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Nelson Rolihlahla Mandela

Rolihlahla Dalibhunga Mandela (Nelson Rolihlahla Mandela)

 

Nació en Mvezo, Umtata, Provincia del Cabo Oriental, Sudáfrica, el 18 de Julio de 1918.

Abogado de profesión militante del Partido Político ANC.

Presidente de la República de Sudáfrica (10 de Mayo de 1994~16 de Junio de 1999).

 

Resumen

No existe probablemente en la política de nuestro tiempo una figura más popular, admirada y universalmente respetada que la del sudafricano Nelson Mandela, icono de la lucha contra el apartheid, antiguo líder del Congreso Nacional Africano (ANC), primer presidente negro de Sudáfrica y Premio Nobel de la Paz.

Su liberación en 1990 tras 27 años de cautiverio principió, trabajando estrechamente con el presidente reformista Frederik de Klerk, una complicada pero finalmente exitosa transición desde la dictadura segregacionista blanca hasta la democracia multirracial, que alumbraron unas elecciones libres ganadas por el ANC, un Gobierno de unidad y una nueva Constitución.

Entre 1994 y 1999, Mandela, con su extraordinario carisma, su rechazo a las medidas radicales y su sentido de la responsabilidad, fijó los pilares políticos y económicos de la nueva Sudáfrica, y medió en los conflictos del continente, pero dejó sin resolver graves déficits sociales. Aunque jubilado de la política y pese a su avanzada edad, el mitificado estadista continúa activo en una serie de causas humanitarias.

 

Biografía

1. Dirigente del Congreso Nacional Africano y preso de conciencia

Perteneciente al clan Madiba de la etnia xhosa y uno de los 13 hijos tenidos con sus cuatro esposas por un consejero principal de la casa real Thembu, a su vez nieto de rey (Ngubengcuka, fallecido en 1832) aunque sin derechos dinásticos, nació en 1918 en Mvezo, villorrio a orillas del río Mbashe en el distrito de Umtata, capital de la región de Transkei, actualmente integrada en la Provincia del Cabo Oriental. El padre, Gadla Henry Mphakanyiswa (citado en algunas fuentes como Henry Mgadla Mandela), ejerció de jefe local en Mvezo antes de ser destituido por el Gobierno de la flamante Unión de Sudáfrica, tras lo cual se trasladó con su numerosa familia a una aldea cercana, Qunu, donde en 1928 falleció a la edad de 48 años víctima de la tuberculosis. La madre, Nonqaphi Nosekeni Fanny, era la tercera de las esposas de Mphakanyiswa, un notable tribal analfabeto al que su célebre hijo recuerda con afecto.

Huérfano por tanto desde los nueve años, el joven, cuyo nombre completo era Rolihlahla Dalibhunga Mandela (siendo Rolihlahla un alias familiar), quedó al cuidado del regente de los thembu, el jefe David Jongintaba Dalindyebo, un aristócrata cultivado que se sentía obligado a gratificar póstumamente a Mphakanyiswa, primo suyo, por los servicios prestados a sus intereses dinásticos. El muchacho recibió la educación primaria en una misión wesleyana (metodista) próxima al palacio de su padrino adoptivo y en el Clarkebury Boarding Institute de Engcobo, y la secundaria en la Healdtown Methodist Boarding School de Fort Beaufort. Su profesora de primaria, una misionera británica, le puso el nombre anglófono de Nelson, el cual adquirió validez a efectos legales.

En 1939, tras completar la instrucción escolar, propia de un vástago de la nobleza xhosa, que parecía encaminada a convertirle en el funcionario y cortesano que había sido su padre, Mandela marchó a la ciudad de Alice para titularse en Derecho en el Fort Hare University College, una institución académica reservada a estudiantes no blancos. Allí conoció entre otros a Oliver Tambo, en lo sucesivo estrecho amigo y camarada.

Siendo miembro del consejo estudiantil de la Universidad se implicó en una disputa académica en torno a un resultado electoral, lo que le acarreó la expulsión de las aulas en el tercer año de carrera, viéndose obligado a terminar su diplomatura por correspondencia en 1942. Enterado además de que su padrino le había concertado un matrimonio tribal, le robó algunas piezas de ganado y con el dinero obtenido de su venta se fugó a Alexandra, uno de los populosos suburbios negros en el extrarradio de Johannesburgo. De esta rebelión familiar fue copartícipe un hijo del jefe Dalindyebo, Justice, compañero de estudios de Mandela en Fort Hare y al que su padre quería casar también con una desconocida. Posteriormente el futuro dirigente se reconcilió con su padrino, quien le costeó unas clases de Derecho en la Universidad de Witwatersrand.

Mientras intentaba recomponer su formación universitaria con la idea de practicar la abogacía, el joven se ganó la vida en Johannesburgo como vigilante de una mina de oro y luego como oficinista en una firma jurídica dirigida por blancos. Fue en la gran urbe de la entonces provincia de Transvaal donde Mandela trabó contacto con el activismo puramente político. En 1943, en el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, en la que Sudáfrica combatía del lado del Reino Unido y los aliados bajo el liderazgo del mariscal y primer ministro Jan Smuts, Mandela se unió al Congreso Nacional Africano (ANC), organización abanderada del nacionalismo negro fundada en 1912 y cuyo liderazgo ostentaban en ese momento Alfred Bitini Xuma y James Calata. En el ANC Mandela inició un íntimo vínculo con Walter Sisulu, un paisano de Transkei que se ganaba la vida como agente inmobiliario.

Fue Sisulu, treintañero seis años mayor, quien le introdujo en el bufete de abogados blancos de Johannesburgo, abriéndole las puertas de una profesión liberal a la que muy pocos negros conseguían acceder. Además, una prima de Sisulu, Evelyn Ntoko Mase, enfermera de 22 años, se convirtió en 1944 en la primera esposa de Mandela; con ella iba a tener cuatro hijos: el primogénito, Madiba Thembekile, alias Thembi, alumbrado en 1945; Makaziwe, una niña que murió con nueves meses de vida en 1948; un segundo varón, Makgatho Lewanika, nacido en 1950; y otra niña, Pumla Makaziwe, nacida en 1954.

Mandela, Sisulu, Tambo y otros jóvenes militantes, bajo el liderazgo del intelectual Anton Lembede, trabajaron por la transformación del ANC, que hasta entonces había expresado sus reivindicaciones dentro de los cauces parlamentarios, en un movimiento de masas con un programa de exigencias más firmes al Gobierno racista sudafricano. A tal fin, en septiembre de 1944 pusieron en marcha la Liga de la Juventud del Congreso Nacional Africano (ANCYL), de la que Mandela fue elegido secretario tres años después.

En 1949, al año de producirse la victoria electoral del Partido Nacional (NP) y el inicio formal por la minoría blanca de estirpe afrikáner del sistema de segregación racial o apartheid, el Comité Ejecutivo Nacional (NEC) del ANC, con James Moroka de presidente y Sisulu de secretario general, aceptó un Programa de Acción, conforme a las tesis de la ANCYL, que fue elaborado y supervisado en su aplicación por un subcomité de seis miembros entre los que figuraba Mandela.

El programa, inspirado en los métodos de lucha de la minoría india y de lucha sindical de los mineros negros, contemplaba el llamamiento a la huelga general, la desobediencia civil, la no cooperación y otros instrumentos de resistencia no violenta. Esgrimía asimismo un plantel de demandas políticas y sociales sobre la igualdad jurídica de los ciudadanos de color, la formación de un parlamento representativo basado en el principio democrático de un hombre, un voto, una redistribución más justa de la tierra y la remoción de las barreras a la educación de los jóvenes negros. Más allá de constituir una estrategia coyuntural, el Programa de Acción se integró en la doctrina de partido. Cada vez más prestigiado entre sus compañeros, en 1950 Mandela fue promocionado a miembro del NEC y en 1951 a presidente de la ANCYL.

Al mismo tiempo, Mandela reconoció la necesidad de formar un frente multirracial, no exclusivamente negro, y que incluyera a otros colectivos políticos de resistencia, como los comunistas, para oponerse al apartheid y a la dictadura de la minoría blanca. Para impulsar esta empresa, Mandela y su círculo organizaron la Alianza del Congreso. En junio de 1952 el partido le encomendó la divulgación por todo el país de la denominada Campaña de Desafío a las Leyes Injustas, vasta movilización de masas que Mandela condujo a pie de calle con la consigna de no provocar acciones violentas.

Su intensa actividad agitadora y proselitista le acarreó a Mandela su primer encontronazo serio con la justicia pocas semanas después de poner marcha la Campaña de Desafío. Detenido en julio, fue procesado bajo la acusación de violar la Ley de Supresión del Comunismo, juzgado y finalmente condenado en diciembre a una pena de nueve meses de prisión con trabajos forzados. La sentencia quedó en suspenso durante dos años a cambio de la prohibición de participar en actos públicos y ejercer cargos políticos, y de un confinamiento en Johannesburgo por espacio de seis meses. Estas proscripciones temporales iban a ser renovadas sucesivamente hasta 1958, obligando al reo a cumplir en la clandestinidad sus funciones de vicepresidente nacional del partido, y por tanto adjunto a su nuevo máximo dirigente, Albert Lutuli, y de presidente de su sección en Transvaal, puestos a los que fue elevado también en diciembre de 1952.

