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Arnaldo de Brescia

A fines del siglo XI y principios del XII, la iglesia romana se había convertido definitivamente en un poder feudal más. Durante siglos desde la caída del imperio romano, ésta había sido subvencionada por los diferentes estados, principalmente los descendientes del sacro imperio carolingio, pero llegado este momento, debido a la disgregación del imperio y que las numerosas inestabilidades políticas, hacían peligrar sus recursos, quiso independizarse económicamente y recaudar dinero, en teoría, de sus propios feligreses. El método para lograrlo fue tan cruel y despiadado como el utilizado por los señores feudales.

Donde la iglesia dominaba, nadie podía evadir el pago de tributos obligatorios que significaban una gran carga para la mayoría de los campesinos y esto, sin recibir ninguna protección como era el caso con los señores feudales.

La iglesia deseaba poder tener más poder y no perder el que ya había conseguido, por esto, invirtió todos sus esfuerzos en demostrar esa autoridad. Hasta el punto de incluso controlar un ejercito, el que obtuvo su primera victoria en las cruzadas contra los árabes en el 1096, una guerra por cierto apoyada, instigada, organizada por Odón de Châtillon-sur-Marne, más conocido como el papa Urbano II.

La iglesia se había constituido en un poder, sólo por debajo de la nobleza en sentido político, pero el primero en asuntos educativos, legislativo en algunos casos y hasta judicial en otros. A partir de ese momento los considerados herejes podían ser juzgados directamente por los obispos, cardenales y arzobispos, y condenados a penas que iban desde la cárcel en inmundas mazmorras, a muerte en hogueras o ahorcamiento o ser enviados al destierro, destituirlos de sus trabajos y condenarlos al ostracismo. Apoderándose la iglesia de la tierras confiscadas a estos, con lo cual su poder económico fue creciendo en gran medida gracias a ese poder conferido por los estados, era un poder que cabalgaba sobre los gobiernos establecidos y los dominaba cada vez más.

Sin embargo en la propia Roma y en Italia, se estaba fraguando un movimiento político revolucionarios que pretendía implantar una república en el estado de Roma, como había sucedido en otros lugares, con un senado elegido por el pueblo, a la manera romana. Esto por supuesto no gustó al papa y le trajo no pocos problemas, la revuelta fue neutralizada pero el descontento general era grande.

En esas circunstancias surgieron muchos movimientos revolucionarios que quisieron oponerse a ese poder absolutista de la iglesia y la desmesurada usura de sus clérigos. Casi todos los movimientos disidentes cristianos surgidos entre los siglos XI al XIII, deseaban una vuelta a la sencillez, la austeridad y el acercamiento al pueblo tan típicos del cristianismo primitivo.

Busto de Arnaldo de Brescia, adalid de los Pobres de Lombardía

El primero en postularse en este sentido fue Arnaldo de Brescia, un discípulo del controvertido Pedro Abelardo. Nacido alrededor del año 1100, fue un joven muy talentoso y metódico en su enseñanza, tal fue así que habiéndose unido a los monjes de la orden de los agustinos, rapidamente fue nombrado prior de su monasterio en Brescia (Italia).

Muy pronto comenzó su enfrentamiento con el obispo de Brescia, a raíz de cierta amonestación disciplinar a algunos clérigos de la zona por sus excesos materialistas. Arnaldo aprovechó para denunciar también al propio obispo de hacer lo mismo, quizás porque observó que el obispo realmente ambicionaba las propiedades de los clérigos denunciados, era algo típico de aquellos tiempos. Se dice que reunió a un grupo de seguidores de su causa y los convocó contra el obispo quienes, aprovechando una salida temporal de este, impidieron la entrada de este a su posición.

Su popularidad creció entre las masas pobres y los campesinos del lugar, sobre todo cuando empezó a predicar contra las riquezas y poder de la iglesia. Básicamente su enseñanza se resume en estos preceptos : la renuncia de la iglesia a la riqueza y la vuelta a la austeridad de los primeros cristianos; el abandono del poder temporal; la ineficacia de los sacramentos administrados por clérigos indignos; la predicación que debería ser efectuada no sólo por sacerdotes nombrados sino por laicos, además de la confesión practicada entre fieles sin la necesidad de sacerdotes.

