mi gloria.

     »Id, decid al Capitán Boanerges y al Capitán Convicción que mañana me traigan los presos al campamento, y decid al Capitán Juicio y al Capitán Ejecución: “Quedaos en la ciudadela, y tened cuidado de que todo esté quieto en Alma Humana hasta que recibáis nuevas órdenes mías”». Y con esto se apartó de ellos, y volvió a su regio pabellón.

24

     Entonces los peticionarios, tras haber recibido esta respuesta del Príncipe, se volvieron para regresar a sus compañeros. Pero no habían llegado lejos cuando les asaltaron pensamientos de que por ahora no había intención de misericordia de parte del Príncipe hacia Alma Humana. Por ello pasaron al lugar en el que se encontraban encadenados los presos; pero estas reflexiones acerca de lo que pudiera sucederle a Alma Humana tenían tanto poder sobre ellos, que cuando llegaron a los que les habían enviado, apenas si pudieron transmitir su mensaje.

     Pero por fin llegaron a las puertas de la ciudad (y los ciudadanos estaban esperando anhelantes su regreso); muchos salieron entonces a recibirles, para saber la respuesta a la petición. Entonces ellos gritaron a los enviados: «¿Qué noticias traèis del Príncipe? ¿Qué ha dicho Emanuel?» Pero ellos respondieron que debían ir primero a la cárcel, como la vez anterior, y allí entregar su mensaje. Y así llegaron a la cárcel, con una multitud[142] pisándoles los talones. Al llegar a las puertas de la cárcel, dieron la primera parte del discurso de Emanuel a los presos, es decir, cómo había referido la deslealtad de ellos hacia su Padre y él mismo, y cómo habían escogido y mantenido a Diábolo, cómo habían luchado en su favor y se habían gobernado por él, despreciando en cambio a Emanuel y a sus hombres. Esto hizo empalidecer a los presos; pero los mensajeros prosiguieron, y dijeron: «Además, el Príncipe ha dicho que consideraría vuestra petición, y que daría la respuesta que convenga a su gloria». Y al decir estas palabras, el Sr. Ojos-Húmedos soltó un gran suspiro. Con esto, todos quedaron sobrecogidos, y no podían decir nada; el temor los embargaba de una manera asombrosa, y la muerte parecía estar inscrita sobre sus frentes. Había en la compañía de ellos un viejo notable, de mente clara, no muy rico, y su nombre era Inquisitivo. Éste preguntó a los peticionarios si habían transmitido todo lo que Emanuel había dicho, y ellos respondieron: «No, en verdad». Luego dijo Inquisitivo: «Ya me lo pensaba. Por favor, ¿qué más os ha dicho?» Entonces se detuvieron un momento; pero al final lo dijeron todo, diciendo: «El Príncipe nos mandó que dijéramos al Capitán Boanerges y al Capitán Convicción que mañana lleven a los presos al campamento; y que el Capitán Juicio y el Capitán Ejecución se encarguen de la ciudadela y de la ciudad hasta recibir nuevas órdenes». Dijeron también que después que el Príncipe les hubo mandado esto, de inmediato les giró la espalda, y se dirigió a su regio pabellón.

     Pero, ¡ah, cómo este regreso, y especialmente estas últimas palabras, que los presos tenían que presentarse en el campamento ante el Príncipe, les hundió todas las fuerzas! Por ello, todos a una voz lanzaron un clamor que llegó hasta el cielo. Hecho esto, cada uno de los presos se dispuso a morir (y el Archivero les dijo: «Esto era lo que me temía»), porque llegaron a la conclusión de que mañana, antes que el sol se pusiera, serían cortados del mundo. Toda la ciudad también contaba con que a su debido tiempo y orden, todos deberían beber de la misma copa. Por tanto, la ciudad de Alma Humana pasó la noche sumida en duelo, y en saco y cenizas. Los presos también, cuando les llegó el momento de acudir ante el Príncipe, se revistieron de atavíos de luto, con sogas alrededor del cuello. Toda la población de Alma Humana apareció también sobre las murallas, todos vestidos de burdas ropas de luto, por si quizá el Príncipe, al verlos así, era movido a compasión. Pero ¡ah, cómo los chismosos[143] que vivían en la ciudad de Alma Humana se preocupaban ahora! Corrían de aquí allá por las calles de la ciudad en grupos, clamando mientras corrían de manera tumultuosa, unos de esta manera, los otros de la otra, y aun otros todo al contrario, casi desquiciando del todo a Alma Humana.

     Bien, ha llegado el momento en que los presos deben dirigirse al campamento para comparecer ante el Príncipe. Y de esta manera fueron llevados: El Capitán Boanerges iba con una guardia delante de ellos, y el Capitán Convicción venía detrás, con los presos en medio, encadenados. Así, como digo, los presos iban en medio, y la guardia iba con los colores ondeando al aire detrás y delante, pero los presos marchaban abatidos.

     O, para decirlo de forma más específica: Los presos iban todos de luto, con sogas alrededor del cuello; andaban golpeándose el pecho, y no osaban levantar los ojos al cielo. Así llegaron a la puerta de Alma Humana, hasta que quedaron en medio del ejército del Príncipe, cuya vistosidad y gloria intensificó mucho su aflicción. Y ya no pudieron soportarlo más, sino que prorrumpieron en voz alta: «¡Oh desgraciados de nosotros! ¡Oh miserables hombres de Alma Humana!» El triste son de sus cadenas se mezclaba con los clamores de los presos, haciendo aún más penoso el espectáculo.

     Llegados ya a la puerta del pabellón del Príncipe, se echaron postrados sobre el lugar; entonces uno entró, y dijo a su Señor que los presos habían llegado. El Príncipe ascendió entonces a un trono y envió a llamar a los presos; éstos, tras entrar, temblaron delante de él, y se encendieron sus rostros de vergüenza. Ahora, al acercarse al lugar en el que estaba sentado, se postraron delante de él. Luego dijo el Príncipe al Capitán Boanerges: «Manda a los presos que se pongan en pie». Entonces ellos se levantaron temblando delante de él, y él les preguntó: «¿Sois vosotros los hombres que erais hasta ahora los siervos de Shaddai?»[144] Y ellos dijeron: «Sí, Señor, sí». Entonces el príncipe les peguntó de nuevo: «¿Sois vosotros los hombres que os habéis permitido ser corrompidos y contaminados por el abominable Diábolo?» Y ellos dijeron: «Más que permitirlo, Señor, porque lo escogimos por nosotros mismos». El Príncipe volvió a preguntarles: «¿Habríais estado satisfechos si vuestra esclavitud hubiera proseguido bajo su tiranía toda vuestra vida?» Entonces dijeron los presos: «Sí, Señor, porque sus caminos eran placenteros para nuestra carne, y habíamos llegado a ser extraños a un mejor estado». «¿Y deseasteis vosotros de todo corazón», prosiguió él, «cuando vine contra esta ciudad de Alma Humana, que no pudiera alcanzar la victoria sobre vosotros?» «Sí, Señor, sí». «¿Y qué castigo pensáis vosotros que merecéis de mi parte, por estos y otros enormes y arrogantes pecados?» Y ellos dijeron: «La muerte y el abismo, Señor, porque nada menos hemos merecido». Él volvió a preguntarles si tenían alguna razón por la que la sentencia, que ellos confesaban merecían, no debía serles aplicada. Y ellos dijeron: «Nada podemos decir, Señor: Tú eres justo, porque hemos pecado».[145] Entonces dijo el Príncipe: «¿Y para qué son estas sogas alrededor de vuestros cuellos?» Los presos respondieron: «Estas sogas son para ser atados para llevarnos al lugar de la ejecución, si no te place mostrarnos misericordia».[146] De manera que él volvió a preguntarles si todos los hombres de Alma Humana compartían esta confesión como ellos. Y ellos respondieron: «Todos los nativos,[147] Señor; pero en cuanto a los diabolianos[148] que entraron en nuestra ciudad cuando el tirano tomó posesión de nosotros, no podemos responder por ellos».

     Entonces el Príncipe mandó que se llamara a un heraldo y que proclamara, en medio y por todo el campamento de Emanuel, y ello a toque de trompeta, que el Príncipe, el Hijo de Shaddai, en nombre y para gloria de su Padre, había logrado una conquista y victoria totales sobre la ciudad de Alma Humana, y que los presos debían seguirle y decir Amén. Y así se hizo, como él ordenaba. Y ahora sonó melodiosamente la música de la región celestial, los capitanes del campamento vitorearon, y los soldados entonaron cánticos de triunfo al Príncipe, con los colores ondearon al viento, y hubo gran gozo en todas partes, excepto que no lo había aún en los corazones de los hombres de Alma Humana.

25

     El Príncipe llamó luego a los presos a que acudieran y estuvieran en pie ante él, y así ellos lo hicieron y estaban allí de pie temblando. Y les dijo: «Los pecados, transgresiones, iniquidades, que vosotros, con toda la ciudad de Alma Humana habéis cometido una y otra vez contra mi Padre y contra mí, tengo poder y mandamiento de mi Padre de perdonar a la ciudad de Alma Humana, y en consecuencia os perdono». Y habiendo dicho esto, les dio, escrito en pergamino, y sellado con siete sellos, un perdón pleno y general, y mandó a milord Alcalde, a milord Recia-Voluntad y al Sr. Archivero que lo proclamaran e hicieran proclamar mañana, cuando saliera el sol, por toda la ciudad de Alma Humana.

     Además, el Príncipe quitó a los presos sus burdos vestidos de duelo, y les dio diadema en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alabanza en lugar de espíritu abatido.[149]

     Entonces dio joyas de oro y de piedras preciosas a cada uno de los tres, y les quitó las sogas, y puso cadenas de oro alrededor de sus cuellos, y zarcillos en sus oídos.[150] Los presos, al oír las palabras llenas de gracia del Príncipe Emanuel, y al ver todo el bien que se les hacía, se desmayaron casi en el acto; porque la gracia, el beneficio, el perdón, era cosa tan repentina, gloriosa y enorme, que no podían resistirlo; se sentían abrumados ante todo aquello. Sí, milord Recia-Voluntad perdió el sentido en el acto, pero el Príncipe se dirigió a él, puso debajo de él los brazos eternos, lo abrazó, lo besó y le dijo que tomara aliento, porque todo se cumpliría según su palabra. También besó y abrazó y sonrió a los dos compañeros de Recia-Voluntad, diciendo: «Tomad estos como prendas adicionales de mi amor, favor y compasión; y os mando que vos, Sr. Archivero, contéis en la ciudad de Alma Humana lo que habéis visto y oído».

     Entonces fueron rotas sus cadenas[151] en pedazos delante de ellos mismos, y echadas al aire, y fueron ensanchados sus pasos debajo de ellos. Entonces cayeron a los pies del Príncipe y besaron sus pies, y los humedecieron con sus lágrimas; también clamaron en alta voz, diciendo: «Bendita sea la gloria del Señor desde este lugar». Luego se les invitó a que se levantaran y se volvieran a la ciudad, y dijeran en Alma Humana lo que había hecho el Príncipe. Les mandó también que uno con una gaita y un tamboril fuera tocando delante de ellos todo el camino hasta el interior de la ciudad de Alma Humana. Así se cumplió lo que nunca habían esperado, y se les dio en posesión aquello en lo que nunca habían ni soñado.

     El Príncipe llamó también al noble Capitán Creencia, y ordenó que él y algunos de sus oficiales marcharan delante de los nobles de Alma Humana con los colores ondeando al viento. También mandó al Capitán Creencia que para el momento en que el Archivero leyera el perdón general en la ciudad de Alma Humana, en aquel mismo momento marchara con los estandartes desplegados y entrara por la Puerta del Ojo con sus diez mil siguiéndole, y que avanzara por la avenida principal de la ciudad hasta las puertas de la ciudadela, y que se posesionara de la misma hasta la llegada de su Señor. También le ordenó que mandara al Capitán Juicio y al Capitán Ejecución que le dejasen la fortaleza y que se retirasen de Alma Humana, y que volvieran rápidamente al campamento, donde se encontraba el Príncipe.[152]

     Y ahora quedó la ciudad de Alma Humana libertada también del terror de los primeros cuatro capitanes y de sus hombres.

     Bien, ya os he referido antes qué trato recibieron los presos de parte del noble príncipe Emanuel, y cómo ellos se habían conducido ante él, y cómo los había despedido de vuelta a su hogar con gaita y tamboril delante de ellos. Y ahora es de pensar que los de la ciudad, que durante todo este tiempo habían estado esperando oír nuevas acerca de su muerte, no podían sino tener unas mentes embargadas de tristeza, con pensamientos dolorosos como espinas. Y sus pensamientos no podían detenerse; les soplaba un huracán de incertidumbres; sus corazones eran como unas balanzas sacudidas por una mano temblorosa. Pero al final, mientras iban lanzando miradas ansiosas por encima de la muralla de Alma Humana, pensaron que veían a algunos volviendo a la ciudad, y se llenaron de curiosidad: ¿Quiénes podían ser estos? Al final distinguieron que se trataba de los presos: Pero ¿podéis imaginar cómo sus corazones quedaron sorprendidos y maravillados, especialmente al darse cuenta de con qué cortejo y honra eran devueltos al hogar? Habían ido al campamento de negro, pero volvían a la ciudad vestidos de blanco;[153] habían salido al campamento con sogas alrededor del cuello; ahora llevaban cadenas de oro; se habían marchado al campamento con los pies sujetos con grillos; ahora volvían con sus pasos ensanchados; habían ido al campamento esperando la muerte, pero ahora volvían de allí con certidumbre de vida; habían ido con sus corazones llenos de agobio, pero volvían con gaita y tamboril delante de ellos. De modo que, inmediatamente que llegaron a la Puerta del Ojo, la pobre y tambaleante ciudad de Alma Humana se aventuró a lanzar un grito; y un grito lanzaron que hizo que los capitanes del ejército del Príncipe saltaran al oírlo. ¿Y quién podría reprocharles que gritaran así, a estos pobres corazones, siendo que sus amigos muertos habían vuelto a la vida? Porque para ellos fue como vida de entre los muertos ver a los antiguos nobles de la ciudad de Alma Humana resplandecer con tal lustre. No habían estado esperando nada sino el hacha y el tajo, y en cambio lo que había era gozo y alegría, consolación y ánimo, y les acompañaba una música tan melódica que era suficiente para sanar a un enfermo.[154]

     Al llegar, pues, se saludaron unos a otros con «¡Bienvenidos!, ¡Bienvenidos! ¡Y bendito sea el que os ha perdonado!» Y añadieron: «Vemos que va bien con vosotros; pero, ¿cómo le irá a la ciudad de Alma Humana?, e insistían: ¿Le irá bien a la ciudad?». A esto les respondieron el Archivero y el Lord Alcalde:[155] «¡Nuevas!, ¡buenas nuevas!, ¡gratas nuevas de bien, y de gran gozo para la pobre Alma Humana!» Entonces elevaron otro clamor, que hizo que la tierra volviera a temblar. Después de esto, indagaron de una manera más particular acerca de lo que había sucedido en el campamento, y del mensaje que traían de parte de Emanuel para la ciudad. Así que ellos les refirieron todo lo ocurrido en el campamento, y todo lo que el Príncipe les había dicho. Esto llevó a que Alma Humana se maravillara ante la sabiduría y gracia del Príncipe Emanuel. Entonces ellos les dijeron lo que habían recibido de manos del Príncipe para toda la ciudad de Alma Humana, y el Archivero lo proclamó con estas palabras: «¡PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN[156] para Alma Humana! ¡Y esto lo conocerá Alma Humana mañana!» Entonces dio órdenes, y entraron y convocaron a Alma Humana a reunirse a la mañana siguiente en la plaza del mercado, para oír en aquel momento la lectura de su perdón general.

     Pero, ¿quién puede imaginar el cambio, la alteración que estas primeras noticias causó en la apariencia de la ciudad de Alma Humana? Aquella noche nadie podía dormir por el gozo que les embargaba: en cada casa había alegría y música, cantos y dicha: todo lo que Alma Humana tenía por hacer era hablar y oír de la dicha de Alma Humana; y éste era el tenor de todo su cántico: «¡Oh, más de esto cuando se levante el sol mañana! ¡Más de esto mañana!» «¿Quién iba a pensar ayer», decía uno, «que el día de hoy nos iba a traer algo así? ¿Y quién que vio ir a nuestros presos encadenados hubiera podido pensar que volverían con cadenas de oro? Sí, aquellos que pensaban que iban a ser condenados por su juez fueron por él absueltos, y no porque ellos fuesen inocentes, sino por la misericordia del Príncipe, que los devolvió al hogar con gaita y tamboril. Pero, ¿es ésta la costumbre de los príncipes? ¿Suelen ellos mostrar tal bondad a los traidores? ¡No; esta es cualidad exclusiva de Shaddai, y de Emanuel, su Hijo!»

Se hizo de mañana; entonces el Lord Alcalde, el Lord Recia-Voluntad y el Sr. Archivero acudieron a la plaza del mercado a la hora señalada por el Príncipe, y donde les estaban esperando los ciudadanos; y al llegar allí, lo hicieron con los atavíos y la gloria con que el Príncipe los había revestido el día antes, y la calle estaba alumbrada con la gloria de ellos. Luego el Alcalde, el Archivero, y milord Recia-Voluntad se dirigieron a la Puerta de la Boca, que estaba en el extremo inferior de la plaza del mercado, porque aquel era el lugar que desde tiempos antiguos se empleaba para las proclamas públicas. Allí, pues, se dirigieron en sus ropajes, y los precedían unos tamboriles. Y ahora grande era la impaciencia de la población por tener un pleno conocimiento de lo que se había de comunicar.

     Entonces se levantó el Archivero, y, tras pedir silencio con un ademán, leyó el perdón en voz alta. Pero cuando llegó a estas palabras:[157] «¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado … Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres», etc., no pudieron resistir el deseo de saltar de gozo. Porque tenéis que saber esto, que esta proclamación tenía como objeto a cada uno de los naturales de Alma Humana; también los sellos del perdón eran un espléndido espectáculo.

     Cuando el Archivero hubo terminado la lectura del perdón, los ciudadanos[158] se precipitaron sobre las murallas de la ciudad, saltando y brincando allí de gozo, y se inclinaron siete veces hacia el pabellón de Emanuel, y clamaron en voz alta de alegría, vitoreando: «¡Viva Emanuel para siempre!» Entonces se dieron órdenes a los jóvenes de Alma Humana que hicieran tañer las campanas gozosamente.[159] Y tañían las campanas, y la gente cantaba, y se oía música en cada hogar de Alma Humana.

26

     Cuando el Príncipe hubo enviado de vuelta a los tres presos de Alma Humana con gozo, gaita y tamboril, ordenó a sus capitanes, junto con todos los oficiales de campo y soldados en todo su ejército, que estuvieran dispuestos aquella mañana, en la que el Archivero iba a leer el perdón en Alma Humana, para cumplir sus órdenes. Así, al llegar la mañana, justo en el momento en que el Archivero acababa de leer el perdón, Emanuel mandó que sonaran todas las trompetas del campamento, que ondearan todos los estandartes, la mitad de ellos sobre el Terraplén Gracia y la otra mitad sobre el Terraplén Justicia. Ordenó también que los capitanes se presentasen con uniforme de gala, y que los soldados lanzaran vítores de júbilo. Tampoco se quedó quieto el Capitán Creencia[160] aquel día, aunque estaba en la ciudadela, sino que desde la parte alta de la fortaleza se mostró con toque de trompeta a Alma Humana y al campamento del Príncipe.

     De esta manera os he expuesto la forma y manera en que Emanuel recuperó la ciudad de Alma Humana de manos y del poder de Diábolo.

     Cuando el Príncipe hubo terminado todas estas ceremonias externas de su gozo, ordenó de nuevo que sus capitanes y soldados mostraran a Alma Humana algunas hazañas guerreras:[161] Y así ellos se prepararon a ello. ¡Qué agilidad, destreza y valentía exhibieron estos guerreros en maniobras militares ante la ciudad de Alma Humana, ahora llena de admiración!

     Marchaban, hacían contramarchas; se abrían a la derecha y a la izquierda; se dividían y subdividían; se cerraban, viraban, aseguraban su vanguardia y retaguardia, y una veintena más de maniobras, con total destreza; de tal manera se exhibieron que se atrajeron, o más aún, cautivaron, los corazones de Alma Humana mientras los contemplaba. Pero añadamos a esto su manejo de las armas y su destreza con los ingenios de guerra, que a Alma Humana y a mí nos dejaron llenos de admiración.

     Cuando se acabaron estas acciones, toda la ciudad de Alma Humana salió como un solo hombre hacia el Príncipe en el campamento para darle las gracias, y para alabarle por su abundante favor, y para rogarle que tuviera su Gracia el favor hacia ellos de entrar en Alma Humana con sus hombres, y hacer allí su morada para siempre; y esto lo hicieron de la manera más humilde, inclinándose siete veces al suelo delante de él. Entonces él dijo: «Paz a vosotros». Así, la ciudad se acercó y tocó con la mano el extremo de su cetro de oro, y dijeron: «¡Oh, que el Príncipe Emanuel, con sus capitanes y hombres de guerra, quisiera morar en Alma Humana para siempre; y que sus arietes y catapultas pudieran quedarse dentro para uso y servicio del Príncipe, y para ayuda y fortaleza de Alma Humana! Porque tenemos», añadieron ellos, «sitio para ti, sitio para tus hombres, y también sitio para tus armas, y lugar para depósito de tu impedimenta. Hazlo, Emanuel,[162] y serás Rey y Capitán en Alma Humana para siempre. Sí, gobiérnanos también conforme a todo el deseo de tu alma, y pon gobernadores y príncipes subordinados a ti de entre tus capitanes y hombres de guerra, y nosotros seremos tus siervos, y tus leyes serán nuestra instrucción».

     Además, añadieron y rogaron a su Majestad que considerara esto: «Porque si ahora,» dijeron ellos, «después de habernos otorgado toda esta gracia a nosotros, tu miserable ciudad de Alma Humana, tú te apartas de nosotros junto con tus capitanes, la ciudad de Alma Humana morirá. Sí, nuestro bendito Emanuel,» insistieron ellos, «si te apartas de nosotros ahora, ahora que nos has hecho tanto bien y mostrado tal misericordia, ¡qué sucederá sino que nuestro gozo será como si no hubiera sido, y nuestros enemigos vendrán por segunda vez contra nosotros con más furia que la primera! Por ello, te rogamos, ¡Oh tú el deseo de nuestros ojos, y la fuerza de la vida de nuestra pobre ciudad!, acepta esta petición que hacemos a ti ahora, nuestro Señor, y ven y mora habita en medio de nosotros, y que nosotros seamos tu pueblo. Además, Señor,[163] no podemos dejar de saber que muchos diabolianos pueden estar acechando en la ciudad de Alma Humana, y que ellos, si tu nos dejas, nos entregarán otra vez en mano de Diábolo. ¿Y quién sabe qué designios, complots o añagazas pueden ya haber estado ideando ya! No queremos caer de nuevo en sus horribles garras. Por ello, acepta de tu gracia nuestro palacio como lugar de residencia, y las casas de los mejores hombres de nuestra ciudad para la recepción de tus soldados y de sus enseres».

     Entonces dijo el Príncipe: «Si vengo a vuestra ciudad, ¿me permitiréis seguir actuando como tengo en mi corazón en contra de mis y vuestros enemigos? Más aún, ¿me ayudaréis en tal empresa?»

     Ellos respondieron: «No sabemos lo que haremos; no pensábamos en el pasado que podríamos llegar a ser tales traidores contra Shaddai como hemos resultado ser. Entonces, ¿qué diremos a nuestro Señor? Que no confíes en tus santos; habite el Príncipe en nuestra ciudadela, y haz de nuestra ciudad cuartel para una guarnición; ponga el Príncipe a sus nobles capitanes y a sus guerreros sobre nosotros; sí, conquístenos con su amor, y vénzanos con su gracia, y entonces de cierto que él estará con nosotros, y nos ayudará, como él estuvo e hizo aquella mañana en que nos fue leído el perdón. Nosotros nos adheriremos a éste nuestro Señor, y con sus caminos, y nos mantendremos con su palabra contra los poderosos.

     «Una palabra más, y tus siervos habrán acabado y no incomodarán más a nuestro Señor. No conocemos la profundidad de tu sabiduría, nuestro Príncipe. ¡Quién podía haber pensado, si hubiéramos sido regido por su razón, que de estas amargas pruebas con que hemos sido probados al principio pudiera salir tanta dulzura como la que gozamos ahora! Pero, Señor, vaya delante de ti la luz, y que el amor venga después: sí, tómanos de la mano y condúcenos según tu consejo, y que siempre permanezca esto sobre nosotros, que todas las cosas serán para bien de tus siervos, y acude a nuestra Alma Humana, y haz conforme a ti te plazca. Oh, ven Señor a nuestra Alma Humana, haz conforme a tu voluntad, para guardarnos de pecado, y que seamos de servicio para tu Majestad».

     Entonces respondió el Príncipe a la ciudad de Alma Humana: «Id, volved en paz a vuestras casas. De todo corazón cumpliré vuestros deseos. Desharé mi pabellón real, situaré mañana mis fuerzas delante de la Puerta del Ojo, y así entraré en la ciudad de Alma Humana. Tomaré posesión de vuestra ciudadela de Alma Humana, y pondré mis soldados sobre vosotros; sí, haré cosas en Alma Humana sin paralelo en ninguna nación, país o reino bajo el cielo».

     Entonces gritaron de júbilo los habitantes de Alma Humana, y volvieron a sus casas en paz; también refirieron a sus amigos y parientes el bien que Emanuel había prometido a Alma Humana. «Y mañana», dijeron ellos, «él entrará en nuestra ciudad, y hará su morada en Alma Humana, él y sus hombres».

     Entonces salieron raudos los habitantes de la ciudad de Alma Humana a los árboles y a los prados, para recoger ramas y flores, y con ellas cubrir las calles para dar la bienvenida a su Príncipe, el Hijo de Shaddai cuando llegase. También hicieron guirnaldas y otras obras primorosas para expresar el gozo que sentían y que debían sentir por recibir a su Emanuel en Alma Humana; cubrieron del todo con ellas la calle desde la Puerta del Ojo hasta la puerta de la ciudadela, el lugar al que el Príncipe iba a dirigirse. También prepararon para su llegada toda la música que la ciudad de Alma Humana podía ofrecer, para tocarla precediéndole al palacio, su morada.

27

     Así que a la hora señalada llegó él a Alma Humana, y las puertas estaban abiertas para él; también los antiguos nobles y los ancianos de Alma Humana le recibieron, saludándole con mil bienvenidas. Entonces se levantó y entró en Alma Humana, junto con sus siervos. Los ancianos de Alma Humana fueron también bailando delante de él hasta que llegó a las puertas de la ciudadela. Y de esta manera entró: Iba revestido con su armadura de oro, montado en su regio carro de guerra, las trompetas sonaban a su alrededor, los estandartes ondeaban al viento, y sus decenas de millares le seguían, y los ancianos de Alma Humana danzaban delante de él. Y ahora las murallas de la célebre ciudad de Alma Humana resonaban con los pasos de sus habitantes, que habían subido a ellas para ver la llegada del bendito Príncipe y de su ejército real. También las galerías, ventanas, balcones y terrazas de las casas estaban atestadas de personas de toda clase, para contemplar cómo ahora su ciudad era llenada de bien.

     Cuando se hubo adentrado en la ciudad hasta la casa del Archivero, ordenó que alguien fuera al Capitán Creencia para saber si la ciudadela de Alma Humana estaba dispuesta para acoger su regia presencia (porque la preparación de la ciudadela se había encomendado a este capitán),[164] y se le avisó que todo estaba dispuesto. Entonces se dio orden al Capitán Creencia que acudiera también con sus fuerzas para recibir al Príncipe, lo que se cumplió, y él se dirigió a la ciudadela.[165] Hecho esto, el Príncipe se quedó aquella noche en la ciudadela con sus valientes capitanes y hombres de guerra, para gozo de la ciudad de Alma Humana.

     A continuación, la siguiente preocupación de los ciudadanos fue cómo acantonar entre ellos a los capitanes y soldados del ejército del Príncipe, pero la preocupación no era cómo podrían librarse de tal cosa, sino cómo podrían lograr llenar sus casas con ellos; porque ahora cada hombre en Alma Humana tenía tal estima por Emanuel y por sus hombres que nada les dolía más que no tener lugar suficiente, cada uno de ellos, para recibir a todo el ejército del Príncipe; sí, consideraban un honor servirlos, y en aquellos días acudían a sus demandas como lacayos.

     Al final se resolvió:

     1. Que el Capitán Inocencia residiera en casa del Sr. Razón.

     2. Que el Capitán Paciencia residiera en casa del Sr. Mente. Este Sr. Mente había sido el secretario de Lord Recia-Voluntad en los tiempos de la rebelión.

     3. Se ordenó que el Capitán Caridad residiera en la casa del Sr. Afecto.

     4. Que el Capitán Buena-Esperanza residiera en casa del milord Alcalde. En cuanto a la casa del Archivero, él mismo pidió que, por cuanto su casa estaba próxima a la ciudadela, y porque el Príncipe le había ordenado que a él le tocaba, si era necesario, quien debía tocar la alarma en Alma Humana, pidió, digo, que el Capitán Boanerges y el Capitán Convicción residieran con él, ellos y todos sus hombres.

     5. En cuanto al Capitán Juicio y el Capitán Ejecución, milord Recia-Voluntad[166] los tomó consigo, a ellos y a sus hombres, porque él debía gobernar ahora bajo el Príncipe para el bien de la ciudad de Alma Humana como antes lo había hecho bajo el tirano Diábolo para su daño y desgracia.

     6. Y las fuerzas de Emanuel quedaron acuarteladas por todo el resto de la ciudad; pero el Capitán Creencia, con sus hombres, se quedaron todavía en la ciudadela. Y así se alojaron el Príncipe, sus capitanes y sus soldados, en la ciudad de Alma Humana.

     Los antiguos nobles y ancianos de la ciudad de Alma Humana tenían ahora la sensación de que nunca veían bastante al Príncipe Emanuel; su persona, sus acciones, sus palabras, su conducta, les eran tan gratas, tan atractivas, tan deseables. Por ello le rogaron que aunque residiese en la ciudadela de Alma Humana (y ellos deseaban que habitase allí para siempre), que no obstante visitase con frecuencia las calles, casas y gentes de Alma Humana. «Porque, ¡oh temido Soberano!», le dijeron ellos, «tu presencia, tus miradas, tus sonrisas, tus palabras, son la vida, la fuerza y el vigor de la ciudad de Alma Humana».

     Además, deseaban gozar, sin dificultades ni interrupciones, de un acceso constante a él (y con este propósito mandó que las puertas quedaran abiertas), para poder ver su manera de actuar, las fortificaciones del lugar, y la regia mansión del Príncipe.

     Cuando él hablaba, todos callaban y escuchaban;[167] y cuando caminaba, era deleite de ellos imitarle en su andar.

     Un día, Emanuel celebró un banquete para la ciudad de Alma Humana; y al llegar el día del banquete entraron los habitantes de la ciudad para participar del mismo; y él los festejó con toda clase de alimentos exóticos —alimentos que no se daban en los campos de Alma Humana ni en todo el Reino del Universo; eran alimentos procedentes de la corte de su Padre. Y así hizo servirles plato tras plato,[168] y se les mandó que comieran con toda libertad. Pero cada vez que les servían un nuevo plato, se decían entre ellos: «¿Qué es esto?»,[169] porque no sabían qué era. También bebieron del agua que había sido transformada en vino, y se alegraron mucho con él.[170] También hubo música a la mesa durante todo el convite. Y comieron comida de ángeles[171] y miel de la roca. Así Alma Humana comió de los alimentos propios de la corte; sí, ahora tenían para saciarse.

     No debo olvidar deciros que a esta mesa había músicos, pero no eran ni del país ni de la ciudad de Alma Humana, sino que eran los maestros cantores que cantaban en la corte de Shaddai.

     Ahora, ya acabada la fiesta, Emanuel entretuvo a la ciudad de Alma Humana con algunos curiosos enigmas[172] secretos preparados por el secretario de su Padre, por la destreza y sabiduría de Shaddai: no los hay como estos en ningún reino.[173] Estos enigmas tenían que ver con el mismo Rey Shaddai y con su Hijo Emanuel, y con sus guerras y acciones con Alma Humana.

     Emanuel les explicó también algunos de estos enigmas, pero entonces, ¡cómo quedaron iluminados! Vieron lo que jamás habían visto; no hubieran podido pensar que tales rarezas se pudieran expresar en tan pocas y tan comunes palabras. Ya os he dicho acerca de quiénes trataban estos enigmas; y, al ser explicados, la gente vio que evidentemente así era. Sí, llegaron a darse cuenta que aquellas cosas mismas eran una especie de retrato, una expresión del mismo Emanuel; porque cuando leyeron en el libro donde estaban escritos los enigmas, y miraron el rostro del Príncipe, ambas cosas eran tan semejantes entre sí que Alma Humana no podía dejar de decir: «¡Éste es el cordero! ¡Éste es el sacrificio! ¡Éste es la roca! ¡Éste es la vaca alazana! ¡Éste es la puerta! ¡Y éste es el camino!», junto con muchas otras cosas.

     Y así despidió a la ciudad de Alma Humana.[174] ¡Pero os podréis imaginar el entusiasmo de la gente de la ciudad! ¡Estaban embargados de gozo, totalmente maravillados, mientras comprendían y meditaban en las cosas con las que su Emanuel los había entretenido, y acerca de los misterios que les había desvelado. Y al llegar a sus casas, y a sus lugares más retirados, no podían dejar de cantar acerca de él y de sus acciones. Sí, tan maravillados se sentían los ciudadanos ahora con su Príncipe, que cantaban de él en sus mismos sueños.

28

     El Príncipe Emanuel tenía en su corazón el propósito de remodelar la ciudad de Alma Humana, y ponerla en tal condición que le fuera de lo más placentera para él, y que mejor fuera para el bien y la seguridad de la ahora floreciente ciudad de Alma Humana. También tomó medidas en contra de insurrecciones interiores y de invasiones desde fuera, por el amor que tenía a la célebre ciudad de Alma Humana.

     Por ello, primero ordenó montar las grandes catapultas que había traído de la corte de su Padre, cuando vino a la guerra de Alma Humana, algunas en las almenas de la ciudadela, otras sobre las torres; porque había torres en la ciudad de Alma Humana, edificadas por Emanuel desde su llegada. Había también un ingenio, inventado por Emanuel, para arrojar piedras desde la ciudadela de Alma Humana por la Puerta de la Boca; un instrumento irresistible y que no actuaría sin eficacia. Por ello, y a causa de sus portentosos efectos cuando se empleaba, no tenía nombre; y se encomendó su manejo y protección a manos del valiente Capitán Creencia, en caso de que hubiera guerra.

     Hecho esto, Emanuel llamó a Lord Recia-Voluntad, y le ordenó que tomara a su cargo las puertas, la muralla y las torres de Alma Humana; el Príncipe puso también la milicia bajo su mando, y le ordenó específicamente resistir todas las insurrecciones y tumultos que pudieran darse en Alma Humana contra la paz de nuestro Señor el Rey, y contra la paz y la tranquilidad de la ciudad de Alma Humana. También le ordenó que si descubría diabolianos acechando en cualquier rincón de la célebre ciudad de Alma Humana, de inmediato los arrestara, y que los entregase a una custodia segura, para que se pudiera proceder contra ellos conforme a la ley.

     Entonces hizo llamar a Lord Entendimiento, que era el antiguo Lord Alcalde, el que había sido depuesto cuando Diábolo tomó la ciudad, y lo restituyó en su cargo, dándole carácter vitalicio. Le mandó también que construyera un palacio cerca de la Puerta del Ojo, y que lo construyera como una torre para la defensa. Le ordenó también que leyera en la Revelación de los Misterios todos los días de su vida, para que pudiera saber cómo cumplir su función de manera correcta.

     También designó al Sr. Conocimiento como Archivero, no por menosprecio del viejo Sr. Conciencia, que había sido el Archivero antes, sino que era su voluntad como príncipe designar al Sr. Conciencia para otro cargo, del que el viejo caballero sabría más con posterioridad.

     Luego ordenó quitar la imagen de Diábolo de su lugar y que fuera totalmente destruida, batiéndola hasta convertirla en polvo, y que el polvo fuera lanzado al viento fuera de la muralla de la ciudad, y que volviera a levantarse la imagen de Shaddai su Padre, junto con la suya, sobre las puertas de la ciudadela; y que se dibujaran más bellamente que nunca,[175] por cuanto tanto su Padre como Él habían acudido a Alma Humana con más gracia y misericordia que nunca. También quiso que grabasen de forma bella su nombre sobre la frente de la ciudad, y que se hiciera con el mejor oro, para honra de la ciudad de Alma Humana.

     Después de haber hecho esto, Emanuel dio orden de apresar a aquellos tres grandes diabolianos, esto es, los últimos dos Lores Alcaldes: el Sr. Incredulidad y el Sr. Concupiscencia, y el último Archivero, el Sr. Olvida-lo-Bueno. Además de estos, había algunos que Diábolo había nombrado diputados y concejales en Alma Humana, y que habían sido luego encarcelados por el ahora valiente y ahora honorable Lord Recia-Voluntad.

     Y estos eran sus nombres: El Concejal Duro-Corazón, el Concejal Falsa-Paz. Los diputados eran: el Sr. No-Verdad, el Sr. Implacable, el Sr. Arrogancia, y otros. Éstos fueron encomendados a una firme custodia, y el nombre del carcelero era el Sr. Fiel. Este Fiel era uno de los que Emanuel había traído consigo de la corte de su Padre, cuando comenzó la guerra contra Diábolo en la ciudad de Alma Humana.

     Después de esto, el Príncipe ordenó la demolición y total arrasamiento de los tres fuertes que los diabolianos habían construido en la ciudad de Alma Humana por orden de Diábolo; de estos fuertes y de sus nombres ya se ha tratado antes. Pero se tardó en llevar a cabo, por lo grande de estos edificios, y porque era necesario sacar fuera de la ciudad las piedras, los maderos, el hierro y todos los escombros.

     Concluido esto, el Príncipe mandó que el Lord Alcalde y los concejales de Alma Humana convocaran un tribunal para el juicio y la condena de los diabolianos en la ciudad que estaban ahora encomendados a la custodia del Sr. Fiel, el carcelero.

29

     Llegada ya la hora, y reunido el tribunal, dieron orden al Sr. Fiel, el carcelero, para que condujera a los presos. Entonces fueron traídos los presos, esposados y encadenados juntos, como era costumbre de la ciudad de Alma Humana. Así, cuando comparecieron ante el Lord Alcalde, el Archivero y el resto del honorable tribunal, primero se formó la lista del jurado, y luego se procedió a tomar juramento a los testigos. Los nombres de los miembros del jurado eran: Sr. Credo, Sr. Corazón-Fiel, Sr. Recto, Sr. Odia-lo-Malo, Sr. Ama-a-Dios, Sr. Ve-la-Verdad, Sr. Mente-Celestial, Sr. Moderado, Sr. Agradecido, Sr. Buena-Obra, Sr. Celo-por-Dios, y Sr. Humilde.

     Los nombres de los testigos eran: El Sr. Sabe-Todo, el Sr. Di-la-Verdad, el Sr. Odia-Mentiras, con milord Recia-Voluntad y su asistente, si era necesario.

     Así que se hizo comparecer a los presos ante el tribunal. Luego dijo el Sr. Haz-lo-Justo (que era el Escribano de la ciudad): «Carcelero, traed a Ateísmo ante el tribunal». Y fue traído ante el tribunal. Entonces dijo el escribano: «Ateísmo, levantad la mano. Sois aquí acusado bajo el nombre de Ateísmo (un intruso en la ciudad de Alma Humana) en cuanto a que habéis enseñado del modo más pernicioso y maligno que no hay Dios, ni por ello necesidad de preocuparse de la religión. Esto habéis hecho contra el ser, la honra y la gloria del Rey, y contra la paz y seguridad de la ciudad de Alma Humana. ¿Qué decís a esto? ¿Sois culpable o no culpable de lo que se os acusa?»

     Ateísmo: No culpable.

     Oficial: Llámese al Sr. Sabe-Todo, al Sr. Di-la-Verdad y al Sr. Odia-Mentiras.

     Se les llamó, y comparecieron.

     Entonces les dijo el Escribano: «Vosotros, testigos del Rey, mirad al preso en el banquillo: ¿Le conocéis?»

     Entonces dijo el Sr. Sabe-Todo: «Si, señoría, le conocemos; su nombre es Ateísmo; ha sido un elemento de lo más indeseable durante muchos años en la desgraciada ciudad de Alma Humana».

     Escribano. ¿Estáis seguro de reconocerlo?

     Sabe. ¡Reconocerlo! Sí, mi señor; hasta ahora frecuenté demasiado su compañía para no poder reconocerlo. Es diaboliano e hijo de un diaboliano. Conocí a su abuelo y a su padre.

     Escribano. Muy bien. Comparece aquí bajo el nombre de Ateísmo, y se le acusa de haber sostenido y enseñado que no hay Dios, y que por ello no hay necesidad de recurrir a ninguna religión. ¿Que decís vosotros, los testigos del Rey, acerca de esto? ¿Es culpable, o no?

     Sabe. Señoría, una vez él y yo nos encontrábamos juntos en la Calle de los Villanos, y en aquel tiempo él hablaba con viveza de diversas opiniones; y allí y entonces le oí decir que por su parte él no creía que Dios existiese. «Pero», dijo él, «puedo profesar creer en uno y ser tan religioso como convenga, si la compañía en la que me encuentro y otras circunstancias me llevan a ello».

     Escribano. ¿Es cierto que le oísteis hablar así?

     Sabe. Por mi juramento, se lo oí decir.

     Entonces el Escribano dijo: «Sr. Di-la-Verdad, que decís vos a los jueces del Rey acerca del preso en el banquillo?»

     Di. Señoría, yo era antes un gran compañero suyo, de lo cual ahora me arrepiento, y muchas veces le he oído decir, y ello con todo descaro, que no creía que hubiera ni Dios, ni ángel ni espíritu.

     Escribano. ¿Dónde le oísteis decir tal cosa?

     Di. En la Vía Bocanegra y en el Carrera de la Blasfemia, y en muchos otros lugares.

     Escribano. ¿Le conocéis bien?

     Di. Sé que es un diaboliano, hijo de diaboliano, y un hombre terrible en cuanto a negar la Deidad. El nombre de su padre era Nunca-Ser-Bueno, y tenía más hijos que este Ateísmo. Esto es todo.

     Escribano. Sr. Odia-Mentiras, mirad al preso en el banquillo: ¿le conocéis?

     Odia. Señoría, este Ateísmo es una de las personas más viles e indeseables que jamás haya conocido en mi vida. Le he oído decir que no hay Dios; le he oído decir que no hay mundo venidero ni castigo en el más allá; y además le he oído decir que tan bueno era ir a una casa de prostitutas como ir a oír un sermón.

     Escribano. ¿Dónde le oísteis decir tales cosas?

     Odia. En la Carrera de los Borrachos, en la confluencia de la Vía de los Granujas, en una casa donde vivía el Sr. Impiedad.

     Escribano. Lleváoslo, carcelero, y traed al Sr. Concupiscencia ante el tribunal. Sr. Concupiscencia, se os acusa aquí bajo el nombre de Concupiscencia (un intruso en la ciudad de Alma Humana), por cuanto habéis enseñado diabólicamente, por la práctica y con sucias palabras, que es legítimo y provechoso para el hombre dar rienda suelta a sus deseos carnales; y que vos, por vuestra parte, no os habéis privado ni jamás os privaréis de ningún deleite pecaminoso en tanto que vuestro nombre sea Concupiscencia. ¿Sois culpable o no culpable de lo que se os acusa?

     Entonces respondió el Sr. Concupiscencia. «Señoría, soy hombre de alta cuna, y he estado acostumbrado a los placeres y pasatiempos de los grandes. No estaba acostumbrado a que se me reprochase nada de lo que hiciese, sino que se me ha permitido seguir mi voluntad como si fuera ley. Y me parece extraño ser llamado a responder por lo que no sólo yo, sino casi todos los hombres toleran, aman y aprueban, secreta o abiertamente».

     Escribano. Señor, no nos ocupamos de vuestra grandeza (aunque si mayor grandeza hubiais tenido, mejor os hubiera ido), sino que nos estamos ocupando, lo mismo que vos, acerca de una acusación que se presenta contra vuestra persona. ¿Qué decís? ¿Sois culpable o no culpable?

     Concupiscencia. No culpable.