Antes de terminar ese año, nada más recobrar la libertad, Mandela se reunió con Tambo, que en 1955 iba a suceder a Sisulu en la Secretaría General del partido y tres años después a Mandela en la Vicepresidencia, y juntos consiguieron abrir en Johannesburgo un despacho de abogados, el primero del país regentado con licencia por juristas negros, labor que fue constantemente hostigada por las autoridades hasta el cierre del bufete en 1956. En los años siguientes, Mandela siguió participando en las campañas contra las leyes discriminatorias de la mayoría negra y prestando asistencia legal a activistas con problemas con la justicia.

Su azarosa vida profesional y política pasó factura a su vida conyugal, tal que en 1955 se separó de Evelyn, cuya filiación a los Testigos de Jehová le impedía implicarse en política, y dos años después el matrimonio terminó en divorcio (Mase iba a fallecer en 2004 a los 82 años). En junio de 1958 Mandela contrajo segundas nupcias con la trabajadora social Nomzamo Winifred Zanyiwe Madikizela, una xhosa 18 años más joven que él y oriunda de la costa norte del Cabo Oriental, quien a diferencia de la primera esposa sí estaba lista para involucrarse a fondo en el movimiento de liberación de su pueblo y apoyar la lucha de su marido, con todo lo que ello implicaba. La luego famosa y polémica Winnie Mandela, como pasó a ser conocida, dio al dirigente negro otras dos hijas, Zenani, en 1959, y Zindziswa, en 1960.

Arrestado, encarcelado y procesado en varias ocasiones, Mandela sufrió su enésima y definitiva detención en el epílogo de la matanza de Sharpeville, Transvaal, el 21 de marzo de 1960, cuando la Policía disparó indiscriminadamente contra una multitud de manifestantes y mató a 69 personas. La represión se abatió sobre Mandela y muchos cientos de militantes del movimiento de liberación negro al socaire de las declaraciones por el Gobierno nacionalista del primer ministro Hendrik Verwoed del estado de emergencia en todo el país, el 30 de marzo, y de las ilegalizaciones, el 8 de abril, tanto del ANC como del Congreso Panafricano (PAC). Liderado por Robert Sobukwe, el PAC había surgido en 1959 como una escisión radical y sectaria del ANC que se oponía a la inclusión de activistas no de raza negra, como indios y blancos autóctonos, en la lucha contra el apartheid.

En marzo de 1961 su caso fue revisado y Mandela quedó exonerado de la acusación de participar en actividades terroristas, pero en agosto de 1962, siendo fugitivo de la justicia, fue detenido de nuevo y en noviembre siguiente recibió una sentencia condenatoria a cinco años de cárcel por los delitos de incitación a la huelga y de abandono ilegal del país, en referencia a un movimiento huelguístico orquestado junto con Sisulu tan pronto como recobró la libertad el año anterior y a unas estancias clandestinas en Etiopía, para participar en la Conferencia del Movimiento Panafricano de Liberación de África Oriental y Central, y en Argelia, para recibir entrenamiento paramilitar.

Lo cierto era que en diciembre de 1961, Mandela, convencido de la inutilidad de la lucha pacífica contra el apartheid, había activado en la clandestinidad y asumido la jefatura del brazo armado del ANC, Umkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación, también conocido por su sigla, MK). Este peligroso viraje, que era el resultado de un largo proceso de reflexión política, madurado tras la masacre de Sharpeville, y no una decisión precipitada, quedó sellado el 31 de mayo de 1961 al proclamar el Gobierno racista la República de Sudáfrica y a continuación retirarse de la Commonwealth, rompiendo con la corona británica los lazos vigentes desde la independencia de facto de la Unión de Sudáfrica en 1910. Nada más crearse, el MK comenzó a atacar con ínfulas guerrilleras instalaciones del Gobierno y objetivos policiales. Lutuli, aferrado a la moderación como el buen premio Nobel de la Paz que era, no veía con buenos ojos la nueva estrategia de confrontación directa con el poder blanco, pero el liderazgo y la autoridad del legalista presidente del ANC se encontraba en franco retroceso ante el carisma y el brío subversivo del 20 años más joven Mandela.

En octubre de 1963 Mandela continuaba recluido en la Prisión Central de Pretoria, donde tuvo de compañero de cautiverio a su amigo Robert Sobukwe, cuando la fiscalía expandió su causa criminal con la adición de los cargos de sabotaje, terrorismo y conspiración para derrocar al Gobierno mediante revolución interna e invasión de fuerzas extranjeras. Mandela aceptó el cargo de sabotaje, pero rechazó los demás. Elevado su estatus de peligrosidad, fue transferido a la prisión de máxima seguridad de Robben Island, emplazada en una pequeña isla en el mar a once kilómetros de Ciudad del Cabo. Comentó entonces el llamado juicio de Rivonia, población próxima a Johannesburgo, donde Mandela compartió banquillo de acusado con otros siete altos dirigentes del ANC y el Partido Comunista de Sudáfrica (SACP): Walter Sisulu, Govan Mbeki, Raymond Mhlaba, Elias Motsoaledi, Ahmed Kathrada, Dennis Goldberg y Lionel Bernstein.

El 12 de junio de 1964 los acusados salvo Bernstein, que quedó absuelto fueron condenados a cadena perpetua, sentencia draconiana que pudo haber sido peor, ya que la fiscalía al principio solicitó la pena de muerte. Mandela y sus camaradas fueron internados en un módulo de aislamiento para presos políticos en Robben Island. Desde su celda, en los años siguientes, el prisionero 466/64, con su sufrido estoicismo, fue convirtiéndose en el principal símbolo del movimiento de resistencia negra de su país y de la conciencia secuestrada de toda una nación, ganando una masiva solidaridad internacional y abundando en el descrédito de un gobierno que no acertaba a presentarle como un extremista peligroso o como un racista negro que querría expulsar a los blancos de Sudáfrica.

Entretanto, desde el exilio o en la clandestinidad, intentaban mantener viva la lucha del ANC y recababan ayudas internacionales para la causa los líderes que habían eludido la maquinaria represiva del Gobierno del NP. Eran los casos de Tambo, elegido presidente del partido a la muerte en accidente de Lutuli en 1967, y de Duma Nokwe y Alfred Nzo, quienes se sucedieron en la Secretaría General en 1969.

Durante su prolongado cautiverio, Mandela sólo pudo recibir las visitas de su esposa e hijos en muy contadas ocasiones. Winnie, que iba a revelarse como una dirigente del ANC radical y autoritaria a medida que el Gobierno se ensañaba con ella, fue a su vez desterrada en 1977 a la aldea de Brandfort, donde vivió confinada hasta 1985. En julio de 1969 un acongojado Mandela no fue autorizado a acudir al funeral de su hijo mayor, Thembi, muerto en un trágico accidente de circulación a los 25 años y tras haber dado a su padre dos nietas, Ndileka y Nandi.

El régimen carcelario en Robben Island era muy severo, así que menos oportunidades tuvo aún el prisionero de recibir en 1973 un permiso vigilado para asistir a la boda de su hija Zenani, que sólo tenía 14 años, con el príncipe Thumbumuzi Dlamini, hijo del rey de Swazilandia, Sobhuza II, quien se convirtió por tanto en consuegro de Mandela, así como hermano del futuro rey Mswati III. Para preservar su estado emocional y sus facultades intelectuales en las duras condiciones de la prisión isleña, el recluso se matriculó en el programa de educación a distancia de la Universidad de Londres y se sacó el título de Bachelor of Laws. También cuidó por su estado físico, intentando mantenerse en forma con tablas de gimnasia.

Afuera, entretanto, la situación política se deterioraba paulatinamente: el régimen, indiferente a las sanciones y los boicots internacionales que distaban de ser universales y contundentes, endurecía la represión y los movimientos negros radicalizaban sus actos de resistencia. Sudáfrica empezó a deslizarse por una sangrienta espiral de represalias. El brutal aplastamiento de la revuelta de estudiantes en Soweto, el gran gueto de la periferia sur de Johannesburgo, en junio de 1976, con un balance de cientos de muertos y miles de heridos, mostró a las claras a la escandalizada opinión pública internacional la naturaleza criminal del Gobierno de la minoría blanca, entonces dirigido por el primer ministro Balthazar Vorster, un líder del ala más derechista del NP, resuelto a mantener el statu quo de la segregación racial sin la menor concesión.

En cuanto al MK, aliado de las guerrillas y fuerzas de liberación negras que combatían a sus respectivas férulas coloniales y neocoloniales en los países vecinos (el MPLA de Angola, el ZANU de Rhodesia del Sur, el FRELIMO de Mozambique y el SWAPO de Namibia, esta última administrada ilegalmente por la propia Sudáfrica), intentó sostener una campaña de atentados y ataques con bomba, pero la Policía y el Ejército sudafricanos diezmaron sus filas, virtualmente lo expulsaron del territorio nacional y siguieron infligiéndole golpes demoledores, en furiosas incursiones por tierra y aire, en los países donde había establecido sus bases de retaguardia, que eran los arriba citados más Botswana y Zambia, abundando en la generalización del estado de guerra en toda la región.