En 1139, esto llegó a oídos del Papa Inocencio II, quien luchaba precisamente contra los revolucionarios de Giordano Pierleoni, un judío converso al catolicismo, que instaba a crear un estado republicano y en cierto modo controlado por el pueblo, ordenó que Arnaldo fuese expulsado de Italia.

Por este hecho algunos confunden la enseñanza y labor de Arnaldo mezclándola con la de Giordano Pierleoni. Pero este último era realmente más político que religioso, de hecho sus postulados iban dirigido a los nobles, a fin de convencerlos de que debían apoderarse del gobierno de Roma, fomentando en los moradores de la ciudad los recuerdos de la antigua República, cuando Roma era gobernada por sus patricios elegidos por el pueblo y no por autócratas, llegando a convertirse en la primera nación del mundo antiguo. Su labor fue encaminado a volver a aquel estado de cosas, recordando las glorias del antiguo Senado Romano y señalando el contraste de ese esplendor glorioso de tiempos de la República, con el estado de postración en que se encontraba en el siglo XII.

En el caso de Arnaldo, su llamada y predicación estaba más bien centrada en lo que la iglesia debería hacer, los cambios que se necesitaban para volver a los orígenes, pero no sólo en sentido moral y espiritual, sino también en lo que tenía que ver con la enseñanza. Habían calado en él las discrepancias de Pedro Abelardo sobre ciertas doctrinas, entre ellas la trinidad, por ello también se tuvo que enfrentar a Bernardo de Claraval cuando llegó a Francia, más concretamente a París, cerca de su maestro Abelardo. Allí Bernardo, un convencido defensor del marianismo (veneración a María), y de la doctrina nicena trinitaria sostuvo una dura lucha dialéctica, consiguiendo este último una victoria , pero no por la razón sino por el poder que este tenía, le hizo la vida imposible, hasta que tras el concilio de Sens en 1140, en el que se condenó a su maestro Abelardo, no tuvo más remedio que refugiarse en Alemania.

Desde allí siguió predicando, pero debido a las dificultades que iba sufriendo y animado por el Cardenal Guido, quien le tendió la mano, decidió volver a la iglesia, quizás pensó que era más fácil luchar por sus ideales dentro que fuera, por eso hizo un juramento de retractación de sus ideas, quizás pensando en las doctrinales, pero no en las morales. En su periplo por Francia, es posible que escuchase el mensaje de Enrique de Lausana, el nuevo líder de los petrobrusianos, un mensaje similar en cuanto a sencillez, pero no deseaba Arnaldo crear un nuevo grupo como lo habían hecho estos sino luchar desde adentro como lo hiciera años atrás Gregorio VII, quería darle una nueva oportunidad a la iglesia romana, a la que ahora volvía.

En 1143, volvió a Italia, donde fue recibido por el papa Eugenio III, a quien convenció previamente de haber vuelto al redil de la iglesia. Pero al año siguiente, de nuevo se le veía predicando contra los abusos de la iglesia y contra el poder económico con estas duras palabras: “Sean condenados los sacerdotes enriquecidos, los obispos que tiene feudos, y los frailes que acumulan propiedades”

Denunció además que la llamada “Donación costantiniana”, la que se supone legitimaba a la iglesia para tener dominios territoriales para garantizar su mantenimiento económico era una falsificación. Según este documento, Constantino, además de reconocer la superioridad de la iglesia de Roma sobre todos los patriarcados y obispados del orbe, daba a los obispos romanos «la ciudad y todas las provincias, las localidades y las ciudades tanto de Italia entera como de todas las regiones occidentales, como parte de su patrimonio al que podían reclamar en el momento que precisasen. Los que falsificaron dicho documento, con el nombre original de Donatio Constantin, intentaron demostrar que en realidad el Papado reclamaba mucho menos de aquello a lo que tenía derecho.