     Escribano. Oficial, llamad a los testigos a comparecer y dar su testimonio.

     Oficial. Caballeros, testigos del rey, pasad a dar vuestro testimonio por nuestro Señor el Rey contra el preso en el banquillo.

     Escribano. Venid, Sr. Sabe-Todo, mirad al preso en el banquillo. ¿Le conocéis?

     Sabe. Sí, señoría, le conozco.

     Escribano. ¿Cómo se llama?

     Sabe. Su nombre es Concupiscencia; fue hijo de un tal Bestial, y su madre le dio a luz en la Calle de la Carne; ella era hija de uno llamado Malvado-Deseo. Conocí a toda su generación.

     Escribano. Muy bien. Habéis oído la acusación. ¿Qué decís vos a ello? ¿Es culpable de lo que se le acusa, o no culpable?

     Sabe. Señoría, él ha sido, como dice, verdaderamente un gran hombre, y mayor en maldad que por cuna por mil veces.

     Escribano. Pero, ¿qué sabéis de sus acciones en particular, y especialmente en referencia a aquello de que se le acusa?

     Sabe. Le conozco como profano, mentiroso, quebrantador del día de reposo; le conozco que es fornicario y persona impura; le conozco que es culpable de muchos males. Él ha sido, por lo que sé, una persona muy impúdica.

     Escribano. Pero, ¿dónde solía cometer sus maldades? ¿En rincones, o de una manera más abierta y desvergonzada?

     Sabe. Por toda la ciudad, señoría.

     Escribano. Venid, Sr. Di-la-Verdad. ¿Qué tenéis que decir por nuestro Señor el Rey contra este preso en el banquillo?

     Di. Señoría, todo lo que ha dicho el primer testigo sé que es cierto, y mucho más que ha quedado por decir.

     Escribano. Sr. Concupiscencia, ¿oís lo que estos caballeros dicen?

     Concupiscencia. Siempre fui de la opinión de que la vida más feliz que un hombre podía vivir en la tierra era nunca negarse nada de lo que deseara en el mundo; y nunca he sido infiel a estas mis opiniones, sino que he vivido satisfaciéndolas todos los días. Y nunca fui tan mezquino, al haber encontrado tanta dulzura en ellas yo mismo, como para no recomendarlas a otros.

     Entonces dijo el tribunal. «Ya ha dicho bastante de su propia boca para hacerse condenar; lleváoslo por ello, carcelero, y haced comparecer al Sr. Incredulidad ante el tribunal».

     Escribano. Sr. Incredulidad, sois aquí acusado bajo el nombre de Incredulidad (un intruso en la ciudad de Alma Humana), por cuanto con felonía y maldad, y ello siendo un oficial en la ciudad de Alma Humana, os resististeis a los capitanes del gran Rey Shaddai cuando vinieron y exigieron la posesión de Alma Humana; desafiasteis el nombre, las fuerzas y la causa del Rey, y también, junto con Diábolo vuestro capitán, agitasteis y alentasteis a la ciudad de Alma Humana a resistir y a luchar contra la dicha fuerza del Rey. ¿Qué decís vos acerca de esta acusación? ¿Sois culpable, o no culpable?

     Entonces dijo Incredulidad: «No conozco a Shaddai; amo a mi antiguo príncipe; pensé que era mi deber ser fiel a mi consigna y hacer todo lo posible por poseer las mentes de los hombres de Alma Humana para que hicieran todo lo que estuviera en su mano para resistir a los extranjeros y ajenos, e ir con toda fuerza contra ellos. Y no he cambiado ni cambiaré mi opinión por temor alguno, aunque por el momento vosotros poseáis el lugar y el poder».

     Entonces dijo el tribunal: «Como veis, este hombre es incorregible; mantiene sus villanías con firmeza de palabras, y su rebelión con impúdica confianza; carcelero, lleváoslo, y traed a Olvida-lo-Bueno ante el tribunal.

     Olvida-lo-Bueno comparece ante el tribunal.

     Escribano. Sr. Olvida-lo-Bueno, sois acusado bajo el nombre de Olvida-lo-Bueno (un intruso en la ciudad de Alma Humana) en que vos, cuando estaban todos los asuntos de la ciudad de Alma Humana en vuestra mano, olvidasteis totalmente servirla en lo que era bueno, y os hicisteis cómplice del tirano Diábolo contra el Rey Shaddai, contra sus capitanes y toda su hueste, para deshonra de Shaddai y quebrantamiento de su ley, y poniendo en peligro de destrucción a la célebre ciudad de Alma Humana. ¿Qué decís a esta acusación? ¿Culpable o no culpable?

     Entonces dijo Olvida-lo-Bueno: «Caballeros, y ahora mis jueces: en cuanto a la acusación de que se me hace objeto de varios crímenes, os ruego que atribuyáis mi omisión a mi edad y no a mi mala voluntad; a la demencia de mi cerebro y no al descuido de mi mente; y entonces espero que de vuestra caridad se me excusará de gran castigo, aunque sea culpable».

     Entonces dijo el Tribunal: «Olvida-lo-Bueno, Olvida-lo-Bueno, tu olvido del bien no era sólo por debilidad, sino a propósito, y porque aborrecías guardar lo bueno en tu mente. Lo malo sí lo podías retener, pero no podías soportar meditar lo bueno; por ello, empleas tu edad y tu pretendida demencia para cegar al tribunal, como un manto para encubrir tus delitos. Pero oigamos ahora lo que tienen que decir los testigos del Rey contra el preso en el banquillo. Sr. Odia-lo-Malo, ¿Es culpable de lo que se le acusa, o no culpable?»

     Odia. Señoría, yo le oí decir a este Olvida-lo-Bueno que nunca podía soportar pensar en lo bueno, ni por un cuarto de hora.

     Escribano. ¿Dónde le oísteis decir esto?

     Odia. En la Vía Baja, en una casa junto a la señal de la Conciencia cauterizada.

     Escribano. Sr. Sabe-Todo, ¿qué podéis decir por nuestro Señor el Rey contra el preso en el banquillo?

     Sabe. Señoría, conozco bien a este hombre. Es diaboliano e hijo de diaboliano; el nombre de su padre era Ama-el-Mal; en cuanto a él, le he oído decir con frecuencia que consideraba los mismos pensamientos de bien como la cosa más gravosa del mundo.

     Escribano. ¿Cuándo le oísteis decir estas palabras?

     Sabe. En la Avenida de la Carne, justo enfrente de la iglesia.

     Entonces dijo el Escribano: «Venid, Sr. Di-la-Verdad, dad vuestra evidencia con respecto al preso en el banquillo, acerca de la acusación por la que comparece ante este honorable tribunal».

     Di. Señoría, le he oído decir con frecuencia que preferiría pensar en las cosas más viles que en lo que se contiene en las Sagradas Escrituras.

     Escribano. ¿Dónde le oísteis decir unas palabras tan graves?

     Di. ¿Dónde? En muchos lugares; en particular en la Calle de la Náusea, en la casa de un tal Desvergonzado, y en la Avenida de la Suciedad, ante el signo del Reprobado, junto al Descenso al Abismo.

     Tribunal. Caballeros, habéis oído la acusación, a su defensa, y el testimonio de los testigos. Carcelero, traed al Sr. Duro-Corazón ante el tribunal.

     Se le hace comparecer ante el tribunal.

     Escribano. Sr. Duro-Corazón, se os acusa hoy aquí bajo el nombre de Duro-Corazón (un intruso en la ciudad de Alma Humana), de que poseísteis a la ciudad de Alma Humana de la forma más desesperada y malvada con impenitencia y encallecimiento; que la privasteis de remordimiento y de dolor por sus pecados todo el tiempo de su apostasía y rebelión contra el bendito Rey Shaddai. ¿Qué decís de esta acusación? ¿Sois culpable o no culpable?

     Duro. Señoría, en toda mi vida nunca he sabido lo que significaba el remordimiento ni la tristeza. Soy impenetrable. No me preocupo por nadie. No puedo ser conmovido por los dolores de los hombres. Sus gemidos no entran en mi corazón. Sea quien sea a quien yo hiera, o a quien cause daño, para mí es música cuando para otros es duelo.

     Tribunal. Ya veis que este hombre es claramente un diaboliano, y que resulta convicto por sus propias palabras. Lleváoslo, carcelero, y traed al Sr. Falsa-Paz ante el tribunal.

     Falsa-Paz comparece ante el tribunal.

     «Sr. Falsa-Paz, se os acusa aquí bajo el nombre de Falsa-Paz (un intruso en la ciudad de Alma Humana), por cuanto malvada y satánicamente introdujisteis, mantuvisteis y guardasteis a la ciudad de Alma Humana, tanto en su apostasía como en su infernal rebelión, una paz falsa, carente de base, peligrosa y condenable, para deshonra del Rey, transgresión de su ley y gran daño para la ciudad de Alma Humana. ¿Qué decís vos? ¿Sois culpable de esta acusación o no?

     Entonces dijo el Sr. Falsa-Paz: «Caballeros, y vosotros que ahora habéis sido designados como mis jueces, reconozco que mi nombre es Sr. Paz, pero que mi nombre sea Falsa-Paz lo niego de plano. Si a vuestras señorías les place enviar a buscar a los que me conocen de cerca, o a la comadrona que ayudó en mi parto, o a los chismosos que estuvieron en mi bautizo, todos ellos declararán que mi nombre no es Falsa-Paz, sino Paz. Por ello, no puedo hablar acerca de esta acusación, por cuanto mi nombre no aparece en ella; y como mi nombre, así son mis inclinaciones. Siempre he sido una persona que ha querido vivir en quietud, y lo que deseaba para mí, pensé que sería deseable para los demás. Por ello, si veía que mis vecinos se sentían agobiados y en estado de ansiedad, intentaba ayudarlos todo lo que podía; y podría dar muchos ejemplos de este buen talante mío, como:

     «1. Cuando, al principio, nuestra ciudad de Alma Humana abandonó los caminos de Shaddai, ellos, algunos de ellos, comenzaron a sentirse agitados acerca de lo que habían hecho; pero yo, preocupado al ver su agitación, busqué medios para devolverles la tranquilidad.

     »2. Cuando estaban de moda los caminos del viejo mundo y de Sodoma, si sucedía algo que molestase a los que favorecían las costumbres de los tiempos presentes, me dedicaba a aquietarlos de nuevo, y a que pudieran proseguir en su forma de vivir sin inquietudes.

     »3. Para no retroceder tanto: cuando comenzaron las guerras entre Shaddai y Diábolo, si en cualquier momento veía a alguien de la ciudad de Alma Humana que temiese la destrucción, solía devolverlo a la calma, de la manera, o con el instrumento o la invención del tipo que fuera. Por ello, ya que siempre he sido una persona inclinada a la virtud, como dicen algunos que son los pacificadores, y si un pacificador es una persona de mérito, como algunos lo han afirmado abiertamente, permitid, caballeros, que sea considerado por vosotros, que tanto renombre tenéis por justicia y equidad en Alma Humana, como alguien que no merece este trato inhumano, sino la libertad, y también licencia para reclamar por daños y perjuicios a mis acusadores».

     Entonces dijo el escribano: «Oficial, haz una proclama».

     Oficial. ¡O sí! Por cuanto el preso en el banquillo ha negado que su nombre sea el que aparece en la acusación, el tribunal demanda que si hay alguno aquí que pueda dar información al tribunal acerca del nombre original y correcto del preso, que comparezca y dé testimonio; porque el preso se mantiene en su inocencia.

     Entonces comparecieron dos ante el tribunal, y pidieron que se les permitiera decir lo que sabían acerca del preso en el banquillo. El nombre de uno era Busca-la-Verdad, y el del otro, Apoya-la-Verdad. El tribunal preguntó luego a estos hombres si conocían al preso, y qué podían decir acerca de él, «porque», dijeron ellos, «se mantiene en su defensa».

     Entonces habló el Sr. Busca-la-Verdad: «Señoría, yo…».

     Tribunal. ¡Un momento! Que se le tome juramento.

     Entonces le tomaron juramento, y él prosiguió.

     Busca. Señoría, conozco a este hombre desde mi infancia, y puedo testificar que su nombre es Falsa-Paz. Conozco a su padre. Su nombre era Sr. Adulador. Y, de soltera, su madre se llamaba Sra. Desenfadada; estos dos, después de casarse, no tardaron en tener este hijo, y cuando hubo nacido, lo llamaron Falsa-Paz. Yo fui su compañero de juegos, aunque era algo mayor que él; y cuando su madre lo llamaba a casa después de jugar, solía decir: «Falsa-Paz, Falsa-Paz, ven a casa ya, o saldré a buscarte». Sí, lo conocí ya cuando mamaba, y aunque entonces yo era pequeño, recuerdo que su madre solía sentarse a la puerta con él, y que jugueteaba con él en sus brazos, y que le decía veintenas de veces: «¡Mi pequeño Falsa-Paz; mi bonito Falsa-Paz!» y «¡Ah, mi granujilla, mi Falsa-Paz!», y también: «¡Oh, mi pajarillo Falsa-Paz!», y «¡Cuánto quiero a mi niño!» Los chismosos saben esto también, aunque haya tenido el descaro de negarlo ante el tribunal.

     Entonces se llamó al Sr. Apoya-la-Verdad para que dijera lo que sabía de él. Y le tomaron juramento.

     Entonces dijo el Sr. Apoya-la-Verdad: «Señoría, todo lo dicho por el testigo anterior es cierto. Su nombre es Falsa-Paz, hijo del Sr. Adulador y de la Sra. Desenfadada, su madre; y en el pasado le vi encolerizarse con los que le llamaban con otro nombre que Falsa-Paz, diciendo que ello era burlarse de él y echarle motes. Pero esto sucedía en los tiempos en que Falsa-Paz era un principal, y cuando los diabolianos dominaban en Alma Humana.

     Tribunal. Caballeros, habéis oído lo que estos dos hombres han testificado bajo juramento contra el preso en el banquillo. Y ahora, Sr. Falsa-Paz, esto os decimos: habéis negado que vuestro nombre es Falsa-Paz, pero veis que estos hombres honrados han jurado que éste es vuestro nombre. En lo que a vuestra defensa se refiere, no es relevante respecto a la acusación presentada, pues no se os acusa como malhechor por ser un hombre de paz, o por ser pacificador entre vuestros vecinos, sino por cuanto con maldad satánica trajisteis, mantuvisteis y guardasteis una falsa paz en la ciudad de Alma Humana, tanto en su apostasía como en su infernal rebelión, una falsa paz mentirosa y condenable, contraria a la ley de Shaddai, y para peligro de destrucción de la ciudad de Alma Humana. Todo lo que habéis hecho en vuestra defensa es negar vuestro nombre, etc., pero aquí, como veis, tenemos testigos para demostrar quién sois. En cuanto a la paz de que tanto os jactáis de poner en vuestros vecinos, sabed que esta paz no es compañera de la verdad y de la santidad, sino que es la que carece de fundamento, que se basa sobre una mentira, y que es engañosa y condenable, como también lo ha dicho el gran Shaddai. Por tanto, vuestra defensa no os absuelve de la acusación por la que comparecéis aquí, sino que más bien la refuerza. Pero tendréis un juicio justo. Llamemos a los testigos que tenemos aquí para dar testimonio en cuanto al asunto mismo, y veamos qué tienen que decir por nuestro Señor el Rey contra el preso en el banquillo.

     Escribano. Sr. Sabe-Todo, ¿qué testificáis por nuestro Señor el Rey contra el preso en el banquillo?

     Sabe. Señoría, este hombre se ocupó durante mucho tiempo, a mi leal saber  y entender, a mantener a la ciudad de Alma Humana en una calma pecaminosa en medio de toda su inmundicia, suciedad y maldad, y dijo, a mis oídos: Venid, venid, huyamos de toda turbación, venga de donde viniere, y vivamos una vida tranquila y pacífica, aunque carezca de buen fundamento.

     Escribano. Acudid, Sr. Odia-Mentiras. ¿Qué tenéis que decir?

     Odia. Señoría, le oí decir que la paz, aunque sea en camino de injusticia, es mejor que la turbación con la verdad.

     Escribano. ¿Dónde le oísteis decir esto?

     Odia. Se lo oí decir en el Patio de la Necedad, en casa de un tal Sr. Simple, que está junto a la señal del Engañador-de-sí-mismo. Sí, que yo sepa lo dijo unas veinte veces en aquel lugar.

     Escribano. Podemos ahorrarnos más testigos. Estos testimonios son claros y concluyentes. Lleváoslo, carcelero, y traed al Sr. No-Verdad ante el tribunal.

     Sr. No-Verdad, comparecéis aquí acusado bajo el nombre de No-Verdad (un intruso en la ciudad de Alma Humana), por cuanto siempre, para deshonra de Shaddai y para peligro de ruina total de la célebre ciudad de Alma Humana, os disteis a destruir y a hacer desaparecer totalmente los restos de la ley y de la imagen de Shaddai que se encontraban en Alma Humana después de su gran apostasía y alejamiento de su Rey para entregarse a Diábolo, el envidioso tirano. ¿Qué decís, sois culpable o no culpable de lo que se os acusa?

     No. No culpable, señoría.

     Entonces se hizo comparecer a los testigos, y el Sr. Sabe-Todo fue el primero en presentar testimonio contra él.

     Sabe. Señoría, este hombre intervino en la destrucción de la imagen de Shaddai; más aún, lo hizo con sus propias manos. Yo mismo estaba allí, y le vi hacer esto, y lo hizo a las órdenes de Diábolo. Y más que esto hizo este Sr. No-Verdad: también erigió la imagen cornuda de la bestia Diábolo en el mismo lugar. También fue él quien, por orden de Diábolo, derribó, arrasó y quemó todo lo que pudo de los restos de la ley del Rey, todo lo que de ella se pudo apoderar en Alma Humana.

     Escribano. ¿Quién le vio hacer esto además de vos?

     Odia-Mentira. Yo, señoría, y además muchos otros; porque no se hizo a hurtadillas ni en un rincón, sino abiertamente. Sí, él decidió hacerlo en público, porque le complacía hacerlo.

     Escribano. Sr. No-Verdad: ¿cómo habéis tenido el descaro de declararos no culpable, cuando erais manifiestamente el autor de todas estas iniquidades?

     No. Señoría, pensé que algo debía decir, y tal cual es mi nombre, así hablo. Me ha funcionado bien en el pasado, y no sabía si por no decir la verdad no podría lograr ahora los mismos beneficios.

     Escribano. Lleváoslo, carcelero, y traed al Sr. Implacable ante el tribunal. Sr. Implacable, se os acusa aquí bajo el nombre de Implacable (intruso en la ciudad de Alma Humana) por cuanto de manera pérfida y malvada cerrasteis todas las entrañas de compasión y no permitisteis que Alma Humana se condoliera de sus propias miserias cuando hubo apostatado de su legítimo Rey, sino que rehuisteis y en todo momento distrajisteis su mente de aquellos pensamientos que tuviesen tendencia a llevarla al arrepentimiento. ¿Qué decís a esta acusación? ¿Culpable o no culpable?

     Implacable. No culpable de implacabilidad: todo lo que hice fue animarla, conforme a mi nombre, porque mi nombre no es Implacable, sino Aliento. Y no podía resistir ver Alma Humana inclinada a la melancolía».

     Escribano. ¡Cómo! ¿Negáis vuestro nombre, y afirmáis que no es Implacable, sino Aliento? Llamemos a los testigos. ¿Qué decís vosotros, los testigos, ante esta defensa?

     Sabe. Señoría, su nombre es Implacable; así firmaba él en todos los documentos con los que él tenía que ver. Pero a estos diabolianos les gusta falsear sus nombres: el Sr. Codicia emplea el pseudónimo de Buena-Administración, o nombres semejantes; el Sr. Orgullo puede, cuando le conviene, hacerse llamar Sr. Elegante, Sr. Apuesto o cosas parecidas; y así hacen el resto.

     Escribano. Sr. Di-la-Verdad, ¿qué decís vos a esto?

     Di. Su nombre es Implacable, señoría. Le he conocido desde la infancia, y ha cometido todas la maldades de las que se le acusa; pero hay un grupo de ellos que no están familiarizados con el peligro de la condenación, y por ello llaman melancólicos a todos los que abrigan pensamientos serios acerca de cómo debieran evitar tal situación.

     Escribano. Carcelero: traed al Sr. Arrogancia ante el tribunal. Sr. Arrogancia, sois aquí acusado bajo el nombre de Arrogancia (un intruso en la ciudad de Alma Humana), por cuanto de forma muy pérfida y diabólica enseñasteis a la ciudad de Alma Humana a comportarse con orgullo y obstinación frente a los llamamientos que les hacían los capitanes del Rey Shaddai. También enseñasteis a la ciudad de Alma Humana a hablar de forma despreciativa y vilipendiosa contra su gran Rey Shaddai; y además alentasteis a Alma Humana, tanto por la palabra como con el ejemplo, a tomar armas contra el Rey y su Hijo Emanuel. ¿Qué decís a esto? ¿Os declaráis culpable o no culpable?

     Arrogancia. Caballeros, siempre he sido hombre valiente e intrépido, y no ha sido nunca mi costumbre, ni bajo las más negras nubes, esconderme o ir con la cabeza gacha o triste; tampoco me ha gustado ver que los hombres se humillasen ante los que se les oponían, aunque su adversario pareciese tener una ventaja diez veces superior. No me preocupaba quién fuese mi enemigo, ni la causa en que yo estuviera empeñado. Me bastaba con comportarme valerosamente, luchar como un hombre, y vencer.

     Tribunal. Sr. Arrogancia, no se os acusa aquí por haber sido un hombre valeroso, ni por vuestro coraje en tiempo de angustia, sino por haber empleado este pretendido valor para inducir a la ciudad de Alma Humana a actos de rebeldía contra el gran Rey y contra su Hijo Emanuel. Éste es el crimen del que se os acusa en el auto de procesamiento.

     Pero él no respondió nada a estas palabras.

30

     Después que el tribunal hubo procedido así contra los presos en el banquillo, se dispuso luego a pedir el veredicto del jurado, a los que se dirigieron de esta manera:

     «Señores del jurado: Habéis estado presentes y habéis visto a estos hombres; habéis oído las acusaciones presentadas contra ellos, sus defensas y lo que los testigos han depuesto en su cargo; lo que queda ahora es que os retiréis a algún lugar donde sin desorden podáis considerar qué veredicto corresponde, de una manera justa y recta, de parte del Rey contra ellos, y así actuar en conformidad».

     Entonces el jurado, constituido por los señores Credo, Corazón-Fiel, Recto, Odia-lo-Malo, Ama-a-Dios, Ve-la-Verdad, Mente-Celestial, Moderado, Agradecido, Buena-Obra, Celo-por-Dios y Humilde, se retiró para cumplir con su cometido. Cuando estuvieron encerrados y a solas, comenzaron a hablar entre ellos para acordar su veredicto.

     Y así comenzó a hablar el Sr. Credo (porque él era el presidente del jurado): «Caballeros», dijo él: «Por mi parte, me parece que los presos merecen, todos, la muerte». «Muy bien», dijo el Sr. Corazón-Fiel: «Comparto del todo esta opinión». «¡Ah, qué maravilla que villanos como estos hayan sido apresados!», dijo el Sr. Odia-lo-Malo. «Sí, cierto», contestó el Sr. Ama-a-Dios, «éste es uno de los días más felices de mi vida». Luego dijo el Sr. Ve-la-Verdad: «Sé que si los condenamos a muerte, el mismo Shaddai lo confirmará». «No lo dudo ni un momento», dijo el Sr. Mente-Celestial, que luego dijo: «Cuando unas bestias como estas sean extirpadas de Alma Humana, ¡qué buena ciudad será!». «Bien», dijo el Sr. Moderado, «no es mi estilo dar mi sentencia con precipitación, pero en el caso de ellos su crimen es tan notorio, y el testimonio tan irrefutable, que debe ser un ciego voluntario quien diga que los presos no debieran morir». «Bendito sea Dios», dijo el Sr. Agradecido, «que los traidores están bien custodiados». «Y yo me uno a vos en esto sobre mis rodillas desnudas», dijo el Sr. Humilde. «También yo me siento satisfecho», repuso el Sr. Buena-Obra. Entonces intervino aquel hombre ferviente y fiel que era el Sr. Celo-por-Dios: «Cortadlos; han sido una pestilencia y buscaban la destrucción de Alma Humana».

     Así, habiendo todos llegado a un veredicto unánime, comparecieron juntos ante el Tribunal.

     Escribano. Señores del jurado, responded todos al oír su nombre: Sr. Credo, uno; Sr. Corazón-Fiel, dos; Sr. Recto, tres; Sr. Odia-lo-Malo, cuatro; Sr. Ama-a-Dios, cinco; Sr. Ve-la-Verdad, seis; Sr. Mente-Celestial, siete; Sr. Moderado, ocho; Sr. Agradecido, nueve; Sr. Buena-Obra, diez; Sr. Celo-por-Dios, once; y Sr. Humilde, doce. Hombres buenos y fieles, uníos en vuestro veredicto: ¿Estáis todos unánimes?

     Jurado. Sí, señoría.

     Escribano. ¿Quién hablará por vosotros?

     Jurado. Nuestro presidente.

     Escribano. Vosotros, señores del jurado, habiendo sido convocados por nuestro Señor el Rey para servir aquí en cuestión de vida y muerte, habéis oído las causas de cada uno de estos hombres, los encausados en el banquillo: ¿Qué decís? ¿Son culpables de aquello de lo que se les acusa, o no culpables?

     Presidente. Culpables, señoría.

     Escribano. Carcelero, llevaos a vuestros presos.

     Esto fue hecho por la mañana, y por la tarde se les leyó la sentencia de muerte conforme a la ley.

     Así que el carcelero, tras recibir sus órdenes, los puso en la parte interior de la cárcel, para guardarlos allí hasta el momento de la ejecución de la sentencia, que iba a tener lugar al siguiente día por la mañana.

     Pero sucedió que uno de los presos, el llamado Incredulidad, huyó en el tiempo que media entre la sentencia y la ejecución, y se alejó de la ciudad de Alma Humana, ocultándose en aquellos lugares y grietas que pudo, hasta que pudiera tener de nuevo una oportunidad de causar daño a Alma Humana por haberlo tratado de aquella manera.

     Cuando el Sr. Fiel, el carcelero, vio que había perdido a su preso, se sintió sumamente abatido, porque aquel preso era, se debe decir, el peor de toda la banda; con lo cual pasó en primer lugar a notificarlo a milord Alcalde, al Sr. Archivero y a milord Recia-Voluntad, y para conseguir de ellos una orden para registrar toda la ciudad de Alma Humana. Y obtuvo la orden, pero no pudieron encontrar a este hombre por toda la ciudad de Alma Humana.[176]

     Todo lo que se pudo saber fue que había estado acechando por un tiempo alrededor del exterior de la ciudad, y que aquí y allá algunos lo habían visto breves momentos mientras escapaba saliendo de Alma Humana; uno o dos afirmaron que le habían visto fuera de la ciudad, dirigiéndose por la llanura hacia la carrera. Cuando se hubo alejado, un tal Sr. He-Visto dijo que estuvo andando por terrenos resecos hasta que se encontró con su amigo Diábolo,[177] y que el lugar de su encuentro había sido nada menos que la colina de la Puerta del Infierno.

     Pero, ¡oh, qué lamentable historia le contó el viejo caballero a Diábolo acerca de la triste alteración que había hecho Emanuel en Alma Humana!

     Empezó refiriendo cómo Alma Humana, después de una cierta espera, había recibido una amnistía general de manos de Emanuel, y cómo le habían rogado que habitase en la ciudad, y cómo le habían entregado la ciudadela como posesión suya. Prosiguió contando que habían llamado a sus soldados a la ciudad, deseando todos alojar al mayor número de ellos; también cómo lo agasajaron con tamboril, canciones y danzas. «Pero mi mayor dolor», dijo Incredulidad, «es que ha derribado tu imagen, oh padre, y levantado la suya; que ha depuesto a tus oficiales, y puesto a los suyos. Sí, y Recia-Voluntad, aquel rebelde, de que nadie hubiera podido jamás imaginar que se pudiera apartar de nosotros, es ahora tan favorito de Emanuel como jamás lo fuera tuyo. Pero, encima de todo esto, Recia-Voluntad ha recibido una comisión especial de su amo para buscar, apresar y dar muerte a todo tipo de diabolianos que encuentre en Alma Humana. Y este Recia-Voluntad ha apresado y encarcelado ya a ocho de los mejores amigos que mi señor tiene en Alma Humana. Más aún, señor, con dolor te lo digo, todos ellos han sido juzgados, sentenciados, y, no lo dudo, ya ajusticiados en Alma Humana. He hablado a mi señor de ocho, pero yo mismo era el que hacía nueve, y ciertamente habría bebido de la misma copa excepto que con mi astucia logré fugarme, como ves, y huir de ellos.

     Cuando Diábolo hubo oído esta lamentable historia, chilló y resopló como un dragón, y con su rugido hizo oscurecer el cielo; también juró que trataría de vengarse de Alma Humana por todas estas cosas. Así, tanto él como su viejo amigo Incredulidad emprendieron intensas consultas acerca de cómo poder recuperar el dominio sobre la ciudad de Alma Humana.

     Antes de todo esto, llegó el amanecer del día en que iban a ser ajusticiados los presos de Alma Humana.[178] Y fueron llevados a la cruz, y ello por la misma Alma Humana, de la manera más solemne; porque el Príncipe dijo que esto debía ser llevado a cabo por mano de la ciudad de Alma Humana, «para ver», dijo él, «la resolución de mi ahora redimida Alma Humana en guardar mi palabra y en cumplir mis mandamientos;[179] y para bendecir a Alma Humana en el cumplimiento de esta obra. Que Alma Humana sea pues quien primero ponga sus manos sobre estos diabolianos para destruirlos».

     Así que la ciudad de Alma Humana les dio muerte, según lo mandado por su Príncipe; pero cuando los presos fueron conducidos a su muerte en la cruz, es increíble el esfuerzo que tuvo que aplicar Alma Humana para dar muerte a los diabolianos; porque éstos, sabiendo que iban a morir, y sintiendo cada uno de ellos una implacable enemistad en sus corazones contra Alma Humana, ¿que otra cosa hicieron sino cobrar valor ante la cruz, y resistirse allí contra los habitantes de Alma Humana? Ante esta situación, los hombres de Alma Humana se vieron obligados a clamar pidiendo ayuda a los capitanes y hombres de guerra.[180] El gran Shaddai tenía también en la ciudad un secretario que sentía gran afecto por los hombres de Alma Humana, y que estaba también presente en el lugar de la ejecución; él, entonces, oyendo a los hombres de Alma Humana clamando contra los esfuerzos y la rebeldía de los presos, se levantó de su lugar, y acudió y puso sus manos sobre las manos de los hombres de Alma Humana.[181] Así crucificaron a los diabolianos que habían sido plaga, aflicción y agravio a la ciudad de Alma Humana.

31

     Cumplida esta buena obra, el Príncipe acudió a ver, visitar y hablar amistosamente con los hombres de Alma Humana, y a fortalecer sus manos en esta labor. Y les dijo que por aquella acción él los había probado, y que había visto que eran amantes de su persona, obedientes a sus leyes y respetuosos hacia su honor. Dijo también (para mostrarles que no por aquello iban a tener pérdida, ni su ciudad iba a debilitarse por la pérdida de ellos), que les pondría otro capitán de entre sí mismos. Y que este capitán tendría mando sobre mil, para el bienestar y provecho de la ahora floreciente ciudad de Alma Humana.

     Llamó entonces a uno que se llamaba Atendencia, y le mandó: «Ve rápido a la puerta de la ciudadela, y pide allí por el Sr. Experiencia, que sirve al noble Capitán Creencia, y dile que venga a verme». Y el mensajero que atendía al buen Príncipe Emanuel salió, e hizo y dijo como se le había ordenado. Ahora bien, el joven caballero estaba observando como el capitán instruía y hacía maniobrar a sus hombres en el patio de armas de la ciudadela. Entonces el Sr. Atendencia le dijo: «Señor, el Príncipe desea que vayáis a ver de inmediato a su Alteza». Y lo acompañó ante Emanuel, y aquél, llegando, le hizo reverencia. Los hombres de la ciudad conocían bien al Sr. Experiencia, porque había nacido y se había criado en Alma Humana; sabían además que era hombre de recta conducta, valiente y prudente. Era también una persona apuesta, bien hablado, y muy eficaz en lo que emprendía.

     Por ello, los corazones de los ciudadanos quedaron transportados de gozo cuando vieron que el mismo Príncipe apreciaba tanto al Sr. Experiencia que quería hacerle capitán sobre una compañía.

     Entonces todos a una doblaron la rodilla delante de Emanuel, y vitoreando dijeron: «¡Viva Emanuel para siempre!» Entonces dijo el Príncipe al joven caballero Sr. Experiencia: «Me ha parecido bien otorgarte un puesto de confianza y honor en esta mi ciudad de Alma Humana». Entonces el joven inclinó la cabeza y adoró. «Se trata», le dijo Emanuel, «de que seas capitán, capitán sobre mil hombres en mi amada ciudad de Alma Humana». Entonces dijo el Capitán: «¡Viva el Rey!», y el Príncipe dio órdenes de inmediato al secretario del Rey para que redactara una orden para nombrar al Sr. Experiencia capitán sobre mil hombres. «Y que me sea dada», dijo él, «para poner mi sello sobre ella». Y se cumplió como se había ordenado. Se redactó la orden, la trajeron a Emanuel, y él puso su sello en ella. Entonces la enviaron al capitán por mano del Sr. Atendencia.

     Tan pronto el capitán hubo recibido sus órdenes, mandó tocar su corneta pidiendo voluntarios, y acudieron jóvenes en gran número; los nobles y jefes de la ciudad enviaron a sus hijos a que se alistasen bajo su mando. Así fue como el Capitán Experiencia pasó a estar bajo las órdenes de Emanuel, para bien de la ciudad de Alma Humana. Como lugarteniente tenía a un Sr. Diestro, y como corneta a un Sr. Memoria. No será necesario nombrar a sus oficiales subordinados. Sus colores eran los colores blancos de la ciudad de Alma Humana, y su blasón era el león muerto y el oso muerto.[182] Y así el Príncipe regresó a su palacio real.

     Vuelto allí, los ancianos de la ciudad de Alma Humana, esto es, el Lord Alcalde, el Archivero y Lord Recia-Voluntad, acudieron a felicitarlo, y en especial a agradecerle su amor, solicitud y entrañable compasión que mostraba a su siempre agradecida ciudad de Alma Humana. Pasado un tiempo de entrañable comunión entre ellos, los ciudadanos dieron solemne fin a su ceremonia, y regresaron a sus lugares.

     También Emanuel les señaló un día en el que renovaría su estatuto, más aún, en el que lo renovaría y ampliaría, enmendando algunas insuficiencias en el mismo, para que el yugo de Alma Humana fuera más fácil.[183] Y esto lo hizo sin que lo pidieran ellos, espontáneamente de su propia franqueza y noble mente. Así que cuando envió a por el viejo, y lo vio, lo puso a un lado, y dijo: «Lo que se da por anticuado y se envejece, está próximo a desaparecer». Y dijo también: «La ciudad de Alma Humana tendrá otro estatuto, mejor, nuevo, mucho más estable y firme». Y de dicho estatuto se da aquí un resumen:

     «Emanuel, Príncipe de la Paz, y gran amante de la ciudad de Alma Humana, en nombre de mi Padre y por mi propia clemencia doy, concedo y lego a mi amada ciudad de Alma Humana,

     »Primero: Un perdón libre, total y eterno de todos los males, injurias y ofensas cometidos por ellos contra mi Padre, contra mí, contra su prójimo o contra ellos mismos.[184]

     »Segundo: Les doy la santa ley y mi testamento, con todo lo que en lo dicho se contiene, para su eterno bienestar y consuelo.[185]

     »Tercero: Les doy también una porción de la misma gracia y bondad que moran en el corazón de mi Padre y mío.[186]

     »Cuarto: Les doy, concedo y confiero libremente el mundo y lo que en él está, para bien de ellos; y ellos ostentarán aquel poder sobre todo ello según sea para honra de mi Padre, mi gloria, y su bien: sí, les concedo los beneficios de la vida y de la muerte, de lo presente y de lo por venir. Nadie más, sea ciudad o corporación, poseerá este privilegio, sino exclusivamente mi Alma Humana.[187]

     »Quinto: Les concedo y otorgo licencia, y pleno acceso a mi palacio en toda ocasión —a mi palacio arriba o abajo— para darme allí a conocer sus necesidades,[188] y yo les doy además promesa de que oiré y daré satisfacción a todas sus quejas.

     »Sexto: Doy, concedo y otorgo plenos poderes y autoridad a la ciudad de Alma Humana para buscar, arrestar, esclavizar y destruir a todos los diabolianos, sean del tipo que fueren, que en cualquier momento y procedan de donde procedieren, sean descubiertos merodeando en o alrededor de la ciudad de Alma Humana.

     »Séptimo: Concedo asimismo autoridad a mi amada ciudad de Alma Humana para no admitir a ningún forastero o extranjero o su descendencia a obtener libertades en la bendita ciudad de Alma Humana,[189] ni a compartir de sus excelentes privilegios, sino que todas las concesiones, privilegios e inmunidades que otorgo a la célebre ciudad de Alma Humana serán para sus antiguos nativos y verdaderos moradores de la misma; a ellos, dijo, y a su legítima descendencia después de ellos.

     »Pero todos los diabolianos de todo tipo, nacimiento, país y reino del que procedan, serán privados de cualquier parte en ella.»

     Así, cuando la ciudad de Alma Humana hubo recibido de manos de Emanuel su generoso estatuto (que en sí mismo es infinitamente más extenso que esta breve resumen aquí expuesto), lo llevaron a ser proclamado, en la plaza del mercado, y allí el Sr. Archivero lo leyó en presencia de todo el pueblo.[190] Habiendo hecho esto, lo llevaron de nuevo a las puertas de la ciudadela, y allí fue grabado sobre sus puertas y escrito con letras de oro, para que la ciudad de Alma Humana, con toda su población, pudieran tenerlo siempre a la vista, o pudieran ir adonde podrían ver la bendita libertad que les había concedido su Príncipe, para que su gozo aumentase en ellos, y que se renovase su amor para su grande y buen Emanuel.

     ¡Y qué gozo, qué bienestar, que consolación, como podréis imaginaros, embargaba ahora el corazón de los hombres de Alma Humana! Repicaban las campanas, los juglares tañían sus instrumentos, la gente bailaba, los capitanes gritaban, los estandartes ondeaban sus colores al viento, y resonaban las trompetas de plata. Y los diabolianos no osaban aparecer por allí, porque parecían como los ya muertos de mucho tiempo.

32

     Habiendo terminado todo, el Príncipe volvió a llamar a los ancianos de la ciudad de Alma Humana, y les habló de un ministerio que quería establecer entre ellos; un ministerio que les enseñaría e instruiría acerca de su estado presente y futuro.

     «Porque vosotros, por vuestra cuenta, sin maestros y guías,[191] no podréis conocer la voluntad de mi Padre, y, si no la sabéis, de cierto que no la haréis».

     Al oír estas noticias, cuando los ancianos de Alma Humana las transmitieron al pueblo, toda la ciudad acudió junta corriendo,[192] (porque les complacía ahora todo lo que el Príncipe ordenase), y todos unánimes rogaron a su Majestad que estableciera enseguida entre ellos aquel ministerio que les enseñase la ley y el juicio, estatutos y mandamientos; para ser instruidos en todo lo bueno y lo sano. Entonces anunció que les concedería sus peticiones, y que designaría a dos entre ellos: a uno que provenía de la corte de su Padre, y a uno que era nativo de Alma Humana.

     «El que viene de la corte», dijo, «es una persona de rango y dignidad no inferiores a mi Padre y yo; es el Lord Gran Secretario de la casa de mi Padre;[193] porque él es y siempre ha sido el principal legislador de todas las leyes de mi Padre, una persona totalmente versada en todos los misterios y en el conocimiento de los misterios, así como mi Padre y como también yo mismo. Más aún, es uno con nosotros en naturaleza, y también en cuanto al amor, a la fidelidad y a los eternos intereses de la ciudad de Alma Humana.

     »Éste es quien será vuestro principal maestro», dijo el Príncipe: «Porque él es, y él solamente, quien puede enseñaros claramente sobre todas las cosas sublimes y sobrenaturales. Es él y solamente él quien conoce las formas y los métodos de mi Padre en la corte, y nadie como él puede enseñar cómo está el corazón de mi Padre en todo momento, en todas las cosas, en todas las ocasiones, para con Alma Humana; porque así como nadie conoce las cosas del hombre sino el espíritu del hombre que está en él, también las cosas de mi Padre no las conoce sino éste, su alto y poderoso Secretario. Y nadie puede como él decir a Alma Humana cómo y qué han de hacer para mantenerse en el amor de mi Padre. Él es también quien puede traer cosas olvidadas al recuerdo, y quién os anunciará las cosas que han de venir.[194] Por ello, este maestro debe necesariamente tener la preeminencia, tanto en vuestros afectos como en vuestro juicio, antes que vuestro otro maestro; su dignidad personal, la sublimidad de su enseñanza y también su gran destreza para ayudaros a redactar peticiones a mi Padre para vuestra ayuda, y que sean de su agrado, debe llevaros a amarlo, a reverenciarlo y a prestar atención a que no lo contristéis.

     »Esta persona puede poner vida y fuerza a todo lo que dice, y puede también ponerlo en vuestros corazones. Esta persona puede hacer videntes de vosotros, y puede daros a conocer lo que ha de ser. Es por esta persona que tenéis que preparar todas vuestras peticiones al Padre y a mí;[195] y no dejéis que nada entre en la ciudad o en la ciudadela de Alma Humana sin primero obtener su consejo, por cuanto ello podría disgustar y contristar a esta noble persona.

     »Prestad atención, insisto, en no contristar a este ministro; porque si esto hacéis, él puede luchar contra vosotros; y si fuera llevado por vosotros a enfrentarse contra vosotros en batalla, esto os causará más aflicción que si se enviase a doce legiones de ángeles de la corte de mi Padre para haceros la guerra.

     »Pero, como he dicho, si le oís y le amáis; si os dedicáis a seguir su enseñanza y buscáis conversación y comunión con él,[196] lo hallaréis muchísimo mejor que todo lo que el mundo os pueda ofrecer; sí, él derramará el amor de mi Padre en vuestros corazones, y Alma Humana será la más sabia y bienaventurada de todas las gentes».

     Entonces el Príncipe hizo llamar al viejo caballero que había sido anteriormente el Archivero de Alma Humana, el Sr. Conciencia, y le dijo que por cuanto era buen conocedor de la ley y del gobierno de la ciudad de Alma Humana, y que sabía anunciar y enseñar la voluntad de su Amo en todas las cuestiones terrenales y domésticas, que por ello le hacía ministro para, en y a la buena ciudad de Alma Humana, en todas las leyes, estatutos y juicios de la célebre ciudad. «Y tú», añadió el Príncipe, «debes limitarte a la enseñanza de las virtudes morales y a los deberes civiles y naturales; no debes intentar ni presumir ser revelador de aquellos misterios excelsos y sobrenaturales guardados que están secretos en el seno de mi Padre Shaddai; porque estas cosas nadie las conoce ni nadie las puede revelar, sino solamente el Secretario de mi Padre.

     »Tú eres nativo de la ciudad de Alma Humana, pero el Lord Secretario es nativo con mi Padre; por ello, así como tú posees el conocimiento de las leyes y costumbres de la ciudad, así él de las cosas y de la voluntad de mi Padre.

     »Por ello, oh Sr. Conciencia, aunque te he hecho ministro y predicador para la ciudad de Alma Humana, sin embargo, en lo que se refiere a las cosas que conoce y que enseñará a este pueblo el Lord Secretario, en eso tú debes ser su alumno y discípulo, como el resto de Alma Humana.

     »Por ello, en todas las cosas elevadas y sobrenaturales, acude a él para obtener información y conocimiento; porque aunque haya espíritu en el hombre,[197] la inspiración de esta persona debe proporcionarle entendimiento. Por ello, oh Sr. Conciencia, mantente pequeño y humilde, y recuerda que los diabolianos no mantuvieron su primer estado, sino que cayeron, y que están ahora encarcelados en el abismo. Queda pues satisfecho con tu posición.

     »Te he hecho vicerregente de mi Padre en la tierra acerca de las cosas que te he mencionado; cobra fuerzas para enseñarlas a Alma Humana, hasta para imponerlas con azotes y castigos si no escuchan bien dispuestos para hacer tus mandamientos.