Al comenzar la década de los ochenta, estaba meridianamente claro que el ANC, por la vía insurgente, no iba a conseguir, no ya derrocar al Gobierno blanco, sino arrancarle ninguna concesión política, ni siquiera provocar quebrantos en las muy profesionales y bien pertrechadas fuerzas armadas y de seguridad del Estado. En el NEC, Tambo y otros expusieron la tesis de que la lucha armada no tenía futuro y que lo que había que hacer era concentrar todos los esfuerzos en los frentes de lucha política y sindical, librada esta última por el Congreso de Sindicatos Sudafricanos (COSATU), tercer vértice de la Alianza Tripartita formada con el ANC y el SACP.

En abril de 1982 Mandela, Sisulu y otros convictos de Rivonia fueron transferidos a la prisión de Pollsmoor, en Ciudad del Cabo, donde las condiciones carcelarias eran algo menos duras. Aunque entonces no lo reconoció, el sucesor de Vorster, Pieter Botha, bien que sin relajar un ápice la represión, que de hecho se hallaba en su apogeo, estaba dispuesto a emprender con el ANC un diálogo discreto al tiempo que acometía algunas reformas cosméticas del sistema.

Desde su celda y un poco por su cuenta y riesgo, mientras la dirigencia del partido en el exilio ponía a prueba las intenciones de Botha lanzándole unas campañas de sabotajes y huelgas para obligarle a abrir la vía negociada, Mandela emprendió con sus carceleros una serie de comunicaciones que al principio fueron de tanteo y secretas, pero que luego iban a producirse públicamente y al más alto nivel, permitiendo intuir un desenlace negociado del enquistado conflicto.

A lo que Mandela siempre se negó fue a obtener una remisión de su pena o incluso la libertad condicional a cambio de firmar un manifiesto de rechazo a la violencia y de aceptar las independencias, no reconocidas por ningún país del mundo y condenadas por la ONU, de los bantustanes o homelands de Bophuthatswana, Ciskei, Transkei y Venda, convertidos por el régimen en unos territorios dotados de gobiernos negros teóricamente autónomos, que suponían el 13% de la superficie del país y que constituían una forma especialmente insidiosa de segregación racial.

El primer encuentro entre Mandela y un alto representante del régimen del NP, Kobie Coetzee, ministro de Justicia, tuvo lugar en noviembre de 1985 en el hospital Volks de Ciudad del Cabo, donde el primero había sido ingresado para practicarle una operación de próstata. Esta reunión preliminar no arrojó ningún acuerdo, pero marcó la pauta dialogante. Los contactos secretos prosiguieron con Gerrit Viljoen, ministro de Desarrollo Constitucional, y Niel Barnard, jefe del Servicio Nacional de Inteligencia. Durante unos años el proceso resultó estéril porque Mandela rehusó una y otra vez aceptar la precondición de la renuncia expresa a la lucha armada para abrir una mesa de conversaciones formales, en las que él podría participar en situación de libertad. Tal era la oferta del Gobierno.

En agosto de 1988, al mes de cumplir los 70 años, efeméride que fue celebrada en diversos lugares fuera de Sudáfrica, particularmente en Londres, escenario de un macroconcierto de música pop retransmitido a 67 países y celebrado bajo la consigna imperiosa de la liberación del archifamoso preso político, Mandela contrajo una tuberculosis y pasó mes y medio ingresado en el hospital Tygerberg de Parow, en Ciudad del Cabo. En septiembre le trasladaron a la clínica Constantiaberg y en diciembre le dieron de alta. No regresó a Pollsmoor, sino que pasó a la prisión Victor Verster, cerca de Paarl, donde fue aislado en un amplio bungalow dotado de piscina, jardines y cocinero particular. La convalecencia de Mandela precisaba un entorno saludable y paseos al aire libre, pero el Gobierno también quería crear una atmósfera distendida y hasta halagadora.

2. De la liberación a la jefatura del Estado: el final del apartheid

El 5 de julio de 1989, en una reunión sin precedentes, Mandela fue invitado a tomar té con Botha en su residencia presidencial en Ciudad del Cabo, la Tuynhuys. El encuentro, secreto como los anteriores, discurrió con cordialidad y, aunque no se llegó en él a ningún acuerdo sustancial, marcó el principio del deshielo. Semanas más tarde, el 15 de agosto, Botha, enfermo del corazón, cedía la Presidencia del país a quien ya venía encabezando el NP desde febrero, Frederik de Klerk, y Sudáfrica se abocó a una era de reformas que terminó liquidando el apartheid.

El 13 de diciembre Mandela celebró con de Klerk el primero de tres encuentros preliminares para tratar su liberación, la cual tuvo lugar, rodeada de una gran expectación mundial, el 11 de febrero de 1990, nueve días después de recobrar el ANC la legalidad “a la par que el PAC, el SACP y el COSATU, tal como habían acordado las partes. Tras pasarse casi 28 años en prisión y desechar varias ofertas de libertad condicionada, Mandela había conseguido la vindicación política para su causa, pero también una victoria personal.

En sus primeras declaraciones, tanto a la prensa como a la muchedumbre que le acogió en el estadio de Soweto, el líder congresista prodigó los mensajes de moderación y de cooperación en la empresa iniciada por de Klerk. Los llamamientos de Mandela no hallaron un eco uniforme en el campo negro nacionalista; así, los extremistas de izquierda del PAC siguieron apostando por la vía revolucionaria y el derrocamiento del poder blanco por la fuerza, por más que los hechos habían demostrado hasta la saciedad lo utópico de esa pretensión.

El 3 de marzo el partido elevó a Mandela a su antigua posición de vicepresidente ejecutivo, ocupada por última vez por Tambo en 1969 y que en las actuales circunstancias, con Tambo enfermo y hospitalizado en Suecia, convertía a su titular en el jefe de facto del partido. A finales de abril, el primer grupo de líderes congresistas y comunistas “Alfred Nzo, Thabo Mbeki, Joe Modise, Joe Slovo y Ruth Mompati regresó del exilio zambiano para reunirse con Mandela e integrar con él la delegación conjunta del ANC y el SACP en el primer cara a cara oficial con de Klerk y sus ministros.

Esta ronda inicial de negociaciones produjo, el 6 de agosto, la llamada Acta de Pretoria, por la que el ANC aceptaba «suspender con efecto inmediato» todas las acciones armadas del MK, mientras que el Gobierno se comprometía a levantar las últimas restricciones a las actividades políticas al socaire de la Ley de Seguridad Interna (es decir, la Ley de Supresión del Comunismo) y a acelerar la liberación de los presos políticos. Desde el 7 de junio, el estado de emergencia ya no regía en el país, salvo en Natal. Mediante éste y otros solemnes compromisos, Mandela renunció efectivamente a la lucha armada, que en el discurso pronunciado el día de su liberación había definido como una «acción puramente defensiva frente a la violencia del apartheid».

En los meses siguientes, Mandela realizó una serie de viajes por todo el mundo para advertir a los gobiernos anfitriones contra un prematuro levantamiento de las sanciones internacionales a Sudáfrica, en tanto el Gobierno nacionalista no adoptara reformas decisivas y las fuerzas de seguridad siguieran cometiendo abusos. En julio de 1991, por fin, fue elegido presidente ejecutivo del ANC, reunido en Durban en su primera conferencia anual en suelo patrio desde 1959 y que marcaba la número 48 en la historia de la organización, en sustitución de Tambo, el cual fue honrado con el nuevo cargo, más bien ceremonial, de presidente nacional, que el achacoso dirigente iba a ostentar hasta su fallecimiento en 1993. Para la Secretaría General el escogido fue el sindicalista Cyril Ramaphosa, brillante exponente de la nueva generación de dirigentes, quién tomó el relevo al veterano Nzo. En cuanto al viejo compañero de luchas y fatigas de Mandela, Sisulu, fue aupado al puesto de vicepresidente para que dispensara consejo y arbitraje.

La Conferencia de Durban fue histórica también porque los congresistas aprobaron reorganizarse como un partido político propiamente dicho, dejando atrás las connotaciones revolucionarias propias de los movimientos de liberación y confiando en la línea posibilista que advocaban Mandela y su trío de lugartenientes con más peso político y mejores dotes para la organización y la interlocución, a saber, Ramaphosa, Mbeki y Chris Hani, tratándose este último del secretario general del SACP y, hasta el año anterior, del jefe del Estado Mayor del MK. Todos los observadores coincidieron en señalar que el sucesor de Mandela sería sin duda uno de estos tres hombres, aunque algunos indicaron que el que más le gustaba era Ramaphosa.

