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Monergismo y Sinergismo – Otro Estudio

El Ministerio del Espíritu Santo

Por Robert Charles Sproul

MONERGISMO Y SINERGISMO

Una obra monergista es una obra producida individualmente, por una persona. El prefijo mono- significa uno. La palabra erg se refiere a una unidad de trabajo. Palabras como energía están construidas sobre esta raíz.

Una obra sinergista es aquella que implica cooperación entre dos o más personas o cosas. El prefijo sin- quiere decir “junto con”.

Insisto en esta distinción por una razón. Es justo decir que todo el debate entre Roma y Martín Lutero pendió de este solo punto. Lo que estaba en discusión era esto: ¿Es la regeneración una obra monergista de Dios, o es una obra sinergista que requiere una cooperación entre el hombre y Dios?

Cuando mi profesor escribió “La regeneración precede a la fe” en el pizarrón, claramente estaba tomando partido por la respuesta monergista. Sin duda, después de que una persona es regenerada, dicha persona coopera ejerciendo fe y confianza. Pero el primer paso, el paso de la regeneración a través del cual una persona es avivada para la vida espiritual, es la obra de Dios y sólo de Dios. La iniciativa está en Dios, no en nosotros.

La razón por la cual no cooperamos con la gracia regeneradora antes de que ésta actúe sobre nosotros y en nosotros es que no podemos. No podemos porque estamos espiritualmente muertos. No podemos ayudar al Espíritu Santo cuando éste aviva nuestras almas para la vida espiritual más de lo que Lázaro podía ayudar a Jesús a levantarle de entre los muertos.

Probablemente es cierto que la mayoría de los cristianos profesantes del mundo actual creen que el orden de nuestra salvación es este: La fe precede a la regeneración. Somos exhortados a elegir nacer de nuevo. Sin embargo, decirle a un hombre que elija renacer es como exhortar a un cadáver a elegir resucitar. La exhortación cae en oídos sordos.

Cuando empecé a luchar contra el argumento del profesor, me sorprendí al descubrir que su aparentemente extraña enseñanza no era una innovación teológica. Encontré la misma enseñanza en Agustín, Martín Lutero, Juan Calvino, Jonathan Edwards y George Whitefield. Me asombré al hallarla incluso en la enseñanza del gran teólogo católico medieval Tomás de Aquino.

El hecho de que aquellos gigantes de la historia cristiana llegaran a la misma conclusión con respecto a este punto causó un impacto tremendo en mí. Yo estaba consciente de que ellos no eran individual ni colectivamente infalibles. Todos y cada uno de ellos podían estar equivocados. Sin embargo, yo estaba impresionado. Me había impresionado especialmente Tomás de Aquino.

Tomás de Aquino es considerado el Doctor Angelicus de la iglesia católica romana. Durante siglos, su enseñanza teológica fue aceptada como dogma oficial por la mayoría de los católicos, de modo que él era la última persona que yo esperaba encontrar adherida a semejante enfoque de la regeneración. No obstante, Aquino insistió en que la gracia regeneradora es gracia operativa, no gracia cooperativa. Aquino habló de la gracia precedente, pero habló de una gracia que viene antes de la fe, que es la gracia de la regeneración.

La frase clave en la Carta de Pablo a los Efesios con respecto a este asunto es esta:

(…) aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados). (Efesios 2:5)

Aquí, Pablo establece el momento en que la regeneración ocurre. Tiene lugar cuando estábamos muertos. Con una sola bomba de revelación apostólica, todos los intentos de asignarle la iniciativa de la regeneración al hombre son aplastados total y completamente. De nuevo, los hombres muertos no cooperan con la gracia. Los espiritualmente muertos no toman iniciativa alguna. A menos que la regeneración ocurra primero, no hay posibilidad de fe.

Esto no dice nada diferente a lo que Jesús le dijo a Nicodemo. A menos que un hombre nazca de nuevo en primer término, no puede ver ni entrar al reino de Dios. Si creemos que la fe precede a la regeneración, entonces establecemos nuestro pensamiento y consecuentemente a nosotros mismos en oposición directa no sólo a Agustín, Aquino, Lutero, Calvino, Edwards y otros, sino que nos oponemos a la enseñanza de Pablo y de nuestro Señor mismo.