     »Y, Sr. Conciencia, por cuanto eres viejo y también debilitado por muchos maltratos, te doy mi permiso y licencia para que acudas cuando quieras a mi fuente, a mi manantial, y beber a voluntad de la sangre de mi uva,[198] porque ni manantial siempre mana con vino.[199] Haciéndolo así, expulsarás de tu corazón y estómago todos los humores malignos, burdos y dañinos. Esto alumbrará también tus ojos y fortalecerá tu memoria para recibir y guardar todo lo que enseñe el muy noble Secretario del Rey».

     Cuando el Príncipe hubo establecido al que había sido Archivero al puesto y cargo de ministro en Alma Humana, y él lo aceptó con gratitud, entonces pronunció Emanuel un discurso dirigido particularmente a los ciudadanos.

     «Ved», dijo el Príncipe a Alma Humana, «mi amor y solicitud hacia vosotros; a todo lo pasado he añadido esta otra misericordia, la de estableceros predicadores: el muy noble Secretario para enseñaros en todos los misterios altos y sublimes; y a este caballero», dijo, señalando al Sr. Conciencia, «que os enseñará en todas las cosas humanas y domésticas, porque esta es su misión. Por lo que acabo de decir, no se le podrá impedir que refiera a Alma Humana nada de lo que haya oído y recibido de boca del gran Lord Secretario; sólo que no intentará arrogarse ni pretender ser él mismo el revelador de estos elevados misterios; porque su revelación y exposición a Alma Humana está sólo dentro de la competencia, autoridad y capacidad del mismo gran Lord Secretario. Sí podrá hablar de estas cosas, como también podrá hacerlo el resto de la ciudad de Alma Humana; sí, y según haya oportunidad, podréis recordaros estas cosas los unos a los otros para beneficio de todos. Estas cosas, pues, quisiera que observarais e hicierais, porque esto es vuestra vida, y largura de días.

     »Y otra palabra a mi amado Sr. Archivero y a toda la ciudad de Alma Humana: No debéis manteneros ni apoyaros en nada de lo que él tiene ordenado enseñaros como vuestra confianza y esperanza del mundo venidero (del mundo venidero, digo, porque tengo el propósito de dar otro a Alma Humana cuando éste en el que están se haya desgastado). Para ello debéis recurrir única y exclusivamente a la doctrina del que es vuestro Maestro principal. El Archivero mismo no debe buscar la vida en aquello que él mismo revela; su dependencia para ello debe basarse en la doctrina del primer predicador. Que el Sr. Archivero preste atención a no admitir ninguna doctrina ni ningún artículo doctrinal que no reciba de parte de su Maestro superior, o que no esté dentro de los límites de su propio conocimiento formal».

33

     Ahora, cuando el Príncipe dejó así dispuestas las cosas en la célebre ciudad de Alma Humana, pasó a dar a los ancianos de la corporación una necesaria advertencia sobre la conducta que debían observar con los nobles capitanes que él había enviado o traído consigo de la corte de su Padre a la célebre ciudad de Alma Humana.

     «Estos capitanes», les dijo, «aman la ciudad de Alma Humana, y son hombres escogidos, escogidos de entre una amplia selección, como los más adecuados y que con más fidelidad servirán en las guerras de Shaddai contra los diabolianos, para la preservación de la ciudad de Alma Humana.[200] Os encargo mando pues, oh habitantes de la floreciente Alma Humana», dijo él, «que no os comportéis con mis capitanes ni con sus hombres con descortesía o desconsideración, porque, como ya he dicho, son hombres escogidos, seleccionados de entre otros muchos para bien de la ciudad de Alma Humana. Os mando que no seáis desconsiderados con ellos, porque aunque tienen corazones y semblantes de leones en toda ocasión en que sean llamados para librar batalla contra los enemigos del Rey y de la ciudad de Alma Humana, sin embargo un pequeño desprecio de parte de la ciudad de Alma Humana[201] los desalentará y traerá tristeza a sus rostros, los debilitará y los acobardará. Por ello, mis amados, no desairéis a mis valientes capitanes y arrojados hombres de guerra, sino amadlos, alimentadlos, socorredlos y acogedlos; y no sólo lucharán ellos por vosotros, sino que ahuyentarán de vosotros todos aquellos diabolianos que buscan ser, y serán, si ello fuere posible, vuestra total ruina.

     »Si a causa de tal cosa alguno de ellos en algún momento enferma o se debilita, y no puede cumplir la obra de amor que de todo corazón están dispuestos a llevar a cabo (y que cumplirán cuando estén bien y sanos), no los menospreciéis, no los descuidéis, sino más bien fortalecedlos y alentadlos,[202] aunque estén debilitados y al borde de la muerte, porque ellos son vuestro muro y protección, vuestra muralla, vuestras puertas, vuestros cerrojos y vuestras barras. Y aunque si cuando estén enfermos poco puedan hacer, sino que al contrario precisen de vuestra ayuda en vez de poder esperar grandes cosas de ellos, sin embargo, cuando estén sanos, sabréis qué hazañas, que acciones y logros bélicos pueden realizar y realizarán por vosotros.

     »Además, si están debilitados, la ciudad de Alma Humana no puede ser fuerte; si están fuertes, entonces Alma Humana no puede ser débil; por tanto, vuestra seguridad depende de la salud de ellos, y de vuestras atenciones para ellos. Recordad también que si caen enfermos es porque se han contagiado de la enfermedad de la misma ciudad de Alma Humana.

     »Estas cosas os he dicho porque quiero vuestro bienestar y vuestro honor: Por ello, observa, oh Alma Humana, la obediencia a lo que te he mandado, y que no es sólo a la corporación municipal como tal que compete observar las órdenes y los mandamientos de su Señor, y por ello a cada uno de vuestros funcionarios y guardianes, sino también a vosotros como pueblo cuyo bienestar, como personas individuales, depende de esta observancia.

     »A continuación, mi Alma Humana, te advierto de algo de que se te debe advertir, a pesar de la reforma que actualmente se está realizando en medio de ti: por ello préstame atención. Sé ahora de cierto, y tú lo sabrás más adelante, que todavía hay diabolianos en la ciudad de Alma Humana. Diabolianos tenaces e implacables, y que ya ahora, mientras estoy con vosotros, y más cuando no esté, planearán, tramarán, conspirarán, buscarán modos e intentarán entre todos asolarte y hundirte en un estado mucho peor que el de la servidumbre en Egipto; son amigos declarados de Diábolo; por ello, vigilad. Solían alojarse con su Príncipe en la ciudadela[203] cuando Incredulidad era el Lord Alcalde de esta ciudad; pero desde mi venida llegada merodean más en el exterior y por las murallas, y se han hecho guaridas, cuevas y madrigueras en ellas.[204] Por ello, ¡oh Alma Humana!, tu misión en cuanto a esto será tanto más difícil y dura; esto es, apresarlos, mortificarlos y ajusticiarlos en conformidad a la voluntad de mi Padre. Y no os podéis librar completamente de ellos, a no ser que derribarais las murallas de vuestra ciudad,[205] lo que no es mi deseo en absoluto que hagáis. ¿Me preguntáis entonces qué debéis hacer? Debéis ser diligentes y comportaros valientemente; descubrid sus guaridas; atacadlos y no hagáis paz con ellos. Sea donde fuere que esté su guarida, que acechen, o que habiten, y sean cuales fueren las condiciones de paz que os ofrezcan, aborrecedlo, y todo estará bien entre vosotros y yo. Y para que sepáis mejor distinguirlos de los nativos de Alma Humana, os daré esta breve lista con los nombres de los principales entre ellos: Lord Fornicación, Lord Adulterio, Lord Homicidio, Lord Ira, Lord Lascivia, Lord Engaño, Lord Mal-Ojo, el Sr. Embriaguez, el Sr. Orgiástico, el Sr. Idolatría, el Sr. Hechicería, el Sr. Cambiante, el Sr. Rivalidad, el Sr. Cólera, el Sr. Pendencia, el Sr. Sedición y el Sr. Herejía. Estos son algunos de los principales de los que buscarán, ¡oh Alma Humana! destruirte para siempre. Estos, insisto, son los que acechan en Alma Humana, pero escudriña bien la ley de tu Rey, y allí hallarás su descripción, y otras notas características de los mismos, por las que desde luego se podrán detectar.

     »Estos, oh mi Alma Humana (y querría de todo corazón que lo supieras de cierto), si se les permite ir y volver a su antojo por la ciudad, consumirán tus entrañas como si fueran víboras; sí, envenenarán a tus capitanes, cortarán los tendones de tus soldados, romperán las barras y los cerrojos de tus puertas, y transformarán tu tan floreciente Alma Humana en un yermo estéril y desolado, en un montón de ruinas. Por ello, y para que tengáis valor en vosotros para aprehender a estos villanos siempre que los detectéis, os doy a vosotros, Lord Alcalde, Lord Recia-Voluntad y Sr. Archivero, con todos los moradores de la ciudad de Alma Humana, plenos poderes y comisión para buscar, apresar y hacer crucificar a todos y cada uno de los diabolianos, en todo momento y lugar donde les encontréis acechando dentro, o merodeando por fuera de las murallas de la ciudad de Alma Humana.

     »Ya os dije que he puesto entre vosotros un ministerio permanente; no que tengáis únicamente a estos con vosotros, porque mis primeros cuatro capitanes[206] que acudieron contra el amo y señor de los diabolianos en Alma Humana pueden, si es necesario, y si se les pide, no sólo informar privadamente, sino también predicar en público ante la corporación una doctrina buena y sana que os guiará por el camino. Sí, establecerán en ti una conferencia pública semanal, e incluso diaria en caso necesario, ¡oh Alma Humana!, y te instruirán con unas lecciones tan provechosas que, si les prestas atención, te harán bien al fin. Y da atención a no perdonar a los hombres que tienes ordenado apresar y crucificar.

     »Ahora, como ya os he dicho los nombres de los vagabundos y renegados que os acechan, también os diré que algunos de ellos se infiltrarán entre vosotros mismos para seduciros, incluso con una apariencia de estar total y fervientemente dedicados a la religión.[207] Y éstos, si no sois vigilantes, os harán daño, un daño que por ahora no podéis imaginar.

     »Cómo os he dicho, éstos se os mostrarán bajo otros colores que los descritos antes. Por ello, Alma Humana, vela y sé sobria, y no permitas que te traicionen».

     Después que el Príncipe remodelase así la ciudad de Alma Humana, y los hubo instruido en aquellas cuestiones que era provechoso que fuesen informados, les indicó entonces otro día para que los ciudadanos se reunieran, para conferir otra prenda de honor a la ciudad de Alma Humana,[208] una prenda que los distinguiría de entre todos los pueblos, linajes y lenguas en el reino del Universo. No tardó en llegar el día señalado, y el Príncipe y su pueblo se encontraron en el palacio del Rey, donde primero Emanuel les pronunció un breve discurso, y luego hizo para con ellos como había anunciado y prometido.

     «Mi Alma Humana», dijo él, «lo que voy a hacer tiene el propósito de hacer saber al mundo que eres mía, y también distinguirte a tus propios ojos frente a todos los falsos traidores que puedan infiltrarse entre vosotros.»

     Entonces mandó a los que le atendían que fuesen y le trajesen de su tesorería aquellas ropas blancas y resplandecientes[209] «que yo», dijo él, «he proveído y guardado para mi Alma Humana».[210] Fueron, pues, a su tesorería a buscar las vestiduras blancas, y fueron puestas delante de la gente. Además, se les permitió que las tomasen y se las pusiesen, les dijo, «según vuestro tamaño y estatura». Y así quedó la gente vestida de lino fino, blanco y limpio.

     Entonces les dijo el Príncipe: «Ésta es, ¡oh Alma Humana!, mi librea, e insignia por la que los míos se distinguen de los siervos de otros. Sí, es lo que concedo a todos los míos, y sin lo cual nadie puede ver mi rostro. Llevad pues estos vestidos por mi causa, que a vosotros los he dado; y también si queréis que el mundo sepa que sois míos».

     ¿Podéis imaginar ahora cómo resplandecía Alma Humana? Era bella como el sol, clara como la luna y terrible como un ejército con estandartes.

     El Príncipe prosiguió, y dijo: «Ningún príncipe, potentado ni poderoso del Universo da esta librea, sino sólo yo:[211] por ella, como ya he dicho, se sabrá que sois míos.

     »Y ahora que os he dado vestiduras», dijo él, «os daré también un mandamiento acerca de ellas; y procurad dar atención a estas mis palabras.

     »Primero: Llevadlas siempre, cada día, no sea que a otros les pareciese que si no fuerais míos.[212]

     «Segundo: Llevadlas siempre blancas; si las ensuciáis, me deshonráis a mí.[213]

     «Tercero: Ceñidlas, que no toquen el suelo, y no permitáis que se manchen con polvo y suciedad.

     «Cuarto: Procurad no perderlas, no sea que andéis desnudos y se vea vuestra vergüenza.

     «Quinto: Pero si las ensuciáis, si las contamináis, lo cual no deseo que hagáis, y de lo cual el príncipe Diábolo se alegrará sobremanera si lo hacéis, entonces sed diligentes en hacer lo que está escrito en mi ley,[214] para que sin embargo podáis manteneros de pie, y no caer delante de mí y de mi trono. También será de esta manera que conseguiréis que no os deje ni os desampare mientras estáis aquí,[215] sino que pueda morar para siempre en la ciudad de Alma Humana».

     Y ahora era Alma Humana, y sus habitantes, como el sello en la diestra de Emanuel.[216] ¿Dónde podía encontrarse ahora una ciudad, una villa, una corporación, que se pudiera comparar con Alma Humana! ¡Una ciudad redimida de la mano y del poder de Diábolo! ¡Una ciudad que el Rey Shaddai amaba, y por la que envió a Emanuel para reconquistarla del Príncipe de la caverna infernal; sí, una ciudad en la que Emanuel se deleitaba en habitar, y que él había escogido como su regia morada; una ciudad que había fortificado para sí mismo, y que había fortalecido con la potencia de su ejército. ¿Qué diré? Alma Humana tiene un Príncipe de lo más excelente, unos bravos capitanes y hombres de guerra, unas armas probadas, y unas vestiduras blancas como la nieve. Y no debe considerarse que estos beneficios sean cosa pequeña, sino grande; ¿podrá acaso la ciudad de Alma Humana considerarlos así, y mejorarlos para el fin y propósito para el que les fueron concedidos?

34

     Cuando el Príncipe hubo acabado así de modelar la ciudad, ordenó que pusieran su enseña sobre las almenas de la ciudadela, para mostrar que sentía gran placer en la obra de sus manos, y que se complacía en el bien que había hecho a la célebre y floreciente Alma Humana. Y luego,

     Primero. Les hacía frecuentes visitas; no pasaba un día sin que los ancianos de Alma Humana se presentasen ante él, o él a ellos, en su palacio.[217] Ahora debían pasear juntos y hablar de todas las grandes cosas que él había hecho, y que había prometido hacer, con la ciudad de Alma Humana. Y así sucedía frecuentemente con el Lord Alcalde,[218] milord Recia-Voluntad[219] y el Sr. Archivero. ¡Y de qué manera tan llena de gracia, de amor y de cortesía se portaba ahora este bendito Príncipe hacia la ciudad de Alma Humana! En todas las calles, jardines, arboledas y otros lugares a los que iba, los pobres[220] tenían ciertamente su bendición; sí, los besaba, y si estaban enfermos, ponía sus manos sobre ellos y los sanaba. A los capitanes los alentaba a diario, y a veces cada hora, con su presencia y sus bondadosas palabras. Porque tenéis que saber que una sonrisa suya a ellos les daba más vigor, más vida y firmeza, que cualquier otra cosa bajo el cielo.

     El Príncipe también los agasajaba y estaba de continuo con ellos; apenas transcurría una semana, hacían banquete con él.[221] Podéis recordar que unas páginas más atrás he mencionado un banquete que tuvieron juntos; pero ahora los banquetes con ellos eran cosa más común; cada día era ahora para Alma Humana un día de fiesta. Y cuando se volvían a sus casas no los dejaba ir de vacío; o bien debían llevarse un anillo,[222] o bien una cadena de oro,[223] o un brazalete,[224] o una piedra blanca,[225] o algún otro presente; tan querida le era ahora Alma Humana; tan encantadora era Alma Humana a sus ojos.

     Segundo. Cuando los ancianos y ciudadanos de Alma Humana no acudían a verle, les enviaba gran cantidad de provisiones; alimentos procedentes de la corte, vino y pan preparados para la mesa de su Padre, sí, unas delicias tales con las que cubrir sus mesas que todos aquellos que las veían confesaban que no se podía encontrar nada semejante en reino alguno.

     Tercero. Si Alma Humana no lo visitaba tantas veces como él deseaba, él iba a sus casas, llamaba a sus puertas y les pedía entrada, para que se mantuviera la amistad entre ellos y él; y si le oían y abrían, como generalmente hacían si estaban en casa,[226] les renovaba su amor, y lo confirmaba también con nuevas prendas y señales de continuado favor.

     ¡Y qué maravilla ver que en aquel mismo lugar donde antes Diábolo había habitado y había festejado a los diabolianos, para casi total destrucción de Alma Humana, el Príncipe de los príncipes se sentaba a comer y a beber con ellos, mientras que todos sus poderosos capitanes, hombres de guerra, trompeteros, junto con los cantores y las cantoras de su Padre, estaban de pie listos para servirles! ¡Ahora rebosaba la copa de Alma Humana,[227] y de sus manantiales brotaba vino dulce; ahora comía del trigo más fino y bebía la leche y la miel que fluía de las peñas! Ahora decía: ¡Cuán grande, su bondad!, porque, desde que he obtenido favor a sus ojos, ¡cuán honorable he sido!

     El bendito Príncipe nombró también a un nuevo funcionario en la ciudad, una persona de muy buen carácter: su nombre era Sr. Paz-de-Dios; este hombre fue constituido sobre milord Recia-Voluntad, milord Alcalde, el Sr. Archivero, el predicador subordinado, el Sr. Mente, y sobre todos los naturales de la ciudad de Alma Humana. Él mismo no era natural de la ciudad, sino que había venido de la corte con el Príncipe Emanuel. Era un gran conocido del Capitán Creencia y del Capitán Buena Esperanza.[228] Algunos dicen que estaban emparentados, y yo coincido en esta opinión. Como ya he dicho, este hombre fue nombrado gobernador general de la ciudad, especialmente de la ciudadela, y el Capitán Creencia debía ser su ayudante allí. Y esto observé: que mientras las cosas funcionaron en Alma Humana según los deseos de este gentil caballero, la ciudad gozó de una condición de mucha felicidad. Ahora no había choques, ni quejas, ni intromisiones ni acciones indignas en toda la ciudad de Alma Humana; cada hombre en Alma Humana se esmeraba en su trabajo. Los caballeros, los oficiales, los soldados, y todos en su puesto observaban su orden. Y en cuanto a las mujeres y niños de la ciudad,[229] realizaban sus actividades con alegría. Trabajaban y cantaban, y cantaban y trabajaban, desde la mañana hasta la noche, de modo que por toda la ciudad de Alma Humana no había ahora sino armonía, tranquilidad, gozo y salud. Y esto duró todo aquel verano.

35

     Pero había un hombre en la ciudad de Alma Humana que se llamaba Seguridad-Carnal; éste, después de todas las misericordias otorgadas a esta ciudad, la llevó a una grande y grave esclavitud y servidumbre. Lo que sigue es un breve relato acerca de él y de su forma de proceder:

     Cuando al principio Diábolo tomó posesión de la ciudad de Alma Humana, trajo consigo a un gran número de diabolianos, hombres de su propia condición. Entre ellos había uno llamado Sr. Engreimiento, y era un hombre dinámico, más que muchos de los que en aquellos tiempos poseían la ciudad de Alma Humana. Diábolo, observando que este hombre era activo y audaz, hizo usó de él en muchas misiones arriesgadas, que llevó a cabo de mejor manera y más del agrado de su señor que muchos de los que vinieron con él de las cavernas. Viendo que le era útil para sus fines, le hizo favorito y lo nombró como subordinado inmediato del gran Lord Recia-Voluntad, de quien tanto hemos ya escrito. Ahora bien, siendo que Lord Recia-Voluntad estaba entonces muy complacido con él y con sus actividades, le dio como mujer a su hija, Lady Temor-a-Nada. Así, este Sr. Engreimiento engendró de Lady Temor-a-Nada a este caballero, el Sr. Seguridad-Carnal. Así, siendo que había en Alma Humana estas extrañas mezclas, les era en algunos casos difícil distinguir entre los nativos y los que no lo eran, porque el Sr. Seguridad-Carnal descendía de Lord Recia-Voluntad por parte de madre, pero de padre tenía a uno de naturaleza diaboliana.

     Bien, este Seguridad Carnal heredó mucho tanto de su padre como de su madre; era engreído, no tenía temor a nada y era también una persona muy activa; no había ninguna noticia, ninguna doctrina, ningunos cambios ni rumores de cambios que pudiera darse en Alma Humana, que no se pudiera tener la certeza de que el Sr. Seguridad Carnal estaba a la cabeza, o mezclado en ello; pero también siempre relegaba a los que consideraba más débiles, y siempre se mantenía del lado de los que él suponía constituían el partido más fuerte.

     Ahora bien, cuando el poderoso Shaddai y su Hijo Emanuel hicieron guerra contra Alma Humana para apoderarse de ella, este Sr. Seguridad Carnal estaba entonces en la ciudad, y se mostró muy activo entre la población, animándola en su rebelión, induciéndoles a resistir duramente contra las fuerzas del Rey; pero cuando vio que la ciudad de Alma Humana era tomada y convertida para uso del glorioso Príncipe Emanuel, y también lo que le había sucedido a Diábolo, y cómo se le desalojaba y expulsaba de la ciudadela con el mayor oprobio y escarnio, y que la ciudad de Alma Humana quedaba bien dotada de capitanes, de ingenios bélicos y de hombres, y también con provisiones, entonces cambió astutamente sus colores; y como había servido a Diábolo contra el buen Príncipe, fingió entonces que servía al Príncipe contra sus enemigos.

     Habiendo luego aprendido algunas de las cosas de Emanuel, y con la audacia que le caracterizaba, se aventura entonces a frecuentar la compañía de los ciudadanos, tratando también de conversar con ellos. Él sabía que el poder y la fuerza de Alma Humana eran ahora grandes,[230] y que no complacería a la gente si proclamaba su grandeza y su gloria. Así, comenzó a hablar del poder y de la fuerza de Alma Humana, afirmando que era inexpugnable; bien ensalzaba a sus capitanes, con sus catapultas y sus arietes; bien elogiaba sus fortificaciones y baluartes; y, por fin, se refería a la certidumbre que habían recibido de su Príncipe de que Alma Humana sería feliz para siempre. Viendo luego que algunos de la ciudad se sentían halagados y atraídos por su forma de hablar, hizo de esto su actividad, y yendo de calle en calle, de casa en casa, y de uno a uno, finalmente llevó a Alma Humana a bailar al son de su música, y a volverse casi tan carnalmente segura como él mismo; y de las palabras pasaron a los banquetes, y de los banquetes a la juerga; y de una cosa a otra. Emanuel estaba todavía en la ciudad de Alma Humana, y observaba sabiamente sus acciones. Milord Alcalde, milord Recia-Voluntad y el Sr. Archivero quedaron también influidos por las palabras de este charlatán diaboliano, olvidando que su Príncipe les había advertido de antemano que no fueran seducidos con ningunas añagazas diabolianas; además, también habían advertidos de que la seguridad de la ahora próspera ciudad de Alma Humana no residía tanto en sus actuales fortificaciones y poderío, sino en cómo usaba lo que tenía, para permitir que su Emanuel permaneciera en de su ciudadela.[231] Porque la recta doctrina de Emanuel era que la ciudad de Alma Humana debía procurar no olvidar el amor del Padre y el suyo, y que deberían comportarse de modo que permanecieran en aquel amor. Pero la manera de hacerlo no era precisamente dejarse atraer por uno de los diabolianos, y además por uno como el Sr. Seguridad-Carnal, y seguirle como unos incautos, embobados por él; debían haber atendido a su Príncipe, temido a su Príncipe, amado a su Príncipe, y apedreado a este malvado enemigo, y haber tenido el cuidado de caminar en los caminos que su Príncipe había prescrito; porque entonces habría sido su paz como un río, cuando su justicia hubiera sido como las olas de la mar.

     Cuando Emanuel vio que con los manejos del Sr. Seguridad-Carnal se habían enfriado los corazones de los hombres de Alma Humana y habían decaído en su amor práctico a él:

     Primero. Se lamenta de ellos, y se duele con su Secretaroio por el estado en que han caído, diciendo: «¡Oh, si mi pueblo me hubiera oído, y si Alma Humana hubiera andado en mis caminos! ¡Los habría alimentado con el trigo más fino, y los habría sustentado con miel de la peña!» Dicho esto, meditó en su corazón: «Volveré a la corte, me iré a mi lugar, hasta que Alma Humana considere y confiese su ofensa». Y así lo hizo, y la causa y manera de su partida de entre ellos fue que Alma Humana le ignoraba, como queda de manifiesto en los siguientes puntos:

     «1. Abandonaron su costumbre de visitarlo, no acudían como antes a su palacio real.[232]

     «2. No prestaban atención ni se daban cuenta de si venía o no a visitarlos.

     «3. Los ágapes que solían celebrándose entre el Príncipe y ellos, aunque él seguía celebrándolos y los invitaba, quedaban desiertos por su descuido en acudir, o no se gozaban en ellos.

     «4. No esperaban sus consejos, sino que comenzaron a mostrarse obstinados y confiados en sí mismos, habiendo concluido que Alma Humana estaba segura y fuera del alcance del enemigo, y que su estado era necesariamente inalterable para siempre.»

     Como ha quedado dicho, Emanuel, que se había dado cuenta de que por las astucias del Sr. Seguridad-Carnal la ciudad de Alma Humana había abandonado su dependencia de él, y de su Padre con él, y que ponían su confianza lo que ellos le habían concedido, primero, como he dicho, lamentó su estado, y luego empleó varios medios para hacerles comprender que el camino que habían tomado era peligroso; porque les envió a milord el Gran Secretario para prohibirles tales modos de hacer; pero en dos ocasiones en que fue a hablarles los encontró banqueteando en el salón del Sr. Seguridad-Carnal; y dándose cuenta de que no estaban dispuestos a razonar acerca de cosas que atañían a su bien, se entristeció y marchó.[233] Cuando se lo contó al Príncipe Emanuel, también se ofendió y dolió, y emprendió los preparativos para volver a la corte de su Padre.

     Ahora bien, la manera de su salida, como decía, fue así:

     «1. Cuando estaba todavía en Alma Humana, se mantuvo reservado, y más aislado que antes.[234]

     «2. Ahora, si acudía a estar en compañía de ellos, su manera de hablar no era tan placentera y distendida como antes.

     «3. Tampoco enviaba desde su mesa a Alma Humana aquellos platos deliciosos, como había sido su costumbre.

     «4. Tampoco cuando iban a visitarle, como hacían ocasionalmente, eran acogidos con tanta facilidad como en el pasado. Ahora podía ser que llamasen una y dos veces, pero parecía que no les tuviera consideración; mientras que antes, con sólo oír sus pasos,[235] se dirigía apresurado a ellos, los recibía a mitad de camino, y los abrazaba».

     Pero así era como Emanuel los trataba ahora, y con esta conducta quería hacerlos meditar, y que volvieran a él. Pero ¡ay!, no reflexionaban, no conocían sus caminos, no se cuidaban, no se sentían afectados por esto ni con el verdadero recuerdo de los pasados favores. Por ello, lo que hizo fue irse en privado,[236] primero de su palacio, luego a la puerta de la ciudad, y así se alejó de Alma Humana, hasta que ellos reconocieran su ofensa y buscasen su rostro con mayor fervor.[237] El Sr. Paz-de-Dios también presentó su dimisión, y ya no quería actuar en la ciudad de Alma Humana.

     Así es como ellos anduvieron en contradicción a él, y él, como represalia, anduvo en contradicción a ellos. Pero, ¡ay!, para este entonces estaban ya tan endurecidos en sus caminos, y tanto se habían embebido de la doctrina del Sr. Seguridad-Carnal, que no se sintieron afectados por la partida de su Príncipe, ni le recordaron cuando les hubo dejado; y, por ello mismo, no sintieron pesar por su ausencia.

36

     Sucedió un cierto día que este viejo caballero, el Sr. Seguridad-Carnal, preparó otra fiesta para la ciudad de Alma Humana; había entonces en la ciudad un Sr. Temor-de-Dios, ahora poco apreciado, aunque antes era muy solicitado. A este hombre quería el viejo Seguridad-Carnal corromper y anular,[238] si era posible, como había sucedido con todo el resto, y por esto lo invitó a esta fiesta junto con sus vecinos. Llegado el día, con todo preparado, entra él y aparece con el resto de los invitados; y sentados todos a la mesa, comieron y bebieron y se alegraron: todos menos este hombre, porque el Sr. Temor-de-Dios estaba sentado allí como ausente, y ni comía ni estaba alegre. Al darse cuenta de ello el Sr. Seguridad-Carnal, se dirigió a él diciéndole:

     «Sr. Temor-de-Dios, ¿no os encontráis bien? Parecéis estar indispuesto de cuerpo o de mente, o quizá de ambas cosas. Tengo un licor elaborado por el Sr. Olvida-lo-Bueno, el cual, si tomáis sólo unas gotas, espero que os reanimará y alegrará, y hará de vos una mejor compañía para nosotros, vuestros compañeros de fiesta».

     A estas palabras, el viejo caballero replicó con discreción: «Gracias, señor, por toda su cortesía y gentileza, pero no tengo ningún deseo por su licor. Pero tengo una palabra para los naturales de Alma Humana: Ancianos y jefes de Alma Humana, me resulta extraño veros tan jocosos y felices, siendo que la ciudad de Alma Humana está en un tan grave aprieto».

     Entonces contestó el Sr. Seguridad-Carnal: «Necesitáis dormir, o quizá aire fresco. Si queréis, echaos y dormid una siesta, y mientras tanto nosotros nos seguiremos divirtiendo».

     Entonces le dijo así aquel buen hombre: «Señor, si no estuvierais privado de honradez no habríais actuado como lo habéis hecho y seguís haciendo».

     Entonces preguntó el Sr. Seguridad-Carnal: «¿Por qué?»

     Temor. Por favor, no me interrumpáis. Es verdad que la ciudad de Alma Humana era fuerte, y, que, bajo una condición, inexpugnable; pero vosotros mismos, los ciudadanos, la habéis debilitado, y está ahora expuesta a sus enemigos. No es ahora el momento de halagos ni de estar callados; vos sois, Sr. Seguridad-Carnal, el que ha despojado astutamente a Alma Humana y echado de ella su gloria; vos sois quien ha derribado sus torres, vos habéis derruido sus puertas, vos habéis inutilizado sus cierres y barras.

     Y ahora me explicaré: desde el momento en que los señores de Alma Humana y vos, señor, os hicisteis tan amigos, desde aquel momento se ha cometido ofensa contra la Fuerza de Alma Humana, y ahora se ha levantado y ha partido. Si alguno pone en duda mis palabras, le responderé con esta y otras parecidas preguntas: «¿Dónde está el Príncipe Emanuel? ¿Cuándo le ha visto alguien, hombre o mujer, en Alma Humana? ¿Cuándo le habéis oído, o probado sus exquisitos manjares?» Ahora estáis banqueteando con este monstruo diaboliano, pero él no es vuestro Príncipe. Por ello os digo que aunque los enemigos de fuera no os hubieran podido causar daño si hubierais estado atentos, por cuanto habéis pecado contra vuestro Príncipe, vuestros enemigos de adentro han sido demasiado fuertes para vosotros.

     Entonces dijo el Sr. Seguridad-Carnal: «¡Tonterías, tonterías, Sr. Temor-de-Dios, da pena oíros! ¿Es que nunca dejaréis de ser un timorato? ¿es que tenéis miedo de vuestra propia sombra? ¿Quién os ha hecho nada? He aquí, yo estoy de vuestro lado; sólo vos estáis por la duda, mientras que yo estoy por la confianza. Además, ¿es ahora momento para la tristeza? Una fiesta se hace para la alegría; ¿por qué pues vos ahora, para vuestra vergüenza y para turbación nuestra, vertéis un lenguaje tan apasionadamente deprimente, cuando deberíais estar comiendo, bebiendo y alegrándoos?»

     Entonces respondió el Sr. Temor-de-Dios: «Con razón me siento dolido, porque Emanuel se ha ido de Alma Humana. Y, lo repito, se ha ido, y vos, señor, sois quien lo ha hecho salir; sí, se ha ido sin siquiera notificar su partida a los nobles de Alma Humana; y si esto no es una indicación de su ira, no conozco los métodos de la piedad.

     »Y ahora, milores y caballeros, por cuanto estoy dirigiéndome a vosotros, vuestro gradual apartamiento de él fue provocándolo a que se apartase gradualmente de vosotros, lo cual hizo por un cierto tiempo, por si quizá os hacíais conscientes de tal situación; pero viendo que a nadie le importaba, ni se daban cuenta de estos terribles comienzos de su ira y de su juicio, se fue de este lugar; y esto yo lo vi con mis mismos ojos. Por ello ahora, mientras que vos os jactáis, vuestra fuerza ha desaparecido; sois como aquel hombre que perdió sus rizos que antes agitaba alrededor de sus hombros. Vosotros podéis si queréis, con el anfitrión de este banquete, sacudiros y pensar que venceréis como en otras ocasiones, pero ya que sin él nada podéis hacer, y ya que él se ha apartado de vosotros, transformad este vuestro banquete en suspiros, y vuestras risas en lamentaciones».

     Entonces el predicador subordinado, el viejo Sr. Conciencia, que en otros tiempos había sido el Archivero de Alma Humana, sobresaltado por lo que se estaba diciendo, comenzó a secundarlo así:

     «La verdad es, hermanos míos,» dijo él, «que me temo que lo que ha dicho el Sr. Temor-de-Dios es cierto; por mi parte, yo mismo no he visto a mi Príncipe por mucho tiempo. No puedo ni recordar qué día fue, ni tampoco puedo dar respuesta a la pregunta del Sr. Temor-de-Dios. Mucho me temo que mal van las cosas para Alma Humana.

     Temor. Desde luego, sé que no le encontraréis en Alma Humana, porque ha partido y no está; sí, y se ha ido por culpa de los ancianos, y por cuanto han recompensado su gracia con un insufrible desaire.

     Entonces pareció como si el predicador subordinado fuera desplomarse muerto sobre la mesa;[239] y todos los presentes, excepto el dueño de la casa, comenzaron a empalidecer y a desmayar. Pero, recuperándose un poco, y acordando todos creer a Sr. Temor-de-Dios y lo que había expuesto, comenzaron a consultar cuál sería la mejor manera de actuar (ahora el Sr. Seguridad-Carnal se había retirado a cámara privada, porque no le gustaba este ambiente depresivo), tanto con respecto al dueño de la casa por haberlos arrastrado al mal, como para recuperar el amor de Emanuel.

     Y con esto les vino vívidamente a la memoria aquel dicho de su Príncipe acerca de cómo debían tratar a los falsos profetas que se levantarían para engañar a la ciudad de Alma Humana. Así tomaron al Sr. Seguridad-Carnal (concluyendo que se trataba de él) y lo quemaron junto con su casa; porque él también era de naturaleza diaboliana.

     Hecho esto y terminado, se apresuraron a ir en busca de su Príncipe Emanuel;[240] lo buscaron, y no lo hallaron. Esto les reafirmó en la verdad de lo que había dicho el Sr. Temor-de-Dios, y llegaron a una fuerte convicción de lo vil e impío de sus acciones; porque llegaron ahora a la conclusión de que era a causa de ellas que su Príncipe les había dejado.

     Entonces resolvieron acudir a milord Secretario (a quien antes habían rehusado oír —a aquél a quien habían contristado con sus acciones), para informarse por él, por cuanto él era vidente y les podría decir donde estaba Emanuel, y cómo podrían dirigirle una petición.[241] Pero el Lord Secretario no quería admitirlos a conferenciar acerca de esto, ni los dejó entrar en su regio palacio, ni quiso salir a ellos para mostrarles su rostro o reconocimiento.

     Y ahora el día se volvió gris y oscuro, un día de nubarrones y de espesas tinieblas para Alma Humana. Ahora cayeron en cuenta de lo necios que habían sido, y comenzaron a tomar conciencia de lo que había conseguido la compañía y las adulaciones del Sr. Seguridad-Carnal, y del gravísimo daño que habían causado a la pobre Alma Humana todas sus hinchadas palabras. Pero desconocían todavía lo que iba posiblemente a costarles aún. Ahora el Sr. Temor-de-Dios comenzó de nuevo a ser apreciado por los hombres de la ciudad; más aún, estaban dispuestos a considerarle como profeta.

37

     Llegó el domingo, y fueron a escuchar a su predicador subordinado;[242] pero, ¡ah, de qué manera tronaba y relampagueaba aquel día! Tomó su texto del profeta Jonás: «Los que siguen vanidades ilusorias, abandonan su misericordia».[243] Pero en aquel sermón se manifestó entonces tal poder y autoridad, y se veía tal desmayo en los semblantes aquel día, que pocas veces se había visto u oído cosa semejante. Cuando hubo terminado el sermón, los oyentes apenas si pudieron volver a sus casas, ni dedicarse a la semana siguiente a sus ocupaciones; se sentían tan abrumados por el sermón y tan dolidos a causa de él por el golpe que les había deparado, que no sabían qué hacer.[244]

     No se limitó a exponer a Alma Humana su pecado, sino que temblaba delante de ellos, bajo la conciencia del suyo propio, clamando acerca de sí mismo mientras les predicaba a ellos: «¡Desgraciado de mí,[245] que haya cometido tal maldad! ¡Que yo, un predicador, a quien el Príncipe puso para enseñar su ley a Alma Humana, haya vivido de una manera tan inconsecuente e insensata, y que sea uno de los primeros en ser hallado en transgresión! Y esta transgresión caía dentro de mi responsabilidad; yo hubiera debido clamar contra esta maldad; ¡pero dejé que Alma Humana se revolcase en ella hasta hacer alejar a Emanuel de sus límites!»[246] Con estas palabras acusó también a todos los nobles y caballeros de Alma Humana, hasta casi hacerles perder el juicio.

     Para este entonces, la ciudad de Alma Humana cayó también presa de una grave enfermedad, y la mayor parte de sus habitantes quedaron sumamente afectados. También los capitanes y los hombres de guerra quedaron reducidos por la misma a una gran debilidad,[247] y ello durante mucho tiempo, por lo que, en caso de invasión, no se podría haber hecho nada para defenderse, ni por parte de los ciudadanos ni de los oficiales de campo. ¡Cuántos semblantes pálidos, cuántas manos débiles, rodillas temblorosas y hombres vacilantes que se veían ahora por las calles de Alma Humana! Aquí se oían gemidos, allí suspiros, y más allá se veía a los que estaban a punto de desmayarse.

     También los vestidos que Emanuel les había dado estaban en mal estado; algunos rotos, otros desgarrados, y todos en mala condición; algunos los llevaban tan flojos que podían desprenderse sólo con tocar un matojo.

     Después de un tiempo transcurrido en esta triste y desolada condición, el predicador subordinado llamó a un día de ayuno y de humillación por haber sido tan malvados contra el gran Shaddai y su Hijo. También pidió al Capitán Boanerges que predicara. Éste accedió, y habiendo llegado el día, su texto fue: «Córtala, ¿para qué inutiliza también la tierra?»[248] Y pronunció un acerado sermón acerca de este tema. Primero expuso la circunstancia de estas palabras: una higuera estéril; luego desarrolló lo que comportaba la sentencia, es decir, o bien arrepentimiento, o bien un asolamiento total. Luego les mostró también por cuál autoridad había sido pronunciada esta sentencia, y era por el mismo Shaddai. Y, por fin, expuso las razones de ello, y con ello concluyó el sermón. Pero fue muy detallado en su aplicación, de forma que hizo temblar a Alma Humana. Porque este sermón, lo mismo que el anterior, pesó mucho en los corazones de los hombres de Alma Humana; ayudó en mucho a mantener despiertos a los que se habían despertado ante la predicación anterior. Así que ahora poco o nada se oía o veía por toda la ciudad sino duelo, luto y lamentación.

     Luego, después del sermón, se reunieron todos y consultaron acerca del mejor modo de proceder. «Pero no voy a hacer nada por mí cuenta», dijo el predicador subordinado, «sin consultar con mi vecino el Sr. Temor-de-Dios. Porque si él comprendió antes que nosotros más de la mente de nuestro Príncipe, no creo que sea menos ahora, cuando estamos volviendo de nuevo a la virtud».

     Así que enviaron a llamar al Sr. Temor-de-Dios, que acudió de inmediato. Luego le pidieron que les abundase en su opinión acerca de cómo sería mejor proceder. Entonces el anciano caballero les dijo lo siguiente:

     «Es mi parecer que esta ciudad de Alma Humana, en este día de su aflicción, escriba y envíe una humilde petición a su ofendido Príncipe Emanuel, para que él, en su favor y gracia, vuelva de nuevo a vosotros, y no mantenga para siempre su enojo».

     Oído el consejo, los ciudadanos lo aceptaron por unanimidad; entonces redactaron su petición; entonces la siguiente cuestión a resolver fue: ¿Quién la llevará? Por fin acordaron enviarla por mano de milord Alcalde. Éste aceptó este servicio y emprendió su viaje; fue y llegó a la corte de Shaddai, adonde se había ido Emanuel el Príncipe de Alma Humana. Pero la puerta estaba cerrada[249] y con una fuerte guardia; por esta causa, el peticionario se vio obligado a esperar largo tiempo de pie. Luego solicitó que alguien acudiera a ver al Príncipe y le dijera quién estaba a la puerta y cuál era su recado. Así que uno fue y dijo a Shaddai y a Emanuel su Hijo que el Lord Alcalde de la ciudad de Alma Humana estaba a la puerta de la corte del Rey, pidiendo ser admitido a la presencia del Príncipe, el Hijo del Rey. También transmitió el recado del Lord Alcalde, tanto al Rey como a su Hijo Emanuel. Pero el Príncipe no estaba dispuesto a acudir ni a admitir que se le abriera la puerta, sino que le envió una respuesta en estos términos: «Porque me volvieron la espalda, y no el rostro; y en el tiempo de su calamidad dicen: Levántate, y líbranos. Que se vayan ahora al Sr. Seguridad-Carnal, a quien fueron cuando se apartaron de mí, y que en su aflicción hagan de él su guía, su señor y su protección;[250] ¿por qué vienen a visitarme a mí en sus angustias, por cuanto en su prosperidad se extraviaron?»

     La respuesta hizo empalidecer al Lord Alcalde hasta que su rostro se tornó como de ceniza. Se quedó turbado, perplejo, y lo hirió en lo más hondo.[251] Ahora comenzó a ver de nuevo cuáles eran las consecuencias de tanta familiaridad con los diabolianos, como lo había sido el Sr. Seguridad-Carnal. Cuando vio que por ahora no se podía esperar mucha ayuda de la corte, tanto para él como para sus amigos en Alma Humana, se golpeó el pecho, y se volvió llorando por el camino y lamentando el triste estado de Alma Humana.

     Bien, habiendo llegado a la vista de la ciudad, los ancianos y los principales de los ciudadanos de Alma Humana salieron a la puerta a recibirle y a saludarle, y a conocer cómo habían ido las cosas en la corte. Pero les contó su relato de una manera tan llena de congoja que todos ellos levantaron la voz, se dolieron y lloraron. Por ello, se echaron cenizas sobre la cabeza, y se vistieron de saco, y fueron clamando por la ciudad de Alma Humana, y al ver esto el resto de la población, todos se enlutaron y lloraron. Éste fue, así, un día de reproche, de apuro y de angustia para la ciudad de Alma Humana, y también de gran aflicción.

     Pasado un cierto tiempo, y habiéndose serenado un tanto, se reunieron de nuevo para consultar qué debían hacer; y pidieron consejo, como antes, a aquel honorable Sr. Temor-de-Dios, que les dijo que no había mejor manera que hacer lo que habían hecho, y que no debían desanimarse por el trato que se les había dispensado en la corte, incluso aunque varias de sus peticiones no tuvieran otra respuesta que el silencio y el reproche. «Porque de esta manera actúa el sabio Shaddai», dijo él, «para hacer esperar a los hombres y ejercitar la paciencia, y ésta debería ser la actitud de ellos en su necesidad: estar dispuestos a esperar a su tiempo».