Antes de terminar 1991, el Gobierno de Klerk, en una espectacular demostración de solvencia, desmanteló el entramado jurídico del apartheid disponiendo la caducidad o la derogación de la Ley de Separación en Lugares Públicos (1953), la Ley de Supresión del Comunismo (1950), la Ley Antiterrorista (1950), la Ley de Registro de la Población (1950), que clasificaba a los sudafricanos según su raza, la Ley de Áreas Grupales (1950), que asignaba a los grupos raciales diferentes zonas residenciales en las ciudades, y la más antigua de todas, la Ley de Tierras de Nativos (1913), que limitaba drásticamente las tierras que la mayoría negra podía poseer. El 14 de septiembre, 26 organizaciones y partidos firmaron un Acuerdo Nacional de Paz, por el que se comprometían a promover «la paz, la armonía y la prosperidad» en el período de tránsito a la promulgación de una nueva Constitución democrática y la celebración de elecciones pluralistas. El 17 de marzo de 1992, un referéndum, última consulta «sólo para blancos», aprobó con el 68,7% de los votos el proceso de reformas iniciado por de Klerk.

La transición a la democracia multirracial en Sudáfrica parecía imparable, y Mandela expresó esta confianza en innumerables ocasiones. Sin embargo, el proceso pareció a punto de descarrilar varias veces a lo largo de 1992 y 1993. El 10 de abril del segundo año, el asesinato de Hani a las puertas de su casa por un ultraderechista blanco puso a prueba el temple de los congresistas y la confianza de la inmensa mayoría de la población negra en los incansables llamamientos del presidente del ANC a la paz y la reconciliación.

La tensión política fue atizada constantemente por los sangrientos enfrentamientos armados en KwaZulu (Natal), que dejaron muchos cientos de muertos, entre xhosas, mayoritariamente identificados con el ANC, y los zulúes del Partido Inkatha de la Libertad (IFP) que lideraba el jefe tribal y primer ministro del bantustán, Mangosuthu Buthelezi, un caudillo tradicional que desconfiaba profundamente de la futura hegemonía política del congresismo de izquierdas. Por si fuera poco, elementos marginales de la extrema derecha afrikáner intentaron sabotear lo ineluctable mediante provocaciones terroristas.

Los respectivos compromisos adquiridos por Mandela y de Klerk salvaron la delicada transición, pese a los recelos y las acusaciones mutuas. El líder negro denunció reiteradamente que las fuerzas de seguridad seguían perpetrando tropelías como en los peores tiempos del apartheid y censuró la intención del NP de otorgar a la minoría blanca algún tipo de veto en un futuro Gobierno de mayoría negra. En junio de 1992, el asesinato 46 personas por miembros del IFP en Boipatong, Transvaal, enfureció a Mandela, que acusó al Gobierno nacionalista de tener una complicidad en la masacre (investigaciones posteriores sacaron en claro que las fuerzas de seguridad no habían tenido nada que ver en la atrocidad) y suspendió la participación del ANC en las negociaciones políticas. Meses después, en septiembre de 1992, la matanza de 28 simpatizantes del ANC por la Policía de Ciskei “donde el dictadorzuelo negro local, el general Oupa Gqozo, hacía frente a una revuelta popular inflamada por los congresistas aconsejó a Mandela reanudar las negociaciones con de Klerk para impedir nuevas efusiones de violencia.

Mandela tuvo también que poner orden en sus propias filas, donde las actitudes extremistas seguían teniendo fuerza. En esta tesitura se enmarcó el anuncio de su separación, el 13 de abril de 1992, de Winnie, miembro del NEC desde 1991, debido a que las «tensiones aparecidas en los últimos meses por diversas cuestiones» habían hecho la ruptura matrimonial «inevitable». Condenada en mayo de 1991 a seis años de prisión por el rapto en diciembre de 1988 de cuatro jóvenes y el asesinato de uno ellos a manos de sus guardaespaldas, reclutados entre los miembros del Club de Fútbol United Mandela, en su propia vivienda, Winnie apeló y en junio de 1993, meses antes de convertirse en presidenta de la Liga de Mujeres del partido (ANCWL), consiguió la suspensión de la pena a cambio de una multa.

Para Mandela, su esposa desde hacía 34 años, la persona que le había tomado de la mano tras cruzar la puerta de la prisión Victor Verster en 1990, había terminado por convertirse en un lastre para el éxito de su trascendental empresa política a causa de su excesiva identificación con el populismo radical y su retórica violenta, que tenían mucho gancho entre los habitantes de los townships negros. El extremismo declarativo de Winnie incluía la defensa, incompatible con el discurso cuasi gubernamental del futuro presidente negro de Sudáfrica, del terrible método de ajusticiamiento, mitad ejecución sumaria y mitad linchamiento, conocido como necklacing (colocación de un neumático bañado en gasolina alrededor del cuerpo de la víctima al que luego se prendía fuego), aplicado por las bases del ANC a delincuentes comunes y, sobre todo, a personas consideradas colaboracionistas y traidoras a la causa. El influjo de Mandela fue también determinante en la decisión del PAC, en enero de 1994, de poner fin a la lucha armada.

Mandela y de Klerk consensuaron los mecanismos e instituciones del período de transición, así como los términos de la Constitución provisional, los pormenores de las elecciones pluralistas y las características del Gobierno de coalición que debía emanar de aquellas. Las discusiones se desarrollaron en los marcos de la Convención por la Democracia en Sudáfrica (CODESA, I y II) y, tras el colapso de la anterior, el más plural Foro de Negociaciones Multipartitas (informalmente llamado CODESA III), que emprendió sus deliberaciones en abril de 1993. El 15 de octubre de ese año, la concesión por el Comité de Oslo del Premio Nobel de la Paz de 1993 a las dos máximas figuras de la política sudafricana sirvió para reafirmar en los galardonados la voluntad de continuar con el proceso hasta el final; Mandela aceptó y recogió (10 de diciembre) el Nobel en nombre de todos los sudafricanos que se sacrificaron y sufrieron para traer la paz a su país.

En vísperas de las históricas votaciones, Mandela, junto con de Klerk, consiguió involucrar al renuente Buthelezi en el proceso electoral, ahorrando al país un boicot del partido zulú que probablemente habría desembocado en un baño de sangre y, de todas maneras, habría hecho que la era democrática naciera con mal pie. Tras arduas negociaciones, el Memorándum de paz y reconciliación entre el ANC, el IFP y el Gobierno fue firmado por los tres dirigentes el 19 de abril de 1994.

Monitorizadas por los 2.500 miembros de la Misión de Observadores de Naciones Unidas en Sudáfrica (UNOMSA), las elecciones a la primera Asamblea Nacional multipartidista, con funciones de Asamblea Constituyente, se desarrollaron del 26 al 28 de abril de 1994. En el segundo día de votaciones, el 27 de abril, entró en vigor la Constitución Interina, que supuso la abolición de los diez bantustanes que poseían el estatus autónomo o semiindependiente, y por ende la incorporación de sus territorios a la división provincial. También lo hizo la nueva bandera nacional, con un diseño multicolor que simbolizaba la pluralidad racial del país.

Tal como se esperaba, el ANC, formando lista conjunta con su partido hermano, el SACP, obtuvo una victoria arrolladora con el 62,6% de los votos y 252 de los 400 escaños. El NP se hizo con el 20,4% de los votos y 82 escaños, unos resultados bastante meritorios que excedían con creces el peso demográfico de los blancos, y el IFP con el 10,5% y 43. Las votaciones a las nueve asambleas provinciales dibujaron una supremacía congresista incluso más acusada: el partido de Mandela se aseguró el control de todos los gobiernos provinciales salvo los de KwaZuluNatal y el Cabo Occidental, retenidos respectivamente por el IFP y el NP.

El 6 de mayo Mandela desveló el grueso de la membresía del Gobierno de Unidad Nacional (GUN) ANCNPIFP. En el Consejo de Ministros pasaban a compartir mesa prácticamente todas las personalidades partidistas que habían protagonizado la transición. Flanqueando a Mandela aparecían su mano derecha y a estas alturas, en tanto que presidente nacional del ANC, su heredero oficial, Mbeki, como vicepresidente primero de la República, y de Klerk, como vicepresidente segundo.

De los 28 ministerios con cartera, el binomio ANCSACP se quedó con 17, destacando las presencias de Nzo en Exteriores, Slovo en Vivienda y Asuntos Sociales, y Modise en Defensa. La sensible cartera de Finanzas fue revalidada por el titular del Gobierno saliente, Derek Keys, mientras que la de Minas y Energía quedó en manos de su colega de partido Roelof Pik Botha, el liberal ministro de Exteriores con de Klerk. Accediendo a que los blancos nacionalistas retuvieran estos dos importantes ministerios, Mandela transmitía el mensaje tranquilizador de que el nuevo Gobierno de mayoría negra acometería la reforma socioeconómica, esperada con gran ilusión por millones de sudafricanos pobres, desocupados y excluidos, sin revanchismos rencorosos ni radicalismos revolucionarios.