Por supuesto que no fue difícil que las enseñanzas de Arnaldo calaran en gran parte del pueblo romano y sobre todo en los que albergaban la posibilidad de instaurar una república a la manera de Pierleoni. No se sabe porqué, pero la predicación de Arnaldo se hizo cada vez más dura contra el papado y sus representantes, algunos dicen que iba de plaza en plaza acusando a los cardenales de avaros, soberbios, enriquecidos a costa de los sudores del pueblo y al papa de ser un ente sanguinario, verdugo de las iglesias, cuyo arte consistía en llenar de dinero sus bolsillos y vaciar los ajenos, diciendo también que la Santa Iglesia, lejos de ser tal, era una cueva de ladrones. Es posible que se haya exagerado algunas de estas sentencias, en cualquier caso, puede que algunas de las propuesta por parte de los revolucionarios de Pierleoni haya llagado a oídos de Arnaldo y eso haya encendido en el de nuevo su ideal y pensar sobre el asunto, de tal manera que ahora se uniera a estos por lo menos en la dialéctica y movido más por lo espiritual y moral que por lo político.

Pero esto a su vez motivó a ciertos agitadores a ir mas allá de las palabras y enfrentarse violentamente contra los clérigos, cosa que por supuesto no era el propósito de Arnaldo. Pero el asunto se le fue de la manos y en 1146 los revolucionarios fueron más allá, según dice la Enciclopedia Católica en la biografía de Eugenio III : Los palacios de los cardenales y los de la nobleza que apoyaban al Papa fueron destruidos hasta los cimientos; iglesias y monasterios fueron saqueados; la iglesia de San Pedro fue convertida en arsenal y los devotos peregrinos fueron asaltados y maltratados.

El papa tuvo que aceptar la república con su democrático sistema de elección, pidiendo a cambio permanecer como cabeza y autoridad paralela en la ciudad. El pueblo expulsó a Eugenio III de la ciudad. Éste, a pesar de que hizo varios intentos, no pudo volver, obteniendo refugio en Francia, desde donde quiso desquitarse de su fracaso y convocó una nueva cruzada contra los sarracenos, organizada por Bernardo de Claraval, su mano derecha, que resultó un estrepitoso fracaso, era la época gloriosa de los árabes quienes propinaron, a los cruzados, una aplastante derrota. Además en el ínterin habían salido también otros disidentes que promulgaban la pobreza, la sencillez, la vuelta a los orígenes, tanto doctrinal como moralmente.

Al amparo de esta nueva situación Arnaldo encontró respaldo para su mensaje y un buen número de seguidores, con los que de alguna manera fundó una nueva iglesia.

Pero esos momentos de gloria duraron relativamente pocos años, aproximadamente ocho, pues en 1154, ascendió al papado Adriano IV, quien buscó alianzas políticas para poder expulsar a los republicanos que gobernaban Roma. Encontró un aliado en el temible emperador alemán Federico I, más conocido como Barbarroja y con sus huestes reconquistó la ciudad. Lógicamente este fue un golpe muy duro no sólo para los republicanos que gobernaban la ciudad sino para Arnaldo y sus seguidores.

Al año siguiente, en 1155, a raíz de un atentado mortal contra un importante e influyente cardenal, posiblemente a manos de unos de los revolucionarios de Pierleoni, el papa dio una especie de golpe de estado, en el sentido que estaba dispuesto a disolver el gobierno de la ciudad y tomar la autoridad absoluta. Para apaciguar su ira, se llegó a un acuerdo acusando a Arnaldo y a sus seguidores de conspiración contra la iglesia. Fue condenado a muerte, lo cual supuso su huida inmediata de la ciudad, dirigiéndose a Francia.

Pero allí lo esperaba Barbarroja quien logró capturarle y ese mismo año fue ahorcado y luego su cuerpo quemado, a fin de que sus seguidores no lograsen recuperar el cuerpo y darle un entierro digno.

Pero eso, lejos de poner fin a los arnoldistas, los alentó y siguieron fieles a las enseñanzas y costumbres dirigidas a la sencillez y la restauración de las enseñanzas originales, el estudio de la Biblia, la predicación laica. Fueron conocidos como los “Pobres Lombardos” y así continuaron durante décadas. Es difícil determinar si no fueron los mismos grupos que en Francia, Italia, y en el Reino de Aragón, predicaron el mismo mensaje, Petrobrusianos, Enriquianos y Valdenses. Todos estos tienen muchas cosas en común, las cuales los hermana en una misma lucha, salir de ahogo espiritual que estaba oprimiendo al verdadero cristianismo.

Quema de los restos de Arnaldo de Brescia, ordenada por la iglesia de Roma