     Entonces cobraron ánimo, y siguieron enviando sus mensajes, insistentemente, una y otra vez,[252] porque no transcurría un día, ni una hora, en que no se encontrara alguien por el camino con un correo montado, soplando el cuerno de parte de Alma Humana ante la corte del Rey Shaddai,[253] y todos ellos con cartas de petición en favor de Alma Humana y pidiendo el regreso del Príncipe a la ciudad. La carretera, digo, estaba llena de mensajeros, yendo y volviendo, y encontrándose unos a otros; algunos regresando de la corte, otros saliendo de Alma Humana; y ésta fue la actividad de la miserable ciudad de Alma Humana durante aquel largo, crudo, frío y tedioso invierno.

38

     Si no lo habéis olvidado, recordaréis que antes he dicho que después que Emanuel recuperó Alma Humana, y después de haber remodelado la ciudad, quedaron escondidos en varios lugares de la ciudad muchos de los antiguos diabolianos, que o bien habían venido con el tirano cuando invadió y tomó la ciudad, o que allí habían nacido y se habían criado, fruto de mezclas ilegítimas. Y todas sus madrigueras, guaridas y escondrijos se encontraban bien dentro, o debajo o alrededor de la muralla de la ciudad. Algunos de sus nombres eran Lord Fornicación, Lord Adulterio, Lord Homicidio, Lord Ira, Lord Lascivia, Lord Engaño, Lord Mal-Ojo, Lord Blasfemia, y aquel terrible villano, el viejo y peligroso Lord Codicia. Como ya os he dicho, éstos y otros muchos vivían todavía en la ciudad de Alma Humana, y esto después que Emanuel hubiera expulsado de la ciudadela a Diábolo, el príncipe de ellos.

     El buen Príncipe había dado instrucciones en contra de ellos a Lord Recia-Voluntad y a otros, en realidad a la ciudad entera de Alma Humana, para que buscasen, apresaran y destruyesen a todos a los que pudieran echar mano, por cuanto eran diabolianos por naturaleza, enemigos del Príncipe, y buscaban la destrucción de la bendita ciudad de Alma Humana. Pero la ciudad de Alma Humana no cumplió estas instrucciones, sino que descuidó buscar, apresar y destruir a estos diabolianos. ¡Qué otra cosa sucedió, sino que estos villanos se envalentonaron gradualmente para asomarse, y mostrarse a los habitantes de la ciudad! Sí, y por lo que me contaron, los habitantes de Alma Humana se familiarizaron demasiado con algunos de ellos, para dolor de la ciudad, como ya veréis más adelante en el curso de la narración.

     Bien, cuando los lores diabolianos que quedaban se dieron cuenta de que Alma Humana había, por su pecado, ofendido a Emanuel su Príncipe, y que él se había retirado de ella, comenzaron a tramar la destrucción de la ciudad. Se reunieron entonces un día en la guarida de un tal Sr. Dañino, que también era diaboliano, y allí consultaron juntos acerca de cómo podrían volver a entregar a Alma Humana a manos de Diábolo. Unos aconsejaban esto, otros lo otro, cada uno según sus preferencias. Al final, Lord Lascivia propuso si no sería mejor que para empezar algunos de los diabolianos se aventuraran a ofrecerse como criados a habitantes de Alma Humana; «porque si lo hacen», dijo, «y Alma Humana los acepta, pueden facilitar la toma de la ciudad de Alma Humana por nuestra parte, y para Diábolo nuestro señor, que en otras circunstancias». Pero entonces se levantó Lord Homicidio, y dijo: «Esto no es posible ahora, porque Alma Humana está en una especie de frenesí, porque ya se ha visto engañada por nuestro amigo, el Sr. Seguridad-Carnal, e inducida a ofender a su Príncipe; ¿y qué mejor forma tendrá de reconciliarse con su Señor que con las cabezas de estos hombres? Además, sabemos que tienen órdenes de apresarnos y darnos muerte allí donde nos puedan encontrar; seamos por tanto astutos como zorras; cuando estemos muertos no les podremos hacer mal alguno; pero mientras vivamos, nos es posible». Así, después de haberle dado vueltas a la cuestión, convinieron enviar una carta a Diábolo[254] en nombre de los reunidos, en la que le expusieran el estado de Alma Humana, y cómo había caído del favor de su Príncipe. «Podríamos también hacerle saber nuestras intenciones,» añadió uno de ellos, «y pedirle su consejo para esta situación».

     Redactaron, pues, la carta, y éste era su contenido:

     «A nuestro gran señor, el Príncipe Diábolo, que habita abajo en la caverna infernal:

     «Oh gran padre y poderoso Príncipe Diábolo, nosotros, los verdaderos diabolianos que permanecemos todavía en la rebelde ciudad de Alma Humana, siendo que de ti recibimos nuestro ser, y nuestro alimento de tus manos, no podemos quedar satisfechos y tranquilos ante lo que está sucediendo, cómo eres vilipendiado, humillado y afrentado entre los moradores de esta ciudad; ni tu larga ausencia nos es grata en absoluto, porque es para gran detrimento para nosotros.

     »La razón de que escribamos así a nuestro señor es que no hemos perdido del todo la esperanza de que esta ciudad pueda llegar de nuevo a ser tu morada, porque se ha apartado mucho de su Príncipe Emanuel; además, él ha partido, alejándose de ellos; y aunque envían, y envían, y envían, y envían mensajes una y otra vez para que él regrese a ellos, no pueden prevalecer, ni recibir palabras afectuosas suyas.

     »También durante estos últimos tiempos han padecido y siguen padeciendo una gran enfermedad y debilidad, y no sólo están afectadas las clases bajas de la ciudad, sino también los lores, capitanes y principales gentilhombres del lugar (sólo los de naturaleza diaboliana resistimos bien, vigorosos y activos), de modo que por su gran transgresión por una parte, y por su peligrosa enfermedad por la otra, pensamos que son vulnerables a tu mano y poder. Por ello, si te levantas con tu horrible astucia y con la astucia del resto de los príncipes que tienes contigo para venir y lanzar un ataque contra Alma Humana, envíanos recado, y nosotros pondremos todo de nuestra parte para entregártela en tus manos. Y si lo que te hemos comunicado no parece lo mejor y más adecuado a tu paternidad, envíanos tus pensamientos en pocas palabras, y estaremos todos dispuestos a seguir tu consejo y a arriesgar nuestras vidas y todo lo que tengamos.

     »Dado por nosotros los firmantes en el día y fecha del encabezamiento, después de intensas consultas en casa del Sr. Dañino, que vive todavía y tiene su residencia en nuestra deseable ciudad de Alma Humana.»

     Cuando el Sr. Profano (pues él fue el mensajero) llegó con su carta a la colina de la Puerta del Infierno, llamó a las puertas de bronce pidiendo entrada. Entonces le abrió Cerbero, el portero, porque él es el guarda de aquella puerta, y a él entregó el Sr. Profano el mensaje que traía de parte de los diabolianos en Alma Humana. Entonces él la llevó al interior, y, presentándola a su señor Diábolo, le dijo: «Noticias de Alma Humana, milord, de parte de nuestros fieles amigos en Alma Humana».

     Entonces, saliendo de todas partes de aquel antro, se reunieron Beelzebú, Lucifer, Apolión, con todo el resto de la chusma, para oír las noticias procedentes de Alma Humana. Así, se abrió la carta y se leyó, y Cerbero estaba esperando. Cuando la carta se hubo leído públicamente, y difundido así su contenido por todos los rincones del antro, se mandó que sin cesar se hicieran doblar las campanas a funeral por el gozo que les embargaba. Así, las campanas doblaron y los príncipes se gozaron al pensar que Alma Humana iba probablemente a ser destruida. Y el son de la campana parecía estar diciendo: «La ciudad de Alma Humana viene a habitar con nosotros; haced lugar a la ciudad de Alma Humana». Esta campana hicieron doblar entonces, porque tenían la esperanza de que volverían a tomar Alma Humana.

     Tras haber celebrado esta horrible ceremonia, se volvieron a reunir para consultar qué respuesta iban a enviar a sus amigos en Alma Humana; y unos aconsejaron unas cosas, otros otras; pero al final, y por cuanto el asunto apremiaba, dejaron todo en manos del príncipe Diábolo, considerando que él era el más adecuado señor del lugar. Así, procedió a escribir una carta en términos que consideró adecuados, en respuesta a la que había traído el Sr. Profano, y la envió a los diabolianos que moraban en Alma Humana por mano del mismo que les había traído la suya; y éste era su contenido:

     «A nuestros descendientes, los grandes y poderosos diabolianos que siguen morando en la ciudad de Alma Humana: Diábolo, el gran príncipe de Alma Humana, os desea un feliz resultado y conclusión de estas muchas valientes empresas, conspiraciones y designios que vosotros, por el amor y respeto hacia nuestro honor, tenéis en vuestro corazón llevar a cabo contra Alma Humana.

     »Queridos hijos y discípulos, Lord Fornicación, Adulterio y el resto, para nuestro gran gozo y satisfacción hemos recibido aquí, en nuestro desolado antro, vuestra grata carta de mano de nuestro fiel Sr. Profano; y para manifestar cuán aceptables nos han sido vuestras noticias, hemos doblado las campanas de felicidad; porque nos regocijamos tanto como pudimos al ver que seguimos teniendo todavía amigos en Alma Humana, que buscan nuestra honra y venganza con la ruina de la ciudad de Alma Humana. También nos ha alegrado saber que están en mala condición, que han ofendido a su Príncipe, y que éste se ha ido. Su enfermedad también nos complace, como también vuestra salud, poder y fuerza. También nos alegraría, horrendamente queridos, poder tener de nuevo esta ciudad en nuestras garras. Y no regatearemos esfuerzar nuestro ingenio, nuestra astucia, nuestras mañas y nuestras invenciones infernales para llevar al fin deseado vuestras valientes iniciativas.

     »Y consolaos con esto (nuestros hijos, linaje nuestro), que volveremos a sorprenderla y a tomarla, trataremos de pasar a todos vuestros enemigos a filo de cuchillo, y haremos de vosotros los grandes lores y capitanes del lugar. Nada tenéis qué temer, si logramos apoderarnos de ella, de que después seamos echados nunca más de ella; porque vendremos con mayor fuerza, y así nos aferraremos a ella más que al principio.[255] Además es la ley de aquel Príncipe al que ahora reconocen, que si nos apoderamos de ellos por segunda vez, serán nuestros para siempre.

     »Así, nuestros fieles diabolianos, seguid al acecho y buscad espiar los puntos débiles de Alma Humana. También querríamos que tratarais de debilitarlos más y más. Enviadnos también información acerca de qué medios, pensáis, serían los mejores para intentar recobrarla: si mediante persuasión llevarlos a una vida vana y disoluta, o bien tentándolos a dudar y a desesperar; o bien volando la ciudad con la pólvora de la soberbia y de la presunción. Estad también siempre dispuestos, valientes diabolianos y verdaderos hijos del abismo, para lanzar el más abominable ataque desde el interior cuando nosotros estemos preparados para atacar desde fuera. Dedicaos ahora a este proyecto, y nosotros en nuestros deseos, con todo el poder de nuestras puertas, como es deseo de vuestro gran Diábolo, enemigo de Alma Humana, aquel que se estremece cuando piensa en el juicio venidero. Todas las bendiciones del abismo sean sobre vosotros, con lo que acabamos nuestra carta.

     »Dada por mí, Diábolo, en la boca del abismo, por acuerdo conjunto de todos los príncipes de las tinieblas, y para ser enviada a la fuerza y el poder que todavía tenemos en Alma Humana, por mano del Sr. Profano.»

     Esta carta, como ha quedado dicho, fue enviada a Alma Humana, a los diabolianos que permanecían aún en ella, y que seguían habitando orando en la muralla,[256] desde la tenebrosa mazmorra de Diábolo, por mano del Sr. Profano, por quien también los que estaban en Alma Humana le habían remitido la suya al abismo. Cuando este Sr. Profano hubo regresado y estaba de nuevo en Alma Humana, se dirigió, como solía, a casa del Sr. Dañino, porque allí estaba el cónclave, y era el lugar de reunión de los conspiradores. Cuando vieron llegar sano y salvo a su mensajero, se alegraron sobremanera. Entonces les presentó la carta que les había traído de Diábolo, la cual, una vez leída y considerada, aumentó en mucho su alegría. Le preguntaron por sus amigos, cómo estaban su señor Diábolo, Lucifer y Beelzebú, con todo el resto de los del antro infernal. A esto, este Profano respondió: «Bien, muy bien, milores; están bien, tan bien como se pueda estar en su lugar. Ellos también vibraron de alegría», añadió él, «al leer vuestra carta, como bien lo percibisteis al leer la suya».

39

     Como ya ha quedado dicho, leído que hubieron su carta, y viendo que se les alentaba en la prosecución de su obra, se dedicaron de nuevo a tramar planes sobre cómo podrían llevar a buen puerto su designio diaboliano sobre Alma Humana. Y lo primero que convinieron fue mantener a Alma Humana tan ignorante como pudieran de todo aquello. «Que no se sepa, que Alma Humana no llegue a saber lo que tramamos contra ella». Lo siguiente era cómo, o por qué medios, tratarían de lograr la ruina y el asolamiento de Alma Humana; y unos decían una cosa, y otros otra. Entonces tomó la palabra el Sr. Engaño, y dijo: «Mis honorables amigos diabolianos: nuestros lores y los grandes de la profunda mazmorra nos proponen estas tres formas de actuar:

     «1. Si será mejor buscar la ruina de Alma Humana volviéndola disoluta y vana.

     «2. O si será mejor empujarlos a la duda o a la desesperación.

     «3. O si será mejor volarla con la pólvora de la soberbia o de la presunción.[257]

     «Ahora bien, me parece que si los tentamos al orgullo, esto puede tener algunos efectos; y que si los tentamos a la disolución puede servir de ayuda. Pero pienso que si pudiéramos llevarlos a la desesperación, esto sería definitivo; porque entonces los llevaríamos, en primer lugar, a dudar de la realidad del amor del corazón de su Príncipe para con ellos, y esto le disgustará en gran manera. Esto, si funciona bien, los llevará a abandonar su actividad de enviarle peticiones; se acabarán así las fervientes peticiones de ayuda y provisión; porque entonces la conclusión natural a la que llegarán será: “De nada sirve, porque a nada lleva”». Y asintieron unánimes a lo propuesto por el Sr. Engaño.

     El siguiente punto que se trató fue: ¿Cómo podremos llevar a cabo este proyecto?[258] La respuesta la dio el mismo caballero: «Esta podría ser la mejor manera de llevarlo a cabo: que algunos de nuestros amigos dispuestos a aventurarse por la causa de nuestro príncipe», dijo, «se disfracen, se cambien los nombres, y acudan al mercado aparentando ser viajeros llegados de tierras lejanas, y que se ofrezcan como siervos a la famosa ciudad de Alma Humana, y que pretendan trabajar de la manera más provechosa para sus amos; porque de esta manera, si Alma Humana los contrata, podrán corromper y contaminar de tal manera a la población, que su actual Príncipe no sólo se ofenderá aún más con ellos, sino que finalmente los escupirá de su boca. Y cuando así haya sucedido, nuestro príncipe Diábolo hará fácil presa de ellos; sí, ellos mismos caerán en la boca del devorador».[259]

     Tan pronto se expuso este proyecto, fue aceptado, y muy deseosos estaban los diabolianos de dedicarse a una tan delicada misión, pero no se creyó oportuno que todos participasen; así, decidieron escoger a dos o tres, y se decidieron específicamente por Lord Codicia, Lord Lascivia y Lord Ira. Lord Codicia adoptó el nombre de Prudente-Parco;  Lord Lascivia adoptó el de Diversión-Inocente; y Lord Ira adoptó el de Intenso-Celo.[260]

     Así que, llegado el día de mercado, aparecieron tres hombres apuestos, vestidos con pieles de ovejas, que también eran blancas, como lo eran las ropas de los hombres de Alma Humana. Y estos hombres conocían bien el lenguaje de Alma Humana.[261] Así llegaron a la plaza del mercado, y, habiéndose ofrecido a los ciudadanos, fueron contratados; porque habían pedido poca paga y habían prometido hacer grandes servicios a sus patronos.

     El Sr. Mente contrató a Prudente-Parco; y el Sr. Temor-de-Dios contrató a Intenso-Celo. Es cierto que Diversión-Inocente no consiguió empleo por un tiempo: no logró que lo tomara alguien como había sucedido con los otros dos, porque la ciudad de Alma Humana estaba ahora en Cuaresma, pero pasado un tiempo, por cuanto la Cuaresma ya casi tocaba a su fin, Lord Recia-Voluntad contrató a Diversión-Inocente como asistente y lacayo;[262] y así fue como consiguieron que los contratasen.

     Habiendo conseguido estos villanos entrar en las casas de los hombres de Alma Humana, pronto comenzaron a hacer en ellas grandes males; porque, siendo sucios, astutos y cautos, pronto corrompieron a las familias con las que convivían; y ensuciaron mucho a sus amos, especialmente Prudente-Parco, y el que se hacía llamar Diversión-Inocente. Es cierto que el que iba bajo el disfraz de Intenso-Celo no fue tan del gusto de su amo; porque pronto descubrió que era sólo un granuja disfrazado, por lo que, al darse cuenta de ello el diaboliano, escapó de la casa; si no, no dudo en absoluto que su amo lo habría colgado.

     Bien, cuando estos vagabundos hubieron cumplido sus designios hasta cierto punto y hubieron corrompido la ciudad tanto como pudieron, trataron luego entre sí acerca de en qué momento su príncipe Diábolo desde fuera, y ellos desde el interior de la ciudad, debían emprender su propósito de apoderarse de Alma Humana; y todos estuvieron de acuerdo en esto: que el mejor día para tal cosa sería un día de mercado.[263] ¿Por qué? Porque entonces estarán los habitantes de la ciudad ocupados en sus cosas; y siempre sucede así: cuanto más ocupados están las gentes en sus cosas, menos temen una sorpresa. «También este día», dijeron, «podremos reunirnos sin causar sospechas, para actuar por nuestros amigos y señores; sí, y en un día como este, si fracasamos en nuestro intento y tenemos que huir, podremos mejor escondernos entre la muchedumbre y escapar.»

     Convenido todo esto, escribieron otra carta a Diábolo, enviándola por medio del Sr. Profano, y que decía:

     «Los señores de Disolución[264] enviamos saludos al grande y sublime Diábolo desde nuestras madrigueras, cuevas, guaridas y lugares fuertes en y alrededor de la ciudad de Alma Humana.

     »Nuestro gran lord y sustentador de nuestras vidas, Diábolo: Nadie puede saber cuán felices nos sentimos al saber de la buena disposición de tu paternidad para acceder a nuestros deseos, y para ayudarnos en nuestro designio de intentar la ruina de Alma Humana sino aquellos que, como nosotros, se enfrentan contra toda especie de bien, allá donde podamos hallarlo.[265]

     »Tocante al aliento que tu grandeza se complace a darnos para seguir maquinando, tramando y urdiendo la absoluta desolación de Alma Humana, acerca de esto no tenemos necesidad; porque sabemos muy bien que no puede sernos sino grato y provechoso ver morir bajo nuestros pies o huir delante de nosotros a nuestros enemigos y a los que buscan nuestras vidas. Por ello seguimos maquinando, con toda nuestra astucia, para facilitar esta obra a sus señorías y a ti.

     »Primeramente, hemos meditado un triple plan de lo más infernalmente astuto y sólido que nos propusiste en tu última carta.[266] Hemos llegado a la conclusión de que aunque bien estaría volarlos con la pólvora de la soberbia y de la presunción, y que podría ser útil tentarlos a ser disolutos y vanos, sin embargo creemos que es mejor buscar llevarlos al abismo de la desesperación. Ahora bien, nosotros, que estamos a tus órdenes, hemos pensado en dos maneras de conseguirlo; primero nosotros, por nuestra parte, los haremos tan viles como podamos, y luego tú junto con nosotros, en un momento convenido, estaremos preparados para caer sobre ellos con todas nuestras fuerzas. Y de todas las naciones que tenéis a vuestro mando, creemos que un ejército de dubitativos puede ser el más eficaz para atacar y vencer la ciudad de Alma Humana. Así vencerás a tus enemigos, o bien el abismo abrirá su boca bajo ellos, y la desesperación los arrojará a él.[267] Y para llevar a cabo este fin tan anhelado, hemos infiltrado a tres de nuestros fieles diabolianos entre ellos; llevan un disfraz y han cambiado sus nombres: son Codicia, Lascivia e Ira. El nombre de Codicia ha sido transformado a  Prudente-Parco, y lo ha contratado el Sr. Mente, que se ha vuelto casi tan malo como nuestro amigo. Lascivia ha cambiado su nombre por Diversión-Inocente, y es ahora lacayo de Lord Recia-Voluntad; pero ha vuelto muy relajado a su amo. Ira tomó el nombre de Intenso-Celo, y fue empleado por el Sr. Temor-de-Dios; pero este susceptible caballero se olió algo, y echó a nuestro compañero de su casa. Más que esto: nos ha informado que tuvo que escapar, o lo habría colgado en premio a sus esfuerzos.

     »Estos nos han sido de gran ayuda para nuestra obra y designios en Alma Humana,[268] porque a pesar del rencor y el temperamento violento del caballero acabado de mencionar, los otros dos están actuando bien, y posiblemente madurarán rápidamente la situación.

     »Nuestro siguiente proyecto es acordar que acudáis a la ciudad un día de mercado, y cuando estén más dedicados a sus actividades; porque es entonces con toda seguridad cuando más confiados estarán, y menos estarán pensando que se les puede atacar.[269] También en tal ocasión serán menos capaces de defenderse, y de impediros llevar a cabo vuestro designio. Y nosotros tus fieles (y estamos seguros que tus amados) partidarios estaremos listos para secundar desde el interior tu violento ataque desde el exterior. Así podremos, con toda probabilidad, llevar a Alma Humana a una confusión total, y sorberlos antes de que se den cuenta de lo que sucede. Si tus cabezas serpentinas, tus sutiles dragones y tus muy estimados lores pueden encontrar una mejor manera de actuar que ésta, dadnos rápidamente a conocer vuestras intenciones.

     »A los monstruos de la caverna infernal, desde la casa del Sr. Dañino en Alma Humana, por mano del Sr. Profano».

     Mientras los viles renegados e infernales diabolianos estaban así urdiendo la ruina de la ciudad de Alma Humana, éstos (los de la ciudad) estaban en una triste y penosa situación. En parte por haber ofendido tan gravemente a Shaddai y a su Hijo, y en parte porque los enemigos, a causa de ello, habían cobrado nuevas fuerzas; y también por cuanto, aunque habían persistido con muchos ruegos al Príncipe Emanuel y a su Padre Shaddai por medio de él, pidiendo su perdón y favor, sin embargo no lograban ni una sonrisa; al contrario, por la astucia y sutileza de los diabolianos de la ciudad, su nube se iba oscureciendo más y más, y Emanuel estaba cada vez más distante.

     La epidemia hacía también estragos en Alma Humana, tanto entre los capitanes como entre los moradores de la ciudad; y sólo sus enemigos estaban ahora activos y fuertes, y con posibilidades de venir a ser la cabeza, mientras que Alma Humana quedaba como la cola.

40

     Para este tiempo había sido entregada a Diábolo la mencionada carta enviada por los diabolianos que seguían acechando en la ciudad de Alma Humana, carta llevada a Diábolo en su negra guarida por mano del mismo Sr. Profano. Éste había llevado la carta a la colina de la Puerta del Infierno, como antes, y se la había entregado a su señor por medio de Cerbero.

     Pero cuando se encontraron Cerbero y el Sr. Profano, ya tenían una gran relación, y así comenzaron a hablar acerca de Alma Humana, y acerca de los proyectos en contra de ella.

     «¡Ah, viejo amigo,» le dice Cerbero, «¡otra vez vienes por la colina de la Puerta del Infierno! ¡De verdad, me siento feliz de verte!»

     Profano. Sí, milord, he venido de nuevo por los asuntos de la ciudad de Alma Humana.

     Cerbero. Por favor, cuéntame, ¿en qué condición se encuentra la ciudad de Alma Humana ahora?

     Profano. En una condición excelente para nosotros, milord, y, estoy seguro, para mis señores, los lores de este lugar; porque han decaído mucho en cuanto a la piedad, y esto es lo mejor que podrían desear nuestros corazones; su Señor está muy enojado con ellos, y esto también nos complace. Ya tenemos también un pie en su territorio, porque nuestros amigos diabolianos habitan en ella, y ¡qué más nos falta que adueñarnos del lugar! Además, nuestros fieles amigos en Alma Humana están maquinando a diario para entregarla a los señores de este lugar. También reina en la ciudad una grave epidemia. La conclusión de todo ello es que esperamos que podremos prevalecer al fin.

     Entonces dijo el can portero de la Puerta del Infierno: «Ningún momento mejor que éste para asaltarlos. ¡Cuánto mi deseo que la empresa sea realice pronto, y que pronto nos sonría el éxito deseado; si, lo deseo por causa de los pobres diabolianos, que viven en perpetuo temor por sus vidas en la traidora ciudad de Alma Humana».

     Profano. Los planes están ya casi ultimados; los lores diabolianos en Alma Humana están trabajando en ellos día y noche, y los otros son como simples palomas, carecen de corazón para tener cuidado de su estado y para considerar que les amenaza la ruina. Además, se debe pensar, cuando se considera todo, que hay muchas razones para que Diábolo se dé toda la prisa que pueda.

     Cerbero. Es así como lo has dicho. Me alegra que las cosas vayan de esta manera. Entra, valiente Profano, a ver a mis señores; te darán la bienvenida con danzas tan buenas como las pueda permitir todo este reino. Ya he pasado tu carta adentro.

     Entonces pasó el Sr. Profano al interior, y salió a recibirle su señor Diábolo, saludándolo con: «Bienvenido, mi fiel siervo; me ha alegrado tu carta». El resto de los grandes del abismo lo acogieron también con saludos. Luego Profano, con una reverencia ante todos, les dijo: «Que Alma Humana sea dada a mi señor Diábolo, y que él sea su rey para siempre». Y con ello el vacío estómago y la abierta garganta del infierno soltaron un tan fuerte y espantoso gemido (porque ésta es la música de aquel lugar), que los montes alrededor fueron sacudidos como si fueran a caer a trozos.

     Ahora, después de leer y considerar la carta, conferenciaron acerca de qué respuesta dar; y el primero en hablar fue Lucifer:

     «Es probable que el primer proyecto de los diabolianos en Alma Humana tenga éxito y prenda, esto es, lograrán envilecer y ensuciar más y más a Alma Humana por los medios que puedan. No hay mejor manera de destruir un alma que esta. Así actuó nuestro viejo amigo Balaam[270] y logró su propósito. Que esto sea pues una máxima para nosotros, y lo sea para todas las edades en general para todos los diabolianos; porque nada puede hacer fallar esto sino la gracia, en la que es mi esperanza que esta ciudad no tenga parte. Pero acerca de caer sobre ellos en día de mercado,[271] porque estarán muy ocupados en sus asuntos, me parece que es algo para debatir. Y hay razones adicionales por las que es necesario debatir este punto más que otros: porque sobre esto girará todo nuestro esfuerzo. Si no programamos bien nuestro plan, puede fracasar enteramente. Nuestros amigos, los diabolianos, dicen que el mejor día es un día de mercado porque entonces estará Alma Humana más ocupada, y pensará menos en una sorpresa. Pero, ¿y si doblan la guardia en tales días?[272] (y me parece a mí que la naturaleza y la razón deberían enseñarles esto). ¿Y si mantienen una guarda en dichos días como lo demanda la actual necesidad de sus presentes circunstancias? Sí, ¿y si sus hombres están siempre sobre las armas en estos días? Entonces puede que vuestro intento quede frustrado, milores, y que aboquéis a nuestros amigos en la ciudad a un peligro de inevitable destrucción».

     Entonces intervino el gran Beelzebú: «Hay cierta razón en lo que ha dicho milord; pero su conjetura puede ser certera o no. Tampoco lo ha dicho milord como algo que no se pueda reconsiderar; porque sé que lo ha dicho con la única intención de llevarnos a un hondo debate de la cuestión. Por eso, tenemos que alcanzar a comprender si es cierto que la ciudad de Alma Humana tiene tal sentimiento y conocimiento de su estado de debilidad,[273] y del designio que tramamos contra ella, que la lleve a poner centinelas y guardas a sus puertas, y a doblarlas en día de mercado. Pero, si una vez hayamos investigado descubrimos que están descuidados, entonces cualquier día irá bien, pero un día de mercado aún mejor; y ésta es mi opinión acerca de esta cuestión».

     Entonces repuso Diábolo: «¿Y cómo vamos a saberlo?» Le respondieron: «Preguntemos al Sr. Profano». Llamaron entonces a Profano y le preguntaron. Esta fue su respuesta:

     Profano. Milores, por lo que alcanzo a ver, ésta es en el presente la condición de la ciudad de Alma Humana: se ha debilitado  en su fe y en su amor; su Príncipe Emanuel les da la espalda; le envían frecuentes peticiones para que vuelva, pero él no se apresura a responder a sus peticiones, ni hay tampoco gran reforma entre ellos.

     Diabolo. Me alegra que estén decaídos en cuanto a corregirse, pero tengo miedo ante sus peticiones. Sin embargo, su disolución de vida es una señal de que no ponen mucho el corazón en lo que hacen, y sin el corazón las cosas no valen mucho. Pero proseguid, señores; no os interrumpiré más.

     Beelzebú. Si así están las cosas con Alma Humana, como las ha expuesto el Sr. Profano, no importará mucho cuál sea el día sea en el que lancemos el ataque; ni sus oraciones ni su poder les servirán de gran cosa.

     Cuando Beelzebú hubo terminado su discurso, intervino Apolión. «Mi opinión acerca de esto»,[274] dijo él, «es que vayamos de una manera gentil y suave, sin hacer las cosas precipitadamente. Dejemos que nuestros amigos en Alma Humana sigan ensuciándola y contaminándola, tratando de arrastrarla más aún en el pecado (porque nada hay como el pecado para devorar a Alma Humana). Si así procedemos, y tiene efecto, Alma Humana dejará por sí misma la vigilancia, los ruegos y todo aquello que tienda a su seguridad y protección, porque olvidará a su Emanuel, no deseará su compañía, y si podemos lograr que viva así, su Príncipe no se apresurará a volver a ella. Nuestro fiel amigo, el Sr. Seguridad-Carnal, lo impulso a irse de la ciudad con una de sus añagazas; ¿y por qué no pueden Lord Codicia y Lord Lascivia, con sus acciones, mantenerlo alejado de la ciudad? Y os diré además (no porque no lo sepáis), que si hay dos o tres diabolianos agasajados y tolerados por la ciudad de Alma Humana, ellos harán más por mantener alejado de ellos a Emanuel, y para llevar a la ciudad de Alma Humana a nuestro poder, que un ejército formado por toda una legión que pudiéramos enviar para resistirle. Por ello, llevemos a cabo este primer proyecto que nuestros amigos en Alma Humana han iniciado, de una manera activa y diligente, con toda la astucia y el engaño imaginables;[275] y que ellos sigan enviando continuamente, bajo un disfraz u otro, a más y más de sus hombres para que jueguen con la gente de Alma Humana; entonces es posible que no sea necesario hacer ninguna guerra contra ellos; y si es necesario hacerla, cuanto más pecaminosos sean, tanto más incapaces serán de presentar resistencia, y con tanta mayor facilidad los podremos vencer. Además, supongamos (y esto en el peor de los casos) que Emanuel vuelva a ellos de nuevo: ¿por qué no podríamos, con los mismos medios o con otros diferentes, impulsarlo a que se vaya otra vez? Sí, ¿por qué no podría ser que al volver a caer ellos en pecado, por causa de lo cual se fue una vez temporalmente, que ahora los abandonase definitivamente? Y si así sucediera, entonces se irá con sus arietes, sus catapultas, sus capitanes, sus soldados, y dejará Alma Humana desprotegida y a descubierto. ¿Y no será entonces que cuando esta ciudad se vea totalmente desamparada por su Príncipe, os franqueará la entrada voluntariamente, y os acogerá como en los viejos tiempos?[276] Pero para esto se precisa de tiempo; unos pocos días no serán suficientes para una cosa así.»

     Tan pronto terminó Apolión de hablar, Diábolo comenzó a soltar su propia malicia y a defender su propia causa. Dijo entonces: «Milores y poderes de la caverna, mis verdaderos y fieles amigos, he oído con mucha impaciencia, como es normal en mí, vuestros largos y tediosos discursos. Pero mi furiosa garganta y mi vacío estómago codician tanto la reocupación de mi famosa ciudad de Alma Humana que, pase lo que pase, no puedo esperar más para ver cómo se desarrollan unos lentos proyectos. Por ello, y sin ningún retraso adicional y por todos los medios posibles, debo llenar mi vacío insaciable con el alma y el cuerpo de la ciudad de Alma Humana. Por tanto prestadme vuestras cabezas, vuestros corazones, y vuestra ayuda; ahora voy a recuperar mi ciudad de Alma Humana».[277]

41

     Viendo los lores y príncipes del abismo el ardoroso anhelo de Diábolo de devorar a la miserable ciudad de Alma Humana, dejaron de suscitar más objeciones, y que consintieron ayudarlo con todas las fuerzas de que disponían, aunque si hubiesen seguido el consejo de Apolión, habrían angustiado aún más terriblemente a la ciudad de Alma Humana. Pero, como he dicho, estaban dispuestos a ayudarle con todas sus fuerzas, no sabiendo la necesidad que podrían tener de él en el futuro, cuando emprendiesen luchar en beneficio propio, como él ahora. Por ello, pasaron a considerar el siguiente punto, determinar cuántos soldados eran, y también cuántos debería tomar Diábolo en su expedición contra Alma Humana para tomarla; después de debatir cierto tiempo, se llegó a la conclusión de actuar siguiendo la sugerencia de la carta de los diabolianos, que nada sería mejor para aquella expedición que un ejército de terribles dubitativos. Por ello, decidieron mandar contra Alma Humana un ejército de fuertes dubitativos. El número de soldados que consideraron adecuado para aquella misión era de entre veinte y treinta mil. Así, el resultado de aquel gran consejo de aquellos altos y poderosos lores fue que Diábolo debería ya mandar redoblar su tambor para alistar a hombres en la Tierra de la Duda, que se encuentra en los confines de la llamada colina de la Puerta del Infierno, para reclutarlos como soldados contra la miserable ciudad de Alma Humana. También se decidió que estos mismos lores deberían ayudarle en la guerra, y que a este fin encabezarían y dirigirían a sus hombres. Luego redactaron una carta, y la enviaron a los diabolianos que acechaban en Alma Humana y que esperaban el regreso del Sr. Profano, para ser informados acerca de qué método y manera habían decidido ellos proceder. El contenido de la carta era éste:

     «Desde la tenebrosa y horrible mazmorra del infierno, Diábolo, con toda la sociedad de los príncipes de las tinieblas, enviamos a nuestros fieles, en y alrededor de las murallas de la ciudad de Alma Humana, y que ahora esperan impacientes, nuestra más diabólica respuesta a sus ponzoñosos y tóxicos designios contra la ciudad de Alma Humana.

     »Nativos nuestros, de los que cada día nos enorgullecemos, y con cuyas acciones nos deleitamos en gran manera todo el año: recibimos vuestra grata y muy estimada carta de manos de nuestro fiel y muy amado viejo caballero, el Sr. Profano. Y os queremos comunicar que cuando la hubimos abierto y leído su contenido, sea esto dicho a vuestra asombrosa memoria, nuestro enorme y vacío estómago hizo un ruido tan espantoso y estridente de gozo, que los montes alrededor de la colina de la Puerta del Infierno hubieran podido romperse en pedazos por la sacudida.

     »No pudimos por menos que admirar vuestra fidelidad hacia nosotros, con la grandeza de aquella sutileza que ahora se ha hecho patente en vuestras cabezas para servirnos contra la ciudad de Alma Humana. Porque habéis inventado en nuestro provecho un método tan excelente para proceder contra aquella gente rebelde, que ninguna de las inteligencias del infierno ha podido idear otro mejor. Por ello, las propuestas que ahora, por fin, nos habéis enviado, desde que las hemos visto, no hemos hecho más que darles nuestra total aprobación y admiración.

     »Más todavía, y para daros aliento para ahondar en vuestras maquinaciones, os comunicamos que en asamblea y cónclave en pleno de nuestros príncipes y poderes de este lugar se analizó vuestro proyecto, pasando por todos los rincones de nuestra caverna por parte de todos los poderes; pero no se pudo encontrar ningún plan mejor, ni más adecuado y apropiado, cómo ellos mismos tuvieron que reconocer, para sorprender, tomar y apoderarnos de la rebelde ciudad de Alma Humana.

     »Por ello, y resumiendo, todo lo que se dijo que difiriese de lo propuesto en vuestra carta cayó de por sí mismo al suelo, y sólo vuestro plan resultó aceptado por el príncipe Diábolo; más aún, su abierta garganta y su vacío estómago estaban ardiendo por poner en práctica vuestras ideas.

     »Así, os comunicamos que nuestro resuelto, furioso e inmisericorde Diábolo está movilizando, para vuestro alivio y para ruina de la rebelde ciudad de Alma Humana, a más de veinte mil dubitativos para atacar la ciudad. Todos son resueltos y fuertes, hombres de antiguo acostumbrados a la guerra, y que por ello podrán comportarse bien en batalla. Digo pues que está haciendo esto con toda la presteza que puede; porque su corazón y espíritu están en ello. Así, deseamos que como hasta ahora habéis estado por nosotros, y hasta ahora nos habéis dado consejo y aliento, que prosigáis con vuestros designios, que no por ello perderéis, sino ganaréis; en efecto, es nuestra intención constituiros en señores de Alma Humana.

       »Hay algo que no se puede omitir en absoluto, esto es, los que están con nosotros desean que cada uno de vosotros que seguís en Alma Humana sigáis empleando todo vuestro poder, astucia y capacidad, con vuestra persuasión engañosa, para seducir a la ciudad de Alma Humana a más pecado y maldad, para que el pecado, siendo consumado, dé a luz la muerte.

     »Porque así hemos decidido: que cuanto más vil, pecaminosa y disoluta sea la ciudad de Alma Humana, tanto peor dispuesto estará el Príncipe Emanuel de acudir en su ayuda, ya con su propia presencia o mediante otras ayudas; sí, cuanto más pecaminosa sea, más se debilitará, y tanto más incapaces serán de resistir cuando lancemos nuestro asalto contra ellos para devorarlos.[278] Además, esto puede llevar a que su poderoso Shaddai los excluya de su protección, y más aún, que haga volver a casa a sus capitanes y soldados, con sus catapultas y arietes, dejándolos destituidos y sin amparo; y entonces la ciudad de Alma Humana nos franqueará la entrada y caerá como fruto maduro. Entonces, con toda certidumbre, caeremos con gran facilidad sobre ella y la derrotaremos.

     »En cuanto a en qué momento vayamos contra Alma Humana, no lo hemos resuelto todavía, aunque por ahora a algunos de nosotros nos parece, igual que a vosotros, que lo mejor será un día de mercado, o a la noche siguiente a un día de mercado. Sin embargo, manteneos dispuestos, y cuando oigáis nuestro atronador[279] tambor fuera, haced todo lo posible por provocar la máxima confusión en el interior. Entonces Alma Humana se sentirá angustiada por todos lados, y no sabrá a dónde ir en busca de ayuda. Os saludan Lord Lucifer, Lord Beelzebú, Lord Apolión, Lord Legión, con el resto, como también Lord Diábolo; y os deseamos que en todo lo que hagáis o que poseáis obtengáis los mismos resultados y éxitos como nosotros ahora disfrutamos.

     »Desde nuestros espantosos confines en el horripilante abismo, os saludamos, y así lo hacen aquellas muchas legiones aquí con nosotros, deseando que seáis tan infernalmente prósperos como deseamos para nosotros. Enviada por mano del mensajero, Sr. Profano».

     Entonces el Sr. Profano se dispuso a regresar a Alma Humana, con su mensaje desde el horripilante abismo a los diabolianos que moraban en la ciudad. Ascendió las escaleras desde el abismo a la boca de la caverna, donde estaba Cerbero. Cuando Cerbero lo vio, indagó cómo habían ido las cosas abajo, acerca de y contra la ciudad de Alma Humana.

     Profano. Todo va tan bien como sería de esperar. La carta que traje recibió general y calurosa aprobación, y fue muy bien valorada por todos mis señores, y ahora regreso para comunicar esto a nuestros diabolianos. Tengo la respuesta a la misma aquí en mi seno, y estoy seguro de que hará felices a mis amos que me enviaron; porque su contenido es para alentarles a proseguir sus designios hasta el fin, y a estar listos a actuar desde el interior, cuando vean que mi señor Diábolo asedia la ciudad de Alma Humana.

     Cerbero. ¿Pero piensa atacarla él mismo?

     Profano. ¿Que si lo piensa? ¡Sí, y va a tomar consigo a más de veinte mil, todos ellos fuertes dubitativos, y guerreros escogidos de la tierra de la Duda, para que le sirvan en esta expedición.

     Entonces se alegró Cerbero, y preguntó: «¿Y se están ya haciendo estos preparativos para partir contra la miserable ciudad de Alma Humana? ¡Cuánto querría yo que me pusieran al frente de mil de ellos, para poder mostrar mi valor contra la célebre ciudad de Alma Humana!»

     Profano. Vuestro deseo podría quedar satisfecho; parecéis uno que tiene suficientes arrestos para ello, y mi señor querrá tener consigo a gente valiente y arrojada. Pero mi misión me apremia.

     Cerbero. Sí, es apremiante. Apresúrate a la ciudad de Alma Humana, llevando contigo todos los males que este lugar te permita. Y cuando llegues a casa del Sr. Dañino, donde se reúnen los diabolianos para conspirar, anúnciales que Cerbero desea ponerse a su servicio, y que si es posible vendrá con el ejército contra la célebre ciudad de Alma Humana.

     Profano. Así lo haré. Y sé bien que mis señores se alegrarán de oírlo, como también de veros.

     Así que después de varios cumplidos de este tipo, el Sr. Profano se despidió de su amigo Cerbero; y Cerbero, con miles de sus mejores deseos abismales por su parte, le recomendó que se dirigiera deprisa a sus amos. Habiendo oído esto, le hizo reverencia, y emprendió la carrera en dirección a Alma Humana.

     Así pues volvió, y llegó a Alma Humana. Se dirigió luego, como antes, a la casa del Sr. Dañino, y allí encontró reunidos a los diabolianos, que estaban esperando su regreso. Tras llegar, y habiéndose presentado ante ellos, les entregó también la carta, y con ella les incluyó estos saludos: «Mis señores de los confines del abismo, los altos y poderosos principados y poderes de la caverna, os saludan, fieles diabolianos de la ciudad de Alma Humana. Os desean siempre la más apropiada de sus bendiciones, por el inmenso servicio, por vuestros valientes intentos y magníficos logros, con vistas a la restauración de la célebre ciudad de Alma Humana a nuestro príncipe Diábolo».

42

     Ésta era ahora la condición de la miserable ciudad de Alma Humana: había afrentado a su Príncipe y él se había ido; y por su insensatez había alentado a los poderes del infierno a que acudieran contra ella para buscar su total destrucción.

     Es cierto que la ciudad de Alma Humana se había hecho algo consciente de su pecado, pero los diabolianos se habían introducido en su seno; ella clamaba, pero Emanuel se había ido y sus clamores no le habían hecho volver aún. Además, desconocía si iba jamás a regresar de nuevo a su Alma Humana; tampoco conocía el poder y la capacidad del enemigo, ni lo avanzados que pudieran estar en llevar a efecto aquel plan infernal que habían urdido contra ella.