El mismo criterio de oportunidad política presidió la entrega del Ministerio del Interior a Buthelezi, en la creencia de que el recalcitrante caudillo zulú, una vez revestido de responsabilidades nacionales, se vería obligado a templar los ánimos en KwaZuluNatal, permitiendo reducir los niveles de violencia regional. Winnie Mandela no fue hecha miembro del Gabinete, pero sí del Gobierno, en calidad de viceministra de Artes, Cultura, Ciencia y Tecnología (antes de un año, iba a ser destituida al hilo de unas acusaciones de corrupción).

El 9 de mayo la Asamblea invistió a Mandela presidente de la República y al día siguiente, en presencia de numerosos líderes mundiales y en un ambiente festivo y colorista, tomó posesión del puesto con mandato hasta 1999 junto con los dos vicepresidentes. La mayoría de los ministros estrenaron sus despachos el 11 de mayo y el resto lo hizo dos días después. El histórico cambio de guardia aconteció en una atmósfera de euforia generalizada, vivido por las masas negras con un fervor prácticamente mesiánico.

3. La construcción de la nueva Sudáfrica multirracial y democrática; la asignatura socioeconómica

En Mandela recayeron todas las esperanzas de un pueblo que, si bien había conseguido la plenitud de derechos políticos, aún topaba con barreras, por el momento infranqueables, para su promoción social, educativa y profesional, y que, por encima de todo, como los millones de habitantes de los guetos y los barrios de miseria, ansiaba salir de su extremada postración económica.

El presidente definió unas reglas de juego que equilibraban el dominio indiscutible del ANC con la cooperación y la concesión de parcelas de poder y de responsabilidad a los demás partidos importantes, algunos de los cuales “particularmente, el Inkatha de Buthelezi no eran aliados naturales y ni tan siquiera fácticos, sino sólo unos socios forzosos y necesarios, en aras del bien común. Con sensatez y realismo, Mandela confió al NP sectores clave de manera casi en exclusiva, como la dirección económica y la alta empresa, o en un régimen de cogestión, como la defensa y la seguridad interior. Con Mandela a su frente, el ANC renunció a ejercer el rodillo negro, tan temido por los antiguos amos del país, aunque también era cierto que la no tenencia de la mayoría absoluta de dos tercios en el Legislativo, requerida para aprobar reformas constitucionales, no era un estímulo para las hipotéticas tentaciones de hegemonía absoluta.

En el quinquenio presidencial, el sistema político innegablemente funcionó: se aseguró el total respaldo internacional; implicó a las élites blancas, luego de calmar sus últimas aprensiones, en la normalización del país; desarmó dialécticamente, con más rapidez de lo esperado, a la extrema derecha racista, que se automarginó completamente del escenario político; y apaciguó a ojos vista “aunque no del todo las tensiones violentas en la provincia de KwaZuluNatal, luego de ir aceptando el IFP su posición en el nuevo orden político. El ANC hizo suyos los principios de la democracia parlamentaria más exquisita, con una verdadera oposición parlamentaria (aunque sin posibilidad de alternancia), una libertad de prensa que para sí quisieran algunos países europeos, un poder judicial independiente y el marco jurídico que brindaba una de las constituciones más progresistas del mundo.

Al mismo tiempo, el ANC encontró compatible su definición socialista con la preservación del sistema capitalista y la economía de libre mercado, hasta el punto de inaugurar una nada acomplejada campaña de privatizaciones y liquidación de monopolios del Estado, gracias a la cual, numerosos dirigentes y activistas del partido, empezando por Ramaphosa (que fue denostado por sus antiguos camaradas del COSATU), descubrieron su faceta de avezados hombres de negocios, lucrados en el proceso, eso sí, con manifiesto favoritismo.

La Estrategia Macroeconómica de Crecimiento, Empleo y Redistribución, más conocida como el programa GEAR, publicada en junio de 1996, se refería a un conjunto de actuaciones ortodoxas (política monetaria antiinflacionista, disciplina fiscal, presupuestos prudentes) que apuntaban a un ajuste estructural de la economía sudafricana. En cuanto a una reforma agraria de resabio socialista que repartiera tierras productivas a los campesinos a gran escala y acabara con el monopolio blanco a corto o medio plazo, ni siquiera fue contemplada. En los medios izquierdistas no tardaron en escucharse expresiones de decepción y de enfado por el abandono de las metas más ambiciosas de justicia social, y por la emergencia de una nueva élite de privilegiados negros.

El oficialismo congresista, sólidamente instalado en el Gobierno y el NEC, apostó por unas políticas públicas vigorosas que hicieran posible la distribución de la renta nacional, la corrección de las abismales diferencias sociales y económicas en función de la raza y, sin proclamarlo abiertamente, para no dar pábulo a acusaciones de elitismo, la creación de una burguesía y una clase media negras liberadas de mentalidad asistencial y dispuestas a luchar por una parcela de riqueza en un contexto competitivo. El partido reconoció que, si bien la mayoría negra había conquistado el poder político, la sudafricana continuaba siendo una sociedad racialmente dividida, con la función pública, la Policía, las Fuerzas Armadas y la judicatura aún copadas por los blancos. En 1998 la Asamblea aprobó la Ley de Equidad en los Empleos, que se fundaba en el principio de la affirmative action, o discriminación positiva, en favor de los no blancos, aunque al finalizar la legislatura sus disposiciones seguían sin entrar en vigor.

En conjunto, el ANC impartió unas directrices que tanto podían ser calificadas de socialdemócratas, por el papel central reservado al Estado en la mejora de los estándares de vida de las extensísimas capas de población pobre que nutrían su electorado, como de socialliberales, o, directamente, liberales, al conceder grandes facilidades al capital corporativo e introducir desregulaciones, inclusive en el mercado laboral. En este sentido, Mandela, al igual que Mbeki, se mostró más “por no decir, únicamente reformista que revolucionario, y más gradualista que expeditivo.

Comparadas con las elevadas expectativas sociales de 1994, las actuaciones del Gobierno en este terreno dejaron al final del quinquenio un panorama de claroscuros, predominando seguramente la segunda tonalidad. Llegada la hora de la partida de Mandela, se trazó un balance agridulce del compromiso con la emancipación socioeconómica de la mayoría negra, pues si bien ésta había mejorado un tanto su situación con la extensión de los servicios sociales en los populosos barrios marginales y el surgimiento de una incipiente clase media, los blancos, que constituían menos del 14% de la población, seguían regentando la práctica totalidad del sistema financiero y el mundo de los negocios. En este sentido, las políticas de equidad y redistributivas, cuyo verdadero desarrollo iba a competir a futuras administraciones, apenas hicieron notar sus efectos positivos.

Además, en los dos últimos años de la presidencia de Mandela, la producción económica creció por debajo del ritmo demográfico. La acusada flojera del PIB, motivada por la caída del precio del oro y la falta de inversiones foráneas, y que no dejó de ser paradójica, luego de ser levantados todos los embargos y boicots internacionales que pesaban sobre Sudáfrica, unida a las reconversiones y las privatizaciones industriales, agravó el paro, que alcanzó proporciones masivas. En 1999, no menos de 35% de la población activa estaba desocupada; la tasa no iba sino a aumentar en los años siguientes.

A mayor abundamiento en este repertorio de asignaturas pendientes, el Gobierno de Mandela fue incapaz de contener la explosión de una violencia paulatinamente despolitizada y relacionada con la delincuencia común, fenómeno que suele azotar a todas las sociedades recién salidas de una confrontación civil y que en el caso de Sudáfrica se entremezcló con nuevas e inquietantes formas de extremismo. La ola de criminalidad producía, en números redondos, 25.000 asesinatos y 50.000 violaciones al año, en un país de 39.000 millones de habitantes.

Otro de los grandes débitos achacados al Gobierno de Mandela afectó a la lucha contra el sida, pandemia que en Sudáfrica registraba unas cifras escalofriantes. Pese a activarse un Plan Nacional, un Comité InterDepartamental (IDC), un Comité InterMinisterial (IMC) y un Partenariado sobre el SIDA y el virus HIV, las políticas públicas para combatir la enfermedad estuvieron muy a la zaga de los avances médicos. La estrategia nacional contra el sida fue ampliamente tachada de incoherente e inefectiva por los trabajadores sanitarios y las ONG.

El 30 de junio de 1996, el NP, de acuerdo con el anuncio hecho por de Klerk el 9 de mayo, un día después de aprobar la Asamblea la nueva Constitución permanente (que iba a ser ratificada por Mandela el 10 de diciembre y a entrar en vigor el 4 de febrero de 1997), abandonó el GUN alegando que el período de transición había concluido sin novedad. La marcha de de Klerk dejó a Mbeki como el único vicepresidente de la República. El final del GUN, más que generar incertidumbre, puso de relieve hasta qué punto los blancos afrikaners se sentían tranquilos con la marcha política del país que un día señorearan con puño de hierro, prefiriendo que el ANC con el que las relaciones tampoco habían sido excesivamente cordiales, sino, antes bien, bastante resignadas asumiera todas las cargas gubernamentales y enfrentara en solitario los problemas derivados del programa de reformas.