LA REGENERACIÓN ES GRATUITA

En la exposición de Pablo acerca de la regeneración hay un fuerte acento sobre la gracia. Es necesario que los cristianos de todas las persuasiones teológicas reconozcan voluntaria y alegremente que nuestra salvación descansa sobre el fundamento de la gracia.

Durante la Reforma, los protestantes usaron dos frases latinas como gritos de guerra: sola scriptura (sólo la Escritura) y sola fide (sólo por fe). Ellos insistieron en que la autoridad suprema en la iglesia bajo Cristo es la Biblia sola. Insistieron en que la justificación era sólo por fe. Ahora, Roma no negaba que la Biblia tiene autoridad; era la palabra sola aquello con lo cual se atragantaban. Roma no negaba que la justificación involucra fe; era la palabra sola lo que les provocó a condenar a Lutero.

Hubo un tercer grito de guerra durante la Reforma. Fue escrito originalmente por Agustín más de mil años antes de Lutero. Era la frase sola gratia. Esta frase afirma que nuestra salvación descansa sólo en la gracia de Dios. El mérito humano no está mezclado con ella. La salvación no es un logro humano; es un don gratuito de Dios. Un enfoque sinergista de la regeneración pone esta fórmula en peligro.

No es accidental que Pablo agregue a su enseñanza sobre la regeneración el hecho de que sea una obra gratuita de Dios. Démosle otra mirada:

“Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados), y con Él nos resucitó, y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús, a fin de poder mostrar en los siglos venideros las sobreabundantes riquezas de su gracia por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.” (Efesios 2:4-10)

¿Alguna vez usted le ha hecho críticas correctivas a la Biblia? Yo, en verdad, lo he hecho, para mi gran vergüenza. Frecuentemente me he preguntado, en medio de desacuerdos teológicos, por qué la Biblia no habla más claramente de ciertas cuestiones. ¿Por qué, por ejemplo, el Nuevo Testamento no nos dice directamente si deberíamos o no bautizar a los niños?

Frente a muchas preguntas como ésa, quedamos abandonados a decidir sobre la base de inferencias extraídas de la Biblia. Cuando semejantes desacuerdos me desconciertan, habitualmente vuelvo a este punto: El problema no yace en la falta de claridad de la Biblia; yace en mi falta de comprensión clara con respecto a lo que la Biblia enseña.

Cuando se trata de la regeneración y la fe, me pregunto cómo podría Pablo haberlo expresado más claramente. Supongo que podría haber agregado a Efesios 2 la frase “La regeneración precede a la fe”. Sin embargo, honestamente pienso que aun esa frase no cerraría el debate. No hay nada en esa frase que no haya sido ya claramente explicado por Pablo en este texto o por Jesús en Juan 3.

¿Por qué, entonces, todo este alboroto? Supongo que se debe a que, si concluimos que la regeneración es por iniciativa divina, que la regeneración es monergista, y que la salvación es sólo por gracia, no podemos escapar de la manifiesta inferencia que nos lleva rápida e irresistiblemente a la elección soberana.

Tan pronto como la doctrina de la elección pasa al frente, se produce una frenética lucha por encontrar una manera de lograr que la fe aparezca antes de la regeneración. A pesar de todas estas dificultades anexas, nos encontramos de frente con la enseñanza del Apóstol:

Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)

Aquí el Apóstol enseña que la fe a través de la cual somos salvos es una fe que viene a nosotros por gracia. Nuestra fe es algo que ejercemos por nosotros mismos y en nosotros mismos, pero no es de nosotros mismos. Es un don. No es un logro.

Con la gratuidad del don de la fe como fruto de la regeneración, toda la jactancia es excluida para siempre, excepto si está basada en las extraordinarias riquezas de la misericordia de Dios. Todos los enfoques de la salvación que se centran en el hombre son excluidos si retenemos la palabra sola en sola gratia. Por lo tanto, jamás debemos afligir al Espíritu Santo apropiándonos del crédito que le pertenece exclusivamente a Él.

LA REGENERACIÓN ES EFICAZ

Dentro de las formas tradicionales de la teología arminiana están aquellas que concuerdan en que la regeneración precede a la fe pero insisten en que no siempre ni necesariamente produce fe. Esta visión está de acuerdo en que la iniciativa es de Dios; es por gracia, y la regeneración es monergista. Dicho enfoque está habitualmente vinculado con algún tipo de visión de la regeneración universal.