     Es cierto que seguían enviando petición tras petición al Príncipe, pero a todas ellas respondía con el silencio. Descuidaban corregirse, y esto era lo que Diábolo quería. Sabía que si en su corazón acariciaban la iniquidad, su Rey no oiría sus oraciones; por ello se fueron debilitando más y más, y eran como una pluma en un torbellino. Clamaban a su Rey por ayuda, y tenían a diabolianos en su seno. ¿Qué debía hacer así un rey por ellos? Más aún, parecía haber ahora una mezcla en Alma Humana; los diabolianos y los almahumaneses caminaban juntos por las calles. Peor todavía, comenzaron a tratar de hacer las paces con ellos. Pensaban que por cuanto la epidemia en Alma Humana había sido tan grave, que era en vano luchar con ellos. Además, la debilidad de Alma Humana redundaba en el fortalecimiento de sus enemigos; y los pecados de Alma Humana eran una ventaja para los diabolianos. Los enemigos de Alma Humana comenzaron de nuevo a prometerse posesión de la ciudad; no se veía ahora mucha diferencia entre los almahumaneses y los diabolianos; ambos parecían ser amos de Alma Humana. Los diabolianos crecían y aumentaban mientras que la ciudad de Alma Humana decaía en gran manera. Más de once mil[280] hombres, mujeres y niños murieron en Alma Humana a causa de la epidemia.    Pero ahora, y tal como Shaddai quiso que sucediera, había uno llamado Vigila-Bien, un gran amante de las gentes de Alma Humana. Tenía la costumbre de ir arriba y abajo por Alma Humana, alerta por si veía u oía en cualquier momento algún designio en su contra o no. Porque estaba siempre lleno de celo, y temía que le sobreviniera algún mal, bien de parte de los diabolianos en el interior, bien de algún poder externo. Sucedió cierta vez que mientras el Sr. Vigila-Bien paseaba atento aquí y allí, que se detuvo en un lugar llamado Monte-Vil, en Alma Humana, donde los diabolianos solían reunirse; percibió una especie de murmullo (esto fue durante la noche), y se acercó con sigilo para escuchar; no había transcurrido mucho tiempo cerca del extremo de la casa (porque allí había una casa), cuando oyó decir a alguien de manera confiada que no pasaría mucho tiempo antes que Diábolo recuperase su posesión de Alma Humana, y que entonces los diabolianos tenían la intención de pasar a todos los almahumaneses a filo de espada, y que matarían y destruirían a los capitanes del rey, y echarían a todos sus soldados de la ciudad. Añadió que sabía que había más de veinte mil guerreros listos para este fin, y que no pasarían muchos meses antes que todos lo vieran.

     Cuando el Sr. Vigila-Bien hubo oído esto, se convenció en el acto de su veracidad, y por ello se dirigió inmediatamente a casa de milord Alcalde[281] y se lo hizo saber; éste mandó llamar al predicador subordinado,[282] le refirió lo que estaba sucediendo, y éste se apresuró a dar la alarma a la ciudad; él era ahora el principal predicador en Alma Humana, porque todavía el Lord Secretario estaba molesto. Y así fue como el predicador subordinado hizo sonar la alarma en la ciudad. En aquel momento hizo que tañeran la campana de las conferencias, a lo que el pueblo se congregó. Entonces les dio una breve exhortación a que velaran, basándose en las noticias comunicadas por el Sr. Vigila-Bien: «Porque se está urdiendo una horrible conspiración contra Alma Humana», explicó, «con el propósito de destruirnos en un solo día; y no debemos tomarnos esto a la ligera; porque el Sr. Vigila-Bien es quien nos ha dado las nuevas. El Sr. Vigila-Bien ha sido siempre un amante de Alma Humana, un hombre sobrio y juicioso, nada charlatán ni quien suscite falsos rumores, sino que gusta de ir al fondo de las cosas, y no da noticias de nada sino con argumentos muy sólidos.

     »Le llamaré, y le oiréis vosotros mismos»; y lo llamó, y éste se explicó de manera tan minuciosa y expresó su relato de manera tan amplia, que Alma Humana sintió una profunda convicción de su veracidad. El predicador también le apoyó, diciendo: «Señores, no es irracional que lo creamos, por cuanto hemos provocado a Shaddai a ira y hemos pecado contra Emanuel, impulsándolo a abandonar la ciudad; hemos tenido demasiada relación con los diabolianos, y hemos abandonado nuestras antiguas misericordias; no debemos asombrarnos que el enemigo tanto interior como exterior trama y maquina nuestra ruina: ¿Qué mejor momento para ello? La epidemia se ha extendido sobre nuestra ciudad y nos ha debilitado. Muchos hombres buenos han muerto,[283] y últimamente los diabolianos se  están fortaleciendo más y más.

     »Además», prosiguió el predicador subordinado, «he sabido por este hombre veraz esta otra información: él entendió, por lo que decían los reunidos, que se han intercambiado varias cartas entre las furias y los diabolianos, con el fin de destruirnos». Cuando Alma Humana oyó esto, y no pudiendo decir nada en contra, levantaron la voz y lloraron. El Sr. Vigila-Bien reafirmó también, delante de los ciudadanos, todo lo que había dicho el predicador subordinado. Por ello, todos comenzaron de nuevo a lamentar su insensatez y a redoblar sus peticiones a Shaddai y a su Hijo. También comunicaron la noticia a los capitanes, altos comandantes y guerreros en la ciudad de Alma Humana, exhortándolos a que se sirvieran de todos los medios para fortalecerse y comportarse valientemente; que ellos se cuidarían de sus equipos y se mantendrían preparados día y noche para presentar batalla a Diábolo, en caso de que viniera, como se les había informado que iba a hacer, para asediar a la ciudad de Alma Humana.

     Cuando se enteraron los capitanes, siendo como eran verdaderos amantes de la ciudad de Alma Humana comenzaron a sacudirse como otros tantos Sansones, y a reunirse y conferenciar acerca de cómo iban a derrotar aquellas audaces maquinaciones infernales urdidas por Diábolo contra la ahora enfermiza, débil y empobrecida ciudad de Alma Humana; y acordaron lo siguiente:

     1. Que las puertas de Alma Humana se mantuviesen cerradas y aseguradas con barras y cerrojos,[284] y que los capitanes de las guardias registrasen muy estrictamente a todas las personas que saliesen o entrasen, «a fin de que los que están dirigiendo la maquinación contra nosotros», dijeron, «puedan ser apresadas bien al entrar o al salir; y también para que podamos descubrir quiénes entre nosotros son los grandes conspiradores para llevarnos a la ruina».

     2. La siguiente medida fue que se llevase a cabo un estricto registro en busca de todo tipo de diabolianos por toda la ciudad de Alma Humana; que se realizase una búsqueda de arriba en todas las casas[285] por si se podía conseguir algún descubrimiento adicional acerca de otros que estuvieran participando en tales designios.

     3. También se acordó que allí donde se encontrase  a cualquiera de los diabolianos, que también los de la ciudad de Alma Humana[286] que les hubieran abierta su casa y dado refugio hicieran pública penitencia por su pecado, para su vergüenza y para advertencia a otros.

     4. Además, la célebre ciudad de Alma Humana tomó la resolución de que se observara en todo el municipio un ayuno público y día de humillación, para justificación de su Príncipe, para humillarse ante él por sus transgresiones contra él y contra Shaddai su Padre.[287] Se resolvió asimismo que todos los de Alma Humana que aquel día no trataran de observar el ayuno y de humillarse a sí mismos por sus faltas, sino que se ocuparan de sus asuntos terrenales, fueran tomados como diabolianos, y sufrieran como tales por tal maldad.

     5. Se decidió también entonces, y para hacerlo tan pronto y con todo el fervor posible,[288] renovar su humillación por el pecado, y sus peticiones de ayuda a Shaddai; también resolvieron enviar noticias a la corte de todo lo que el Sr. Vigila-Bien les había contado.

     6. Se acordó además que la ciudad de Alma Humana manifestase su gratitud al Sr. Vigila-Bien por procurar de manera tan diligente el bien de la ciudad, y por cuanto estaba de natural tan inclinado a buscar su bien, y también a frustrar a sus enemigos, le dieron una comisión como general en jefe de exploradores, para bien de la ciudad de Alma Humana.

     Una vez la corporación, con sus capitanes, hubo acordado todas estas medidas, las llevaron a cabo. Cerraron las puertas, emprendieron una intensa búsqueda de diabolianos, imponiendo a todos aquellos en cuyas casas se hallaban que hicieran penitencia en lugar público. Observaron el ayuno y renovaron sus peticiones a su Príncipe, y el Sr. Vigila-Bien emprendió el cumplimiento de la misión que le había sido encomendada con gran conciencia y fidelidad; se entregó completamente a su tarea, y ello no sólo dentro de la ciudad, sino que salió afuera a explorar, a ver y a oír.

43

     No muchos días después, el Sr. Vigila-Bien hizo preparativos para un viaje, y se dirigió a la colina de la Puerta del Infierno, el país donde se encontraban los dubitativos, donde oyó de todo lo que se había dicho en Alma Humana; se dio cuenta también de que Diábolo ya casi estaba dispuesto para emprender la marcha. Entonces regresó apresuradamente, y, habiendo llamado a los capitanes y ancianos de Alma Humana, les refirió dónde había estado, y lo qué había oído y visto. En particular, les contó que Diábolo estaba ya casi preparado para marchar, y que había nombrado general de su ejército al viejo Sr. Incredulidad, el que se había fugado de la cárcel en Alma Humana; que su ejército estaba compuesto en su totalidad por dubitativos, y que sus efectivos eran de más de veinte mil. Dijo además que Diábolo tenía la intención de hacerse acompañar de los grandes príncipes del abismo infernal, y que los pondría como principales capitanes sobre sus dubitativos. A esto añadió que tenía la certeza de que varios del negro antro acudirían con Diábolo como oficiales sin comisión, para ayudar a reducir a la ciudad de Alma Humana a la obediencia a su príncipe Diábolo.

     Añadió que había entendido por los dubitativos, entre los que había estado, que la razón por la que el viejo Incredulidad fue nombrado general de todo el ejército era que nadie había tan fiel al tirano, y porque sentía un odio implacable contra el bien de la ciudad de Alma Humana. Además, añadió, él recuerda las humillaciones que ha sufrido de parte de Alma Humana, y ha decidido vengarse de ella.

     Pero los príncipes negros serán designados altos comandantes, y sólo Incredulidad estará sobre ellos, porque, casi lo había olvidado, él es quien más y mejor puede asediar[289] a la ciudad de Alma Humana.

     Tras haber oído los capitanes de Alma Humana y los ancianos de la ciudad las noticias que les había traído el Sr. Vigila-Bien, les pareció oportuno, sin más dilaciones, cumplir las leyes que su Príncipe había dictado contra los diabolianos, y que les había ordenado que cumplieran. Por ello, se emprendió entonces un registro cuidadoso e imparcial de todas las casas de Alma Humana, en busca de todo tipo de diabolianos. Ahora bien, en casa del Sr. Mente y en casa del gran Lord Recia-Voluntad se encontró a dos diabolianos. En casa del Sr. Mente se encontró al Sr. Codicia, pero había cambiado su nombre por el de Prudente-Parco. En casa de Lord Recia-Voluntad se encontró a un tal Lascivia, que había cambiado su nombre por el de Diversión-Inocente. A estos dos los apresaron los capitanes y ancianos de Alma Humana, y los entregaron a la custodia del Sr. Fiel, el carcelero, quien los trató con tanto rigor y tanto los cargó de cadenas que al cabo de poco tiempo cayeron víctimas de una terrible consunción, y murieron en la cárcel; sus amos, según el acuerdo de los capitanes y ancianos, fueron llevados a hacer penitencia en lugar público, para su vergüenza y para advertencia del resto de la ciudad de Alma Humana.

     Ésta era la manera de hacer penitencia en aquellos días: las personas que habían pecado, al ser conscientes del mal de su actuación, debían hacer pública confesión de sus faltas, y enmendar sus vidas de manera rigurosa.

     Después de esto, los capitanes y ancianos de Alma Humana trataron de encontrar a más diabolianos, allí donde acecharan, bien en madrigueras, bien en cuevas, grietas, orificios, o dondequiera que estuvieran, en o alrededor de la muralla o ciudad de Alma Humana. Pero aunque podían ver claramente las huellas de sus pisadas, y seguirlos por sus rastros y olor hasta sus escondrijos, hasta la misma boca de sus cuevas y madrigueras, no podían sin embargo hacerse con ellos ni aplicarles el peso de la ley; tan retorcidos eran sus caminos, tan fuertes sus madrigueras, y tan rápidos eran para buscar refugio en ellas.

     Pero Alma Humana actuaba ahora con mano tan dura contra los diabolianos que quedaban, que se sintieron satisfechos con ocultarse en los rincones; había pasado el tiempo en que se atrevían a caminar abiertamente y de día; ahora se veían forzados a buscar la soledad y la noche; había pasado el tiempo en que el almahumanés era su compañero; ahora los consideraban enemigos mortales. Este buen cambio lo logró la inteligencia del Sr. Vigila-Bien en la célebre ciudad de Alma Humana.

     Para este entonces, Diábolo había terminado de preparar el ejército que quería llevar consigo para destruir Alma Humana; había puesto al mando a los capitanes y otros oficiales de campo, aquellos a los que más apreciaba su furioso estómago: él mismo era el jefe supremo, Incredulidad era el general de su ejército, y sus principales capitanes se mencionarán más adelante; pero ahora pasemos a los oficiales, y a sus colores y blasones.

     1. El primer capitán era el Capitán Cólera: era capitán sobre los dubitativos de la elección, y los suyos eran los colores rojos;[290] su portaestandarte era el Sr. Destructivo, y como blasón tenía al gran dragón rojo.

     2. El segundo capitán era el Capitán Furia: era capitán sobre los dubitativos de la vocación;[291] su portaestandarte era el Sr. Tiniebla, sus colores eran los pálidos, y como blasón tenía a la serpiente voladora de fuego.

     3. El tercer capitán era el Capitán Condenación: era capitán sobre los dubitativos de la gracia;[292] los suyos eran los colores rojos, los portaba el Sr. Sin-Vida, y tenía como blasón el antro negro.

     4. El cuarto capitán era el Capitán Insaciable;[293] era  capitán sobre los dubitativos de la fe: los suyos eran los colores rojos, el Sr. Devorador era su portador, y como blasón tenía las mandíbulas abiertas.

     5. El quinto capitán era el Capitán Azufre:[294] era capitán sobre los dubitativos de la perseverancia; suyos eran también los colores rojos; el Sr. Quemazón era su portador, y su blasón era la llama azulada y hedionda.

     6. El sexto capitán era el Capitán Tormento: era capitán sobre los dubitativos de la resurrección;[295] sus colores eran los pálidos; el Sr. Mordiente era su portaestandarte, y tenía como blasón el gusano negro.

     7. El séptimo capitán era el Capitán Inquietud; era el capitán sobre los dubitativos de la salvación; suyos eran los colores rojos; el Sr. Agitación los portaba, y su blasón era[296] la lívida imagen de la muerte.

     8. El octavo capitán era el Capitán Sepulcro: era capitán sobre los dubitativos de la gloria;[297] los suyos eran los colores pálidos, su portaestandarte era el Sr. Corrupción, y como blasón tenía un cráneo y huesos de muertos.

     9. El noveno capitán era el Capitán Desesperanzado; era capitán de los llamados dubitativos de la dicha;[298] su portaestandarte era el Sr. Desesperación; suyos eran también los colores rojos, y su blasón era un hierro al rojo y el corazón endurecido.

     Éstos eran sus capitanes y éstos eran sus efectivos, éstos eran sus estandartes, éstos eran sus colores y éstos sus blasones. Sobre ellos puso el gran Diábolo a siete capitanes superiores, Lord Beelzebú, Lord Lucifer, Lord Legión, Lord Apolión, Lord Pitón, Lord Cerbero y Lord Belial; a estos siete los puso sobre los capitanes; Incredulidad era general en jefe, y Diábolo el rey. Los oficiales sin comisión, que pertenecían a su círculo, fueron hechos algunos de ellos capitanes de cientos, y otros capitanes de más. Y así quedó encuadrado el ejército de Incredulidad.

     De modo que se reunieron en la colina de la Puerta del Infierno, porque allí se habían citado, y de allí salieron directamente a la ciudad de Alma Humana. Como ya ha quedado dicho, y por cuando así lo quiso Shaddai, la ciudad había sido alertada de antemano acerca de esta expedición por el Sr. Vigila-Bien. En consecuencia, dispusieron una guardia redoblada en las puertas, y doblaron también los centinelas; montaron asimismo sus catapultas en lugares estratégicos, desde donde podrían lanzar grandes piedras para hostigar a su feroz enemigo.

     Tampoco podían los diabolianos de la ciudad hacer el daño que se habían imaginado; porque ahora Alma Humana estaba sobre la alerta. Pero, ¡ay! pobre gente, ¡cómo se aterrorizaron al ver aparecer a sus enemigos,[299] y al emplazarse delante de la ciudad, especialmente cuando oyeron el ensordecedor redoble de su tambor! Este tambor, para decir la verdad, sonaba con un fragor espantoso; aterrorizaba a todos los hombres a siete millas alrededor si estaban despiertos y lo oían. El ondear de sus colores era también terrible, y hundía en la desazón a los corazones.

     Cuando Diábolo estuvo cerca de la ciudad, se acercó primero a la Puerta del Oído, y emprendió un furioso ataque contra ella, suponiendo, parece, que sus amigos en Alma Humana habrían cumplido su parte en el interior; pero esto había sido prevenido, gracias a la vigilancia de los capitanes. Así, viéndose carente de la ayuda que esperaba de parte de sus amigos, y que su ejército recibía una contundente respuesta con las piedras que lanzaban los servidores de las catapultas (porque he de decir en favor de los capitanes, teniendo en cuenta la larga enfermedad que había afectado a la ciudad de Alma Humana, que se comportaron con gran valor), se vio obligado a retirarse[300] un tanto de Alma Humana, y a atrincherarse él y sus hombres en el campo, fuera del alcance de las catapultas de la ciudad.

44

     Diábolo, ante aquello, procedió a atrincherarse, y a levantar tres terraplenes contra la ciudad: al primero lo llamó Terraplén Diábolo, dándole su propio nombre, para atemorizar más a la ciudad de Alma Humana; a los otros tres los llamó Terraplén Alecto, Terraplén Megara y Terraplén Tisífona, porque estos son los nombres de las terribles furias del infierno. Así comenzó a hacer su juego con Alma Humana, tratándola como el león lo hace con su presa, para hacerla caer aterrorizada a sus pies. Pero, como ya he indicado, los capitanes y soldados se batieron tan vigorosamente, e hicieron tales estragos con sus piedras, que hicieron que se retirase, aunque contradiciendo a su estómago; ante ello, Alma Humana comenzó a animarse.

     Ahora el tirano izó su estandarte sobre el Terraplén Diábolo, que se levantaba al lado norte de la ciudad; y ofrecía un espectáculo horrendo, porque a modo de blasón había bordado en él, con arte diabólico, una llama ardiente, espantosa de apariencia, y la imagen de Alma Humana ardiendo en ella.

     Cuando Diábolo hubo hecho esto, ordenó a su tambor que se llegase cada noche a las murallas de la ciudad de Alma Humana, y pedir parlamentar; la orden de hacerlo de noche era porque de día le incomodaban con las catapultas; porque el tirano dijo que tenía la intención de parlamentar con la ahora acobardada ciudad de Alma Humana, y ordenó que los tambores redoblaran cada noche, para obligarlos por agotamiento a hacer por fin aquello a que al principio no se mostraban nada dispuestos.

     Así que este tambor hizo como le habían mandado: se levantó y redobló el tambor. Pero cuando su tambor redoblaba, si uno miraba hacia Alma Humana, «E aquí tinieblas y tribulación, y en sus cielos se oscureció la luz».[301] Nunca  hubo ningún son tan terrible sobre la tierra, excepto la voz de Shaddai cuando habla. Pero, ¡cómo temblaba Alma Humana! Ahora no esperaba otra cosa que ser devorada de inmediato.

     Cuando el tambor hubo redoblado el tambor en petición de parlamento, pronunció este discurso a Alma Humana: «Mi amo me ha mandado deciros que si os sometéis voluntariamente, gozaréis del bien de la tierra; pero si os mostráis tercos, está decidido a tomaros por la fuerza». Pero en el momento mismo en que el proscrito había dejado de tocar el tambor, las gentes de Alma Humana se habían ido corriendo a los capitanes que estaban en la ciudadela, por lo que nadie hubo visible, ni nadie para dar respuesta al tambor; por ello, no continuó aquella noche, sino que regresó de nuevo a su amo en el campamento.

     Cuando Diábolo vio que no iba a someter a Alma Humana con el redoble del tambor, a la noche siguiente envió a su tambor sin el instrumento, para hacer saber a los ciudadanos que quería parlamentar con ellos. Pero cuando consiguió hablar con ellos, su parlamento resultó ser un ultimátum para que la ciudad se entregara; pero no lo le escucharon ni le hicieron caso; porque recordaban lo que les había costado al principio escucharle unas cuantas palabras.

     A la noche siguiente les envió otro mensajero, y este mensajero a Alma Humana no era otro que el terrible Capitán Sepulcro. Y el Capitán Sepulcro se acercó a las murallas de Alma Humana, e hizo este discurso a la ciudad:

     «¡Oh habitantes de la rebelde ciudad de Alma Humana! ¡Os mando en nombre del Príncipe Diábolo que, sin más resistencia, abráis las puertas de vuestra ciudad y admitáis al gran señor! Pero si seguís rebelándoos, cuando hayamos tomado la ciudad os sorberemos como el sepulcro; así, si queréis obedecer a mi llamamiento, decidlo, y si no, hacédmelo saber.

     »La razón de mi llamamiento», dijo él, «es que mi señor es vuestro príncipe y señor indiscutible, como vosotros mismos habíais antes reconocido. Y el asalto que se hizo contra mi señor, cuando Emanuel lo trató de manera tan deshonrosa, no prevalecerá para que pierda su derecho, ni le impedirá tratar de recobrar lo que es suyo. Considera ahora, oh Alma Humana, si vas a mostrarte pacífica o no. Si te entregas pacíficamente, entonces renovaremos nuestra antigua amistad; pero si sigues rehusando y rebelándote, no esperes otra cosa que el fuego y la espada.»

     Cuando en la decaída ciudad de Alma Humana oyeron las palabras de este mensajero quedaron aún más afligidos, pero no intentaron darle respuesta alguna; y él se fue por donde había venido.

     Pero después de conferenciar entre ellos, como también con algunos de sus capitanes, comparecieron de nuevo ante el Lord Secretario para recibir su consejo y ayuda; porque este Lord Secretario era su principal predicador (como también se ha mencionado con anterioridad); sólo que ahora estaba muy incomodado; y le solicitaron su favor en estas dos o tres cosas.

     1. Que los mirara con favor, y que no se mantuviera tan retirado de ellos como hasta ahora. También, que tuviera a bien concederles una audiencia, para darle a conocer la miserable condición en que se hallaban. Pero a esto se les dijo como antes: «Que seguía sintiéndose muy incomodado, y que por ello no podía hacer como había hecho anteriormente».

     2. Lo segundo que le pidieron era que tuviera a bien darles consejo acerca de sus asuntos que ahora habían adquirido tal gravedad, porque Diábolo había venido y se había instalado delante de la ciudad con no menos de veinte mil dubitativos. Le dijeron también que tanto Diábolo  como sus capitanes eran gente cruel, y que tenían miedo de ellos. Pero a esto les dijo: «Tenéis que escudriñar la ley del Príncipe, y allí veréis lo que se os manda hacer».

     3. Luego le pidieron que Su Alteza les ayudara a redactar una petición a Shaddai y a su Hijo Emanuel, y que pusiera en ella su propia firma como prenda de que él era uno con ellos en la misma: «Porque, milord», dijeron, «hemos enviado muchas ya, pero no podemos recibir ninguna respuesta de paz; pero es seguro que una con tu firma logrará bien para Alma Humana».

     Pero toda la respuesta que les dio a esto fue: «que habían ofendido a su Emanuel, y que también le habían contristado a él mismo, y que por ello debían aún recibir conforme a lo que habían traído sobre sí mismos».

     Esta respuesta del Lord Secretario les cayó encima como una piedra de molino; sí, los aplastó de tal manera que no sabían que hacer; pero no osaban acceder a las demandas de Diábolo, ni a las de su capitán. De modo que este era el gran aprieto en que estaba la ciudad de Alma Humana[302] cuando el enemigo vino sobre ella: sus enemigos estaban listos para devorarla, y sus amigos no estaban dispuestos a ayudarla.

     Entonces se levantó milord Alcalde, que se llamaba Lord Entendimiento, y comenzó a reflexionar y a reflexionar, hasta que hubo conseguido consolación de aquel dicho aparentemente amargo del Lord Secretario. Porque así lo analizó: «Primero», dijo él, «esto es lo que sigue inevitablemente del dicho de milord: “que debemos aún sufrir por nuestros pecados”. Segundo: Pero la palabra “aún”, dijo él, «indica que al final seremos salvados de nuestros enemigos, y que después de algunos dolores más, Emanuel vendrá y nos será nuestra ayuda». Ahora bien, el Lord Alcalde fue tanto más analítico al considerar las palabras del Secretario por cuanto milord Secretario era más que un profeta, y porque ninguna de sus palabras carecía del más preciso significado; y los ciudadanos podían examinarlas, y exponerlas para su mayor beneficio.

     Con ello se despidieron de milord, y al regresar, pasaron a ver a los capitanes, a los que comunicaron lo dicho por milord Gran Secretario; ellos, al oírlo, compartieron la opinión que milord Alcalde. Con esto, los capitanes comenzaron a cobrar fuerzas y a prepararse para lanzar un valiente ataque contra el campamento del enemigo, y para destruir a todos los diabolianos, con los vagabundos dubitativos que el tirano había traído consigo para destruir a la pobre ciudad de Alma Humana.

     Todos, entonces, se dirigieron a sus puestos —los Capitanes a los suyos, el Lord Alcalde al suyo, el predicador subordinado al suyo, y milord Recia-Voluntad al suyo. Los capitanes deseaban hacer algo por su príncipe, porque se gozaban en hechos guerreros. Por ello, se reunieron al día siguiente y consultaron entre sí; después, decidieron responder al capitán de Diábolo con las catapultas. Y así lo hicieron al día siguiente, al salir el sol: Porque Diábolo se había aventurado a acercarse otra vez, pero las piedras de la catapulta fueron para él y los suyos como avispas. Porque así como no había nada tan terrible para la ciudad de Emanuel como el redoblar ensordecedor del tambor de Diábolo, tampoco hay nada tan terrible para Diábolo como las catapultas de Emanuel cuando son bien usadas.[303] Por ello, Diábolo se vio obligado a retirarse de nuevo, a  más distancia de la célebre ciudad de Alma Humana. Entonces el Lord Alcalde de Alma Humana hizo que repicaran las campanas, «y que se enviasen acciones de gracias al Señor Gran Secretario por vía del predicador subordinado; porque, gracias a sus palabras, los capitanes y los ancianos de Alma Humana habían recibido fuerzas contra Diábolo».

45

     Viendo Diábolo que sus capitanes y soldados, altos lores y valientes de renombre, tenían miedo, y se sentían aplastados por las piedras lanzadas desde las doradas catapultas del Príncipe de la ciudad de Alma Humana, meditó y se dijo: «Intentaré atraparlos con lisonjas, intentaré cazarlos en mi red con adulaciones».

     Por tanto, pasado cierto tiempo volvió a la muralla, pero no con tambor ni con el Capitán Sepulcro. Se había azucarado los labios y aparentaba ser un príncipe muy pacífico, con voz muy melosa, sin ningún designio maligno, sin deseo de vengarse de Alma Humana por las afrentas recibidas de parte de ellos; su único motivo, decía, era el bienestar, beneficio y ventajas de la ciudad y de sus gentes. Por ello, tras haber pedido audiencia, pidiendo que le oyeran los moradores de la ciudad, prosiguió con su discurso, y dijo:

     «¡Oh, deseada de mi alma, la célebre ciudad de Alma Humana! ¡Cuántas noches he velado y cuántos fatigosos pasos he dado, por si podía hacerte bien![304] ¡Lejos de mí querer hacerte guerra, si tan sólo os entregáis de manera pacífica y voluntaria a mí. Sabéis que erais míos de tiempo antiguo.[305] Acordaos también que cuando me teníais por Señor, y que yo gozaba de vosotros como mis súbditos, no carecíais de ninguna de las delicias de la tierra[306] de las que yo, vuestro señor y príncipe, pudiera lograr para vosotros, o pudiera inventar, para con ellas hermosearos y daros gozo. Considerad que nunca habéis padecido tantas horas duras, tenebrosas, angustiosas y de aflicción mientras erais míos, como las que habéis estado padeciendo desde que os rebelasteis contra mí; y no volveréis a tener paz hasta que vosotros y yo volvamos a ser uno como antes. Si tan solo me aceptáis de nuevo, os concederé vuestro antiguo estatuto, y más aún, lo ampliaré con abundantes privilegios;[307] con este estatuto, tu licencia y libertad será tomar, asir y hacer tuyo todo lo placentero de oriente a occidente. Y jamás te acusaré por ninguna de las afrentas que me has hecho, mientras permanezcan el sol y la luna. Y tampoco ninguno de aquellos queridos amigos míos[308] que siguen escondidos por miedo de ti en madrigueras, agujeros y cuevas de Alma Humana, te hará ya más daño; serán tus siervos y te servirán de su abundancia,[309] y en todo lo que te parezca bien. No tengo más que decirte; tú los conoces, y desde entonces en algunas ocasiones te has deleitado mucho en su compañía. ¿Por qué, pues, deberíamos estar tan enfrentados? Renovemos otra vez nuestra antigua relación y amistad.[310]

     »Ten paciencia con tu amigo; me tomo ahora la libertad de hablar tan abiertamente contigo. El amor que te tengo me lleva a ello, como también el celo de mi corazón por mis amigos contigo: por tanto, no me causes más problemas, ni a vosotros mismos os atraigáis más temores y terrores. Poseerte, te poseeré, con la paz o con la guerra; no te engañes a ti misma con el poder y la fuerza de tus capitanes, ni pensando que Emanuel vaya pronto a venir a ayudarte; porque esta fortaleza de nada te servirá.

     »He venido contra ti con un ejército fuerte y valeroso, y todos los grandes príncipes del averno están a su cabeza. Además, mis capitanes son más veloces que las águilas, más fuertes que leones, y más hambrientos de su presa que los lobos nocturnos. ¿Qué es Og de Basán? ¿Qué es Goliat de Gat? ¿Y qué son un centenar más de ellos frente al menor de mis capitanes? ¿Cómo entonces puede creer Alma Humana que escapará de mi mano y de mi poder?»

     Habiendo Diábolo terminado así su lisonjero, adulador, engañoso y mentiroso discurso a la célebre ciudad de Alma Humana, el Lord Alcalde le replicó de la siguiente manera:

     «Oh Diábolo, príncipe de las tinieblas y maestro del engaño: Tus mentirosas lisonjas ya las hemos probado de manera suficiente, y demasiado hemos gustado ya de tu destructiva copa. Y si te escuchásemos de nuevo, y con ello quebrantásemos los mandamientos de nuestro gran Shaddai para unirnos en afinidad contigo, ¿no nos rechazaría nuestro Príncipe, echándonos de sí para siempre? Y siendo desechados por él, ¿puede acaso ser lugar de reposo para nosotros aquel que él ha preparado para ti? Además, ¡oh tú vacío y contrario a toda verdad!, preferimos antes morir bajo tus golpes que aceptar tus engaños lisonjeros y aduladores».

     Cuando el tirano vio que poco iba a ganar parlamentando con milord Alcalde, cayó presa de un arrebato de rabia infernal, y resolvió intentar asaltar otra vez la ciudad de Alma Humana con su ejército de dubitativos.

     Llamó entonces a su tambor, el cual llamó a sus hombres (y mientras el tambor redoblaba, Alma Humana se estremecía), para que se dispusieran a presentar batalla a la ciudad; entonces Diábolo se acercó con su ejército, y así alineó a sus hombres: El Capitán Cruel y el Capitán Tormento fueron apostados delante de la Puerta de la Sensibilidad, y les mandó que se situaran allí para la batalla. También dispuso que en caso necesario acudiera el Capitán Inquietud. En la Puerta de la Nariz puso al Capitán Azufre y al Capitán Sepulcro, y les ordenó que estuvieran dispuestos en aquel lado de la ciudad de Alma Humana. Pero ante la Puerta del Ojo puso a aquel hombre de cara pavorosa, al Capitán Desesperanzado, y también allí izó su terrible estandarte.

     Era el Capitán Insaciable quien debía cuidarse de la impedimenta de Diábolo, y también fue designado para custodiar a las personas y cosas que en cualquier momento pudieran ser capturadas al enemigo.

     La Puerta de la Boca la reservaban los habitantes de Alma Humana como puerta para efectuar salidas; por ello, la defendían enérgicamente: Era por medio de ella y desde ella que los ciudadanos enviaban sus peticiones a su Príncipe Emanuel. Era también desde la parte superior de esta puerta que los capitanes atacaban con las catapultas a sus enemigos. Porque aquella puerta se levantaba sobre una eminencia, de manera que la situación de las catapultas en ella permitía hacer estragos en el ejército del enemigo. Por esta y otras causas, Diábolo intentó, si le era posible, cerrar la Puerta de la Boca con suciedad.

     Mientras Diábolo estaba fuera ocupado con todos sus preparativos para emprender lanzar su asalto contra la ciudad de Alma Humana, también estaban en el interior los capitanes y soldados de la ciudad ocupados preparándose para la defensa; montaron sus catapultas, izaron sus banderas, tocaron sus trompetas y se dispusieron en el orden de batalla que consideraron más adecuado para hostigar al enemigo y para poner en ventaja a Alma Humana, dando órdenes a sus soldados de estar listos al oír el toque de la trompeta de guerra. A Lord Recia-Voluntad se le encargó vigilar contra los rebeldes del interior, y que hiciera todo lo posible por capturarlos mientras estaban fuera de sus cuevas, guaridas y grietas en la muralla de la ciudad de Alma Humana, o por ahogarlos dentro de ellas. Y, para ser justos con él, desde que hizo penitencia por su falta, demostró tanta honradez y valor como cualquier otro en Alma Humana. Porque apresó a un tal Desenfadado, y a su hermano Vivaz, los dos hijos de su siervo Diversión-Inocente (porque hasta entonces, aunque el padre había sido encarcelado, los hijos vivían en casa de Lord Recia-Voluntad), y los crucificó con sus propias manos. Y ésta fue la razón de que los colgara: después que su padre fuese entregado al carcelero, Sr. Fiel, ellos comenzaron a actuar conforme a su padre, y a juguetear con las hijas de su señor; más aún, se rumoreaba que se tomaban excesivas libertades con ellas, lo cual llegó a oídos de su señoría. Ahora bien, siendo que su señoría no estaba dispuesto a dar muerte a nadie de una manera precipitada, no actuó precipitadamente contra ellos, sino que puso vigilantes y espías para ver si la cosa era cierta. Pronto le informaron, porque sus dos siervos, que se llamaban Descubre y Dilo-Todo, los descubrieron más de una y dos veces actuando de manera indecorosa, y se lo dijeron a su señor. Entonces, cuando Lord Recia-Voluntad tuvo suficiente fundamento para creer que aquello era cierto, tomó a los dos diabolianos (porque esto eran, porque su padre era diaboliano por parte de padre), y los lleva a la Puerta del Ojo, donde levantó una cruz muy alta, y allí colgó a los jóvenes villanos, desafiando al Capitán Desesperanzado y al horrible estandarte del tirano. Esta cristiana acción del valiente Lord Recia-Voluntad deprimió mucho al Capitán Desesperanzado,[311] desanimó el ejército de Diábolo, infundió temor a los partidarios de Diábolo en Alma Humana, y dio aliento y ánimo a los capitanes del Príncipe Emanuel. Porque ahora se dieron cuenta los del exterior, por esta acción, que Alma Humana estaba dispuesta a luchar, y que los diabolianos del interior de la ciudad no podrían actuar como Diábolo había esperado. Y no fue ésta la única prueba de la honradez del valiente Lord Recia-Voluntad ante la ciudad, ni de su lealtad a su Príncipe, como veremos después.

     Entonces, los hijos de Prudente-Parco, que vivían con el Sr. Mente (porque Parco dejó a sus hijos con el Sr. Mente cuando lo encarcelaron, y sus nombres eran Agarra y Recoge-Todo; estos los engendró de la hija bastarda del Sr. Mente, que se llamaba Sra. Retén-lo-Malo), al ver cómo Lord Recia-Voluntad había tratado a los que vivían con él, intentaron fugarse para no correr idéntica suerte. Pero el Sr. Mente, previendo esto, los tomó y los encerró en su casa hasta la mañana (porque esto ocurrió durante la noche), y recordando que por la ley de Alma Humana todos los diabolianos tenían que morir (y desde luego que lo eran por parte de padre, y algunos dicen que también por parte de madre), los encadenó luego, y los condujo al mismo lugar donde Lord Recia-Voluntad había colgado a los suyos antes, y allí los colgó él también.

     Los ciudadanos también cobraron mucho aliento con esta acción del Sr. Mente, e hicieron lo que estaba en su mano para capturar a más de aquellos perturbadores diabolianos de Alma Humana; pero, para aquel entonces, el resto se mantenían tan escondidos y quedos que no se les pudo encontrar. Entonces dispusieron una guardia diligente, y se fueron todos a sus casas.

46

     Ya os he dicho hace poco que Diábolo y su ejército quedaron algo turbados y desalentados al ver al Lord Recia-Voluntad colgar a aquellos dos jóvenes diabolianos. Pero este desaliento se transformó pronto un frenesí de furia y rabia contra la ciudad de Alma Humana. Iba a luchar contra ella hasta el fin. Por su parte, los ciudadanos y capitanes del interior vieron fortalecidas sus esperanzas, creyendo que al final alcanzarían la victoria; así que les temieron menos. También su predicador subordinado pronunció un sermón sobre ello, y escogió como texto guía: «Gad, ejército le acometerá; mas él acometerá al fin».[312] Por ello expuso que aunque Alma Humana sería al principio muy afligida, finalmente la victoria la alcanzaría ciertamente Alma Humana.   

     Entonces Diábolo mandó que redoblara su tambor para iniciar una carga contra la ciudad; y los capitanes en la ciudad llamaron a cerrar contra ellos, pero no con tambor; lo que ellos hicieron sonar contra los enemigos eran trompetas de plata. Entonces los del campamento de Diábolo se lanzaron a la ciudad para tomarla, y los capitanes en la ciudadela, con las catapultas de la Puerta de la Boca, los fueron batiendo a discreción.[313] Y ahora nada se oía en el campamento de Diábolo sino terrible ira y blasfemias; pero en la ciudad se oían buenas palabras, oraciones y el cántico de los salmos. El enemigo replicaba con horribles contradicciones y con el espantoso redoble de su tambor; pero la ciudad respondía con los disparos de sus catapultas y con las melódicas notas de sus trompetas. Y así la lucha duró varios días, con sólo breves pausas ocasionales, que los ciudadanos aprovechaban para un refrigerio, y los capitanes se preparaban para otro asalto.

     Los capitanes de Emanuel iban revestidos de armaduras de plata, y los soldados con resistentes corazas; los soldados de Diábolo iban revestidos de un acero hecho para detener los disparos de las máquinas de Emanuel. En la ciudad había heridos, algunos levemente, otros padecían heridas graves. Lo peor es que los cirujanos escaseaban en Alma Humana, porque Emanuel estaba ausente. Pero con las hojas de un árbol se mantenía con vida a los heridos;[314] sin embargo, sus heridas se infectaban mucho, y algunos hedían de una manera insoportable. De los ciudadanos, los siguientes estaban heridos: milord Razón, que fue herido en la cabeza; otro fue el valiente Lord Alcalde, que había recibido una herida en el ojo. Otro herido era el Sr. Mente, que sufrió una herida en el estómago. El honrado predicador subordinado recibió también una herida no lejos del corazón; pero ninguna de estas era mortal.

     Muchos también de las clases inferiores[315] fueron no sólo heridos, sino muertos en el acto.

     Pero en el campamento de Diábolo había heridos y muertos en gran número. Por ejemplo, el Capitán Cólera fue herido, y también el Capitán Cruel. El Capitán Condenación se vio forzado a retirarse y a parapetarse más lejos de Alma Humana. También quedó aplastado el estandarte de Diábolo, y su portador, el Capitán Mucho-Daño, murió por una piedra de una catapulta que le partió la cabeza, para no poco dolor y vergüenza de su príncipe Diábolo.

     También murieron muchos de los dubitativos, aunque quedaron suficientes para hacer temblar y tambalear a Alma Humana. Ahora bien, la victoria de aquel día era de Alma Humana, y esto infundió mucho aliento a los ciudadanos y a los capitanes, e hizo que cayera una nube sobre el campo de Diábolo, pero esto los enfureció todavía más. Así, el día siguiente Alma Humana descansó, y se dio orden que repicaran las campanas; también resonaron gozosas las trompetas, y los capitanes vitoreaban por la ciudad.

     Lord Recia-Voluntad tampoco se quedó ocioso, sino que llevó a cabo un extraordinario servicio contra los enemigos interiores, los diabolianos del interior de la ciudad, no sólo manteniéndolos atemorizados, porque logró capturar a un sujeto llamado Sr. Todo-Vale, de quien se ha hecho mención con anterioridad; porque recordaréis que fue él quien llevó tres hombres a Diábolo, que los diabolianos habían tomado prisioneros del campamento de Boanerges, persuadiéndolos para que se alistaran bajo el tirano, para luchar contra el ejército de Shaddai. Lord Recia-Voluntad también apresó a otro destacado diaboliano llamado Pie-Descuidado. Este Pie-Descuidado era un explorador de los proscritos de Alma Humana, y solía llevar mensajes desde Alma Humana al campamento, y desde el campamento a los enemigos de Alma Humana en el interior de la ciudad. A estos dos los envió bajo custodia al Sr. Fiel, el carcelero, con órdenes de mantenerlos en cadenas; porque quería sacarlos para crucificarlos cuando llegase la mejor oportunidad para la corporación, y para desaliento del campamento enemigo.

     Milord Alcalde, aunque no podía moverse con la misma facilidad que antes, debido a la herida que había recibido últimamente, dio órdenes a todos los naturales de Alma Humana para que se mantuviesen atentos y vigilantes, y que, si se daba la ocasión, demostrasen su valor.

     El Sr. Conciencia, el predicador, también hizo todo lo que estaba en su mano para mantener vivo el recuerdo de sus documentos en los corazones de los pobladores de Alma Humana.

     Pasado un cierto tiempo, los capitanes y los valientes de la ciudad de Alma Humana resolvieron hacer una salida contra el campamento de Diábolo, y hacerla durante la noche; y ahí estuvo la insensatez de Alma Humana (porque la noche es siempre lo mejor para el enemigo, pero la peor oportunidad para que Alma Humana se lance a la lucha). Pero estaban decididos a hacerlo, de tanto que se habían fortalecido sus ánimos; también tenían su última victoria aún fresca en la memoria.

     Llegada la noche señalada, los valientes capitanes del Príncipe echaron suertes para determinar quién debería ir a la vanguardia de esta nueva y desesperada expedición contra Diábolo y contra su ejército; y la suerte de encabezar este desesperado intento recayó en los capitanes Creencia, Experiencia y Buena Esperanza. (A Experiencia lo había  nombrado Capitán el Príncipe cuando estaba en la ciudad de Alma Humana.) Así, como digo, hicieron la salida contra los asediadores, y sucedió que se encontraron en medio del grueso de las fuerzas del ejército enemigo. Ahora bien, como Diábolo y los suyos eran expertos en el arte de la lucha nocturna, dieron la alarma, y se mostraron tan listos para presentarles batalla como si les hubieran avisado de su llegada. Se lanzaron entonces furiosamente al ataque, y se asestaron duros golpes de una y otra parte; el tambor infernal redoblaba también de manera aturdidora, mientras que sonaban dulcemente las trompetas del Príncipe. Y así se entabló la batalla; el Capitán Insaciable vigilaba la impedimenta del enemigo, y esperaba recibir las presas que le dieran.

     Los capitanes del Príncipe lucharon tenazmente, y más allá de lo que se pudiera esperar; hirieron a muchos e hicieron que todo el ejército de Diábolo se batiera en retirada. Y no sé como fue, que cuando los valientes capitanes Creencia, Buena Esperanza y Experiencia estaban persiguiendo, dando mandobles y corriendo en pos del enemigo en desbandada, el Capitán Creencia tropezó y cayó, y al caer se hizo mucho daño, y no se pudo levantar hasta que el Capitán Experiencia lo ayudó, con lo que sus hombres estaban ahora en desorden. El capitán sufría también de manera tan terrible que no podía dejar de gritar; ante esto, los otros dos capitanes desfallecieron, pensando que el Capitán Creencia había recibido una herida mortal; sus hombres quedaron aún más desorientados, y no tenían ánimos para luchar. A esto Diábolo, agudo observador, y aunque en este momento había sufrido cuantiosas pérdidas y huía, al darse cuenta de que sus perseguidores se habían detenido, y suponiendo por ello que los capitanes estaban o bien heridos o bien muertos, se detuvo primero, se dio la vuelta, y luego se abalanzó contra el ejército del Príncipe con tanta furia como el infierno pudo darle; y vino en dar con los tres capitanes, el Capitán Creencia, el Capitán Buena Esperanza y el Capitán Experiencia, y los sajó, hirió y traspasó tan terriblemente que apenas si pudieron ponerse a salvo de nuevo en la ciudad, a causa del desaliento, del desorden, y de las heridas que ahora habían recibido, y también por su mucha pérdida de sangre, aunque eran los tres guerreros más capaces de Alma Humana.