El 26 de julio de 1995, Mandela, en aras de la unidad nacional y la reparación histórica, convocó por decretoley una Comisión de la Verdad y la Reconciliación (TRC) para elucidar las masivas violaciones de los Derechos Humanos cometidas durante el apartheid, aunque de sus conclusiones no podrían derivarse consecuencias penales con carácter vinculante.

La TRC, integrada por un panel de personalidades independientes y presidida por el insigne luchador antirracista Desmond Tutu, obispo anglicano de Ciudad del Cabo, premio Nobel de la Paz y buen amigo de Mandela, publicó el 29 de octubre de 1998 el resultado de tres años de investigaciones en un documento de 3.500 páginas, donde hacía un balance mixto en lo referente al reparto de culpas, aunque muy contundente en cuanto a la gravedad de los hechos indagados: el Estado racista blanco había sido el responsable de la gran mayoría de los crímenes y abusos, pero el movimiento de liberación negro también había perpetrado atrocidades, por todo lo cual, la TRC recomendaba el procesamiento judicial de Pieter Botha, Mangosuthu Buthelezi y Winnie Mandela.

El informe provocó un terremoto en el ANC, donde un sector, tildado de dogmático y chovinista, encabezado por Mbeki (quien personalmente no salió muy bien parado de los testimonios escuchados en las vistas orales) se negó a emitir una disculpa por cualquier aspecto escabroso de la lucha contra el apartheid. De hecho, el vicepresidente, sabedor del escándalo que se avecinaba, y sin consultar a Mandela y los otros miembros del NEC, promovió contra la TRC una querella legal en nombre del partido para impedir la publicación del «erróneo» e «insensato» informe, pero horas antes de la ceremonia de entrega un juez dictaminó que la demanda era inconstitucional.

Mandela, que recibió de Tutu el documento, expresó su apoyo incondicional al «buen trabajo» hecho por la Comisión y aceptó el informe en su integridad. Más aún, admitió explícitamente que el movimiento, a pesar de librar una «guerra justa» y una «lucha heroica» contra el apartheid, había cometido «graves violaciones de los Derechos Humanos». «Nadie puede negar que algunas personas murieron en nuestros campos, y eso es lo que el TRC ha dicho», señaló. El presidente reconoció que él y el vicepresidente tenían una «opinión diferente» sobre el particular, pero insistió en que no había conflicto entre los dos.

De todas maneras, este áspero episodio sirvió para subrayar las fuertes diferencias de talante que había entre Mbeki, percibido desde las bases congresistas como un intelectual frío, intransigente y tecnocrático, y el cálido y ecuánime Mandela. Al principio pareció que la credibilidad del primero como estadista había quedado irremisiblemente dañada, pero la tormenta amainó a tiempo para las elecciones generales, no corriendo peligro su candidatura presidencial.

Y es que las previsiones sucesorias las había activado Mandela el 7 de julio de 1996 con el anuncio de que renunciaba a presentarse en 1999 a la reelección presidencial, que la Constitución le permitía, y de que propondría a Mbeki para tomar las riendas del partido y el Gobierno. La transferencia de la presidencia ejecutiva del ANC y la proclamación de la candidatura a presidente de la República se produjeron el 18 de diciembre de 1997 en la 50ª Conferencia Nacional, celebrada en Mafikeng. A partir de este momento, Mbeki fungió como el jefe del Gobierno en la práctica, a medida que Mandela iba alejándose del ejercicio rutinario del poder y destinaba gran parte de su tiempo a la actividad internacional en su sentido más amplio y a cumplir con su papel simbólico de padre de la nación, mediante giras, visitas y actos de dimensiones humana y moral.

Su vida privada inició también una nueva andadura. Divorciado de Winnie de común acuerdo el 19 de marzo de 1996, escogió el día de su 80 cumpleaños, el 18 de julio de 1998, para contraer terceras nupcias en Johannesburgo con Graí§a Simbine Machel, de 52 años, viuda del antiguo presidente mozambiqueño Samora Machel, a la que había conocido en Maputo en 1990 y que era su compañera sentimental, que se supiera, desde 1996. La mozambiqueña era madre de cuatro hijos, dos de ellos adoptados. La más pura tradición tribal imperó tras las bambalinas de estos esponsales: el clan de Machel cobró una copiosa dote al novio, quien en las negociaciones prenupciales estuvo representado por el soberano de los thembu, el rey Buyelekhaya Zwelibanzi Dalindyebo, el cual era nieto del regente Jongintaba Dalindyebo, el padrino que había concertado el matrimonio no deseado al joven Mandela.

En la primavera de 1999 el presidente realizó una vibrante gira nacional de despedida, en la que aleccionó a su pueblo en un sentido moral, aunque tampoco se privó de hacer diagnósticos negativos sobre una «sociedad enferma» incapaz de librarse de las lacras de la violencia y el sectarismo.

4. Un referente internacional de primer orden; la pacificación del continente

Con Mandela a su frente, Sudáfrica removió sus últimos estigmas internacionales. Las sanciones multilaterales de índole económica y comercial ya habían sido levantadas gradualmente desde 1991, a medida que la comunidad internacional comprobaba que la transición democrática progresaba sin posibilidad de vuelta atrás. El último castigo, el embargo de armas impuesto por el Consejo de Seguridad de la ONU en 1977 con bien poca eficacia, fue revocado el 25 de mayo de 1994.

En las semanas y meses posteriores a la transferencia del poder en Pretoria se produjeron los retornos de Sudáfrica a la Commonwealth (1 de junio) y a la Asamblea General de Naciones Unidas (23 de junio), así como los ingresos en la Organización para la Unidad Africana (23 de mayo), el Movimiento de países No Alineados (31 de mayo) y la Comunidad de Desarrollo de África del Sur, SADC (30 de agosto). En marzo de 1995 Mandela recibió en Ciudad del Cabo a la reina Isabel II de Inglaterra y en marzo de 1998 el estadounidense Bill Clinton protagonizó otra visita histórica.

Durban fue la sede de la XII Cumbre trianual del MNA, el 2 y el 3 de septiembre de 1998, en la que Mandela fue elegido presidente de turno de la organización para lo que le quedaba de mandato y donde declaró que su país tenía intención de mantener unas buenas relaciones con todos los estados, incluidos los que figuraban en la lista negra de Estados Unidos. El mandatario se desplazó a las principales capitales mundiales, participó en numerosas citas multilaterales y tuvo invitaciones especiales a cumbres de organizaciones de las que su país no era miembro, como el Consejo Europeo de Cardiff de junio de 1998, donde sin embargo no se logró firmar el acuerdo comercial que Sudáfrica venía negociando con la Unión Europea, y la XIV Cumbre presidencial del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), en Ushuaia, Argentina.

Durante su mandato, y también con posterioridad al mismo, Mandela ejerció una suprema autoridad moral en los diversos conflictos bélicos que asolaban el continente negro, presentándose a los contendientes como árbitro y mediador. En mayo de 1997 intentó, sin éxito, reconciliar al dictador zaireño Mobutu Sese Seko y al líder guerrillero Laurent Kabila, quien terminó conquistado el poder en Kinshasa.

En la segunda guerra que estalló en agosto de 1998 en la nueva República Democrática del Congo, caracterizada por la profusión de contendientes internos y la mortalidad a una escala sin precedentes, y que conoció la intervención militar directa de siete estados de la región, Mandela multiplicó sus esfuerzos pacificadores. Aunque sus simpatías por el Gobierno de Kabila eran manifiestas, el dirigente sudafricano adoptó en el seno de la SADC (de la que fue presidente de turno hasta septiembre de 1998) una posición sumamente cauta, hasta el punto de enfrentarse con el presidente zimbabwo, Robert Mugabe, por su decisión belicista de enviar un fuerte contingente de tropas en ayuda de Kabila, acosado desde el este por la potente ofensiva rwandougandesa.

Los roces entre Mandela y Mugabe sugerían una rivalidad apenas soterrada por el liderazgo regional. Que Mugabe, un luchador de la libertad en la antigua Rhodesia del Sur devenido autócrata sin escrúpulos, hubiese sido en la década de los ochenta un gran valedor de la línea del frente (la alianza de países de África austral y oriental liberados del colonialismo británico y portugués y comprometidos en el auxilio del movimiento de liberación negro sudafricano), no fue óbice para que Mandela pusiera muy mala cara a la violenta reforma agraria lanzada por el Gobierno de Harare a finales de 1999, en la que sus partidarios, inflamados por la retórica nacionalista y de odio racial que destilaba el régimen del ZANUPF, se dedicaron a asaltar las granjas de los ciudadanos blancos, causando muertos y destrucciones, y sumiendo al país en una situación social y política explosiva, amén de abocarlo a la ruina económica.