Esta idea está ligada a la cruz. Algunos arguyen que uno de los beneficios universales de la expiación de Cristo es que todas las personas son regeneradas al punto de que la fe ahora es posible. La cruz rescata a todos los hombres de la muerte espiritual en el sentido de que ahora tenemos el poder de cooperar o no cooperar con la oferta de la gracia salvadora. Quienes cooperan ejerciendo fe son justificados.

Quienes no ejercen fe nacen de nuevo pero no son convertidos. Son espiritualmente estimulados y se hallan espiritualmente vivos pero permanecen en la incredulidad. Ahora son capaces de ver el reino y tienen el poder moral para entrar en él, pero eligen no hacerlo.

Para mí, esta es una visión de gracia ineficaz o dependiente. Es cercana a lo que Tomás de Aquino rechazó como gracia cooperativa.

Cuando sostengo que la regeneración es eficaz, quiero decir que alcanza su objetivo deseado. Es efectiva. Realiza su tarea. Se nos hace vivir a la fe. El don consiste en una fe verdaderamente dada y que echa raíces en nuestros corazones.

A veces, la frase llamamiento eficaz se usa como sinónimo de regeneración. La palabra llamamiento se refiere a algo que ocurre dentro de nosotros y se distingue de lo que ocurre fuera de nosotros.

Cuando el evangelio es predicado audiblemente, la boca del predicador emite sonidos. Hay un llamado externo a la fe y al arrepentimiento.

Cualquiera que no sea sordo es capaz de oír las palabras con sus oídos. Las palabras estimulan los nervios auditivos de los regenerados y los no regenerados por igual.

Los no regenerados experimentan el llamado externo del evangelio. Este llamado externo no efectuará la salvación a menos que el llamado sea oído y abrazado en fe. El llamamiento eficaz se refiere a la obra del Espíritu Santo en la regeneración. Aquí, el llamado se halla dentro. Los regenerados son llamados internamente. Todo aquel que recibe el llamado interno de la regeneración responde en fe. Pablo dice:

Y a los que predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos también justificó; y a los que justificó, a ésos también glorificó. (Romanos 8:30)

Este pasaje de Romanos es elíptico. Es decir, requiere que proveamos en él una palabra que es asumida por el texto pero no declarada explícitamente. La gran pregunta es: ¿Qué palabra debemos proveer, algunos o todos? Probemos con algunos:

Y a algunos de los que predestinó, a ésos también
llamó; y a algunos de los que llamó, a ésos también justificó; y a algunos de los que justificó, a ésos también glorificó.

Añadir aquí la palabra algunos es distorsionar el texto. Significaría que algunos de los predestinados nunca oyen el llamado del evangelio. Algunos de los que son llamados nunca llegan a la fe ni a la justificación. Algunos de los justificados no alcanzan a ser glorificados. En este esquema, no sólo el llamamiento no sería eficaz, sino que tampoco lo sería la predestinación ni la justificación.

La inferencia de este texto es que todos los que son predestinados son igualmente llamados. Todos los que son llamados son justificados, y todos los que son justificados son glorificados.

Si ese es el caso, entonces debemos distinguir entre el llamado externo del evangelio, que puede ser o no atendido, y el llamado interno del Espíritu, que necesariamente es eficaz. ¿Por qué? Si todos los llamados son también justificados, entonces todos los llamados deben ejercer fe. Obviamente, no todo aquel que oye el llamado externo del evangelio viene a la fe y la justificación. Sin embargo, todos los que son eficazmente llamados vienen efectivamente a la fe y la justificación. Aquí, el llamado se refiere a la obra interna del Espíritu Santo que está ligada a la regeneración.

Aquellos a los cuales el Espíritu Santo aviva, con toda certeza vienen a la vida. Ellos ven el reino; abrazan el reino; y entran al reino.

Es al Espíritu Santo de Dios que somos deudores por la gracia de la regeneración y la fe. Él es el Dador del don, quien mientras estábamos muertos nos dio vida con Cristo, para Cristo, y en Cristo. Es debido al misericordioso acto de animación efectuado por el Espíritu Santo que cantamos sola gratia y soli deo gloria sólo para la gloria de Dios.