     Al ver el grueso del ejército del Príncipe que estos tres capitanes habían sido rechazados de manera tan vigorosa y terrible,[316] pensaron que lo más prudente sería hacer una retirada tan ordenada como pudieran, y volvieron así a la puerta desde la que habían hecho la salida; así concluyó esta acción. Pero Diábolo se sentía tan exaltado por lo hecho aquella noche que se prometió que en pocos días lograría una fácil y completa conquista de Alma Humana.

47

     Así, al día siguiente Diábolo se acercó intrépidamente ante la ciudad, exigiendo entrada, y que ellos se entregaran a su gobierno. También los diabolianos que estaban dentro comenzaron a envalentonarse, como veremos después.

     Pero el valiente Lord Alcalde replicó que lo que quería lo tendría que lograr por la fuerza; que en tanto que Emanuel, el Príncipe de ellos, viviera (aunque por ahora no estuviera con ellos, como era su deseo), jamás consentirían entregar Alma Humana a otro.

     Y con esto, Lord Recia-Voluntad se levantó, y dijo: «Diábolo, tú, amo del averno, y enemigo de todo lo bueno: nosotros, los pobres moradores de Alma Humana, somos demasiado bien conocedores de tu dominio y gobierno, y con el fin de aquellas cosas que de cierto seguirán si nos sometemos a ti, para hacer tal cosa. Por ello, aunque cuando carecíamos de conocimiento dejamos que tú nos tomaras (como el ave que no vio el lazo, cayendo en manos del cazador), sin embargo, desde que hemos pasado de las tinieblas a la luz, también hemos pasado del poder de Satanás a Dios. Y aunque por medio de tu sutileza, y también de la sutileza de los diabolianos en el interior, hemos sufrido graves pérdidas, y hemos también quedado sumidos en gran perplejidad, sin embargo no nos entregaremos, no rendiremos nuestras armas, y no cederemos ante un horrendo tirano como tú; antes preferimos morir en nuestros puestos. Además, tenemos la esperanza de que a su debido tiempo vendrá la liberación desde la corte, y por ello seguiremos manteniendo la guerra contra ti».

     Este valeroso discurso de Lord Recia-Voluntad, junto con el del Lord Alcalde, abatió en cierta medida la audacia de Diábolo, aunque encendió su ardiente rabia. También fue de ánimo para los ciudadanos y capitanes; más, actuó como un apósito para la herida del valiente Capitán Creencia; porque se ha de saber que este discurso, en estas circunstancias (cuando los capitanes de la ciudad, y sus hombres de guerra habían vuelto derrotados, y el enemigo había cobrado aliento y valor para llegarse a las murallas y a exigir la entrada, como lo hacía), fue oportuno, y también ventajoso.

     Lord Recia-Voluntad también actuó con valor en el interior, porque mientras los capitanes y soldados estaban en el campamento, él estaba sobre las armas en la ciudad, y allí donde descubría a un diaboliano, allí tenía el tal que sentir el peso de su mano y también el filo de su penetrante espada; a muchos de los diabolianos hirió entonces, como a Lord Cavilación, a Lord Precipitación, a Lord Pragmático y a Lord Murmuración; también mutiló gravemente a varios de las clases más bajas, aunque no se puede dar aquí ahora una lista de los que mató. La causa, o más bien la ventaja que tuvo Lord Recia-Voluntad en este momento para conseguirlo, fue que los capitanes se habían ido a luchar contra el enemigo en su campamento, y que entonces los diabolianos pensaron para sí: «Ahora es nuestra oportunidad de movernos y de causar una perturbación en la ciudad». Entonces se reunieron en un grupo, y se lanzaron a perturbar Alma Humana, como si nada hubiera en ella sino torbellino y tempestad. Fue entonces que él aprovechó esta oportunidad para caer sobre ellos con sus hombres, atacándolos a mandobles e hiriendo con un valor irresistible; ante esto, los diabolianos se dispersaron apresuradamente y huyeron a sus guaridas, y milord se volvió a su lugar.

     Esta valerosa acción de Lord Recia Voluntad compensó en cierta medida el daño que había hecho Diábolo a los capitanes, y también les hizo ver que Alma Humana no iba a caer por la pérdida de una o dos batallas;[317] por ello, otra vez vio el tirano recortadas sus alas por lo que a su jactancia se refiere —me refiero en comparación a lo que se hubiera podido jactar si los diabolianos hubieran puesto a la ciudad en la misma situación en que él había puesto a los capitanes.

     Bien, sucede entonces que Diábolo decide lanzar otra intentona contra Alma Humana. «Porque», decía para sí, «ya que los he vencido una vez, los podré vencer dos». Ordenó entonces a sus hombres que estuvieran dispuestos a una cierta hora de la noche para lanzar un nuevo ataque sobre la ciudad; y mandó en especial que lanzaran todas sus fuerzas contra la Puerta de la Sensibilidad,[318] tratando de abrirse paso en la ciudad por ella. La consigna que entonces dio a sus oficiales y soldados fue «¡Fuego del Infierno!». «Y», añadió, «si logramos forzar la entrada, como es mi deseo, que aquellos que entren procuren no olvidar la consigna. Y que nada más se oiga en la ciudad de Alma Humana sino “¡Fuego del Infierno!”, “Fuego del Infierno!”» El tambor debía también redoblar sin cesar, y los portaestandartes debían hacer ondear sus colores; también los soldados debían actuar con todo su valor, y cuidarse de cumplir valerosamente su parte contra la ciudad.

     Así, al llegar la noche, y habiendo preparado todo el tirano, asestó un ataque por sorpresa contra la Puerta de la Sensibilidad, y después de haber embestido allí un tiempo, hizo saltar la puerta: lo cierto es que las hojas de la puerta estaban ya debilitadas, y por ello fue fácil hacerlas ceder. Cuando Diábolo hubo logrado hasta aquí su propósito, dispuso a sus capitanes (Tormento e Inquietud) en este lugar; luego intentó penetrar más adentro, pero los capitanes del Príncipe cayeron sobre él, dificultando su entrada más de lo que pensaba. Y, para ser veraces, opusieron toda la resistencia que les era posible; pero siendo que tres de sus mejores y más valerosos capitanes estaban heridos,[319] y que por sus heridas habían quedado muy incapacitados para dar a la ciudad el servicio que querrían (y siendo que el resto tenían más que llenas las manos con los dubitativos y con los capitanes de Diábolo), se vieron abrumados por aquella fuerza, y no pudieron mantenerlos fuera de la ciudad. Entonces los hombres del Príncipe y sus capitanes se retiraron la ciudadela, la fortaleza de la ciudad; y esto lo hicieron en parte por su propia seguridad, y en parte, o más bien principalmente, para preservar para Emanuel la prerrogativa regia de Alma Humana; porque éste carácter tenía la ciudadela de Alma Humana.

     Así que, habiendo huido los capitanes la ciudadela, el enemigo entró en posesión del resto de la ciudad sin encontrar mucha resistencia, y se extendió por toda ella, y mientras avanzaban, iban gritando, según la consigna del tirano: «¡Fuego del Infierno! ¡Fuego del Infierno! ¡Fuego del Infierno!», de modo que nada se oía por un tiempo por toda la ciudad de Alma Humana más que el terrible son de «¡Fuego del Infierno!» junto con el redoble del tambor de Diábolo. Y ahora se ennegrecieron los cielos sobre Alma Humana,[320] y para la razón no parecía más sino que le esperaba la ruina. Diábolo acuarteló a sus soldados en las casas de los habitantes de Alma Humana. Sí, la misma casa del predicador subordinado se llenó de estos extranjeros dubitativos, tantos como pudieron caber, y así sucedió con la de milord Alcalde y la de milord Recia-Voluntad. No quedó un rincón, una casa humilde, un granero ni una pocilga que no estuvieran llenos de esta plaga. Echaban de sus casas a los hombres de la ciudad, se tendían en sus camas, y se sentaban a sus mesas en lugar de ellos. ¡Ah, pobre Alma Humana! ¡Como sientes ahora los frutos del pecado! ¡Qué ponzoña destilaban las palabras lisonjeras del Sr. Seguridad Carnal! Causaron grandes destrozos en todo aquello en que pudieron echar las manos; incendiaron la ciudad en diversos lugares;[321] también destrozaron a muchos niños lanzándolos contra las peñas;[322] y los aún no nacidos los destruyeron en los vientres de sus madres; porque no se puede pensar que iba a ser de otra manera, porque ¿qué conciencia, qué piedad, que entrañas de compasión puede esperarse de manos de extranjeros dubitativos? Muchas mujeres de Alma Humana,[323] tanto jóvenes como mayores, fueron forzadas y violadas, y abusadas bestialmente, de manera que se desvanecieron, abortaron y muchas de ellas murieron, y así yacían por las calles y por los lugares de la ciudad.

     Y ahora Alma Humana no parecía más que una cueva de dragones, un emblema del infierno y un lugar de negra tiniebla. Ahora Alma Humana parecía un yermo estéril; nada aparecía sobre la faz de Alma Humana sino espinos, cardos, zarzales, malas hierbas y plantas hediondas. Os he dicho antes cómo estos diabolianos dubitativos echaron de sus camas a los hombres de Alma Humana,[324] y ahora añadiré que los hirieron, los apalearon, y casi descerebraron a muchos de ellos. A muchos, he dicho, más bien a casi todos, por no decir que a todos ellos. Y tan malherido quedó el Sr. Conciencia, y tanto se enconaron sus heridas, que no podía descansar ni de noche, ni de día, sino que yacía como si estuviera de continuo sobre el potro del tormento; si no fuera porque Shaddai lo controla todo, lo habrían matado en el acto. A Lord Alcalde lo maltrataron de tal manera que casi le arrancaron los ojos; y si Lord Recia-

Voluntad no hubiera encontrado refugiado en la ciudadela, lo habrían despedazado; porque a él lo consideraban, tal como estaba ahora su corazón, como lo peor de Alma Humana contra Diábolo y sus partidarios.[325] Y desde luego se comportó con gran valentía; ya oiréis de más de sus hazañas más adelante.

     Ahora se podría estar andando durante días por Alma Humana, y apenas haber visto en la ciudad a nadie que pareciera una persona religiosa.[326] ¡Oh, qué terrible era ahora el estado de Alma Humana! Cada rincón estaba lleno de dubitativos extranjeros; casacas rojas y casacas negras patrullaban las calles en grupos y saturaban las casas con ruidos horrorosos, cánticos vanos, historias mentirosas y lenguaje blasfemo contra Shaddai y contra su Hijo.[327] También los diabolianos que habían merodeado en las murallas, grietas y guaridas de la ciudad de Alma Humana, salieron y se mostraban abiertamente; sí, caminaban codo con codo con los dubitativos que habían entrado en Alma Humana. Ahora gozaban de más libertad para caminar por sus calles, para estar en las casas y para mostrarse en público que los naturales de la ahora desgraciada ciudad de Alma Humana.

48

     Pero Diábolo y sus extranjeros no gozaban de paz en Alma humana; porque no eran agasajados como a los capitanes y a las tropas de Emanuel. Los ciudadanos los hostigaban en la medida de sus posibilidades, y no podían disfrutar de ningunas de las ventajas de Alma Humana excepto aquellas que arrebataban contra la voluntad de los ciudadanos; éstos escondían de los ocupantes todo lo que podían, y lo que no podían, lo daban contra su voluntad. Ellos, ¡pobres!, hubieran preferido tener sus casas para sí antes que tal compañía; pero eran ahora cautivos, y cautivos estaban obligados a ser.[328] Pero, como digo, les negaban todo lo que podían, y mostraban toda la repugnancia que podían.

     También los capitanes, desde la ciudadela, los tenían constantemente en suspenso con sus catapultas, para gran desazón e inquietud de los enemigos. Es cierto que Diábolo emprendió muchos y repetidos intentos de forzar la apertura de las puertas de la ciudadela, pero el Sr. Temor-de-Dios había sido hecho guardián de las mismas, y era él tan firme, constante y lleno de arrojo que era absurdo pensar que tal cosa pudiera suceder mientras él viviera, por mucho que quisieran, de modo que todos los ataques de Diábolo contra de él resultaron fallidos. A veces he deseado que este hombre hubiera tenido plenos poderes en el gobierno de la ciudad de Alma Humana.

     Resumiendo, esta fue la condición de la ciudad de Alma Humana a  lo largo de unos dos años y medio: la ciudad era el centro de la guerra, la población de la ciudad se había visto forzada a  ocultarse, y la gloria de Alma Humana estaba hundida en el polvo. ¿Qué descanso iban a tener entonces sus habitantes, de qué paz podía disfrutar Alma Humana, y qué sol podía brillar sobre ella? Si el enemigo hubiera estado mucho tiempo en la llanura alrededor cercando la ciudad, esto habría bastado para hacerles padecer hambre; pero ahora, con el enemigo dentro, cuando la ciudad misma era su tienda, su trinchera y muralla de ataque contra la ciudadela de la ciudad; cuando la ciudad será usada contra la misma ciudad, sirviendo a los enemigos de su fuerza y vida, los cuales, como digo, harán uso de los fuertes y de los baluartes de la ciudad para asentarse en ella, hasta tomar, despojar y derribar la ciudadela[329] … ¡esto era terrible! Y tal era la situación de la ciudad de Alma Humana.

     Después que la ciudad de Alma Humana se viese en esta triste y lamentable situación durante todo el tiempo que os he dicho, y sin que sirviera de nada ninguna de las peticiones que habían estado presentando ante el Príncipe, se reunieron los habitantes de la ciudad, es decir, los ancianos y los principales de Alma Humana, y, después de haberse estado doliendo de su miserable estado y del terrible juicio que les había caído encima, resolvieron escribir otra petición y enviarla a Emanuel, que les diese auxilio. Pero el Sr. Temor-de-Dios se levantó, y dijo que sabía que su Señor el Príncipe nunca había aceptado ni aceptaría nunca de parte de nadie una petición sobre estas cuestiones, excepto que figurase sobre la misma la firma del Lord Secretario. «Y esta es la razón», añadió, «de que no hayáis recibido respuesta hasta ahora». Entonces resolvieron redactar una, y que pedirían al Lord Secretario que la firmase. Pero el Sr. Temor-de-Dios respondió otra vez, y dijo que sabía que el Lord Secretario no iba  a firmar petición alguna si él no había participado en su redacción y preparación. «Además,» dijo, «el Príncipe distingue la letra de mi Lord Secretario de entre todas las letras del mundo; de modo que no se le puede engañar con ningún tipo de falsa pretensión. Mi consejo es que os presentéis al Lord, y que imploréis su ayuda». (El Lord Secretario seguía habitando en la ciudadela, en la que estaban ahora los capitanes y soldados.)

     Así, aceptando el consejo del Sr. Temor-de-Dios, se lo agradecieron calurosamente, y actuaron en consecuencia. Fueron, pues, a presentarse ante milord Secretario, y le hicieron saber la razón de su visita: que, por cuanto Alma Humana estaba en un estado tan lamentable, que condescendiera su Alteza a redactar una petición por ellos a Emanuel, el Hijo del poderoso Shaddai, y al Rey de ellos su Padre por medio de él.

     Entonces respondió el Secretario: «¿Qué ruego queréis que redacte en vuestro favor?» Y ellos dijeron: «Milord conoce mejor el estado y la condición de Alma Humana; y cómo hemos recaído y degenerado en cuanto a nuestro Príncipe; también sabes quién ha venido a hacernos la guerra, y que Alma Humana es ahora campo de batalla. Milord sabe también los terribles maltratos de que han sido objeto de parte de ellos nuestros hombres, mujeres y niños, y cómo los diabolianos que se habían criado aquí gozan ahora de más libertad por las calles de Alma Humana que sus ciudadanos. Así, quiera Milord, según la sabiduría de Dios que es en él, redactar una petición en nombre de estos sus pobres siervos a nuestro Príncipe Emanuel». «Bien», dijo el Lord Secretario: «Escribiré una petición por vosotros, y también pondré en ella mi firma». Ellos respondieron entonces, «¿Pero cuándo vendremos a recogerla de manos de nuestro Señor?» Y él dijo: «Vosotros mismos debéis estar presentes en su redacción; sí, tenéis que poner en ella vuestros deseos. Es cierto que la mano y la pluma serán las mías, pero el papel y la tinta deben ser los vuestros; si no, ¿cómo podréis decir que es vuestra petición? Yo no tengo necesidad de pedir nada por mí mismo, por cuanto yo no he ofendido». Luego añadió: «Ninguna petición va en mi nombre al Príncipe, y con ello a su Padre por medio de él, sino cuando las personas principalmente interesadas en ella se unen de corazón y en alma en ella, porque esto se debe incorporar en la petición».

     Así que aceptaron de corazón lo que exponía el Lord, e inmediatamente se procedió a la redacción de la petición. Pero ahora surgió la cuestión de quién sería el mensajero. El Secretario aconsejó que la llevase el Capitán Creencia, porque era persona bien hablada. Entonces lo llamaron y le propusieron esta misión. «Bien», dijo el Capitán, «acepto de todo corazón; y aunque estoy cojo, haré esto por vosotros con toda la premura y tan bien como me sea posible».

     El contenido de esta petición era como sigue:

     «¡Oh nuestro Señor y Soberano Príncipe Emanuel, poderoso y longánime Príncipe! La gracia se derramó en tus labios, y a ti pertenecen la misericordia y el perdón, aunque nos rebelamos contra ti. Nosotros, que no somos ya más dignos de ser llamados tu Alma Humana, ni dignos siquiera de participar en las comunes bendiciones, te rogamos, y a tu Padre por medio de ti, que quites nuestras transgresiones. Confesamos que tú podrías echarnos para siempre de delante de ti; pero no lo hagas, por causa de tu nombre. Que nuestro Señor tome más bien la oportunidad, ante nuestra miserable condición, de mostrarnos sus entrañas de misericordias. Nos vemos rodeados por todos los lados, Señor; nuestras propias recaídas nos reprueban; nuestros diabolianos dentro de  nuestra ciudad nos espantan; y el ejército del ángel del abismo sin fondo nos angustia. Tu gracia puede ser nuestra salvación, y no tenemos adonde ir más que a ti.

     »Además, oh Príncipe lleno de gracia, hemos debilitado a nuestros capitanes, y están desanimados, enfermos, y recientemente algunos de ellos han sido gravemente heridos y batidos en campo de batalla por el poder y la fuerza del tirano. Hasta aquellos nuestros capitanes en cuyo valor solíamos confiar más están malheridos. Además, Señor, nuestros enemigos son enérgicos y contundentes; fanfarronean y hablan arrogantemente, y amenazan repartirnos entre ellos como botín. Han caído sobre nosotros, Señor, con muchos miles de dubitativos, con los que no sabemos qué hacer; todos ellos tienen unos rostros horrendos e implacables, y nos retan, a nosotros y a ti.

     »Nuestra sabiduría se ha desvanecido, como también nuestro poder, porque tú te has apartado de nosotros; no tenemos nada que podamos llamar nuestro sino el pecado, la vergüenza y la confusión de rostro por nuestro pecado. Apiádate de nosotros, ¡oh Señor!, apiádate de nosotros, tu miserable ciudad de Alma Humana, y sálvanos de las manos de nuestros enemigos. Amén».

     Esta petición, como ya quedó dicho, fue dada por el Lord Secretario y llevada a la corte por el valiente y muy resuelto Capitán Creencia. Salió con ella hacia la Puerta de la Boca (porque ésta, como he dicho, era la puerta de la ciudad desde donde se hacían las salidas), y acudió con ella a Emanuel. Como salió, no lo sé; pero lo cierto es que salió, y que finalmente ello llegó a oídos de Diábolo. Ésta es la conclusión a la que he llegado, porque finalmente lo supo el tirano, e incriminó a la ciudad de Alma Humana, diciendo: «Tú, rebelde y obstinada Alma Humana, yo haré que dejes de presentar peticiones.[330] ¿Todavía estás en ello? Yo te haré cesar». Sí, y también sabía quién era el mensajero que había llevado la petición al Príncipe, y ello le hizo a una temer y llenarse de rabia.

     Así que mandó volver a redoblar su tambor, lo que para Alma Humana era algo inaguantable; pero cuando Diábolo pone a redoblar el tambor, Alma Humana tiene que soportar su fragor. Así, pues, el tambor redoblaba, y se reunieron los diabolianos.

     Entonces les dijo Diábolo: «¡Oh resueltos diabolianos!, debéis saber que hay traición en marcha contra nosotros en la rebelde ciudad de Alma Humana; porque aunque, como veis, la ciudad está en nuestras manos, sin embargo estos miserables almahumaneses han enviado y siguen teniendo la osadía de enviar mensajes a la corte de Emanuel pidiendo ayuda. Esto os lo hago saber, para que actuéis como corresponde contra la miserable ciudad de Alma Humana.[331] Por ello, ¡oh mis fieles diabolianos!, os mando que angustiéis más y más a la ciudad de Alma Humana, y que la atribuléis con todas vuestras acciones; que violéis a sus mujeres, que desfloréis a sus vírgenes, que matéis a sus niños, que hundáis las cabezas de sus ancianos, que incendiéis la ciudad, y que hagáis cuanto mal podáis; y que ésta sea mi venganza contra los almahumaneses, por sus desaforadas rebeliones contra mí».

     Éstas, pues, fueron sus órdenes; pero algo se interpuso entre ellas y su cumplimiento, porque por ahora poco podía hacer más que rabiar.

49

     Cuando Diábolo terminó, subió hasta la ciudadela, y exigió que le fueran abiertas las puertas de la misma, bajo pena de muerte, y que se le abriera la entrada a él y a los que le seguían. A esto repuso el Sr. Temor-de-Dios (puesto que él era el encargado de aquella puerta), que no se le iba a abrir, ni a él ni a los que le seguían. Dijo además que Alma Humana, cuando hubiera padecido un tiempo, sería perfeccionada, afirmada y fortalecida,

     Entonces Diábolo dijo: «Entregadme pues a los hombres que han hecho petición en mi contra, especialmente al Capitán Creencia,[332] que la llevó a vuestro Príncipe; poned a este granuja en mis manos, y me iré de la ciudad».

     Entonces intervino un diaboliano, llamado Sr. Embaucador, diciendo: «El ofrecimiento de mi señor es bueno: es mejor para vosotros que perezca un hombre, que no que sea destruida toda la ciudad de Alma Humana».

     Pero el Sr. Temor-de-Dios le replicó: «¿Cuánto tiempo quedará Alma Humana fuera de la mazmorra, si entrega su fe a Diábolo? Lo mismo es perder la ciudad que perder al Capitán Creencia; porque si se va el primero, la otra tiene que seguir por el mismo camino». Pero a esto el Sr. Embaucador no respondió.

     Entonces contestó milord Alcalde, diciendo: «¡¡Oh, tirano devorador!, tengas sabido que no oiremos ninguna de tus palabras; estamos resueltos a resistirte en tanto que quede en la ciudad de Alma Humana un capitán, un hombre, una catapulta y una piedra que lanzarte».

     Pero Diábolo le replicó: «¿Aún tenéis esperanza, aún aguardáis, aún pensáis que os vendrá ayuda y liberación?» Habéis enviado mensajes a Emanuel,[333] pero vuestra maldad está demasiado apegada a vuestras faldas para que puedan salir de vuestros labios oraciones inocentes. ¿Creéis acaso que prevaleceréis y prosperaréis en este designio vuestro? Fracasaréis en vuestro deseo, fracasaréis en vuestros intentos; porque no soy sólo yo, sino que también Emanuel está en contra de vosotros; sí, es él mismo quien me ha enviado para someteros. ¿Qué esperáis entonces? ¿O por qué medios escaparéis?

     Entonces respondió el Lord Alcalde: «Cierto, hemos pecado; pero esto en nada te ayudará, porque nuestro Emanuel ha dicho, y ello con toda su fidelidad: “El que a mí viene, de ningún modo le echaré fuera”. También nos ha dicho, oh enemigo nuestro, que “Todo será perdonado a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, cualesquiera que sean”. Por ello, no nos atreveremos a desesperar, sino que buscaremos, anhelaremos y seguiremos esperando la liberación».

     Para este tiempo, el Capitán Creencia había ya vuelto de la corte de Emanuel a la ciudadela de Alma Humana, y había traído una valija. Al oír milord Alcalde que había llegado el Capitán Creencia, se apartó de los ruidosos rugidos del tirano, y lo dejó que chillase en la muralla de la ciudad o delante de las puertas de la ciudadela. Entró luego en las estancias del capitán y, saludándolo, le preguntó por su persona y acerca de las nuevas de la corte. Pero al hacer la pregunta al Capitán Creencia, tenía los ojos anegados de lágrimas. Entonces dijo el capitán: «Animo, milord, que todo irá bien a su tiempo». Y con esto sacó primero su valija y la puso a un lado; pero esto lo interpretaron el Lord Alcalde y el resto de los capitanes como señal de buenas nuevas.[334] Habiendo llegado ahora un tiempo de gracia, mandó llamar a todos los capitanes y ancianos de la ciudad, a los que se encontraban aquí y allá en sus estancias en la ciudadela y en sus lugares de vigilancia, para hacerles saber que el Capitán Creencia había regresado de la corte, y que tenía algo que comunicarles en general y también en especial. Así, todos acudieron, le saludaron, y le preguntaron acerca de su viaje, y acerca de las noticias de la corte. Y él les respondió como antes al Lord Alcalde, que todo resultaría bien al final. Tras este saludo del capitán, abrió su valija, y de allí sacó varias cartas para aquellos que había mandado llamar.

     La primera carta iba dirigida a milord Alcalde, y decía: Que el Príncipe Emanuel se había complacido en que milord Alcalde había sido tan fiel y digno en su cargo, y a los grandes intereses que le atañían para la ciudad y la gente de Alma Humana. También quería hacerle saber que se había agradado con el valor que había mostrado por su Príncipe Emanuel, y que se había dedicado con tanta fidelidad a su causa en la lucha contra Diábolo. Al final de la carta le anunciaba también que en breve recibiría su galardón.

     La segunda carta iba dirigida al noble Lord Recia-Voluntad, y decía: Que su Príncipe Emanuel sabía bien cuán valiente y arrojado se había mostrado por el honor de su Señor, ahora ausente, y cuando su nombre estaba siendo objeto de desprecio por Diábolo. También se le decía que su Príncipe se había complacido en su gran fidelidad a la ciudad de Alma Humana, al actuar con mano tan dura y con ojo tan severo y unas riendas tan rigurosas sobre el cuello de los diabolianos, que seguían aún acechando en sus diversas guaridas en la célebre ciudad de Alma Humana. Se decía además que había sabido que milord había dado muerte con su propia mano a algunos de los principales rebeldes allí, para gran desaliento del partido enemigo y para buen ejemplo de toda la ciudad de Alma Humana; y que en breve su señoría recibiría su galardón.

    La tercera carta iba dirigida al predicador subordinado, y decía: Que su Príncipe se agradaba en su cumplimiento de forma tan honrada y fiel de su oficio, y por su obediencia a lo que su Señor le había encomendado, exhortando, reprendiendo y advirtiendo a Alma Humana en conformidad a las leyes de la ciudad. Decía, además, que le complacía que hubiera llamado al ayuno, al saco y a las cenizas, cuando Alma Humana estaba en rebelión. También, que hubiera pedido la ayuda del Capitán Boanerges para una acción de tanto peso; y que en breve recibiría su galardón.

     La cuarta carta iba dirigida al Sr. Temor-de-Dios, en la que su Señor le decía: Que su Señoría había observado que él había sido el primero en Alma Humana en detectar a Seguridad-Carnal como el único que, mediante su sutileza y astucia, había logrado para Diábolo una defección y degeneración de la bondad en la bendita ciudad de Alma Humana. Además, su Señor le hacía saber que seguía recordando sus lágrimas y duelo por el estado de Alma Humana. En la misma carta se mencionaba que su Señor tomaba nota de su detección de este Sr. Seguridad-Carnal, a su propia mesa y entre sus invitados, precisamente cuando trataba de consolidar sus bajezas contra la ciudad de Alma Humana. Emanuel también había tomado nota de que esta reverenda persona, el Sr. Temor-de-Dios, se mantuvo firme a las puertas de la ciudadela contra todas las amenazas e intentos del tirano; y que había dirigido a los ciudadanos a presentar su petición a su Príncipe de modo que pudiera ser aceptada, y de manera que pudieran recibir una respuesta para paz; y que por ello en breve recibiría su galardón.

     Después, sacó aún otra carta escrita a toda la ciudad de Alma Humana, por la que se les comunicaba: Que su Señor había tomado nota de la insistente repetición de sus peticiones a él, y que verían más fruto de dichas peticiones en un tiempo venidero. Su Príncipe les decía también en la carta que se agradaba en que por fin el corazón y la mente de ellos permanecía fija sobre él y sus caminos, aunque Diábolo hubiera hecho tal irrupción entre ellos; y que ni los halagos por una parte ni las dificultades por la otra pudieron llevarles a ceder para servir a sus crueles designios. También al final de esta carta se decía: Que su Señoría había dejado la ciudad de Alma Humana en manos del Lord Secretario y al mando del Capitán Creencia, diciendo: «Sed diligentes en obedecerle en su gobierno; y a su debido tiempo tendréis vuestro galardón».

     Después que el valiente Capitán Creencia hubo entregado sus cartas a sus destinatarios, se retiró a los aposentos de milord Secretario, y estuvo un tiempo allí conversando con él; porque tenían muy buena relación, y sabían más acerca de cómo irían las cosas con Alma Humana que todos los ciudadanos juntos. El Lord Secretario sentía también gran afecto por el Capitán Creencia, y éste recibía muchos buenos manjares de la mesa del Lord; además, él podía ser recibido mientras que el resto de Alma Humana estaba bajo negros nubarrones. De modo que tras un cierto tiempo de conversación, el capitán se dirigió a sus aposentos para descansar. Pero antes de pasar mucho tiempo, milord Secretario hizo llamar otra vez al Capitán. Tras pasar adentro, y habiéndose saludado como de costumbre, el capitán le preguntó: «¿Qué quiere mi Señor decir a su siervo?» Entonces el Lord Secretario lo tomó aparte, y después de un gesto o dos más de favor, le comunicó: «Te he hecho lugarteniente del Señor sobre todas las fuerzas de Alma Humana; de manera que de ahora en adelante tendrás a todos los hombres de Alma Humana bajo tu mando; tú dirigirás las entradas y salidas de Alma Humana. Tú, por ello, te encargarás, conforme a tu grado, de dirigir la guerra para tu Príncipe, y en favor de la ciudad de Alma Humana, contra la fuerza y el poder de Diábolo; y el resto de los capitanes los tendrás a tus órdenes».

     Ahora los ciudadanos comenzaron a darse cuenta del favor de que gozaba el capitán tanto ante la corte como ante el Lord Secretario en Alma Humana; porque nadie antes había alcanzado éxito al ser enviado, ni nadie había traído tales buenas nuevas de parte de Emanuel como él. Entonces, después de lamentar no haber hecho más uso de él en su angustia, enviaron a su predicador subordinado al Lord Secretario, para pedir que todo lo que eran y tenían quedase bajo el gobierno, cuidado, custodia y dirección del Capitán Creencia.

     Entonces fue el predicador a dar este recado, y recibió esta respuesta de su Señor: que el Capitán Creencia sería el gran agente en todo el ejército del Rey, contra los enemigos del Rey, y también para el bien de Alma Humana. Entonces él se inclinó hasta el suelo y dio las gracias a su Señoría, y regresó para dar las nuevas a la ciudadanía. Pero todo esto se hizo con todo el sigilo imaginable, porque los enemigos tenían todavía gran fuerza en la ciudad. Pero volvamos a nuestro relato.

50

     Al verse Diábolo enfrentado con tanto valor por el Lord Alcalde, y viendo cuán resuelto se mostraba el Sr. Temor-de-Dios, fue presa de un ataque de rabia, y convocó entonces un consejo de guerra para vengarse de Alma Humana. Se reunieron entonces todos los príncipes del abismo, y el viejo Incredulidad a la cabeza de ellos, con todos los capitanes de su ejército. Entonces conferenciaron acerca de qué iban a hacer. La orden del día y el objeto del consejo, aquel día, era cómo podrían apoderarse de la ciudadela, porque no podrían considerarse dueños de la ciudad mientras la misma estuviera en posesión de sus enemigos.

     Unos opinaban así, otros opinaban lo otro, pero no pudieron llegar a un acuerdo; entonces Apolión, que presidía el consejo, se levantó y dijo: «Hermandad, tengo dos ideas que proponeros. La primera es ésta: Retirémonos de nuevo de la ciudad a la llanura, porque nuestra presencia aquí de nada servirá, porque la ciudadela sigue en manos de nuestros enemigos; y no es posible que la podamos capturar en tanto que haya en ella tantos valerosos capitanes, y mientras que este arrojado individuo, el Sr. Temor-de-Dios sea el guardián de sus puertas. Pero, cuando nos hayamos retirado a la llanura, ellos mismos estarán complacidos de tener algo de tranquilidad; y puede que ellos mismos, por su propia cuenta, puedan de nuevo comenzar a decaer; esto mismo les asestará un golpe más fuerte que el que podamos asestarles nosotros mismos.[335] Pero si esto fracasa, puede que nuestra retirada de la ciudad induzca a los capitanes a lanzarse en pos de nosotros; y bien sabéis lo que les costó cuando luchamos antes en campo abierto. Además, si podemos atraerlos al campo abierto, podemos preparar una emboscada detrás de la ciudad, para que, cuando salgan, nos precipitemos al interior de la ciudad y tomemos posesión de la ciudadela.

     Pero Beelzebú se levantó y respondió así: «Es imposible atraerlos a todos fuera de la ciudadela; podéis estar bien seguros que algunos se quedarán en ella para guardarla; así que este intentó será en vano, excepto que tuviéramos la seguridad de que todos salgan». Por ello, concluyó que la empresa debía realizarse por otros medios. Y el medio más adecuado que pudieron inventar las mentes más preclaras fue el que Apolión había ya aconsejado antes: conseguir que los ciudadanos volvieran a pecar. «Porque no será introduciéndonos en la ciudad, ni estando en el campo, ni mediante nuestra lucha, ni matando a sus hombres, que nos haremos dueños de Alma Humana», dijo,[336] «porque en tanto que uno en la ciudad pueda levantar el dedo contra nosotros, Emanuel se pondrá del lado de ellos; y si se pone de su lado, ya sabemos qué nos sucederá. Por tanto, y por lo que a mí se refiere», prosiguió, «no hay, en mi opinión, ninguna manera mejor de volverlos a la esclavitud que idear una manera para que pequen.[337] Si hubiéramos dejado a nuestros dubitativos en casa», prosiguió, «no nos hubiera ido peor que ahora, a no ser que los hubiéramos hecho dueños y gobernadores de la ciudadela; porque los dubitativos a distancia son como objeciones refutadas con argumentos.[338] Lo cierto es que si podemos introducirlos en el reducto y hacerlos dueños del mismo, habremos alcanzado la victoria. Retirémonos por ello a la llanura (sin esperar por ello que los capitanes de Alma Humana nos vayan a seguir), pero con todo, insisto, hagamos esto, y antes de hacerlo, celebremos consejo otra vez con nuestros fieles diabolianos que quedan aún en sus guaridas en Alma Humana, y que se pongan manos a la obra para entregarnos la ciudad; porque o son ellos quienes lo van a hacer, o jamás se conseguirá». Con estas palabras de Beelzebú (porque creo que fue él quien dio este consejo), todo el cónclave se vio obligado a aceptar su opinión, esto es, que entrar en la ciudadela pasaba por hacer pecar a la ciudad. Entonces se dedicaron a pensar por qué medio podrían lograrlo.[339]

“El consejo de los malvados …

     Entonces se levantó Lucifer, diciendo: «El consejo de Beelzebú es bueno. Ahora bien, me parece que la mejor manera de conseguir el éxito es ésta: Retiremos nuestras fuerzas de la ciudad de Alma Humana; hagámoslo, y dejemos de aterrorizarlos, sea con ultimátums, sea con el fragor de nuestro tambor, sea con ningún otro medio que pueda despertarlos. Quedémonos en el campo a cierta distancia, y actuemos como si nos despreocupáramos de ellos; porque los terrores, por lo que parece, sólo sirven para ponerlos sobre las armas. Estoy también pensando en otra estratagema: Sabéis que Alma Humana es un centro mercantil, una ciudad que gusta del comercio. ¿Qué os parece si alguno de nuestros diabolianos se fingen viajeros llegados de lejanos países, y van y llevan al mercado de Alma Humana algunas de nuestras mercancías para venderlas? ¿Y qué importa a qué precio los vendan, aunque sea rebajado a la mitad? Ahora bien, que los que vayan a comerciar allí han de ser ingeniosos y fieles a nosotros, y me juego la cabeza a que esto resultará. Me acuerdo de dos que creo que servirán de manera espléndida en esto, y son el Sr. Parco-en-lo-poco-pródigo-en-lo-mucho, y el Sr. Gana-millares-y-pierde-un-reino; son dos personas excelentes. ¿Y qué os parece si además se les juntan a estos el Sr. Dulce-Mundo y el Sr. Bien-Presente? Son hombres educados y astutos, pero verdaderos amigos y ayudadores. Que estos, y otros parecidos,[340] se dediquen a estos negocios por nosotros, y que Alma Humana se ocupe en muchos negocios, que se llene y se haga rica, y ésta será la manera de conseguir arrebatarles terreno.[341] ¿No recordáis que fue de este modo que pudimos prevalecer contra Laodicea?[342] ¡Y cuántos hay hoy en día atrapados en este lazo! Cuando comiencen a enriquecerse, olvidarán sus infortunios; y, si no los sobresaltamos, puede que caigan dormidos y que descuiden la vigilancia de la ciudad, la de la ciudadela, y también la de las puertas.

     »Es posible que de esta manera lleguemos a llenar a Alma Humana con tanta abundancia, que se vean forzados a convertir su ciudadela en un almacén, en lugar de una guarnición fortificada contra nosotros y un acuartelamiento de hombres de guerra. Si logramos colocar allí nuestras mercancías y nuestros artículos, cuento con que la ciudadela es más que medio nuestra. Además, si llegamos a conseguir que se llene de todo este tipo de artículos, entonces, si les atacamos de repente, les será difícil a los capitanes refugiarse allí. ¿o no recordáis lo de la parábola, que “el engaño de las riquezas ahoga la palabra”? ¿Y también que “cuando el corazón se llena de libertinaje y embriaguez, de las preocupaciones de esta vida”, les sobreviene todo el mal de improviso?

     »Además, milores», prosiguió él, «ya sabéis de sobra que para nadie es fácil llenarse de nuestras cosas, y no tener a algunos de nuestros diabolianos como criados en sus casas y servicios. ¿Dónde encontraremos a un almahumanés que esté lleno de este mundo, y que no tenga como siervos y lacayos al Sr. Profuso, o al Sr. Prodigalidad, o a algunos otros de nuestros diabolianos, como el Sr. Voluptuoso, el Sr. Pragmático, el Sr. Ostentación, y otros como ellos? Bien, estos podrían tomar la ciudadela de Alma Humana, o hacerla saltar por los aires, o dejarla inservible para la guarnición de Emanuel, y cualquiera de estas cosas servirá a nuestro fin.[343] Sí, a mi parecer, pueden servir para cumplir nuestros propósitos con más eficacia que un ejército de veinte mil hombres. Por ello, y terminando donde empecé, mi consejo es que nos retiremos en silencio, sin atacarlos ni realizar ningún otro intento de forzar la ciudadela, al menos por ahora; y pongamos en marcha nuestro nuevo proyecto, y veamos si esto no los llevará a la autodestrucción».

     Este consejo recibió grandes aplausos de todos lados, y lo consideraron como la gran obra maestra del infierno, esto es, el proyecto de ahogar a Alma Humana con la abundancia de este mundo, y de recargar su corazón con todas sus buenas cosas. Pero, ¡veamos cómo se desarrollan las cosas! Justo en el momento en que se levantaba la sesión de este concilio diaboliano, el Capitán Creencia recibía una carta de Emanuel, cuyo contenido era: Que al tercer día se encontraría con él en el campo en la llanura alrededor de Alma Humana. «¡Reunirse conmigo en el campo!», dijo el Capitán. «¿Qué querrá decir mi Señor con estas palabras? No sé que quiere decir con esto de encontrarse conmigo en el campo». Tomando entonces la carta, la llevó al Lord Secretario para preguntarle qué pensaba él acerca de aquello. Porque el Lord Secretario era vidente en todos los asuntos referentes al Rey, y también para el bien y la consolación de la ciudad de Alma Humana. Le enseñó pues la nota a Milord, y le pidió su parecer. «Por mi parte,» dijo el Capitán Creencia, «no sé qué quiere decir». Milord la tomó y la leyó, y después de una breve pausa, dijo: «Los diabolianos han celebrado hoy una gran conferencia contra Alma Humana; como digo, hoy han estado maquinando la total destrucción de la ciudad; y el resultado de dicha reunión es que han resuelto conducir a Alma Humana por un camino tal que, si lo emprende, la llevará de cierto a la autodestrucción. Para ello, se están preparando para salir de la ciudad, con la intención de regresar al campo, y allí quedarse hasta ver si su proyecto funciona o no. Pero tú prepárate con los hombres de tu Señor (porque al tercer día ellos estarán en la llanura) para caer allí sobre los diabolianos; porque el Príncipe estará aquel día en el campo; al amanecer, o al salir el sol, o incluso antes, y ello con una gran fuerza contra ellos. Así que él se encontrará delante de ellos, y tú detrás, y entre vosotros dos quedará destruido su ejército».

     Cuando el Capitán Creencia oyó esto, fue a ver a los otros capitanes y les contó sobre la carta que hacía poco había recibido de parte de Emanuel. «Y los puntos oscuros en la misma me los ha expuesto el Lord Secretario», añadió. Además, les dijo lo que debían hacer él y ellos en obediencia a las intenciones de su Señor. Entonces se alegraron los capitanes, y el Capitán Creencia mandó a todos los trompeteros que subieran a las almenas de la fortaleza, y que allí, a oídos de Diábolo y de toda la ciudad de Alma Humana, tocaran la mejor música que el corazón pudiera inventar. Los trompeteros obedecieron lo que se les había ordenado. Subieron a la parte más alta de la ciudadela y comenzaron a hacer sonar las trompetas. Entonces se sobresaltó Diábolo y preguntó: «¿Qué significa esto? No tocan ni a montar ni a cargar. ¿Qué querrán con esto estos insensatos, que estén todavía tan alegres y dicharacheros?» Entonces le respondió así uno de los suyos: «Es de alegría porque su Príncipe Emanuel vuelve a liberar la ciudad de Alma Humana, y que a este fin está a la cabeza de un ejército, y que ya está cerca su liberación».

     A los hombres de Alma Humana les llamó también la atención esta melodiosa música de trompetas; y se dijeron a sí mismos, y también unos a otros: «Esto no puede ser para nuestro mal; seguro que no es para nuestro mal». Entonces dijeron los diabolianos: «¿Qué es mejor que hagamos?», y la respuesta fue: «Lo mejor será evacuar la ciudad». Y otro dijo: «Hagamos según vuestro último consejo, y con ello podremos presentar batalla al enemigo de mejor manera, si acude un ejército contra nosotros. Así, al segundo día evacuaron Alma Humana, y se quedaron en las llanuras alrededor; pero asentaron su campamento delante de la Puerta del Ojo de la manera más hostil y terrible que pudieron. La razón por la que no quisieron permanecer en la ciudad (aparte de las razones debatidas en su último cónclave) era que no habían conseguido tomar la ciudadela, y «porque será más cómodo para luchar, y también mejor para huir, si llega a ser necesario, cuando estemos acampados en la llanura abierta». Además, la ciudad les sería más bien una trampa que un puesto defensivo, si el Príncipe llegaba y los encerraba en ella. Por tanto, salieron al campo, para ponerse también fuera del alcance de las catapultas, que no les habían dado respiro en tanto  que permanecieron en la ciudad.