En mayo de 2000, ya fuera de la Presidencia, y mientras Mbeki intentaba influir positivamente en el conflicto zimbabwo con su criticada estrategia de la «diplomacia tranquila», que omitía cualquier atisbo de crítica a Harare, Mandela se descolgó con unas declaraciones, insólitamente crudas en él, donde aseguraba que en África había «líderes que un día comandaron ejércitos de liberación» que luego habían hecho «una enorme riqueza» y únicamente se mostraban interesados en «explotar a los pobres y movilizar a niños para lanzarlos y morir por su enriquecimiento personal». «Esa es la lección de la historia», sentenciaba Mandela, que «los tiranos de hoy pueden ser destruidos por vosotros [los pueblos que los padecen], y confío en que tengáis la capacidad de hacerlo». Preguntado por los asombrados periodistas si se estaba refiriendo a Mugabe, Mandela respondió: «Todo el mundo sabe de quién estoy hablando». En junio de 2008 volvería a fustigar a Mugabe, denunciando el «trágico fracaso del liderazgo» del autócrata zimbabwo.

La tendencia a buscar en la nueva Sudáfrica democrática una autoridad fuerte para la resolución de todo tipo de desavenencias y crisis nacionales en los estados de la zona pareció prefigurar un escenario de presencia militar activa. Sin embargo, el Mandela presidente se mostró bastante reticente con las fórmulas expeditivas, que permitirían a Sudáfrica demostrar a las claras su condición de potencia regional en la parte meridional del continente (como Nigeria podía serlo en África occidental), por entender que las intervenciones militares, ya fueran de interposición, de pacificación o en misión humanitaria, podían fácilmente añadir más leña al fuego y agravar el conflicto de turno.

La única excepción a este pensamiento, no por ello menos clamorosa y polémica por su carácter drástico y de injerencia, fue el envío el 22 de septiembre de 1998 de un destacamento de 800 soldados, junto con tropas de Botswana, al estado de Lesotho, pequeño reino independiente incrustado en Sudáfrica, entre las provincias del Cabo Oriental, KwaZuluNatal y el Estado Libre, para poner orden en un contexto de crisis política poselectoral y de motines militares. La intervención del Ejército sudafricano, producida a petición del acosado primer ministro, Pakalitha Mosisili, dio lugar a algunos enfrentamientos con las tropas locales amotinadas en la capital, Maseru, antes de conseguir imponer la paz y preservar la legalidad constitucional.

La actividad facilitadora de Mandela se cobró su mayor éxito en Burundi, donde en octubre de 1999 tomó el relevo al fallecido Julius Nyerere, el esclarecido ex presidente tanzano, en los esfuerzos para la instalación de un poder compartido entre las distintas tendencias de la minoría tutsi y la mayoría hutu, cuyos enfrentamientos sectarios desde 1993 habían arrastrado al pequeño país centroafricano a una devastadora guerra civil. El 28 de agosto de 2000 el ex presidente sudafricano presidió en Arusha, Tanzania, la firma de un Acuerdo de Paz y Reconciliación, el cual, si bien no detuvo todavía la guerra civil, sí puso en marcha en Burundi una transición política que iba a culminar positivamente en 2005 con la celebración de elecciones democráticas. El sudafricano anunció el fin de su mediación en Burundi el primero de noviembre de 2001, durante la inauguración, vigilada por 700 soldados de su país, del nuevo Gobierno multipartito de transición, aunque se comprometió a continuar como «garante moral» del Acuerdo de Arusha.

Dentro de la Presidencia, la última mediación destacada de Mandela fue, en marzo de 1999, en las negociaciones entre el régimen libio de Muammar alGaddafi y los gobiernos de Estados Unidos y el Reino Unido para la suspensión de las sanciones de la ONU al país norteafricano a cambio de la entrega a la justicia escocesa para su juicio en los Países Bajos de los dos ciudadanos libios acusados de perpetrar el atentado contra el avión de la Pan Am que en 1988 fue destruido en pleno vuelo sobre la localidad de Lockerbie.

5. La vida tras la Presidencia: autoridad moral y tributo universal

En las elecciones parlamentarias del 2 de junio de 1999 el ANC cosechó un aplastante 66,4% de los votos, dos puntos más que en 1994, y 266 escaños, uno menos de los necesarios para introducir enmiendas a la Constitución en solitario. De los resultados se deducía que, pese a la insatisfacción de la mayoría de las aspiraciones económicas, las masas negras seguían confiando en el ANC, cuya inmensa legitimidad popular se mantenía intacta. Sus paisanos le estaban profundamente agradecidos a Mandela por haber contribuido decisivamente, con su sacrificada lucha, a la recuperación de sus libertades y a la adquisición de derechos que nunca habían tenido.

Por lo demás, los segundos comicios generales de la era posapartheid supusieron la sustitución del NP, ahora llamado Nuevo Partido Nacional (NNP) y metido en un declive del que ya no iba a recuperarse (su total hundimiento en las votaciones de 2004 le empujaría a la autodisolución, tras lo cual, en una de las más asombrosas ironías de la historia, sus menguados cuadros se integraron en el ANC), por el Partido Democrático (DP) de Tony Leon como el principal partido de la oposición. También, certificaron la irrelevancia de los extremismos blanco (el afrikáner Frente de la Libertad) y negro (PAC), que gracias al sistema electoral proporcional mantuvieron una representación testimonial de tres escaños cada uno pese a no haber alcanzado ni el 1% de los votos. En cuanto al IFP, que continuaba en el Gobierno, retrocedió sensiblemente y entró en una fase de imparable empequeñecimiento.

El 16 de junio de 1999, con la toma de posesión de Mbeki, Mandela dijo adiós a las instituciones del Estado y a la política activa, aunque no a la vida pública, donde, pese a su avanzada edad de 80 años, continuó realizando una apretada agenda de actividades dentro y fuera de Sudáfrica. Su influjo político y su autoridad moral se mantuvieron también en los más altos niveles.

A través del Nelson Mandela Children“s Fund, la Nelson Mandela Foundation y la Mandela Rhodes Foundation, puestos en marcha respectivamente en 1995, 1999 (tras dejar la Presidencia) y 2003, el ex mandatario se volcó en un vasto programa de acciones humanitarias, caritativas y formativas, y apoyó campañas desarrolladas por otras fundaciones y ONG. En agosto de 2007 se creó el Mandela Institute for Education and Rural Development, un proyecto conjunto de la Nelson Mandela Foundation, la Universidad de Fort Hare y el Departamento Provincial de Educación del Cabo Oriental. El desarrollo humano de la infancia, el socorro a los niños huérfanos y abandonados, la atención a los discapacitados, la educación de jóvenes y adultos, la erradicación de las minas antipersona, el tratamiento médico de enfermedades endémicas y la lucha contra el sida son algunos de los terrenos donde hasta el día de hoy Mandela ha realizado valiosos trabajos.

El sida ha sido una de las máximas preocupaciones de Mandela desde que dejó la Presidencia. En la XIII Conferencia Internacional sobre la enfermedad, celebrada en julio de 2000 en Durban, el estadista se distanció de la anticientífica “y universalmente censurada postura de Mbeki y varios miembros de su Gobierno, que rehusaban distribuir los caros fármacos antirretrovirales (ARV) entre los cinco millones de sudafricanos infectados por el HIV porque creían que el sida no tenía un origen vírico.

Convertido en la estrella del evento, Mandela, con Mbeki presente, demandó al Gobierno de su país una intervención urgente, empezando por la facilitación de ARV genéricos a las embarazadas para reducir la tasa de transmisión maternoinfantil. Sin embargo, de acuerdo con su carácter conciliador, para no agriar más la controversia, dirigió unas palabras elogiosas a Mbeki, al que presentó como un «hombre inteligente que asume los planteamientos científicos seriamente y lidera un Gobierno que sé que está comprometido con los principios de la ciencia y la razón». Después de la Conferencia de Durban, Mbeki y el Departamento de Salud empezaron a matizar su actitud y, discretamente, fueron acercándose a la ortodoxia médica que auspiciaban organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Agencia de Naciones Unidas para el Sida (Onusida), aunque aún les costó tres años admitir al HIV como el causante de la enfermedad y dar luz verde a los ARV.

Mandela volvió a ser ponente sobre el sida en las conferencias internacionales XIV, celebrada en Barcelona en julio de 2002, y XV, en Bangkok en julio de 2004. Su campaña 46664, que tomaba el nombre de su antiguo número de preso en Robben Island, siguió recaudando fondos para la lucha contra la enfermedad con la inestimable ayuda de algunas de las más destacadas figuras internacionales del pop y el rock, que celebraron conciertos en Sudáfrica y Europa.

Meses después de su intervención en la capital tailandesa, el 6 de enero de 2005, el octogenario anunciaba a los medios, en su casa de Johannesburgo y rodeado por sus familiares, la triste noticia de la muerte de su hijo Makgatho, a los 54 años de edad, víctima del sida. Abogado de profesión, viudo desde 2003 de su esposa Zondi (fallecida de una neumonía que, como se supo después, también había sido provocada por el sida) y padre de cuatro hijos, Makgatho había ingresado en noviembre anterior en un hospital de Johannesburgo, pero la noticia no había sido divulgada. Ahora, Mandela, a los 86 años, reclamó la necesidad de «dar publicidad al sida y no esconderlo, porque la única manera de convertirlo en una enfermedad normal, como la tuberculosis o el cáncer, es decir abiertamente que alguien ha muerto de sida, y así la gente dejará de considerarlo algo extraordinario».

La salud del propio Mandela estaba en el punto de mira desde que en julio de 2001 le diagnosticaran un cáncer de próstata. La dolencia fue aparentemente curada tras siete semanas de tratamiento con radioterapia, al que el paciente, según los médicos, respondió de manera satisfactoria. Entre 2002 y 2004 Mandela vertió fuertes críticas a la política exterior de la Administración de George Bush en Estados Unidos por su estrategia belicosa en Irak; así, el ex presidente arremetió contra la Casa Blanca por lanzar la invasión del país árabe a espaldas de la ONU e instó a la comunidad internacional a parar la guerra; posteriormente, denunció la ocupación militar del país árabe y los abusos allí cometidos.

En julio de 2003, el octogésimo quinto cumpleaños de Mandela fue celebrado por todo lo alto en Johannesburgo con la participación de celebridades del espectáculo, políticos (estuvieron Clinton, de Klerk y Mbeki) y miembros de casas reales, que se deshicieron en homenajes a Madiba. A estas alturas, Mandela era una persona idolatrada, también por muchos de sus paisanos de raza blanca, que habían terminado por rendirse ante su carisma, su talla humana y su sentido de la responsabilidad. Claro que los sentimientos de adhesión no eran unánimes. Así, en 2004 el periodista británico Peter Hitchens retrató a Mandela con acentos críticos e irónicos, como un «superhéroe» y un «santo secular» que no se mostraba a la gente como el «hombre falible» que era y al que le «importaba un comino» el «creciente autoritarismo» de su sucesor, Mbeki.

En mayo de 2004, en el décimo aniversario de su llegada al Gobierno, y luego de ganar el ANC las terceras elecciones legislativas con una apabullante mayoría absoluta de dos tercios, Mandela pronunció su último discurso ante la Asamblea Nacional. El 1 de junio de ese año, necesitado para caminar de un bastón y, a veces, de un brazo en el que apoyarse, más delgado y con el cabello completamente cano, pero todavía muy animoso, la sonrisa tan fácil como siempre, con el verbo suelto y perfectamente lúcido, el ex presidente anunció su intención de «jubilarse de la jubilación», apartándose de la vida pública e aras de la «reflexión tranquila» en la privacidad de su casa en Qunu.

La agenda de actividades pudo recortarse con un criterio más selectivo, pero el caso fue que el infatigable estadista, lejos de hacer mutis, siguió participando en actos públicos (como la Conferencia de Bangkok sobre el sida), pronunciando discursos, reuniéndose con celebridades (como en el concierto de la campaña 46664 y el encuentro del grupo de líderes veteranos y retirados conocidos como The Elders, por él convocado con motivo de su 89º cumpleaños, celebrados ambos en 2007 en Johannesburgo) y haciendo declaraciones sobre temas varios.

La candente política doméstica reclamó su posicionamiento en 2005, cuando el ANC experimentó tensiones sin precedentes por la situación del vicepresidente de la República desde 1999 y vicepresidente del partido desde 1997, Jacob Zuma, involucrado en un escándalo de corrupción. Mandela salió a defender al número dos del congresismo frente a las acusaciones de que era objeto, pero cuando Mbeki, en junio, decidió echar a Zuma del Gobierno, el anterior jefe del Estado aceptó «con profunda tristeza» la «correcta» medida tomada por el presidente.

En diciembre de 2007, durante la 52ª Conferencia Nacional del ANC, Mandela mantuvo una neutralidad formal en la elección del presidente del partido, aunque no dejó de declararse «entristecido» por el espectáculo de divisiones internas La acerba contienda fue ganada por Zuma, luego de zafarse provisionalmente de sus dos procesos por corrupción y violación, a Mbeki, quien, pese a tener que dejar la jefatura del Estado en 2009 por prescripción constitucional, pretendía prolongar su liderazgo partidario para seguir influyendo en el Ejecutivo.

En realidad, Mandela estaba con Zuma, al que colmó de elogios tras su victoria en la Conferencia. En la clausura de la misma, Mandela elevó un llamamiento a la unidad del congresismo, pero la fractura en el ANC, abierta por unas divergencias personales e ideológicas demasiado profundas, era irreparable: en septiembre de 2008, Mbeki, sospechoso de haber instigado la persecución judicial contra Zuma, perdió la confianza del NEC y hubo de dimitir en la Presidencia de la República; a continuación, el sector centrista y liberal del congresismo que respaldaba a Mbeki materializó el cisma rompiendo con el ANC y creando el Congreso del Pueblo (COPE). Por otro lado, en noviembre de 2006 Mandela hizo un elogio fúnebre de Pieter Botha, fallecido a los 90 años.

El 18 de julio de 2008, un frágil Mandela, necesitado de asistentes para caminar y con algunas dificultades ya para hilar los discursos pero insólitamente brioso para la edad que tenía, celebró su 90° cumpleaños en su casa de Qunu. En esta ocasión, reclamó a los pudientes del mundo que auxiliaran a la legión de desfavorecidos. El nonagésimo aniversario fue celebrado desde junio hasta agosto en toda Sudáfrica y en Londres, con un abigarrado programa de actos entre los que destacó un macroconcierto en Hyde Park dentro de la campaña 46664, una cena de recaudación de fondos cuajada de estrellas del cine y la música y que no quisieron perderse el incondicional Clinton y el primer ministro británico, Gordon Brown, una recepción real en el Palacio de Buckingham y una concentración de masas del ANC en Tshwane: a todos ellos asistió el homenajeado con su energía inveterada. En febrero de 2009 Mandela se incorporó a la campaña electoral del partido y de Zuma, investido tercer presidente de la democracia en el mes de mayo.

Nelson Mandela ha recibido más de 200 premios y reconocimientos, así como docenas de títulos universitarios, ciudadanías y membresías y presidencias en organizaciones de todo el mundo, con carácter honorífico. Además del galardón más prestigioso y conocido, el Nobel de la Paz, posee los premios Jawaharlal Nehru al Entendimiento Internacional (India, 1980), Bruno Kreisky (Austria, 1981), Simón Bolívar de la UNESCO (1983), el de la Fundación del Tercer Mundo para los Estudios Sociales y Económicos (Reino Unido, 1985), el de la ONU en el campo de los Derechos Humanos (1988), Sájarov a la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo (1988), AlGaddafi de los Derechos Humanos (Libia, 1989), Lenin de la Paz (URSS, 1990), el de la UNESCO en el campo de la Paz (1992), Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional (España, 1992), William Fulbright al Entendimiento Internacional (Estados Unidos, 1993), Gandhi de la Paz (India, 2001) y el Embajador de Conciencia de Amnistía Internacional (2006). También, la Orden de Oro Olímpica del COI (1994), la Orden de Canadá (1998), las órdenes del Mérito y de St. John del Reino Unido (2004), y, por parte de Estados Unidos, las medallas de la Libertad de Filadelfia (1993), de Oro del Congreso (1998) y Presidencial de la Libertad (2002).

En 1995 publicó el libro autobiográfico Long Walk to Freedom, cuyos derechos de adaptación al cine cedió al productor sudafricano Anant Singh. Una década después, quien es seguramente el estadista más respetado y admirado, la mayor figura política mundial viva, en cuyo honor se han compuesto canciones, erigido estatuas, emitido sellos de correos y acuñado monedas, que ha dado nombre a multitud de calles, parques y escuelas en todo el mundo (amén de a una especie de araña trepadora, la stasimopus mandelai, y hasta a una partícula subatómica), seguía sin tener, más allá de algunas encarnaciones televisivas, su biopic cinematográfico definitivo.

En 2007 se estrenó el filme Goodbye Bafana, rodado por Bille August y protagonizado por Dennis Haysbert; el drama se circunscribe a las relaciones amistosas del preso de Robben Island con su oficial carcelero, James Gregory. En diciembre de 2009 se estrenó en Estados Unidos Invictus, con Clint Eastwood de director y Morgan Freeman en el papel de Mandela. La película se basa en el libro de John Carlin The Human Factor: Nelson Mandela and the Game that Changed the World, el cual relata la implicación del entonces presidente, en su deseo de profundizar la reconciliación interracial, en el campeonato mundial de rugby de 1995, organizado y ganado por Sudáfrica tras años de exclusión de las competiciones deportivas. Mandela mismo ha aparecido en medio centenar de documentales y series para la televisión, y, como actor de cameo, en la película Malcolm X, rodada por Spike Lee en 1992, donde se muestra brevemente como un maestro de escuela de Soweto que alecciona a sus jóvenes alumnos.

En febrero de 2000 abrió sus puertas el Nelson Mandela National Museum, que tiene sus instalaciones repartidas entre Umtata (actualmente conocida como Mthatha), Qunu y Mvezo. En Soweto, no lejos del museo dedicado al apartheid, funciona el Mandela Family Museum, que no es sino la antigua vivienda familiar estrenada en 1946, cuando formó el hogar con su primera esposa, Evelyn, y que luego compartió con Winnie, quien la habitó mientras él estuvo preso. Desde 1999, la humilde vivienda, convenientemente restaurada y acondicionada, ostenta la condición de monumento nacional.