51

     Llegado ya el momento en que los capitanes debían atacar a los diabolianos, se prepararon anhelantes para la acción; porque la noche anterior, el Capitán Creencia había dicho a los otros capitanes que a la mañana siguiente se encontrarían con su Príncipe en el campo. Y esto los hizo tanto más deseosos de enfrentarse con el enemigo: porque «Mañana veréis al Príncipe en el campo» era como un aceite echado sobre un fuego ardiente; durante mucho tiempo habían estado distanciados, y por esto mismo se sentían tanto más fervorosos y deseosos de entrar en acción. Así, como he dicho, habiendo llegado el momento, el Capitán Creencia y el resto de los capitanes sacaron sus fuerzas por la puerta de las salidas antes que amaneciese. Con todo ya preparado, el Capitán Creencia se dirigió a la cabeza del ejército, y dio la consigna al resto de los capitanes, y ellos a sus suboficiales y soldados: la consigna era: «La espada del Príncipe Emanuel, y el escudo del Capitán Creencia», lo que en lengua almahumanesa significa: «La Palabra de Dios y la fe». Entonces los capitanes entraron en acción, y comenzaron a atacar el campamento de Diábolo por el frente, los flancos y la retaguardia.

     Al Capitán Experiencia lo habían dejado en la ciudad, pues todavía convalecía de las heridas que había recibido de los diabolianos en la anterior batalla. Pero al ver que los otros capitanes estaban enzarzados en la lucha, que hace más que pedir sus muletas inmediatamente, y se levanta y se lanza a la batalla, diciendo: «¿Me quedaré yo en cama, cuando mis hermanos están en la lucha, y cuando el Príncipe Emanuel se mostrará en el campo a sus siervos?» Pero cuando el enemigo vio al hombre lanzarse contra ellos con sus muletas, se desmoralizaron más aún, «porque», pensaban ellos, «¿qué espíritu anima a estos almahumaneses, que luchan contra nosotros con muletas?» Bien, los capitanes se lanzaron al ataque, como ya he dicho, y blandieron valientemente sus armas, todavía gritando y clamando mientras asestaban sus golpes: «¡La espada del Príncipe Emanuel, y el escudo del Capitán Creencia!»

     Ahora, al ver Diábolo que los capitanes habían hecho una salida y que rodeaban a sus hombres con tanta intrepidez, vio que por el momento nada se podía esperar de parte de ellos sino los mandobles y tajos de su «espada de dos filos».

     Ante ello, se lanzó también contra el ejército del Príncipe con toda su mortal fuerza. Se había entablado la batalla. ¿Y con quién se enfrentó Diábolo primero en la batalla sino con el Capitán Creencia por una parte y con Lord Recia-Voluntad por la otra? Los golpes de Lord Recia-Voluntad eran como los de un gigante, porque aquel hombre tenía un brazo fuerte; arremetió contra los dubitativos de la elección, porque eran la guardia personal de Diábolo, y los mantuvo a raya un buen rato, sajando y machacando con destreza. Al ver el Capitán Creencia al Lord Recia-Voluntad así enzarzado, también arremetió a su vez contra la misma compañía; de esta manera los pusieron en desbandada. El Capitán Buena-Esperanza se había enfrentado con los dubitativos de la vocación, que eran hombres recios; pero el capitán era un valiente. El Capitán Experiencia le prestó también algo de ayuda; de esta manera consiguieron que los dubitativos de la vocación emprendieran la retirada. El resto de los ejércitos estaban duramente empeñados por ambos lados, y los diabolianos no cejaban. Entonces el Lord Secretario ordenó que se pusieran en acción las catapultas de la ciudadela: sus hombres podían acertar a un cabello con las piedras. Pero transcurrido cierto tiempo, los que se habían retirado en desbandada delante de los capitanes del Príncipe se reagruparon y contraatacaron vigorosamente contra la retaguardia del ejército del Príncipe. Con esto, el ejército del Príncipe comenzó a dar señales de desaliento. Pero, recordando que pronto iban a ver el rostro de su Príncipe, tomaron fuerzas de flaqueza, y se luchó una durísima batalla. Entonces gritaron los capitanes: «¡La espada de Emanuel, y el escudo del Capitán Creencia!», y con ello Diábolo cedió, pensando que había llegado más auxilio. Pero Emanuel no parecía aún. Además, la batalla estaba indecisa, y ambos lados emprendieron una pequeña retirada. Durante esta pausa, el Capitán Creencia arengó animosamente a sus hombres, exhortándoles a resistir; Diábolo hizo lo mismo con los suyos tan bien como pudo. Pero el Capitán Creencia animó con esta valiente arenga a sus soldados, con palabras de este tenor:

     «Caballeros soldados y hermanos míos en este empeño, mucho me alegra ver hoy en el campo a un ejército tan resuelto y valiente para nuestro Príncipe, y a tantos fieles y amantes de Alma Humana. Hasta ahora, como os corresponde, habéis demostrado ser hombres fieles y valientes contra las fuerzas diabolianas, de modo que, a pesar de todas sus fanfarronadas, no tienen mucha causa todavía para jactarse de sus logros. Ahora cobrad valor y comportaos varonilmente esta vez nada más; porque a los pocos minutos que hayamos entablado batalla de nuevo veremos al Príncipe que llega al campo de batalla; porque debemos lanzar este segundo asalto contra el tirano Diábolo, y entonces viene Emanuel».

     Tan pronto el capitán hubo pronunciado este discurso a sus soldados, llegó un tal Sr. Veloz, un correo enviado por el Príncipe al capitán, que le comunicó que Emanuel estaba a punto de llegar. Tras recibir el capitán estas noticias, las comunicó a los otros oficiales de campo, y éstos a su vez a sus suboficiales y soldados. Así, como hombres que resucitan de los muertos, también se levantaron los capitanes y sus hombres, y arremetieron contra el enemigo, gritaron como antes: «¡La espada del Príncipe Emanuel, y el escudo del Capitán Creencia!»

     También los diabolianos se levantaron, y resistieron el embate tanto como pudieron; pero en este último encuentro los diabolianos se acobardaron, y muchos de los dubitativos cayeron muertos. Ahora, después de estar enzarzados en la batalla durante una hora o algo más, el Capitán Creencia levantó los ojos y vio a Emanuel que venía; acudía con estandartes ondeando al viento, al son de sus trompetas, y los pies de sus hombres apenas tocaban el suelo, de tan veloces que corrían adonde estaban luchando los capitanes. Entonces retrocedió Creencia con sus hombres en dirección a la ciudad, cediendo el campo a Diábolo; de modo que Emanuel cayó sobre él por un flanco, y el enemigo se encontró entre dos fuegos.[344] Así se reanudó el combate; ahora ya fue cuestión de poco tiempo para que Emanuel y el Capitán Creencia se encontrasen, hollando todavía a los muertos acercarse uno al otro.

     Cuando los capitanes advirtieron que el Príncipe había llegado y que arremetía contra los diabolianos por el otro flanco, y que el Capitán Creencia y su Alteza los habían atrapado entre dos fuegos, gritaron (y tanto gritaron que la tierra tembló): «¡La espada de Emanuel, y el escudo del Capitán Creencia!» Ahora, viendo Diábolo que él y sus fuerzas se encontraban tan acosadas por el Príncipe y su marcial ejército, no supieron hacer otra cosa, él y los señores del averno que estaban con él, que lanzarse a la fuga, abandonando su ejército y dejándolo a la destrucción a manos de Emanuel y de su noble Capitán Creencia; y así cayeron todos muertos delante de ellos, delante del Príncipe y delante de su regio ejército; no quedó un solo dubitativo vivo; yacían muertos sobre la tierra como cuando esparcen estiércol sobre un campo de labranza.

52

     Acabada la batalla, se procedió a ordenar todas las cosas en el campamento. Entonces, los capitanes y ancianos de Alma Humana acudieron reunidos a saludar a Emanuel mientras estaba aún fuera de la ciudad; le saludaron, le dieron la bienvenida, y ello con mil muestras de agradecimiento, porque se había llegado a las lindes de Alma Humana. Entonces él les sonrió y les dijo: «Paz a vosotros». Entonces ellos se dispusieron a ir a la ciudad; y a Alma Humana se dirigieron, ellos, el Príncipe, y con él las nuevas fuerzas que ahora había traído consigo a la guerra. También se le abrieron todas las puertas de la ciudad para su recepción, tan felices estaban todos por su bendita venida. Y ésta fue la manera y el orden con el que entró en Alma Humana.

     Primero. Como he dicho, todas las puertas de Alma Humana se abrieron de par en par, como también las de la ciudadela; y los ancianos de la ciudad se dispusieron a las puertas de la ciudad para saludarle cuando entrase, y así lo hicieron, porque al acercarse a las puertas, ellos decían: «Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de la gloria». Y preguntaban: «¿Quién es ese Rey de la gloria?» Y respondían ellos mismos: «Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla. Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas», etc.

     Segundo. Las autoridades de Alma Humana ordenaron que a lo largo del todo el camino desde las puertas de la ciudad hasta las de la ciudadela, su bendita Majestad fuera celebrada con cánticos de los mejores músicos de toda la ciudad; entonces los ancianos y el resto de la población de Alma Humana cantaban antífonas mientras Emanuel entraba en la ciudad, hasta que hubo llegado a las puertas de la ciudadela, acompañado de cánticos y con son de trompetas, y decían: «Aparece tu cortejo, oh Dios; el cortejo de mi Dios, de mi Rey, hacia el santuario. Los cantores iban delante, los músicos detrás; en medio las doncellas con panderos».

     Tercero. A continuación, los capitanes (porque quisiera decir algo acerca de ellos) daban escolta al Príncipe según sus rangos al entrar por las puertas de Alma Humana. El Capitán Creencia iba delante, y le acompañaba el Capitán Buena Esperanza; el Capitán Caridad venía detrás con otros de sus compañeros, y el Capitán Paciencia cerraba el cortejo. El resto de los capitanes flanqueaban a Emanuel en su entrada a Alma Humana, algunos a la derecha y otros a la izquierda. Durante todo este tiempo ondeaban los estandartes, sonaban las trompetas, y se oían constantemente los vítores de los soldados. El Príncipe mismo entró en la ciudad revestido de su armadura, que era toda de oro batido, y en su carro, que tenía columnas de plata, el respaldo de oro, su asiento de grana, y su interior tapizado de amor por las doncellas de la ciudad de Alma Humana.

     Cuarto. Cuando el Príncipe llegó a la entrada de Alma Humana, vio todas las calles llenas de lirios y flores, esmeradamente adornadas con ramas y guirnaldas de las palmeras que estaban alrededor de la ciudad.[345] Las puertas estaban llenas de gente, y habían adornado las fachadas de maneras atractivas y exquisitas para entretenerle mientras pasaba por las calles; y ellos, al pasar Emanuel, lo aclamaban con gritos y vítores llenos de júbilo, diciendo: «Bendito sea el Príncipe que viene en nombre de su Padre Shaddai».

     Quinto. En las puertas de la ciudadela los ancianos de Alma Humana, es decir, el Lord Alcalde, Lord Recia-Voluntad, el predicador subordinado, el Sr. Conocimiento, y el Sr. Mente, con otros gentilhombres de la ciudad, saludaron de nuevo a Emanuel. Se inclinaron ante él, besaron el polvo de sus pies, le dieron gracias, bendijeron y alabaron a su Alteza por no haber actuado contra ellos conforme a sus pecados, sino que había tenido compasión de ellos en su miseria, volviendo a ellos con misericordias, y para edificar su Alma Humana para siempre. Así lo llevaron enseguida a la ciudadela, que era el palacio real y el lugar donde su Honor debía morar, y que ya había sido preparada para su Alteza por la presencia del Lord Secretario y la obra del Capitán Creencia. Y así entró.

     Sexto. Entonces la población y el común de la ciudad de Alma Humana entraron donde él estaba en la ciudadela, para lamentar y llorar sus maldades con las que le habían empujado a irse de la ciudad. Así que, tras llegar, se inclinaron siete veces al suelo; y lloraron, lloraron en alta voz, y pidieron perdón al Príncipe, y le rogaron que de nuevo, como en tiempos pasados, confirmara su amor a Alma Humana.

     A esto el gran Príncipe respondió: «No lloréis, sino id, comed manjares grasos, y bebed vino dulce, y enviad porciones a quienes nada tienen preparado; porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza. He vuelto a Alma Humana con misericordias, y mi nombre será puesto en alto, exaltado y magnificado por ello». También recibió a estos habitantes, y los besó y los acogió en su regazo.

     Además, dio a los ancianos de Alma Humana y a cada oficial de la ciudad[346] una cadena de oro y un sello. También envió a sus mujeres zarcillos y joyas, y brazaletes, y otros presentes. También dio a los hijos legítimos[347] de Alma Humana muchos presentes de gran precio.

     Cuando el Príncipe Emanuel hubo hecho todo esto por la célebre ciudad de Alma Humana, les dijo entonces, primero, «Lavad vuestros vestidos,[348] y luego poneos vuestros ornamentos, y después presentaos delante mí en la ciudadela de Alma Humana». Ellos encontraron entonces el manantial que había sido abierto para que en él se limpiaran Judá y Jerusalén,[349] y allí se lavaron, y allí «emblanquecieron sus vestiduras», y regresaron al Príncipe en la ciudadela, y se presentaron delante de él.

     Y ahora se oía la música y se danzaba por toda la ciudad de Alma Humana, y esto porque su Príncipe había vuelto a concederles su presencia y la luz de su rostro; también repicaban las campanas, y el sol estuvo brillando agradablemente sobre ellos durante mucho tiempo.

     Ahora, la ciudad de Alma Humana emprendió con mayor afán la destrucción y ruina de todos los diabolianos que vivían en las murallas y en las guaridas que tenían en la ciudad; porque aún había muchos que habían escapado con vida hasta el día de hoy de la mano de sus destructores en la célebre ciudad de Alma Humana.

     Pero milord Recia-Voluntad era un mayor terror para ellos ahora que nunca lo hubiera sido antes, por cuanto estaba más decidido ahora en su corazón a buscarlos y perseguirlos hasta la muerte; los perseguía día y noche y los ponía en graves aprietos, como se verá posteriormente.

     Una vez que todo quedó así en orden en la célebre ciudad de Alma Humana, el Príncipe Emanuel mandó que los ciudadanos, sin más dilación, designaran a algunos para que fueran a la llanura para enterrar a los muertos que allí habían quedado —los muertos caídos bajo la espada de Emanuel y bajo el escudo del Capitán Creencia— para que los efluvios y hedores que se desprendían de ellos no contaminasen el aire, para molestia de la célebre ciudad de Alma Humana. Otra razón para esta orden fue que, en lo que estuviera en manos de Alma Humana, pudieran cortar el nombre, ser y memoria de aquellos enemigos del pensamiento de la célebre ciudad de Alma Humana y de sus habitantes.

     Entonces el Lord Alcalde, aquel sabio y fiel amigo de la ciudad de Alma Humana, dio órdenes que se emplease a ciertas personas en este necesario trabajo; y el Sr. Temor-de-Dios y un tal Sr. Recto debían encargarse de supervisar la tarea; pusieron pues a gentes a sus órdenes para trabajar en los campos y enterrar a los muertos que yacían en las llanuras. Y estos eran los puestos que se les asignó: Unos excavarían las sepulturas, otros enterrarían a los muertos, otros deberían explorar arriba y abajo por las llanuras y también alrededor de las lindes de Alma Humana, para comprobar si había todavía en los alrededores de la corporación algún cráneo, o algún hueso o fragmento de hueso de algún dubitativo. Si se encontraba alguno, se les había ordenado que los exploradores que lo descubriesen pusieran allí una marca y una señal, para que los enterradores designados lo pudieran encontrar y enterrarlo fuera de la vista, y raer así de debajo del cielo el nombre y la memoria de aquel dubitativo diaboliano; y para que los niños y los que naciesen en Alma Humana en el futuro, no pudieran, si era posible, saber qué era un cráneo, o un hueso, o un fragmento de hueso de dubitativo. Así que los enterradores, y designados para este fin, hicieron conforme a lo mandado: sepultaron a los dubitativos, y todos los cráneos, huesos y fragmentos de hueso, dondequiera que los encontraron; y así limpiaron las llanuras. Ahora también el Sr. Paz-de-Dios volvió a ocupar su cargo, y volvió a actuar como en los tiempos antiguos.

     Así sepultaron en las llanuras alrededor de Alma Humana a los dubitativos de la elección, a los dubitativos de la vocación, a los dubitativos de la gracia, a los dubitativos de la perseverancia, a los dubitativos de la resurrección, a los dubitativos de la salvación y a los dubitativos de la gloria, cuyos capitanes eran el Capitán Cólera, el Capitán Cruel, el Capitán Condenación, el Capitán Insaciable, el Capitán Azufre, el Capitán Tormento, el Capitán Inquietud, el Capitán Sepulcro y el Capitán Desesperanzado; y el viejo Incredulidad era, bajo Diábolo, el general en jefe. Había también los siete generales de su ejército, que eran Lord Beelzebú, Lord Lucifer, Lord Legión, Lord Apolión, Lord Pitón, Lord Cerbero y Lord Belial. Pero los príncipes y capitanes, junto con el viejo Incredulidad, se dieron a la fuga, y sus hombres cayeron muertos bajo el poder de las fuerzas del Príncipe y a manos de los hombres de la ciudad de Alma Humana. También se les sepultó, como ya he dicho, para gran alegría de la ahora célebre ciudad de Alma Humana. Los sepultureros los enterraron también con sus armas, que eran crueles instrumentos de muerte (flechas, saetas, mazas, dardos encendidos, y similares). También enterraron sus armaduras, sus estandartes, sus banderas y el mismo estandarte de Diábolo, y todos los demás artículos que pudieron encontrar que oliera a dubitativo diaboliano.

53

     Cuando el tirano llegó a la Colina de la Puerta del Infierno, con su viejo amigo Incredulidad, descendieron ambos inmediatamente a su guarida, y habiéndose condolido allí por un tiempo con sus amigos por su mala fortuna y por las pérdidas sufridas en la guerra contra la ciudad de Alma Humana, se dieron luego a un ataque de rabia, y resolvieron vengarse por las pérdidas sufridas. Entonces convocaron un consejo para meditar qué iban a intentar aún contra la célebre ciudad de Alma Humana; porque sus hambrientos estómagos no podían esperar a que el consejo de Lord Lucifer y de Lord Apolión dado antes se convirtiera en realidad; porque sus ardientes gargantas anhelaban cada día febrilmente hasta que pudieran llenarse con el cuerpo y el alma, con la carne y los huesos, y con todas las cosas delicadas de Alma Humana. Así, decidieron atacar otra vez la ciudad de Alma Humana con un ejército mixto constituido en parte por dubitativos, y en parte por sanguinarios. Ahora nos referiremos más detalladamente acerca de ambas clases.

     El nombre de los dubitativos procede de su naturaleza, y también por la tierra y el reino de donde proceden. Su naturaleza es poner en duda cada una de las verdades de Emanuel; su país se llama la tierra de la Duda, y esta tierra está lejos, la más remota hacia el norte, entre la tierra de las Tinieblas y el llamado «valle de la sombra de muerte». Porque aunque la tierra de las Tinieblas y el llamado «valle de la sombra de muerte» se contemplan a veces como un mismo lugar, se trata en realidad de dos tierras distintas, algo alejadas, y la tierra de la Duda penetra y se encuentra entre ambas. Ésta es la tierra de la Duda; y los que vinieron con Diábolo para arruinar la ciudad de Alma Humana son nativos de dicho país.

     Los sanguinarios son unas gentes que derivan su nombre de la malignidad de sus naturalezas y de la furia en su interior por destruir a la ciudad de Alma Humana. Su tierra se encuentra debajo de la estrella de Sirio, y son son gobernados por ella por lo que se refiere a sus intelectuales. Su país es la provincia de Odia-el-bien. Sus lugares remotos están a mucha distancia de la tierra de la Duda, pero las dos se encuentran en la colina de la Puerta del Infierno. Están siempre aliados con los dubitativos, porque se unen en poner en duda la fe y la lealtad de los hombres de la ciudad de Alma Humana, y por ello ambos son bien idóneos para el servicio de su príncipe.

     Fue así ee estos dos países que Diábolo movilizó otro ejército con el redoble de su tambor, para lanzar otro ataque a la ciudad de Alma Humana. Un ejército de veinticinco mil soldados, compuesto de diez mil dubitativos y de quince mil sanguinarios fue puesto a las órdenes de varios capitanes y otra vez el viejo Incredulidad fue designado general del ejército.

     Tocante a los dubitativos, sus capitanes eran cinco de los siete que habían estado al mando del anterior ejército diaboliano, y estos eran sus nombres: Capitán Beelzebú, Capitán Lucifer, Capitán Apolión, Capitán Legión, y Capitán Cerbero. Y de los capitanes que habían tenido antes, algunos fueron hechos lugartenientes, y algunos alféreces del ejército.

     Pero para esta expedición, Diábolo no contaba con los dubitativos como principal fuerza de ataque, porque su hombría ya había estado puesta a prueba, y los almahumaneses los habían batido y puesto en fuga; sólo los trajo para aumentar la masa de soldados y para ayudar si las cosas se complicaban. Pero puso su confianza en los sanguinarios, porque ellos todos eran unos endurecidos villanos, y sabía que ya habían conseguido éxitos en tiempos pasados.

     Por lo que se refiere a los sanguinarios, estos son los nombres de sus capitanes: Capitán Caín, Capitán Nimrod, Capitán Ismael, Capitán Esaú, Capitán Saúl, Capitán Absalón, Capitán Judas, y Capitán Papa.

     1. El Capitán Caín[350] estaba al frente de dos compañías, los sanguinarios celosos y los coléricos; su portaestandarte portaba los colores rojos, y su blasón era la maza asesina.

     2. El Capitán Nimrod[351] estaba al frente de dos compañías, los sanguinarios tiránicos y los invasores; su portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era el gran mastín.

     3. El Capitán Ismael[352] estaba al frente de dos compañías, los sanguinarios burlones y los escarnecedores; su portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era uno que se burlaba de Isaac, hijo de Abraham.

     4. El Capitán Esaú[353] estaba al frente de dos compañías, los sanguinarios que se resienten de que otro tenga la bendición, y los que están deseosos de ejecutar su propia venganza particular sobre otros; su portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era uno que acechaba para matar a Jacob.

     5. El Capitán Saúl[354] estaba al frente de dos compañías, los sanguinarios celosos sin motivo y los sanguinarios endemoniadamente furiosos; su portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era tres dardos sanguinarios lanzados contra el inocente David.

     6. El Capitán Absalón[355] estaba al frente de dos compañías, sobre los sanguinarios dispuestos a dar muerte a un padre o a un amigo por la gloria de este mundo, y también sobre los sanguinarios que lisonjean a uno hasta que lo traspasan con la espada; su portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era el hijo persiguiendo la sangre de su padre.

     7. El Capitán Judas[356] estaba al frente de dos compañías, esto es, los sanguinarios dispuestos a vender la vida de un hombre por dinero, y los que traicionan a su amigo con un beso; su portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era treinta monedas de plata y la soga.

     8. El Capitán Papa[357] al frente de dos compañías, porque todos estos espíritus se reúnen en uno bajo su mando; su portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era la estaca, el hoguera, y un hombre bueno en ella.

     Ahora bien, la razón de que Diábolo formase otro ejército tan pronto después de haber sido derrotado en el campo de batalla era que tenía una gran confianza en este ejército de sanguinarios; porque ponía más confianza en ellos que antes había tenido en su ejército de dubitativos, aunque estos últimos también le habían hecho a menudo grandes servicios en su fortalecimiento en su reino. Pero a estos sanguinarios los había puesto en acción en muchas ocasiones, y sus espadas raras veces volvían vacías. Además, sabían que, como unos mastines, no soltarían su presa, fuese quien fuese; fuese padre, madre, hermano, hermana, príncipe o gobernador, sí, y aunque fuese el mismo Príncipe de los príncipes. Y lo que más le alentaba es que una vez echaron a Emanuel del reino del Universo. «¿Y por qué no podría ser», pensó él, «que lo echaran también de la ciudad de Alma Humana?»

     Así, este ejército de veinticinco mil hombres fue dirigido por su general, el gran Lord Incredulidad, contra la ciudad de Alma Humana. El Sr. Vigila-Bien, el general de los exploradores, había salido personalmente a vigilar, y trajo noticias de su llegada a Alma Humana. Entonces ellos cerraron las puertas y se pusieron en orden de defensa contra estos nuevos diabolianos que subían contra la ciudad.

     Diábolo trajo así a su ejército, y puso sitio a la ciudad de Alma Humana; los dubitativos se posicionaron alrededor de la Puerta de la Sensibilidad, y los sanguinarios delante de la Puerta del Ojo y de la Puerta del Oído.

     Cuando este ejército hubo plantado sus reales, Incredulidad envió, en nombre de Diábolo, en su propio nombre y en nombre de los sanguinarios y del resto que le acompañaban, un ultimátum tan ardiente hiriente como un hierro al rojo vivo, para que aceptasen sus condiciones; les amenazaba que si seguían presentándoles resistencia, harían arder Alma Humana. Porque tenéis que saber que por lo que a los sanguinarios se refiere, no se trataba tanto de que Alma Humana fuera conquistada como que debía ser destruida y cortada de la tierra de los vivientes. Es verdad que les enviaron un mensaje conminándoles a la rendición; pero si hubieran cedido, no hubieran por ello apagado ni satisfecho la sed de estos hombres. Ellos tenían necesidad de sangre, de la sangre de Alma Humana, o morirían; a esto se debe su nombre.[358] Por ello se había reservado a estos sanguinarios como su última y segura carta que jugar, en caso de que fracasasen sus otros planes contra la ciudad de Alma Humana.

     Cuando los ciudadanos recibieron este contundente ultimátum, surgieron en ellos varios pensamientos cambiantes y variables; pero acordaron todos, en menos de media hora, llevar este ultimátum al Príncipe, lo que hicieron después de escribir, al final del mismo:[359] «¡Señor, salva a Alma Humana de los hombres sanguinarios!» Él recibió el documento, lo leyó y consideró, y leyó también la breve petición que los hombres de Alma Humana habían escrito al final del mismo, y llamó entonces al noble Capitán Creencia, y le mandó que se hiciera acompañar del Capitán Paciencia,[360] y que fueran proteger el lado de Alma Humana asediado por los sanguinarios. Y ellos fueron e hicieron como se les había ordenado: el Capitán Creencia fue y llamó al Capitán Paciencia, y ambos aseguraron el lado de Alma Humana asediado por los sanguinarios.

     Entonces mandó al Capitán Buena Esperanza y al Capitán Caridad que, junto con Lord Recia-Voluntad, cuidasen el otro lado de la ciudad. «Y yo», dijo el Príncipe, «izaré mi estandarte sobre las almenas de vuestra ciudadela, y vosotros tres haréis frente a los dubitativos». Tras esto, ordenó al valiente Capitán Experiencia que llamase a sus hombres a la plaza del mercado, y que allí los hiciera maniobrar cada día delante de la población de la ciudad de Alma Humana. Ahora bien, este asedio fue prolongado, y muchos fueron los intentos del enemigo, especialmente de los llamados sanguinarios, contra la ciudad de Alma Humana; muchas fueron las escaramuzas que los ciudadanos tuvieron con ellos; en especial el Capitan Abnegación, que, no lo he dicho antes, había sido enviado para guardar la Puerta del Oído y la del Ojo ahora contra los sanguinarios. Este Capitán Abnegación era joven, pero fuerte, y natural de Alma Humana, como también lo era el Capitán Experiencia. Emanuel, cuando regresó por segunda vez a Alma Humana, lo estableció como capitán sobre mil almahumaneses, para bien de la corporación. Así, este capitán, fuerte y muy valiente, y dispuesto a aventurarse por el bien de la ciudad de Alma Humana, lanzaba salidas una y otra vez contra los sanguinarios, sobresaltándolos una y otra vez, y tuvo varias furiosas escaramuzas con ellos, causándoles también algunas bajas; pero se debe tener en cuenta que no era tarea fácil, y él también recibió heridas; tenía varias cicatrices en el rostro, y también en otras partes del cuerpo.

54

     Así, después de haber transcurrido algún tiempo para la prueba de la fe, esperanza y amor de la ciudad de Alma Humana, el Príncipe Emanuel convoca un día a sus capitanes y hombres de guerra, y los distribuye en dos grupos; tras esto, los manda en un tiempo señalado, muy temprano en la madrugada, que hagan una salida contra el enemigo, diciendo: «La mitad de vosotros atacad a los dubitativos, y la otra mitad a los sanguinarios. Los que vayáis contra los dubitativos, matad y consumid, y destruid a tantos como podáis con los medios a vuestra disposición; pero los que ataquéis a los sanguinarios, no los matéis, sino tomadlos prisioneros».

     Al llegar la hora señalada, bien de madrugada, los capitanes salieron contra el enemigo, según las órdenes recibidas. El Capitán Buena Esperanza, el Capitán Caridad y los que le acompañaban, como el Capitán Inocente y el Capitán Experiencia, cargaron contra los dubitativos; y el Capitán Creencia, el Capitán Paciencia, con el Capitán Abnegación, y el resto que iban a unirse a ellos, cargaron contra los sanguinarios.

     Los que salieron contra los dubitativos formaron en un cuerpo de ejército delante de la llanura, y marcharon a presentarles batalla. Pero los dubitativos, recordando su fracaso anterior, emprendieron la retirada, no atreviéndose a resistir el embate, sino que emprendieron la fuga delante de los hombres del Príncipe. Éstos, por tanto, les persiguieron, y en la persecución mataron a muchos, pero no pudieron alcanzarlos a todos. De los que escaparon, algunos se fueron a sus lugares, y el resto, en grupos de cinco, de nueve, de diecisiete, como vagabundos, fueron errantes país arriba y abajo, donde sobre las gentes bárbaras exhibieron y ejercieron muchas de sus acciones diabolianas; pero estas gentes no tomaron armas contra ellos, sino que se dejaron esclavizar por ellos.[361] También después de esto se mostraban en grupos delante de la ciudad de Alma Humana, pero nunca para entrar en ella; porque si tan sólo hacían acto de presencia el Capitán Creencia, el Capitán Buena Esperanza o el Capitán Experiencia, se lanzaban a la fuga.

     Los que salieron contra los sanguinarios actuaron como se les había ordenado: no mataron a ninguno, sino que trataron de encerrarlos. Pero los sanguinarios, no viendo a Emanuel en el campo, creyeron que Emanuel tampoco estaba en Alma Humana; así, considerando que la acción de los capitanes era una temeridad fruto de sus desenfrenadas e insensatas imaginaciones, más bien los menospreciaron que los temieron. Pero los capitanes, concentrándose en su misión, finalmente los rodearon; y también los que habían derrotado a los dubitativos llegaron de improviso para ayudarlos en esta empresa. De manera que al final, después de una breve lucha (porque los sanguinarios también hubieran querido huir, sólo que ahora era demasiado tarde para ellos; porque cuando pueden vencer son crueles, sin embargo son cobardes cuando se ven ante fuerzas iguales), los capitanes los tomaron prisioneros y los llevaron al Príncipe.

     Después que fueron tomados prisioneros, fueron llevados ante el Príncipe, que los interrogó, y se vio que provenían de tres comarcas diferentes, aunque todos eran del mismo país.

     1. Una clase provenía de la Comarca de la Ceguera, y aquello que hacían lo hacían por ignorancia.

     2. Otra clase provenía de la Comarca del Celo Ciego, y aquello que hacían lo hacían por superstición.

     3. La tercera clase provenía de la ciudad de Malicia, en la Comarca de la Envidia, y hacían lo que hacían con malignidad y de manera implacable.[362]

     En lo que toca al primer grupo, los procedentes de la Comarca de la Ceguera, cuando vieron dónde estaban y contra quién habían luchado, temblaron y lloraron al encontrarse delante de él; y a todos los que pidieron misericordia les tocó los labios con su cetro de oro.

     Los que procedían de la Comarca del Celo Ciego no hicieron como sus compañeros; dijeron que tenían derecho a hacer lo que habían hecho, porque Alma Humana era una ciudad cuyas leyes y costumbres eran distintas de todas las que vivían alrededor. A muy pocos de ellos se les pudo convencer del mal que habían cometido; pero los que lo vieron y pidieron misericordia fueron también recibidos a favor.

     Pero los que venían de la ciudad de Malicia, en la Comarca de la Envidia, ni lloraron, ni discutieron ni se arrepintieron, sino que crujían los dientes de angustia y rabia delante de él, porque no habían podido hacer como querían con Alma Humana. A estos últimos, junto con aquellos de los otros dos grupos que no pidieron sinceramente perdón por sus faltas, se les hizo dar una fianza suficiente para responder por lo que habían hecho contra Alma Humana y contra su Rey, a espera del gran juicio general que celebraría nuestro Señor el rey en aquel día que él mismo señalará para el país y reino del Universo. Así que quedaron todos obligados, cada uno por sí, a acudir, cuando fueran citados, para responder delante de nuestro Señor el Rey por lo que hubieran hecho con anterioridad.

     Esto es todo en lo que se refiere a este segundo ejército enviado por Diábolo para destruir Alma Humana.

     Pero tres de los que habían venido de la tierra de la Duda, después de haber vagado arriba y abajo por el país, y viendo que habían escapado, tuvieron la temeraria audacia, sabiendo que todavía quedaban diabolianos en la ciudad, de entrar en Alma Humana para alojarse con ellos (¿Tres, he dicho? Creo que eran cuatro.) Y estos dubitativos diabolianos se dirigieron precisamente a la casa de un viejo diaboliano en Alma Humana que se llamaba Mala-Desconfianza, un gran enemigo de Alma Humana y muy activo allí entre los diabolianos. Bien, de modo que estos diabolianos llegaron, como he dicho, a la casa de este Mala-Desconfianza (y podéis estar seguros de que tenían instrucciones de cómo llegar a esta casa), y él los acogió, lamentó su mala fortuna y les socorrió lo mejor que pudo con lo que tenía en casa. Luego, después de presentarse (y no necesitó mucho tiempo), este viejo Mala-Desconfianza preguntó a los dubitativos si todos ellos procedían de una misma ciudad (sabía que eran todos del mismo reino), y le contestaron: «No, ni siquiera de una misma comarca; porque yo», dijo uno, «soy un dubitativo de la elección». «Y yo», dijo un segundo, «soy un dubitativo de la vocación»; luego dijo un tercero: «Yo soy un dubitativo de la salvación»; y el cuarto dijo que era un dubitativo de la gracia. «Bueno», respondió el viejo caballero: «seáis de la comarca que seáis, estoy seguro de que sois gente de confianza; somos tal para cual, tenemos un mismo corazón, y os doy la bienvenida». Ellos le dieron las gracias entonces, muy felices de haber encontrado un refugio en Alma Humana.

     Entonces les pregunto Mala-Desconfianza: «¿Cuántos deben quedar de todos los que de vuestra compañía vinieron al asedio de Alma Humana?» Y ellos contestaron: «Éramos sólo diez mil dubitativos en total, porque el resto del ejército consistía de quince mil sanguinarios. Estos sanguinarios», prosiguió diciendo, «lindan con nuestro país; pero, ¡pobres!, hemos oído que fueron todos tomados prisioneros por las fuerzas de Emanuel». «¡Diez mil!», exclamó el viejo caballero. «Esto es un buen cuerpo de ejército. Pero, ¿qué sucedió que, siendo tantos, os apocaseis y no os atrevierais a luchar contra vuestros enemigos?» Y ellos respondieron: «Nuestro general fue el primero en lanzarse a la fuga». Y les preguntó su anfitrión: «Por favor, decidme, ¿quién era éste general vuestro tan cobarde?» «En tiempos pasados fue Lord Alcalde de Alma Humana,» contestaron, «pero os rogamos que no le llaméis cobarde; porque os sería difícil encontrar a alguien que de oriente a occidente haya hecho más en favor de la causa de nuestro príncipe Diábolo que Lord Incredulidad. Y si lo hubieran apresado, con toda certeza lo habrían colgado; y os quiero hacer observar que ser colgado es mal asunto». Entonces dijo el viejo caballero: «Ojalá que todos los diez mil dubitativos estuvieran ahora bien armados y en Alma Humana, y yo mismo dirigiéndolos; vería lo que podría hacer». «Sí, esto está muy bien,» dijeron, «sería muy bueno poderlo ver, pero, ¿de que sirven los meros deseos?» Y esto se dijo en voz alta. «¡Cuidado!», dijo el viejo Mala-Desconfianza, «tened cuidado en no hablar tan alto; tenemos que mantenernos escondidos y callados, y tenéis que guardar precaución mientras estéis aquí, o, os lo aseguro, os atraparán». «¿Por qué?» preguntaron los dubitativos. «¡Que por qué!», exclamó el viejo caballero; «¡Por qué!» Pues porque tanto el Príncipe como el Lord Secretario, y sus capitanes y soldados, están todos en la ciudad; sí, la ciudad está tan repleta de ellos como puedan caber. Además, hay uno que se llama Recia-Voluntad, un enemigo nuestro sumamente cruel, y el Príncipe lo ha hecho guardián de las puertas, y le ha ordenado que, con toda su diligencia, busque, aprese y destruya a todos y a cada uno de los diabolianos. Y si os apresa, ya os podéis despedir de la vida, aunque tuvierais cabezas de oro».

     Fue precisamente en este momento que uno de los fieles soldados de Lord Recia-Voluntad, el llamado Sr. Diligencia, estaba bajo el voladizo del Sr. Mala-Desconfianza, y oyó toda la conversación que se daba entre él y los dubitativos que protegía bajo su tejado.

     El soldado era un hombre de toda confianza de Lord Recia-Voluntad, y le tenía un gran afecto, porque era un hombre valeroso, y también porque era infatigable en su empresa de buscar y apresar diabolianos.

     Como he dicho, este hombre oyó toda la conversación entre el viejo Mala-Desconfianza y estos diabolianos; así que fue en el acto a avisar a su señor, refiriéndole lo que había oído. «¿Y es como dices, mi fiel amigo?» dijo milord. «Sí, señoría», respondió diligencia, «así es; y si su señoría quiere acompañarme, lo podrá comprobar por sí mismo». «¿Y están allí ahora?» prosiguió el lord: «conozco bien a Mala-Desconfianza, porque fuimos buenos amigos en los tiempos de nuestra apostasía; pero no sé donde vive ahora». «Pero yo sí lo sé», le dijo el soldado, «y si su señoría viene, le acompañaré a donde tiene su guarida». «¡Ir!», dijo el lord, «¡Claro que voy! Ven, Diligencia, vamos a buscarlos».

55

     Así que milord y su soldado fueron directamente a aquella casa. El soldado iba adelante guiando por el camino, y anduvieron hasta llegar junto a la pared de la casa del viejo Sr. Mala-Desconfianza. Entonces le dijo Diligencia: «Escuchad, señor, ¿conocéis la voz del viejo caballero?» «Sí», dijo milord: «la conozco muy bien, aunque no le he visto desde hace largo tiempo. Lo que sí sé es que es muy taimado; no quiero que se nos deslice entre los dedos». «Dejadme a mí para esto», dijo el soldado Diligencia. «¿Pero cómo encontraremos la puerta?», dijo milord. «Dejádmelo también a mí», repuso el hombre. Entonces condujo a Lord Recia-Voluntad y lo guió hasta la puerta. Entonces milord, sin más, la derribó, se lanzó adentro de la casa, y atrapó a los cinco, tal como le había dicho Diligencia. Así milord los apresó, se los llevó, y los entregó a manos del Sr. Fiel, el carcelero, dando la orden de que se les encerrase. Hecho así, se dio noticia a la mañana siguiente al Lord Alcalde de lo que había hecho milord Recia-Voluntad aquella noche, y su señoría se alegró mucho por ello, no sólo por el apresamiento de unos dubitativos, sino porque el viejo Mala-Desconfianza había sido atrapado; porque había sido un gran problema para Alma Humana, y había afligido mucho al mismo milord Alcalde. Y también había sido objeto de intensa búsqueda, pero hasta ahora no había podido ser apresado.

     Lo siguiente fue hacer preparativos para el juicio de los cinco que habían sido apresados por Lord Recia-Voluntad y que estaban bajo la custodia del Sr. Fiel, el carcelero. Se señaló el día, y se convocó el tribunal, y se hizo comparecer a los presos ante el tribunal. Lord Recia-Voluntad tenía autoridad para haberles dado muerte sin más formalidades al capturarlos; pero le pareció que sería para mayor honra del Príncipe, consolación de Alma Humana y desaliento del enemigo juzgarlos públicamente.

     Entonces, el Sr. Fiel los hizo aparecer encadenados ante el tribunal, reunido en el ayuntamiento, porque allí era donde se reunía el tribunal. Para resumir, se constituyó el jurado, se juramentó a los testigos, y los presos fueron juzgados bajo acusación capital; el jurado era el mismo que había juzgado a No-Verdad, Implacable, Arrogancia, y al resto de sus compañeros.

     El primero en comparecer a juicio fue el viejo Mala-Desconfianza; porque él era quien había acogido, festejado y alimentado a estos dubitativos, que pertenecían a una nación extranjera; le hicieron oír su acusación, y le dijeron que podía hablar en su defensa si tenía que decir algo en su favor. De modo que le leyeron la acusación, que aparece reproducida abajo ahora en su contenido y forma:

     «Sr. Mala-Desconfianza: Se os acusa aquí bajo el nombre de Mala-Desconfianza, como intruso en la ciudad de Alma Humana, por cuanto sois un diaboliano por naturaleza, y también aborrecedor del Príncipe Emanuel, y de haber intentado destruir la ciudad de Alma Humana. También se os acusa de dar auxilio a los enemigos del Rey, después que se hubieran promulgado sanas leyes en contra de ello: porque, 1. Habéis puesto en tela de juicio la veracidad de su doctrina y estado; 2. Habéis expresado el deseo de que hubiera en ella diez mil dubitativos; 3. Habéis recibido, festejado y alentado a enemigos que salieron de su ejército para acudir a vuestra casa. ¿Qué decís a esta acusación? ¿Sois culpable o no culpable?»

     »Señoría», repuso él, «desconozco el significado de esta acusación, por cuanto no soy la persona interesada; la persona acusada en este auto ante este tribunal se llama Mala-Desconfianza, nombre que niego sea el mío, que es Honrada-Indagación. Es cierto que uno suena como el otro, pero imagino que vuestras señorías sabrán que entre ambos nombres hay una gran diferencia; porque espero que, incluso en el peor de los momentos, y también entre los peores de los hombres, se puede hacer una honrada indagación acerca de las cosas sin peligro de muerte».

     Entonces tomó la palabra milord Recia-Voluntad, que era uno de los testigos. «Señoría, y vosotros honorable tribunal y magistrados de la ciudad de Alma Humana: Habéis oído por vosotros mismos que el preso en el banquillo niega su nombre, creyendo así que podrá sustraerse a la acusación. Pero yo sé que es la persona interesada, y que verdaderamente su nombre es Mala-Desconfianza. Le he conocido, señoría, durante estos treinta años, porque él y yo (con vergüenza lo confieso) éramos buenos conocidos, cuando Diábolo, el tirano, gobernaba en Alma Humana; y yo doy testimonio de que él es de naturaleza diaboliana, enemigo de nuestro Príncipe, y aborrecedor de la bendita ciudad de Alma Humana. En los tiempos de la rebelión estuvo viviendo en mi casa no menos de veinte noches seguidas, y entonces solíamos hablar de la misma manera que él y sus dubitativos han hablado últimamente. Es cierto que no le he visto durante mucho tiempo. Supongo que la llegada de Emanuel a Alma Humana le impulsó a cambiar de domicilio, igual que esta acusación lo ha inducido a cambiar su nombre; pero éste es el hombre, Señoría».

     Entonces el tribunal le preguntó: «¿Tenéis algo más que decir?»

     «Sí», dijo el viejo caballero, «tengo algo más que decir, por cuanto todo lo que se ha dicho en mi contra es por boca de un testigo; y no es lícito para la célebre ciudad de Alma Humana dar muerte a nadie por el testimonio de uno solo».

     Entonces se levantó el Sr. Diligencia, y dijo: «Señoría, cuando estaba de vigilancia en tal noche donde comienza Calle Mala, en esta ciudad, oí casualmente un murmullo en la casa de este caballero. Entonces pensé: ¿qué sucede allí? De modo que me acerqué con sigilo a la pared de la casa, pensando que pudiera tratarse de un conventículo diaboliano, como efectivamente resultó ser. Me acerqué, entonces, y cuando estuve pegado a la pared pasó un cierto tiempo hasta que me di cuenta de que había extranjeros en la casa; pero entendí bien sus palabras, porque yo también he viajado. Al oír este lenguaje en una casa ruinosa como la que ocupaba este caballero, pegué el oído a un agujero de la ventana, y les oí hablar del siguiente modo. Este viejo Sr. Mala-Desconfianza preguntó a estos dubitativos sus nombres, su procedencia, y su misión en estas partes; ellos le respondieron a todas sus preguntas, y sin embargo, él los acogió. También les preguntó cuántos eran, y respondieron que eran diez mil. Entonces les preguntó por qué no habían lanzado un ataque más fuerte contra Alma Humana, y ellos le explicaron la razón. A esto él calificó de cobarde al general de ellos, por haber huido cuando debía haber luchado por su príncipe. Además, este viejo Sr. Mala-Desconfianza deseó, y yo le oí expresar este deseo, que todos los diez mil dubitativos pudieran encontrarse en Alma Humana, y él mismo encabezándolos. Les advirtió también que tuvieran cuidado y fuesen prudentes, porque si eran apresados serían ajusticiados, aunque tuvieran cabezas de oro».

     Entonces dijo el tribunal: «Sr. Mala-Desconfianza, aquí tenemos otro testigo contra vos, y su testimonio es completo: 1. Él jura que vos recibisteis a estos hombres en vuestra casa y que los socorristeis, a sabiendas de que eran diabolianos y enemigos del Rey. 2. Él jura que deseasteis que hubiera diez mil de ellos en Alma Humana. 3. Él jura que les disteis consejo para que fueran prudentes y discretos, para no ser apresados por los siervos del Rey. Todo lo cual pone de manifiesto que sois diaboliano; si hubierais sido amigo del Rey, los hubierais prendido».

     Entonces dijo Mala-Desconfianza: «A lo primero respondo, Que los hombres que acudieron a mi casa eran extranjeros, y los dejé entrar; ¿acaso es ahora un crimen que alguien de Alma Humana dé hospitalidad a extraños? Que los alimenté es cierto; ¿y por qué se me debe incriminar por mi caridad? En cuanto a la razón de desear que hubiera diez mil de ellos en Alma Humana, nunca la dije a los testigos, ni a ellos mismos. Podría ser que quería que fuesen aprehendidos, y así mi deseo sería para bien de Alma Humana, por lo que cualquiera pueda saber. También les aconsejé que no cayeran en manos de los capitanes; pero esto podría deberse a que no deseo que nadie muera, y no porque desease que escapasen tales enemigos del Rey».

     El Lord Alcalde contestó entonces: «Que aunque es una virtud mostrar hospitalidad a los extraños, es sin embargo traición dar socorro a los enemigos del Rey. En cuanto a las otras cosas que has dicho, con tus palabras sólo intentas evadir y aplazar la ejecución de la sentencia. Pero si lo único que se pudiera demostrar contra ti es que eres un diaboliano, entonces ya debes morir por ello bajo la ley; pero acoger, festejar, abrigar y alentar a otros, a diabolianos extraños, a aquellos que vinieron con el propósito de cortar y destruir a nuestra Alma Humana, esto es intolerable».

     Entonces dijo Mala-Desconfianza: «Ya veo como irá el juego: debo morir a causa de mi nombre y por mi caridad».Y dicho esto, se calló.

56

     Entonces hicieron entrar a los dubitativos extranjeros ante el tribunal, y el primero de ellos en comparecer fue el dubitativo de la elección. Se le leyó la acusación; pero debido a que era extranjero, su sustancia le fue comunicada por medio de un intérprete: «Que se le acusaba de ser enemigo del Príncipe Emanuel, de ser aborrecedor de la ciudad de Alma Humana, y de oponerse a su sana doctrina».

     Entonces el juez le preguntó si tenía algo que alegar, pero se limitó a decir esto: Que confesaba que era un dubitativo de la elección, y que ésta era la religión en que siempre se había criado. Y añadió: «Si tengo que morir por mi religión, supongo que moriré como mártir, y por ello menos me preocupa».

     Juez. Poner en tela de juicio la elección es derribar una gran doctrina del evangelio, la omnisciencia, el poder y la voluntad de Dios; eliminar la libertad de Dios para con su criatura, poner tropiezos a la fe de la ciudad de Alma Humana, y hacer que la salvación dependa de las obras, y no de la gracia. También contradecía a la palabra y agitaba las mentes de los hombres de Alma Humana; por ello, por la mejor de las leyes, debe morir».

     Entonces se llamó al dubitativo de la vocación, y se le hizo comparecer ante el tribunal; y su acusación fue sustancialmente la misma que en el caso anterior, excepto que fue acusado particularmente de negar el llamamiento de Alma Humana.

     El juez le preguntó si tenía algo que alegar en su defensa.

     Él contestó: «Que nunca había creído que existiera tal cosa como un llamamiento distintivo y poderoso de Dios a Alma Humana, aparte de la voz general de la palabra, ni tampoco por ella aparte de la exhortación que les mandaba a apartarse del mal y a hacer lo bueno, y que en ello se acompañaba una promesa de felicidad».

     Entonces le dijo el juez: «Tú eres un diaboliano, y has negado una gran parte de una de las verdades más experimentales del Príncipe de la ciudad de Alma Humana; porque él la ha llamado, y ella ha oído un llamamiento bien claro y poderoso de Emanuel, por medio del que ha sido vivificada, despertada y poseída de la gracia celestial de desear tener comunión con su Príncipe, de servirle y de hacer su voluntad, y para buscar su felicidad sencillamente en su beneplácito. Y por tu odio contra esta buena doctrina, debes morir».

     Entonces fue llamado el dubitativo de la gracia, y se le leyó su acusación, a la que él replicó: «Que aunque era de la tierra de la Duda, su padre era descendiente de un fariseo, y vivía rectamente delante de sus vecinos, y que él le enseñó a creer, y creerlo lo creo, y creeré, que Alma Humana nunca se salvará gratuitamente por la gracia».

     Entonces repuso el juez: «¡Cómo! La ley del Príncipe está bien clara: 1. En lo negativo, “no por obras”; 2. En lo positivo, “Por gracia habéis sido salvos”.[363] Pero tu religión se basa en y sobre las obras de la carne, por cuanto las obras de la ley son las obras de la carne. Además, al decir lo que has dicho, has robado a Dios su gloria y se la has dado al hombre pecador; le has robado a Cristo la necesidad de su misión y su suficiencia, y has atribuido ambas cosas a las obras de la carne. Has despreciado la obra del Espíritu Santo y has exaltado la voluntad de la carne y de la mente legalista. Eres un diaboliano, e hijo de diaboliano; y por tus principios diabolianos debes morir».

     Así, se les sentenció a muerte de cruz. El lugar dispuesto para el cumplimiento de la sentencia fue donde Diábolo había reunido a su último ejército contra Alma Humana, excepto por el viejo Mala-Desconfianza, al que colgaron al comienzo de Calle Mala, delante de su propia puerta.

     Cuando la ciudad de Alma Humana se hubo librado hasta aquí de sus enemigos y de los que perturbaban su paz, lo siguiente fue dar una perentoria orden de que milord Recia-Voluntad y su asistente Diligencia buscaran e hiciesen todo lo posible por apresar a los diabolianos de la ciudad que siguieran todavía con vida. Los nombres de varios de ellos eran Sr. Embaucador, Sr. Deja-Pasar-el-Bien, Sr. Temor-Esclavizador, Sr. No-Amor, Sr. Recelo, Sr. Carne, y Sr. Pereza. También se mandó apresar a los hijos que el Sr. Mala-Desconfianza había dejado detrás, y que fuera derribada su casa. Los hijos que había dejado detrás eran: el Sr. Duda, el mayor; y los que seguían eran Vida-Legal, Descreído, Pensamientos-Falsos-Acerca-de-Cristo, Recorta-Promesas, Sentir-Carnal, Vivir-por-Sentimientos y Amor-Propio. Todos estos los tuvo de una mujer llamada Sin-Esperanza. Ésta era parienta del viejo Incredulidad, que era su tío, y que al morir murió el viejo Oscuro, el padre de ella, él la tomó y la crió, y cuando estaba en edad casadera, la dio por esposa a este viejo Mala-Desconfianza.

     Ahora Lord Recia-Voluntad emprendió cumplir su misión, con gran Diligencia, su asistente. Apresó a Embaucador por la calle y lo colgó en el Callejón Sin-Inteligencia, delante de su propia casa. Este Embaucador era el que había pedido a la ciudad de Alma Humana que entregara al Capitán Creencia en manos de Diábolo a cambio de retirarse de la ciudad con sus fuerzas. También capturó al Sr. Deja-Pasar-el-Bien un día en que estaba ocupado en el mercado, y lo ajustició según la ley. Ahora bien, había en Alma Humana un pobre hombre honrado que se llamaba Sr. Meditación, no muy conocido en los tiempos de la apostasía, pero que ahora era apreciado por los mejores de la ciudad. A éste, pues, querían designar para un alto cargo. El Sr. Deja-Pasar-el-Bien había amasado una considerable fortuna en Alma Humana, y, al llegar Emanuel, se le confiscó para uso del Príncipe; esta fortuna fue entregada ahora al Sr. Meditación para que la usara para el bien común, y también para que después de él pasara a su hijo, el Sr. Piensa-Bien; a este Piensa-Bien lo tuvo con su esposa la Sra. Piedad, que era hija del Sr. Archivero.

     Después Lord Recia-Voluntad apresó a Recorta-Promesa; ahora bien, siendo como era un villano tan notorio, y por cuanto debido a sus actividades había mucha desconfianza acerca de la moneda del Rey,* fue por ello hecho objeto de un escarmiento público. Fue juzgado y sentenciado primero a ser exhibido en el cepo, luego a ser azotado por todos los niños y siervos en Alma Humana, y finalmente a ser colgado hasta que muriera. Algunos pueden sentirse asombrados por la severidad del castigo impuesto a este hombre; pero los mercaderes honrados en Alma Humana son conscientes del gran perjuicio que un recortador de promesas puede hacer en poco tiempo a la ciudad de Alma Humana. Y mi parecer es que todos los que tienen este nombre y viven de esta manera deberían ser tratados así.

     También capturó a Sentir-Carnal y lo encarceló; pero no sé cómo lo hizo, que consiguió escapar; y el audaz villano no se ha ido todavía de la ciudad, sino que se oculta en las guaridas diabolianas durante el día, y como un fantasma acude a las casas de hombres honrados durante las noches. Por ello, se hizo una llamamiento en la plaza del mercado en Alma Humana, anunciando que quien pudiera descubrir a Sentir-Carnalm capturarlo y darle muerte sería recibido a diario a la mesa del Príncipe, y se le nombraría guardián de la tesorería de Alma Humana. Por ello, muchos se dedicaron a buscarlo, pero no pudieron atraparlo y darle muerte, aunque fue avistado muchas veces.

     Pero Lord Recia-Voluntad prendió al Sr. Pensamientos-Falsos-Acerca-de-Cristo y lo encarceló, y allí murió; aunque tardó, porque murió de una lenta consunción.

     También fue apresado Amor-Propio y puesto bajo custodia; pero tenía muchos aliados en Alma Humana, de modo que se aplazó su juicio. Pero al final se levantó el Sr. Abnegación y dijo: «Si se puede tolerar a villanos como éste en Alma Humana, dimitiré». Entonces lo tomó de entre la multitud y lo hizo venir guardado por sus soldados, y allí le partieron la cabeza. Algunos en Alma Humana murmuraron acerca de esto, pero nadie se atrevió a hablar abiertamente, porque Emanuel estaba en la ciudad. Pero esta valerosa acción del Capitán Abnegación llegó a oídos del Príncipe, que lo mandó llamar, y lo hizo lord en Alma Humana. Milord Recia-Voluntad también fue muy elogiado por Emanuel por lo que había hecho por el bien de la ciudad de Alma Humana.

     Entonces Lord Abnegación cobró ánimo y se lanzó en persecución de los diabolianos junto con Lord Recia-Voluntad; y capturaron a Vivir-de-Sentimientos y a Vida-Legal, y los encarcelaron hasta que murieron. Pero el Sr. Descreído era un sujeto muy precavido; nunca lo pudieron atrapar, aunque lo intentaron muchas veces. Así que él y algunos de los más astutos de la tribu diaboliana permanecieron todavía en Alma Humana, y ello hasta que Alma Humana abandonó su sitio en el reino del Universo. Pero quedaron escondidos en sus madrigueras y escondrijos; si alguno de ellos aparecía o era avistado en cualquiera de las calles de Alma Humana, toda la ciudad se levantaba en armas contra ellos; los niños mismos de Alma Humana gritaban persiguiéndolos como en pos de un ladrón, deseando poder apedrearlos a muerte. Y ahora llegó Alma Humana a un buen estado de paz y tranquilidad; su Príncipe permanecía también habitando dentro de sus recintos;[364] sus capitanes y soldados atendían a sus deberes; y Alma Humana cuidaba su comercio con el país lejano; también se mantenía activa en su actividad manufacturera.

57

     Cuando la ciudad de Alma Humana hubo quedado ya libre de tantos de sus enemigos y perturbadores de su paz, el Príncipe mandó una convocación, y fijó un día para encontrarse con toda la población en la plaza del mercado, para allí instruirlos acerca de algunas otras cuestiones que, si las observaban, tenderían a añadir a su seguridad y bienestar, y a la condena y destrucción de los diabolianos criados en su ciudad. Llegó el día fijado y acudieron los ciudadanos; Emanuel llegó también en su carro de guerra, con la escolta de todos sus capitanes, a derecha y a izquierda. Se hizo un ademán pidiendo silencio, y después de unas muestras mutuas de afecto, el Príncipe tomó la palabra:

     «Tú, mi Alma Humana, y la amada de mi corazón, muchos y grandes son los privilegios que te he conferido; te he distinguido de en medio de otros, y te he elegido para mí mismo, no por tu mérito, sino por causa de mí mismo. También te he redimido, no sólo del terror de la ley de mi Padre, sino también del poder de Diábolo. He hecho esto porque te he amado, y porque he puesto en mi corazón hacerte el bien. También he actuado para eliminar todas las cosas que pudieran estorbarte en tu camino a los placeres del paraíso; he procurado en tu favor y para tu alma una satisfacción plena, y te he adquirido para mí mismo; con un precio no de cosas corruptibles, como plata y oro, sino con un precio de sangre, de mi propia sangre, que he derramado voluntariamente sobre la tierra para hacerte mía. Y así te he reconciliado, oh mi Alma Humana, con mi Padre, y te he dotado de las moradas en la casa de mi Padre en la regia ciudad, donde hay cosas, oh mi Alma Humana, que ni el ojo vio, ni han subido al corazón del hombre para que las pueda concebir.

     »Además, ¡oh mi Alma Humana!, tú ves lo que he hecho, y cómo te he librado de las manos de tus enemigos, junto a los que tú te rebelaste hondamente contra mi Padre, y por quienes estabas satisfecha de ser poseída, y también de ser destruida. Vine primero a ti mediante mi ley, y luego mediante mi evangelio, para despertarte y mostrarte mi gloria. Y tú sabes lo que fuiste, lo que dijiste y lo que hiciste, y cuántas veces te rebelaste contra mi Padre y contra mí; pero no te desamparé, como puedes verlo hoy, sino que acudí a ti, he soportado tus acciones, te he esperado, y, después de todo, te he aceptado, y todo solamente por mi gracia y favor; no he querido que te perdieras, a pesar de lo muy dispuesta que estabas a perderte. También te he rodeado y te he afligido por todos lados, para hacer que te fatigaste de tus caminos, y para abatir tu corazón con molestias para que estuvieras dispuesta a aceptar tu bien y tu felicidad. Y cuando conseguí conquistarte totalmente, lo mudé para tu mayor bendición.

     »Tú ves también qué compañías de la hueste de mi Padre he albergado dentro de tus límites; capitanes y gobernadores, soldados y hombres de guerra, máquinas y excelentes instrumentos para someter y derrotar a tus enemigos; tú sabes lo que quiero decirte, ¡oh Alma Humana! Y ellos son mis siervos, y también lo son tuyos, Alma Humana. Sí, mi designio al dotarte con todos ellos, y la natural tendencia de cada uno de ellos, es tu defensa, purificación, que seas fortalecida y dulcificada para mí, ¡oh Alma Humana!, y hacerte apta para la presencia, bendición y gloria de mi Padre; porque tú, mi Alma Humana, has sido creada para ser preparada para todas esas cosas.

     »También sabes, mi Alma Humana, cómo he pasado de lado tus recaídas y te he sanado. Cierto es que me airé contigo, pero he apartado mi ira de ti, porque te seguía amando, y mi ira e indignación han cesado con la destrucción de tus enemigos, oh Alma Humana. Y no fue ninguna bondad tuya lo que me hizo volver a ti, después que por tus transgresiones escondí de ti mi rostro y retiré mi presencia de ti. El camino de la recaída fue todo tuyo, pero el camino y manera de tu recuperación fue mío. Yo dispuse los medios de tu regreso; yo fui quien levantó una cerca y una muralla cuando tú comenzabas a entregarte a cosas en las que yo no me agradaba. Yo fui quien transformó tu dulzura en amargura, tu día en noche, tu camino suave en espinoso, y también quien confundió a todos aquellos que querían destruirte. Soy yo quien movió al Sr. Temor-de-Dios a trabajar en Alma Humana. Fui yo quien agitó tu conciencia y entendimiento, tu voluntad y tus afectos, después de tu gran y lamentable decadencia. Fui yo quien te infundió vida, ¡oh Alma Humana!, para que me buscases, para que pudieras encontrarme, y que al encontrarme encontrases tu propia salud, tu dicha y tu salvación. Yo fui quien expulsó por segunda vez a los diabolianos de Alma Humana; y yo fui quien los venció, y quien los destruyó delante de ti.

     »Y ahora, mi Alma Humana, he regresado a ti en paz, y tus transgresiones contra mí son como si no hubieran existido. Y no será contigo como en los primeros días, porque haré aún más por ti que en tus comienzos. Porque aun un poquito, oh mi Alma Humana, y después que hayan transcurrido unos pocos tiempos más sobre tu cabeza (y no te inquietes por lo que ahora te digo) desharé esta célebre ciudad de Alma Humana, maderos y piedras, hasta el suelo. Y llevaré sus piedras y sus maderos, y sus paredes y su polvo, y a sus habitantes, a mi propio país, a un reino de mi Padre; y allí la estableceré con un poder y gloria tales como nunca se ha visto en el reino donde ahora está. Y allí la estableceré como morada de mi Padre; porque es con este propósito que al principio fue levantada en el reino del Universo; y allí haré de ella un espectáculo de causará maravilla, un monumento a la misericordia, y una admiradora de su propia misericordia. Allí los nativos de Alma Humana verán todas aquellas cosas que nunca han visto aquí; allí serán iguales a aquellos a los que aquí han sido inferiores. Y allí tú tendrás, ¡oh Alma Humana!, aquella comunión conmigo, con mi Padre, y con tu Lord Secretario, que no es posible gozar aquí, ni jamás podría ser, si vivieras en el Universo durante mil años.

     »Y allí, oh mi Alma Humana, no temerás ya a mas homicidas; ni a diabolianos ni a sus amenazas. Allí no habrá ya más maquinaciones, ni conspiraciones ni designios contra ti, ¡oh mi Alma Humana! Allí no sabrás ya más malas noticias, ni oirás el redoble del tambor de Diábolo. No verás más portaestandartes de Diábolo, ni el estandarte mismo de Diábolo. Ningún baluarte diaboliano se levantará allí contra ti, ni se izará el estandarte diaboliano para atemorizarte. Allí no necesitarás capitanes, ni máquinas de guerra, ni soldados ni hombres de guerra. Allí no conocerás ni dolor ni tristeza; ni será posible que diaboliano alguno se infiltre jamás en tus faldas, ni haga orificios en tus murallas, ni sea visto jamás dentro de tus límites en todos los días de la eternidad. La vida se prolongará allí más que lo que aquí eres capaz de desear que se prolongue; y sin embargo será siempre dulce y nueva, y no tendrás jamás impedimento alguno que empañe su gozo.

     »Allí, ¡oh Alma Humana!, te encontrarás con muchos que han sido como tú, que han sido copartícipes de tus dolores; sí, aquellos que yo he escogido y redimido y apartado, como tú, para la corte y regia ciudad de mi Padre. Todos ellos se alegrarán contigo, y tú, cuando los veas, te alegrarás en tu corazón.

     »Hay cosas, ¡oh Alma Humana!, cosas que hemos provisto mi Padre y yo, que nunca se vieron desde la fundación del mundo; y éstas están guardadas por mi Padre, y selladas entre sus tesoros para ti, hasta que allí llegues para gozar de ellas. He dicho antes que tomaría a mi Alma Humana y la establecería en otro lugar; y allí donde la estableceré están aquellos que te aman y que ahora se regocijan en ti; ¡pero cuánto más cuando te vean exaltada en gloria! Mi Padre los enviará entonces entonces a buscarte; y sus regazos son carros para que en ellos vayas. Y tu, ¡oh mi Alma Humana!, montarás sobre las alas del viento. Ellos vendrán a traerte, a conducirte y a acompañarte a aquello que, cuando tus ojos vean más, será tu puerto deseado.

     »De modo que, ¡oh mi Alma Humana”, te he mostrado lo que se te hará más adelante, si puedes oír, si puedes comprender; y ahora te diré cuál debe ser ahora tu deber y tu actividad, hasta que yo venga y te tome a mí mismo, según se explica en las Escrituras de verdad.

     »Primero, te encargo que en adelante guardes más blancas y limpias las vestiduras que te di antes de apartarme de ti por última vez. Hazlo, te digo, porque esto será sabiduría por tu parte. Son de lino fino, pero tú debes mantenerlas blancas y limpias. Esto será tu sabiduría, tu honra, y será en gran manera para mi gloria. Cuando tus vestiduras sean blancas, el mundo te considerará mía. Además, cuando tus vestiduras son blancas, entonces me deleito en tus caminos; porque entonces tu ir y venir será como un destello que los presentes tendrán que observar; y también sus ojos se deslumbrarán ante ello. Por ello atavíate según mi voluntad, y hazte mediante mi ley pasos derechos para tus pies; así deseará grandemente el Rey tu hermosura, porque él es tu Señor, y adórale.

     »Y para que puedas guardarlos como te he mandado, te he proveído, como ya te dije anteriormente, de un manantial abierto para lavar tus vestiduras. Procura, pues, lavarlos con frecuencia en mi manantial, y no vayas con vestiduras sucias; porque así como será para deshonra y vergüenza, también será para tu desconsuelo andar con vestiduras sucias. De modo que no permitas que mis vestiduras, tus vestiduras, las vestiduras que yo te di, queden contaminadas o manchadas por la carne. Mantén tus vestiduras siempre blancas, y que tu cabeza no carezca de ungüento.

     »Mi Alma Humana, te he liberado a menudo de los designios, añagazas, intentos y conspiraciones de Diábolo, y a cambio de esto nada te pido excepto que no me devuelvas mal por bien, sino que recuerdes mi amor, y la constancia de mi bondad para mi amada Alma Humana, para estimularte a caminar en tu medida conforme a los beneficios que te he otorgado. En la antigüedad, los sacrificios se ataban con cuerdas a los cuernos del altar. Considera estas palabras, oh mi bendita Alma Humana.

     »¡Oh, mi Alma Humana!, he vivido, he muerto, vivo, y no moriré ya más por ti. Vivo para que puedas no morir. Porque yo vivo, tú también vivirás. Te reconcilié con mi Padre mediante la sangre de mi cruz, y, estando reconciliada, tú vivirás por mí. Oraré por ti; lucharé por ti; aún te haré bien.

     »Nada puede hacerte daño sino el pecado; nada puede dolerme más que el pecado; nada puede rebajarte delante de tus enemigos más que el pecado; ¡cuídate del pecado, mi Alma Humana!

     »¿Y sabes por qué al principio permití, y sigo permitiendo, que moren diabolianos en tus murallas, oh Alma Humana? Es para mantenerte despierta, para probar tu amor, para estimularte a velar, y para llevarte a apreciar a mis nobles capitanes, sus soldados y mi misericordia.

     »También tiene como propósito que recuerdes en qué lamentable condición te encontrabas. Me refiero a cuando no algunos, sino todos ellos habitaban no en tus murallas, sino en tu ciudadela y en tu fortaleza, ¡oh Alma Humana!

     »Si diera muerte a todos los de dentro, Oh Alma Humana, hay muchos en el exterior que te llevarían a servidumbre; porque si los de dentro fuesen cortados, los de fuera te hallarían durmiendo; y entonces, en un instante, sorberían a mi Alma Humana. Por esto los he dejado, no para hacerte daño (lo cual aún harán, si les prestas atención y los sirves), sino para tu bien, y esto será así si te mantienes vigilante y luchas contra ellos. Sabe pues que en todo lo que te tienten, mi designio es que te lleven no más lejos, sino más cerca de mi Padre, para que te ejercites en la guerra, para hacer la oración cosa más deseable para ti, y para hacerte pequeña delante de tus propios ojos. Escucha esto diligentemente, mi Alma Humana.

     »Muéstrame así tu amor, mi Alma Humana, y no dejes que los que permanecen dentro de tus murallas atraigan tus afectos quitándolos de aquel que ha redimido tu alma. Sí, que el hecho de ver a un diaboliano aumente tu amor para conmigo. Yo he venido una, dos y tres veces para salvarte del veneno de aquellos dardos que hubieran causado tu muerte: mantente por mí, yo tu Amigo, mi Alma Humana, contra los diabolianos, y yo me mantendré por ti delante de mi Padre y de toda su corte. Ámame frente a toda tentación, y yo te amaré a pesar de tus debilidades.

     »Oh mi Alma Humana, recuerda lo que mis capitanes, mis soldados y mis máquinas de guerra han hecho por ti. Ellos se han batido por ti, han padecido por ti, han soportado mucho de tu parte por hacerte el bien, ¡oh Alma Humana! Si no los hubieras tenido para ayudarte, Diábolo ciertamente hubiera acabado contigo. Aliméntalos, pues, mi Alma Humana. Cuando tú estés bien, ellos estarán bien; cuando tú estés mal, ellos se encontrarán mal, enfermos y débiles. No hagas enfermar a mis capitanes, oh Alma Humana, porque si ellos enferman tú no puedes estar bien; si ellos están débiles, tú no podrás ser fuerte; si ellos desmayan, tú no podrás ser firme y valiente para tu Rey, oh Alma Humana. Y no debes pensar en vivir siempre por los sentidos: debes vivir en base a mi palabra. Tú debes creer, ¡oh mi Alma Humana!, que cuando estoy lejos de ti sigo amándote, y que te llevo siempre sobre mi corazón.

     »Por todo ello recuerda, ¡oh mi Alma Humana!, que eres el objeto de mi amor; así como te he enseñado a velar, a luchar, a orar y a hacer guerra contra mis enemigos, así ahora te mando creer que mi amor por ti es constante. ¡Oh Alma Humana, cómo he puesto mi corazón, mi amor, sobre ti! Vela. Recuerda, no impongo sobre ti otra carga que la que ya tienes. Retén lo que tienes, hasta que yo venga».

CONTRACUBIERTA

LA GUERRA SANTA

Un clásico espiritual, publicado por primera vez en 1682, La Guerra Santa es la segunda gran alegoría de Bunyan. Con un rico y gráfico simbolismo, La Guerra Santa describe la guerra espiritual entre Cristo y Satanás por «la ciudad de Alma Humana».

     El triunfo definitivo sobre el pecado y el mal, uno de los más consoladores temas de la Biblia, se describe en esta obra de una manera sumamente vívida.

«Usé parábolas.» Oseas 12:10

NOTAS Y REFERENCIAS

[1] Un estado natural que complace a la carne.

[2] Cristo.

[3] El hombre.

[4] Las Escrituras.

[5] El Omnipotente.

[6] Los ángeles creados.

[7] El corazón.

[8] Eclesiastés 3:11.

[9] Los poderes del Alma Humana.

[10] Los Cinco Sentidos.

[11] El diablo.

[12] Pecadores, los ángeles caídos.

[13] El origen de Diábolo.

[14] Is 14:12.

[15] 2 P 2:4; Jud 6.

[16] 1 P 5:8.

[17] Génesis 3:1; Apocalipsis 20:1, 2.

[18] La sutileza de Diábolo constituida por mentiras.

[19] 2 Co 10:4, 5.

[20] Ef 4:18, 19.

[21] Cómo la conciencia se vuelve tan ridícula como lo es con los hombres carnales.

[22] La conciencia.

[23] Los hombres a veces se encolerizan con sus conciencias.

[24] Malos pensamientos.

[25] De temores.

[26] La voluntad toma su lugar bajo Diábolo.

[27] El corazón, la carne, los sentidos.

[28] Ro 8:7.

[29] Ef 2:2-4.

[30] La voluntad carnal se opone a la conciencia.

[31] Neh 9:26.

[32] La voluntad corrompida ama un entendimiento entenebrecido.

[33] Pensamientos vanos.

[34] Ro 1:25.

[35] La unión del Vil Afecto y de la Concupiscencia de la Carne.

[36] 1 Jn 2:16.

[37] Gn 6:5, 6.

[38] El secreto de su propósito.

[39] El Hijo de Dios.

[40] Is 49:5; 1 Ti 1:15; Os 13:14.

[41] Por el Espíritu Santo.

[42] Las Sagradas Escrituras.

[43] Entre los ángeles.

[44] La voluntad puesta en contra del evangelio.

[45] Se debe emprender la supresión de todos los buenos pensamientos y palabras en la ciudad.

[46] Is 28:15.

[47] Odiosos panfletos ateos y baladas y novelas llenas de suciedad.

[48] El lugar de oír y considerar.

[49] Un lenguaje sumamente engañoso.

[50] Lenguaje mentiroso.

[51] Tiene miedo de perder Alma Humana.

[52] Dt 29:19.

[53] Pr 9:9.

[54] Sal 57:4; 64:3; Stg 3:6.

[55] Las palabras de Dios.

[56] Sal 60:4.

[57] Mr 3:17.

[58] Dt 33:2.

[59] Mt 13:40, 41.

[60] Mt 3:10.

[61] Mt 10:11; Lc 10:5.

[62] 1 Ts 2:7-11.

[63] Ef 2:13, 17.

[64] El mundo se siente convencido ante la vida ordenada de los piadosos.

[65] Diábolo enajena sus mentes de los que son de Dios.

[66] ¡Una falsedad satánica!

[67] Satanás muy atemorizado de que los ministros de Dios vuelvan al Alma Humana contra él.

[68] Los mueve a desafiar a los ministros de la Palabra.

[69] Cuando los pecadores dan oído a Satanás, se llenan de furor contra la piedad.

[70] No quieren oír.

[71] Lc 14:23.

[72] Is 58:1.

[73] Las almas carnales interpretan erróneamente los designios del ministerio del evangelio.

[74] Zac 7:11.

[75] Boanerges consigue ser oído.

[76] Ro 3:10, 10-23; 16:17, 18.

[77] Sal 1:21, 22.

[78] Lc 12:58, 59.

[79] 2 Co 5:13-21.

[80] Mal 4:1; 2 P 2:3

[81] Job 36:14, 18; Sal 60:7; Is 66:15.

[82] Ez 22:14.

[83] Mt 3:7-10.

[84] Lc 13:8.

[85] La verdadera cara de la incredulidad.

[86] Lc 11:21.

[87] La carne.

[88] La sentencia y poder de la palabra.

[89] El tejado de la casa del viejo Incredulidad, derribado.

[90] Los efectos de las convicciones, aunque comunes, si son

permanentes.

[91] Habla la conciencia.

[92] Hambre en Alma Humana. Lc 15:14, 15.

[93] 2 Ti 2:19.

[94] La incredulidad nunca es provechosa en su discurso, sino que siempre habla con malignidad.

[95] El entendimiento y la conciencia comienzan a recibir

convicción, y ponen al alma en movimiento.

[96] Motín en Alma Humana.

[97] El pecado y el alma enfrentados.

[98] Os 11:2, 7.

[99] Mt 22:5; Pr 1; Zac 7:10-13.

[100] He 10.

[101] He 2:10.

[102] Jn 1:29; Ef 6:16.

[103] He 6:19.

[104] 1 Co 13.

[105] Mt 10:6.

[106] La fe y la paciencia hacen la obra. He 6:12.

[107] La Santa Biblia, conteniendo 66 libros.

[108] Cristo no hace la guerra a la manera del mundo.

[109] El corazón.

[110] He 1:2; Jn 16:15.

[111] Is 50:1.

[112] Mt 5:18.

[113] ¡Oh amado Príncipe Emanuel!

[114] Cnt 5:2.

[115] Jn 12:47; Lc 9:56.

[116] Tit 1:16.

[117] ¡Atención a esto!

[118] ¡Atención a esto! Lc 13:25.

[119]  ¡Atención a esto! Hch 5:1-5.

[120] ¡Atención a esto!

[121] 2 S 12:1-5.

[122] Los pecados y concupiscencias carnales.

[123] Ro 6:13; Col 3:5; Gá 5:24.

[124] ¡Atención a esto! Jn 10:8.

[125] ¡Atención a esto! Ro 6:12, 13.

[126] 1 S 27.

[127] 2 R 1:2, 3.

[128] Ef 6:17.

[129] Ángeles.

[130] 2 S 5:6.

[131] 2 Co 11:14.

[132] Mr 9:26, 27.

[133] La conciencia.

[134] El oficio de la conciencia cuando se despierta.

[135] Ef 4.

[136] Los ángeles.

[137] Lc 15:7, 10.

[138] Los hombres de Alma Humana, llenos de admiración y devoción hacia Emanuel.

[139] Mt 12:43.

[140] Lo que hace la culpa.

[141] La oración, fraguada de dificultades.

[142] De pensamientos indagadores.

[143] Vanos pensamientos.

[144] Están siendo juzgados.

[145] Se condenan a sí mismos.

[146] Pecados. Pr 5:22.

[147] Poderes del alma.

[148] Corrupciones y concupiscencias.

[149] Les son quitados sus harapos. Is 61:3.

[150] Una extraña alteración.

[151] Su culpa.

[152] Cuando la fe y el perdón se encuentran, el juicio y la ejecución se van del corazón.

[153] Una extraña alteración.

[154] Is 33:24.

[155] La conciencia y el entendimiento.

[156] ¡Ah, el gozo del perdón por el pecado!

[157] Éx 34:7; Mt 12:31.

[158] Ahora pisotean la carne.

[159] Pensamientos vivaces y cálidos.

[160] La fe no se quedará callada cuando Alma Humana es salva.

[161] El Príncipe exhibe sus gracias ante Alma Humana.

[162] Dilo, y mantente en ello, Alma Humana.

[163] Sus temores.

[164] Hch 15:9.

[165] Ef 2:17.

[166] Ro 6:19; Ef 3:17.

[167] Aprenden de él.

[168] Promesa tras promesa.

[169] Éx 16:15.

[170] Un convite embargador.

[171] Sal 78:24, 25.

[172] Enigmas.

[173] Las Sagradas Escrituras.

[174] El final del banquete.

[175] Ap 22:4.

[176] No se halla incredulidad en Alma Humana.

[177] Se va con Diábolo.

[178] Ro 8:13; 6:12-14.

[179] Gá 5:24.

[180] La ayuda de mayor gracia.

[181] Ro 8:13.

[182] 1 S 17:36, 37.

[183] He 8:13; Mt 11:28-30.

[184] He 8:12; 1 Jn 1:9.

[185] Jn 17:8, 14; 2 Co 7:1.

[186] 2 P 1:4.

[187] 1 Co 3:21, 22.

[188] He 10:19, 20; Mt 7:7.

[189] Ef 4:22; Col 3:5-9.

[190] 2 Co 3:3; Jer 31:33; He 8:10.

[191] Jer 10:23; 1 Co 2:14.

[192] Buenos pensamientos comunes.

[193] 2 P 1:21; 1 Co 2:10; Jn 1:1; 1 Jn 5:7.

[194] Jn 14:26; 16:13; 1 Jn 2:27.

[195] 1 Ts 1:5, 6; Hch 21:10, 11; Jud 20; Ef 6:18; Ro 8:26; Ap 2:7, 11, 17, 29; Ef 4:30; Is 63:10.

[196] 2 Co 13:14; Ro 5:5.

[197] Job 32:8.

[198] Cuerpo.

[199] He 9:14.

[200] Gracias escogidas de entre virtudes comunes.

[201] Satanás no puede debilitar nuestras gracias como nosotros mismos sí podemos.

[202] He 12:12; Is 35:3; Ap 3:2; 1 Ts 5:14.

[203] Mr 7:21, 22.

[204] Ro 7:18.

[205] Cristo no quiere que nos destruyamos a nosotros mismos en el proceso de destruir nuestros pecados.

[206] Más predicadores para Alma Humana, si se hacen necesarios.

[207] Una advertencia.

[208] Otro privilegio para Alma Humana.

[209] Ropas blancas.

[210] Ap 19:8.

[211] Lo que distingue a Alma Humana de otras gentes.

[212] Ec 9:8.

[213] Ap 3:2.

[214] Lc 21:36.

[215] Ap 7:14-17.

[216] El glorioso estado de Alma Humana.

[217] 2 Co 6:16.

[218] El entendimiento.

[219] La voluntad.

[220] Pensamientos hambrientos.

[221] 1 Co 5:8.

[222] Prenda de matrimonio.

[223] Prenda de honor.

[224]  Prenda de hermosura.

[225] Prenda de perdón.

[226] El peligro de los pensamientos vagabundos, Ap 3:20; Cnt 5:2.

[227] La gloria de Alma Humana.

[228] Ro 15:13.

[229] Conceptos santos. Buenos pensamientos.

[230] Cómo el Sr. Seguridad-Carnal desencadena la desgracia de Alma Humana.

[231] No es la gracia recibida, sino la gracia vivida lo que peserva al alma de peligros temporales.

[232] La manera de la recaída de Alma Humana.

[233] Contristan al Espíritu Santo y a Cristo.

[234] Cristo no se retira de repente.

[235] La obra de sus afectos.

[236] Ez 11:21; Os 5:15; Lv 26:21-24.

[237] Se ha ido.

[238] Un lazo tendido al Sr. Temor-de-Dios; va a la fiesta, y se sienta a la mesa como un extraño.

[239] Todos se quedan lívidos de temor.

[240] Cnt 5:6.

[241] Se dirigen al Espíritu Santo, pero está contristado, etc. Is 63:10; Ef 4:30; 1 Ts 5:19.

[242] Un sermón atronador.

[243] Jon 2:8.

[244] Os 5:15.

[245] El predicador subordinado reconoce su falta, y lamenta su connivencia con el Sr. Seguridad-Carnal.

[246] Sal 88.

[247] He 12:12, 13; Ap 3:2; Is 3:24. El pecado debilita, tanto el cuerpo como el alma, y las gracias.

[248] Lc 13:7.

[249] Lm 3:8, 44.

[250] Una terrible respuesta.

[251] Lm 4:7, 8.

[252] Véase ahora cuál es la obra de un recaído que despierta a su condición.

[253] Deseos anhelantes y fervientes.

[254] Envían a pedir consejo al infierno.

[255] Mt 12:43-45.

[256] La carne.

[257] ¡Presta atención, Alma Humana!

[258] ¡Presta atención, Alma Humana!

[259] ¡Presta atención, Alma Humana!

[260] ¡Presta atención, Alma Humana!

[261] ¡Presta atención, Alma Humana!

[262] ¡Presta atención, Alma Humana!

[263] Un día de ocupación terrena.

[264] ¡Cuidado, Alma Humana!

[265] Ro 7:21; Gá 5:17.

[266] ¡Cuidado, Alma Humana!

[267] ¡Cuidado, Alma Humana!

[268] ¡Presta atención, Alma Humana!

[269] ¡Cuidado, Alma Humana!

[270] Nm 31:16; Ap 2:14.

[271] El atosigamiento de la actividad excesiva es peligroso.

[272] Les habría sido necesario hacerlo.

[273] Una lección para los cristianos.

[274] Un terrible consejo contra Alma Humana.

[275] Un terrible consejo contra Alma Humana.

[276] Un terrible consejo contra Alma Humana.

[277] ¡Cuidado, Alma Humana!

[278] ¡Presta atención, Alma Humana!

[279] 2 P 5:8.

[280] Buenos pensamientos, buenos conceptos, y buenos deseos.

[281] El entendimiento.

[282] La conciencia.

[283] Buenos deseos.

[284] 1 Co 16:13.

[285] He 12:15, 16.

[286] Jer 2:34; 5:26; Ez 16:52.

[287] Jl 1:14; 2:15, 16.

[288] Jer 37:4.

[289] He 12:1.

[290] Ap 12:3, 4, 13, 15-17.

[291] Nm 21:6.

[292] Mt 22:18; Ap 9:1.

[293] Pr 27:20.

[294] Sal 11:6; Ap 14:1.

[295] Mr 9:44, 46, 48.

[296] Ap 14:11; 6:8.

[297] Jer 5:16.

[298] 1 Ti 4:2; Ro 2:5.

[299] 1 P 5:8.

[300] Stg 4:7.

[301] Cf. Is 5:30.

[302] Lm 1:3.

[303] Zac 9:15.

[304] 1 P 5:8; Ap 12:10.

[305] Mt 4:8, 9; Lc 4:6, 7.

[306] Satanás lo lee todo al revés.

[307] ¡Cuidado, Alma Humana!

[308] Los pecados.

[309] Los placeres del pecado.

[310] ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! bajo pena de condenación eterna.

[311] La mortificación del pecado es una señal de esperanza de vida.

[312] Gn 49:19.

[313] Con corazón y boca.

[314] Ap 22:2; Sal 38:5.

[315] Pensamientos de esperanza.

[316] Satanás hace a veces que los santos se coman sus palabras.

[317] Nada como la fe para aplastar a Diábolo.

[318] Intenta todo lo que puede sobre la sensibilidad y los sentimientos del cristiano.

[319] Cuando estos tres capitanes quedan incapacitados, ¿qué pueden hacer el resto por la ciudad de Alma Humana?

[320] Los tristes frutos de la recaída.

[321] Culpa.

[322] Pensamientos buenos y tiernos.

[323] Conceptos santos del bien.

[324] Reposo.

[325] Satanás tiene un odio particular contra una voluntad santificada.

[326] Un pensamiento.

[327] El alma llena de pensamientos ociosos y de blasfemias.

[328] Ro 7.

[329] El corazón.

[330] Satanás no puede soportar la oración.

[331] ¡Pobre Alma Humana!

[332] Satanás no puede soportar la fe.

[333] Diábolo está enfurecido.

[334] Una señal de gracia.

[335] ¡Cuídate, Alma Humana!

[336] ¡Cuídate, Alma Humana!

[337] 2 P 2:18-21.

[338] ¡Cuídate, Alma Humana!

[339] ¡Cuídate, Alma Humana!

[340] ¡Cuidado!

[341] Corazón.

[342] Ap 3:17.

[343] ¡Cuidado, Alma Humana!

[344] Cuando el enemigo se encuentra entre Cristo y la fe, queda de cierto derrotado.

[345] Pensamientos buenos y gozosos.

[346] Los santos conceptos de Alma Humana.

[347] Pensamientos santos jóvenes y tiernos.

[348] Ec 9:8.

[349] Zac 13:1; Ap 7:14, 15.

[350] Gn 4:8.

[351] Gn 10:8, 9.

[352] Gn 21:9-10.

[353] Gn 27:41-45.

[354] 1 S 18:10; 19:10; 20:33.

[355] 2 S 15; 16; 17.

[356] Mt 26:14-16, 49.

[357] Ap 13:7, 8; Dn 11:33.

[358] Is 59:7; Jer 22:17.

[359] Sal 59:2.

[360] He 6:12, 15.

[361] El incrédulo nunca lucha contra los dubitativos.

[362] 1 Ti 1:13-15; Mt 5:44; Lc 6:22; Jn 16:1, 2; Hch 9:5, 6; Ap 9:20, 21; Jn 8:40, 41-43, etc.

[363] Ro 3; Ef 2.

* Se refiere a la práctica de recortar virutas de los bordes de monedas hechas de metales preciosos, como oro o plata. Las monedas seguían en circulación, pero el delincuente se quedaba con una pequeña fracción de las monedas para acumular ilegítimamente este metal precioso, oro o plata, y hacer lingotes de los mismos para su venta a joyeros o para realizar falsificaciones. Esta práctica estaba conceptuada como alta traición y estaba penada con la muerte. —N. del T.

[364] Is 33:17; Fil 3:20; Pr 31.


Datos:

Original de John Bunyan, (28 de noviembre de 1628 – 31 de agosto de 1688)

Nueva traducción del inglés realizada en 2013: Santiago Escuain, Copyright © 2013

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